Johnny el Homicida Maniaco Fanfiction



Johnny el Homicida Maniaco



“A veces...puedes llorar hasta que no te queden lágrimas por derramar; puedes gritar y suplicar hasta que tu garganta se desgarre; puedes rezarle cuantas veces quieras al dios que creas que te escuchará y aun así no habría diferencia, ni señales de que te iba a liberar. Y si alguna vez se detuvo.... no era porque realmente le importara.” JTHM


Era una noche perturbadoramente hermosa.
Perfecta para matar.
O para morir.
         Johnny había regresado de sus vacaciones increíblemente exhausto y odiosamente confundido. La humanidad no había mejorado ni una pizca desde que dejó su oscura madriguera en los suburbios hace casi un año, pero, para su sorpresa, había evitado el homicidio por dos larguísimas semanas y estaba comenzando a sentir un desagradable síndrome de abstinencia.
         Al menos su estadía en el psiquiátrico no había sido una total pérdida de tiempo. Seguía siendo un homicida maldito, rechazado por el cielo y el infierno, pero al menos ahora tenía la capacidad de cerrar los ojos y descansar aunque sea un par de veces al mes. Hubiese jurado que eso lo tenía menos tenso.
         Si tenía algo de suerte, las cosas cambiarían para él.
         Desatascó la puerta de entrada. Tuvo que hacer palanca, ya que el desuso y la humedad habían pegado la madera del marco con las paredes.
         Un desagradable ruido rompió el silencio de la noche. Por fin podía entrar.
         Miró hacia atrás.
         Tood (o Squee, como le gustaba) lo miraba disimuladamente desde la ventanita de su cuarto. La luz estaba apagada, pero podía reconocer el brillo azul de sus ojitos asustones. Esbozó hacia él su maquiavélica sonrisa y el muchachito se escondió como un animalito en su agujero.
         El dulce y tierno Squee. Tal vez lo visitaría a la noche siguiente para saludarlo, llevaba un buen tiempo sin verlo. Pero lo que era ese momento, solo pensaba en estirarse en su colchón raído y dormir hasta el medio día siguiente.
         Una oscuridad implacable reinaba en su hogar. Hasta la luz de la estrellas huía de ese antro donde tantas personas había vivido sus últimos y aterradores segundos.
         Los panaderos no estaban. Ese horrible chico-hamburguesa también había desaparecido.
         Se sentía solo.
         Muy solo.
         Horriblemente solo.
         Pensó en Devi.
         Su corazón casi se detiene por la amargura, el recuerdo de la única mujer que alguna vez le había importado le taladraba el pecho con una fuerza espantosa ante la certeza de que en ese preciso momento debía estar odiándolo por ser un psicópata.
         Necesitaba taladrar con la misma fuerza el pecho de alguien más. Literalmente por, supuesto.
         Pero estaba cansado. Cansado de ir y venir buscando una respuesta que ni la misma muerte había sabido darle, aunque su viaje al infierno pudo haberle dado algún sentido a su vida, ya no estaba en ahí. Además, lo más probable es que sus víctimas para entonces ya debían estar lejos de su sótano y de sus trampas, de todas formas, habían tenido mucho tiempo para destapar el pasadizo que conectaba su casa con la de su vecinito o bien podían haber emergido hacia la superficie y quitado la tranca de la puerta.
         No tenía ganas de verificar si en algún recodo de su casa aún quedaba un sobreviviente con el cual desquitarse.
         No valía la pena.
         En esos momentos solo importaba él, su cama y su sueño.


         Abrió los ojos perturbado por la luz del sol que se colaba por alguna de sus ventanas. Cuando se incorporó su cuerpo estaba molido y medio adormilado por haber permanecido toda la noche en la misma posición. Lo peor de todo es que apenas sí sentía que había descansado algo. Era como si toda la noche hubiese estado luchando con la misma pesadilla.
         La pesadilla.
