Antes
de comenzar:
A veces pienso que he odiado
a Alison DiLaurentis desde toda la vida. No sé exactamente cuál fue el primer
insulto que me dijo cuando nos conocimos en los pasillos de la Preparatoria Roswood, probablemente
haya sido algo relacionado con mis gafas o con esa falda a cuadros que llegaba
hasta mis pantorrillas. A partir de ese momento todo mi ser quedó reducido a
tres asquerosas palabras: Mona la Perdedora. Pero supongo que ya no interesa,
es como si desde entonces hubiese transcurrido una vida entera.
Si hay algo que puedo sentir
por Alison además de odio, es la más pura y recalcitrante envidia. Tal vez sea
por eso que escribo sobre ella, a pesar de que ya se ha ido. Sé que no puedo
sepultarla en mi memoria, sé que volverá a mi mente su risa maliciosa y el
brillo perverso de esos perfectos ojos azules. Pase lo que pase, jamás la dejaré
atrás, será como un fantasma que me seguirá para siempre, arrastrando las
sombras de mi pasado.
Es por eso que la siguiente
historia es sobre ella, quiero recordar cada uno de los pasos que la llevaron a
la tumba. No puedo ocultar que solo me motiva una obsesión enfermiza, pero a
esta altura, pocas cosas me definen tan bien como esa obsesión.
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