         Su corazón se aceleró un momento cuando pensó en esa vieja pared ensangrentada que había varios metros más abajo. Hace tiempo que se había secado y la extraña criatura carnívora que vivía del otro lado había escapado el mismo día de su muerte. Ya no sabía dónde estaba. Ni quería averiguarlo.
         Solo bajaría a echar un vistazo. A comprobar que el muro permanecía en las mismas condiciones en las que lo dejó. Y claro, tal vez encontraría a alguien a quien desmembrar antes del desayuno.
         Pero un sonido perturbadoramente familiar lo detuvo.
         Era el teléfono.
         Se estremeció. Nadie lo llamaba desde... bueno, desde... desde que había provocado su propia muerte. Un descuido terrible.
         Levantó la bocina con cuidado, esa vez no había ningún arma que le volara la tapa de los sesos, pero su última experiencia al contestar había sido más que traumarte. Un agujero en la cabeza del porte de un puño no era algo cómodo para nadie.
         -¿Aló?
         Su voz sonó áspera y sepulcral en ese cuarto desocupado por tanto tiempo.
         Una voz odiosa y chillona contestó del otro lado.
         -Este... si, disculpe. Señor, verá, le estoy llamando desde su proveedor de servicio telefónicos para comunicarle que su cuenta está a punto de vencer. Hemos enviado algunos cobradores desde el mes pasado, pero... bueno, no hemos sabido de ellos hasta ahora ¿Podría presentarse en nuestras oficinas antes del viernes a las cinco? Tenemos que reconsiderar su contrato. Buenas tardes, caballero.
         La voz chillona dejó de hablar y Johnny colgó con violencia.
         -Valla.- Se dijo a sí mismo en un suspiro.- Eso fue realmente molesto.
         Luego de la interrupción bajó hasta el sótano.
         La pared estaba seca, pero todavía había un hedor a muerte. No era algo agradable. Tocó el muro con la punta de sus dedos. Nada respiraba del otro lado, nada se movía. Silencio. Quietud. Mucho más aliviado ahora que hace unos minutos, el joven buscó una daga de buen tamaño y la escondió en la manga de su gabardina.
         Salió al mundo exterior como una mariposa que acaba de dejar el capullo.
         -El tiempo nos hace diferentes a todos.- Musitó con cierta amargura.
         Encendió el auto, el motor tosió un par de veces y avanzó hacia la calzada. Sin embargo, algo se habría trabado en la rueda. Se bajó con tranquilidad para ver lo que había arrollado y resultó ser una pequeña ardilla de jardín. Johnny despegó al animal muerto del tapabarro y lo arrojó dentro de su casa. Tal vez a Squee le gustaría una segunda ardilla destripada por su auto como regalo.
         Una vez abajo del auto, decidió que sería una buena idea dejar el auto en casa y estirar las piernas, sin embargo, a pocas calles del centro, en una ancha avenida, Johnny revivió la irritabilidad de los conductores apurados cuando intentó cruzar por un paso peatonal justo delante de un convertible rojo.
         -¡He! ¡Cruza más rápido! ¡O a ver si te compras un auto y dejas de estar estorbando, jodido marica!
         Johnny no se sorprendió tanto por estas palabras como por el penetrante bocinazo que el sujeto dio luego de pronunciarlas. Ese perturbador ruido fue lo que realmente le irritó, le había taladrado lo oídos y no estaba de humor para jaquecas.
Con una actitud increíblemente pasiva para lo que pensaba hacer, Johnny se acercó al convertible. Lo manejaba un joven, iba solo en el asiento del piloto, con la radio sonando muy alto, y cuando vio que el tipo al que había insultado se le acercaba, irguió la espalda tratando de ocultar su inquietud.
         -Disculpa, pero ese bocinazo que has dado me asustó.- Dijo Johnny con una tranquilidad escalofriante en cuanto estuvo junto al conductor- ¿Te importaría no ser tan prepotente la próxima vez?
         El sujeto lo miró confundido. No contestó. Un segundo más tarde su instinto le dijo que debía salir de ahí. Pero era demasiado tarde. Antes de que pudiera mover su pie hacia el acelerador, Johnny sacó la daga de entre sus ropas y, de un solo movimiento la clavó en el ojo izquierdo con una fuerza bestial. El sujeto crispó sus dedos sobre el volante y lanzó un grito ahogado. El homicida contestó clavando con más fuerza el arma, sin cambiar la expresión de su rostro imperturbable, hasta que comenzaron esas horribles convulsiones antes de la muerte.
         La sangre que brotaba por el ojo destruido de su víctima, hizo que Johnny esbozara una sonrisa casi imperceptible. Le pareció incluso agradable que ese líquido palpitante y tibio mojara su mano helada y sumergida durante tanto tiempo en la inactividad. Entonces, extasiado en su pequeño acto de muerte, giró la daga para sentir como la carne cerebral se revolvía dentro del cráneo. Solo cuando el mango le impidió seguir penetrando por la cuenca del ojo ya vacía, quitó el arma de la cabeza del sujeto.
         Estaba de vuelta. Más vivo que nunca.
         El conductor herido, entre sus tantas convulsiones, colocó finalmente su pie en el acelerador. Solo que esta vez no estaba vivo para manejar su propio auto. El convertible salió disparado, como una bestia sin riendas, para estrellarse con un edificio unos cincuenta metros más allá.
Ruido, humo y gritos.
         -¡Ups! Tal vez se me olvidó decir que no habrá próxima vez.-Dijo Johnny limpiando el filo de su daga con un pañuelo. Su pericia no lo había abandonado, el arma, sin ni una gota de sangre volvió a su manga en menos de dos segundos.
         No se detuvo a contemplar el desastre que había dejado, simplemente se alejó a paso lento mientras tarareaba la canción que venía reproduciendo la radio del convertible que acababa de hacerse añicos.
         Johnny volvió a casa con una lata de atún y con periódico bajo el brazo.
         Había sido una salida muy corta, pero bastante provechosa. Incluso estaba de buen humor.
         Mientras buscaba un abrelatas, ojeó en la sección de entretenimiento en el periódico, tal vez había una película interesante en el cine local o una obra de teatro que valiera la pena. Le vendría bien armar un panorama para ese fin de semana.
         -Mmmmm....
         Una película independiente sobre un adicto al crack que soñaba con ser músico de jazz... la trama estaba un poco rebuscada, pero estaría bien para distraerse un rato. Miró la hora de las funciones, mientras destapaba su atún.
         -Lo anotaré en mi agenda... ojalá tuviera agenda.
         Metió el índice en el aceite del pescado y se lo llevó a la boca. Esa era su primera comida en un par de días y estaba muy hambriento.
         Algo llamó su atención. Por un momento olvidó la lata y levantó el periódico. Una exposición de arte aficionado se llevaría a cabo en las salas del Centro de Arte Local. La entrada era gratuita y expondrían varios jóvenes que buscaban hacerse un cupo en el complicado mundo del arte.
         Un nombre hizo que su corazón se acelerara.
         Devi.
         Arrojó el periódico sobre la mesa como si este le quemara las manos.
         No iba a ir.
         No podía ir.
         Sentía que algo le ardía en el pecho. Era como si su corazón bombeara magma en vez de sangre. La sola idea de ver a Devi nuevamente le hacía sentir enfermo.
         Agradablemente enfermo.
         No sabía lo que le estaba ocurriendo, pero necesitaba desahogarse. Buscó su diario y se arrojó sobre su cama:
         Querido diario:
         Las palabras no le salieron. Estuvo atontado en esa cama por horas delante de una página vacía, hasta que su infinita vacilación lo hizo quedarse dormido.
         Cuando despertó la lata de atún seguía sobre la mesa. Ahora un par de moscas imprudentes la sobrevolaban trazando círculos en el aire.
         "Johnny... Joooooohnny"
         El joven se levantó sobresaltado. Una voz le hablaba desde un lugar cercano. Lo extraño era que estaba solo en casa, o al menos creía estarlo.
         -¿Qué? ¿Qué?
         Johnny miró a todos lados, confundido.
         -Soy la ardilla muerta ¡Aquí! Junto a la puerta ¡Mírame!
         Johnny miró hacia la mesa, incrédulo.
         -¿Eres tú, ardilla?- Preguntó cogiendo al animal muerto de la cola.
         -¡Sí! ¡Soy la ardilla!
         El joven levantó una ceja. Justo cuando comenzaba a disfrutar de su soledad, la locura regresaba con un tema más absurdo que nunca.
         -¿Qué quieres? Tú, este... ardilla arrollada.
         -Necesitamos que nos alimentes... Y puedes llamarme Mr. Squirrel
         -Vale, Mr. Squirrel, te traigo bellotas, aunque no creo que puedas digerirlas.
         -No es literal, solo debes ponerte creativo.
         -Ya no dibujo. Hasta abandoné eso del Feliz Niño Fideo. He estado pensando en darle un nuevo ritmo a mi vida, ya sabes...este...- mientras meditaba movía una mano- buscar una nueva dirección.
         -Entonces moriremos de hambre... pero tú también.
         -Nop. No como nada que me hable.
         -Ya veo, que ética más interesante. También debes volver a pintar la pared, no dejes que se seque, el Maestro se enoja.
         -No hay nadie detrás de la pared, supongo que cuando morí lo que sea que estaba ahí se aburrió y se fue.- Reflexionó un segundo.- Eso no tiene ningún sentido ¿verdad?
         -Hay muchas cosas que dejaron de tener sentido hace tiempo... pero eso no significa que no sean reales.
         Johnny tuvo la intención de dejar hablando sola a la maldita ardilla, en el mejor de los casos, acabaría arrojándola a la basura antes de que comenzara a pudrirse y apestara toda la casa.
         Debía salir a tomar aire. Caminó hacia la puerta.
         -Eres insoportablemente egoísta-Sentenció la ardilla. Johnny se detuvo en seco y dio media vuelta.
         -¿Qué quieres de mí?
         -Nada. Solo que vuelvas a ser tú mismo. Sin máscaras, auténtico.
         -Es difícil autodefinirse, casi nadie puede saber lo que es auténtico y lo que es falso... eso del egoísmo ¿lo dices porque me irrito fácilmente? Porque al resto de la humanidad tampoco le gusta no conseguir lo que desea... en mi caso, no dudo en manifestarlo ¿podemos entender eso como algo "auténtico"?
         -Lo auténtico en ti es la depresión, la agonía, es el resto del mundo y tu separados por una delgada capa de vidrio.- La voz de la ardilla comenzó a sonar más alto, amenazante.- Estás dejando que esa capa se rompa, si eso sucede solo serás un simplón, un deshecho igual que todos. No salgas por esa puerta, quédate aquí con nosotros, en la oscuridad, te agrada, la depresión inspira ¿no?
         -¡Cállate!- Johnny le dio un puñetazo a la mesa y chilló sobre la ardilla, mostrándole todos los dientes y escupiendo saliva.- Si aún queda algo de sangre en mí, algo de vida que quieres que te dé, de alguna u otra manera acabaré haciéndolo. Pero ahora... francamente estoy bloqueado ¡No tengo nada! Maldición ¡Nada!
         Cansado de gritar y maldecir, el joven calló nuevamente sobre su colchón, sujetándose la cabeza con ambas manos.
         -Bien, bien, no te exasperes...Solo quería asegurarme de que aún queda algo de ti de lo que alimentarse.
         Johnny levantó la cabeza, tenía los ojos llorosos.
         -¿Y bien?
         -Sí. Veo en esa desesperación que aún estás vivo, pero has comenzado a desangrarte. Estamos apunto... apunto de acabar.
         -¿Qué pasará cuando acaben?
         -No vale la pena saberlo. Por ahora disfruta de tu locura, te sienta bien. Las mentes que funcionan como las otras son espantosamente aburridas.
         -Bha... ¿qué más da? Esto es una mierda.
         Johnny se cubrió la cara con un almohadón hecho de más ácaros que plumas y meditó largamente. La ansiedad lo invadía de tal forma que hubiera querido matarse nuevamente.
         -Si vamos a comenzar otra vez con esto, entonces seguirá siendo bajo mis reglas.- Dijo por fin, el brillo de su mirada desquiciada resaltó por un segundo en la oscuridad.- Pero esta vez será diferente.
         -¿Qué quieres decir?
         -No sé cuánto quede realmente de mi dentro de este cuerpo o cuanto hayan trasformado, pero esta vez voy a intentar ser feliz… voy a salir de este bloqueo creativo… voy a tomar otra dirección… voy… voy… creo que tal vez sí necesite algo de arte.
         -No creo que eso sea una buena idea. Puedes encontrar cuerpo para vaciar en cualquier otra parte… ese es un lugar muy peligroso para tu… salud emocional.
         El joven ya no escuchaba, estaba tan absorto en esos nuevos pensamientos que afloraban de lo más profundo de su ser, que su vieja cama se convirtió en el fondo de un abismo… un muy oscuro abismo.



         La inevitable llegada de la noche fue lo que devolvió en sí al hombre que yacía en la cama desde hace horas delante de un cuaderno que aún no podía llenar…
         -Mr. Squirrel, creo que saldré a comer… ¿Mr. Squirrel? ¿Sigues ahí?
         La ardilla no se había movido. Seguía a una orilla de la mesa, pero esta vez eran varias moscas las que la acosaban No le quedaba mucho tiempo de vida. Probablemente a esta altura, las larvas estarían ya nadando en sus tripas.
         Antes de salir buscó un pequeño cuchillo en su sótano, debía estar preparado para cualquier insulto. No es que pensara volver a casa con otro cadáver en la conciencia (sí, aún tenía algo de conciencia) pero esos días estaba extrañamente... sensible.
         Era una noche perfecta para darle rienda suelta a esa sensibilidad, las estrella brillaban con alevosía en el cielo macabro y la luna estaba en algún punto ciego de la esfera celeste. Johnny apreciaba esa belleza natural, calmaba su ansiedad casi tanto como el homicidio.
         Necesitaba comer.
         La comida mexicana era una de las muchas debilidades del joven,  se dejó conducir hasta Taco Smell más por su estómago que por sus pies. El local en cuestión era un sitio algo insalubre, pero tenía abierto toda la noche y el letrero de neón con la forma de un taco gigante le llamaba la atención.
         Caminó tranquilamente al mostrador y pidió un taco gigante acompañado de una soda. Se sentó en un rincón poco iluminado y comenzó a comer. Había muy poca gente en el local a esa hora y una corazonada le indicaba que esa noche no cometería ninguna masacre. Al menos guiándose por la apariencia del resto de los comensales, existían pocas probabilidades de que alguien lo tachara de "loco".
         Cuando ya el exquisito relleno de wacamole y queso comenzaba a llegar a su estómago vacío, tres sujetos irrumpieron en el lugar. Vestían con chamarras de cuero y uno de ellos traía la ropa salpicada de sangre. Johnny no pudo evitar hacer una mueca de desagrado cuando los sujetos se sentaron en la mesa contigua a la suya, mueca que se intensificó cuando uno de ellos encendió un cigarrillo.
         No quería prestarle atención a lo que hablaban, pero no pudo evitarlo, levantaban la voz como si fueran los únicos en el local. No era algo raro, lo estaban tratando como si fuera invisible o estúpido otra vez. Para suerte de los sujetos, esa noche se sentía con mucha paciencia.
         Al parecer los cuatro habían participado en una paliza contra un tipo y todo por un lío de faldas. Se les pasó la mano, según ellos había demasiada sangre en el pavimento como para que el sujeto en cuestión siguiera con vida.
         Sangre.
         Los sujetos escupían comida al reírse. Eran grotescos. Johnny los miró de reojo, había uno realmente gordo. Se preguntó cuanta sangre podía si habría primero la capa de grasa.
         ¿Había que averiguarlo?
         Lo meditó un segundo. Tal vez matar no era necesariamente la respuesta para todo. Al menos a él no le habían hecho nada, incluso le pareció divertido imaginarse al sujeto ensangrentado y molido en el suelo.
         Lanzó una risita cruel mientras rescataba la últimas miguitas de su servilleta, le dio otro sorbo a la soda y se preparó para marcharse. Su estómago estaba satisfecho, pero el resto de su cuerpo era atormentado por un extraño tipo de ansiedad. Restregó sus manos y avanzó vacilantemente hacia la puerta.
         -¡Ha! ¡No puede ser!
         Casi sin poder evitarlo, como si una presión le taladrara la cabeza cada vez que daba un paso hacia la salida, Johnny sacó el cuchillo de su casaca y lo lanzó contra la cabeza de uno de los sujetos. Inmediatamente luego de escuchar los gritos de sorpresa y de pánico, se sintió en paz.
         Su víctima había estampado su cara contra el plato de papas con un agujero en la nuca y toda la sangre que salió de su cráneo fue a mezclarse con la cátsup.         Increíblemente, uno de sus amigos rescató una papa limpia y se la comió, más molesto por perder su cena que por el hombre muerto delante de él.
         -¡Ups! Eso no tenía que pasar.- Se disculpó Johnny.- Creo que no pensé muy bien las cosas. ¡Aquí o ha ocurrido nada! Yo ya me voy.
         Definitivamente no había pensado bien las cosas, los dos acompañantes sobrevivientes se levantaban enojadísimos, aunque no muy impactados con la espeluznante escena. El joven, sin hacer mucho caso al desastre que había dejado, se deslizó hacia la puerta y abandonó el local.
         Los sujetos lo seguían tranquilamente. Debían estar convencidos de que un tipo extremadamente flaco, no muy alto y con expresión de aturdido iba a ser fácil de encontrar, y que sin ese maldito cuchillo en su poder debía estar espantado. Tanto así que cuando lo vieron  meterse en un oscuro callejón pensaron que se trataba de un patético intento por salvar su vida luego de la afrenta en el local de comida.
         Con estos pensamientos le siguieron el paso, dispuestos a tomar una venganza extremadamente violenta. La segunda de la noche.
         Pero no había nadie, solo unos botes de basura y algunos desperdicios tirados en la oscuridad. El sujeto se había escabullido como una rata en esa especie de submundo y por más que recorrieron el lugar solo encontraron mugre y una frustración cabal.
         -¿Y ahora qué?- Preguntó el tipo con la chaqueta manchada de sangre.
         El otro se encogió de hombros.
         -Es como si se lo hubiese tragado la tierra. Creo que lo mejor será...
         Un sonido metálico rompió el silencio y un chorro rojo tiñó la oscuridad. El primer sujeto calló aturdido por el golpe una botella de vidrio. Ahora era su propia sangre la que le manchaba la chaqueta. El segundo no alcanzó a pedir ayuda, inmediatamente después de que su amigo se desplomara a sus pies con el cráneo hundido, el filo de un cristal roto le perforó las cuerdas vocales penetrándolo desde la nuca. Lo último que pudo sentir antes de desangrarse, fue un frío espectral que nacía en su garganta.
         Y luego todo volvió a ser negro.
         Johnny se acercó tímidamente a sus víctimas. Se sentía satisfecho consigo mismo, había hecho un trabajo rápido, casi limpio y sin muchos materiales a su haber.
         El matón del cuello perforado estaba muerto. El otro sujeto aún tenía algo de pulso.
         Excelente. Ya podía comenzar a llenar su sótano de gente nuevamente. Y los otros dos... bueno, esos cuerpos también podían serle útiles si debía pintar la pared otra vez.
         Lo mejor de todo era que ya no tenía hambre.


         Cuando volvió a casa eran cerca de las dos de la madrugada. No se sentía cansado, incluso se dio el ánimo de descuartizar a sus víctimas en el sótano y darle una mano de sangre a la pared antes de emerger a la superficie y sacar la lata de atún de su alacena.
         -Eso fue divertido.- Dijo Johnny mientras se secaba las manos con un trapo viejo.
         -Qué bueno que la pasaste bien... ¿Ya pensaste en lo que hablamos?
         -Me alegro de que no te hayan comido las ratas. Yo que tú, me preocuparía más por ese detalle.
         -Ho, gracias que amable... ¿Trajiste algo para el sótano?
         -Sí, tres matones y están frescos. Mira, la verdad es que no quería salir a matar, pero... digamos simplemente que soy  demasiado impulsivo.
         -¿Saliste en el auto?
         -No, tenía ganas de caminar.
         -Entonces... ¿Cómo hiciste para traer a casa el cadáver de tres sujetos adultos?
         El homicida ensombreció la mirada.
         -¿Realmente quieres saberlo?
         -No. Déjalo así...
         Johnny tomó una casaca vieja colgada sobre la silla y se la colocó sobre los hombros. Aún faltaban un par de horas antes del amanecer y la energía se negaba a abandonarlo.
         -¿Vas saliendo?
         -Voy a ver a alguien.
         - ¿Ver a alguien? ¿Tú? No jodas, mejor quédate. Tal vez podamos tener una conversación... ya sabes, profunda.
         -No, lo siento, no estoy de ánimos para conversaciones profundas. Cuando acabo de matar esas cosas me deprimen... Creo que cada día me siento más solo.
         -Eso es estupendo, la soledad es un regalo envidiable. No quieres tener algo que ver con el resto del mundo ¿cierto? la falta de compañía es algo que define a las mejores personas.
         -Bunny me habría dicho todo lo contrario.- Dijo Johnny con cierto tono apagado.
         -Olvídalo, él no sabía nada.
         -Extraño a Bunny, era mi mejor amigo.
         -¿Tu mejor amigo? ¡Era la cabeza de un conejo muerto!- Exclamó la ardilla sin disimular su sarcasmo.
         -¡Por supuesto! Tú eres muuucho mejor.- Contestó Johnny con un sarcasmo aún mayor.
         -Bien, vete. Pero recuerda que salir y ver gente no te va a servir de nada, Nny, no puedes cambiar lo que eres. Nadie puede.
         -Te dije que no tenía tiempo para conversaciones profundas, menos si te esfuerzas por hacerlas tan baratas.- Contestó Johnny con el tono más tajante que pudo.
         Al salir, cerró la puerta de golpe. A una conversación que tomaba una profundidad tan barata, era mejor darle un fin  más barato aún.
         La noche se había vuelto helada. Las estrella que hace unas horas cuajaban el cielo ya no estaban y la luz del amanecer era todavía lejana. Dentro de esa escena, la casa de Squee se veía lejana y tenebrosa, envuelta por una especie de neblina negra y tan silenciosa que no parecía que vivía allí un niño. Aunque fuera un niño como Todd Casil.
         Golpeó tímidamente la ventana del cuarto del chico antes de abrirla. Squee estaba despierto, lo miraba fijamente sentado a una orilla de la cama abrazando al señor Schmee, ese peluche estúpido que tanto lo odiaba.
         Parecía que lo estaba esperando.
         -Hola, Squee.- saludó tratando de parecer animado.- Espero no haberte asustado.
         -No.- Dijo el niño, pero era obvio que estaba mintiendo. Asustar a Squee era ridículamente fácil, el chico lloraba incluso delante de un simple acto de desmembramiento.
         -¿Cómo has estado? ¿Hiciste lo que te dije y no te metiste en problemas? Recuerdo que la última vez que te vi, estabas es un manicomio, pero ese no es lugar para un niñito como tú ¿Te volviste loco?
         -Emmm.... casi.
         -¿Casi? ¿Cómo que casi?- Johnny se sentó en el marco de la ventana y cruzó las piernas.- El consejo que te di fue que fueras cuidadoso. No siempre voy a estar ahí para que no te metas en problemas.
         Squee abrazó con más fuerza su peluche, sin despegar ni por un segundo la vista del visitante.
         -Ya veo. El señor Shmee te ha estado hablando mal de mí nuevamente ¿he?
         -¡No! nosotros solo estábamos...
         La voz del niño se ahogó en la oscuridad. El señor Shmee sentía pánico de Johnny desde su primer encuentro. Sus costuras eran un testimonio vivo de la brutalidad del sujeto.
         -Olvídalo, te traje un regalo.
         Johnny le entregó al chico un paquete oscuro y cuadrado, este o recibió sin poder disimular cierto grado de desconfianza.           
         -Tranquilo, es solo un videojuego. Simplemente me pareció triste que un niño no pueda contar con algo tan básico.
         Pasando de la inquietud a una desbordante ilusión, el chiquillo abrió el paquete y se disponía a disfrutar de su regalo con la energía típica de alguien de su edad cuando los ojos grandes y opacos del homicida lo detuvieron.
         -¿Se lo quitaste a alguien?
         -Sip. Pero esa persona estaría feliz de que lo tuvieras tú.
         Squee dejó a un lado el presente algo de repulsión en la mirada, le estremecía pensar que esa caja negra podía estar manchada de sangre.
         -Bien, no importa. Me alegro que estés bien.- Dijo Johnny algo decepcionado de que su regalo hubiera espantado al chiquillo.- ¿Has hecho un amigo?
         -Uno, se llama Pepito, es el hijo del Diablo, pero está bien.
         -¡El Diablo! Es un tipo simpático. No como Dios, demasiado bueno para responder las preguntas de un pobre homicida maniaco.
         Squee sonrió tímidamente. Sus ojitos brillaban con  cierta simpatía, pero no podía disimular la enorme incomodidad que le producía la imagen del homicida en el alfeizar de su ventana. Incluso le parecía que su mirada se volvía particularmente siniestra en contraste con la noche.
         -Quita esa cara de pánico, todavía no me dan ganas de matarte.- Rió Johnny mostrando sus abundantes y afilados dientes como si con su expresión quisiese decir todo lo contrario.- Lamentablemente no puedo decir lo mismo de tu padre... por cierto ¿Cómo está? ¿Está ciego?
         Squee negó tímidamente con la cabeza.
         -Lástima, eso significa que  no podemos hablar a gusto cada vez que venga a tu casa. Tal vez la próxima vez debería asegurarme de que no moleste más. No me agrada.
         El chico movió nerviosamente sus ojos desde el homicida hacia el señor Schmee.
         -¡No!- se apresuró a decir- papá no es malo, me quiere aunque diga lo contrario… gracias a él me dan drogas experimentales para que me sienta menos ansioso.
         Johnny se acercó a la cama del niño y le quitó suavemente el muñeco. Estaba seguro de que la mirada ausente en esos ojillos del plástico le transmitían un mensaje.
         -Un muñeco como tú solo sabe decir mentiras.- Dijo mientras chocaba su nariz contra la nariz del señor Schmee.- Pero aun así tal vez me puedas dar un buen consejo. Necesito cambiar algo en mi vida que anda muy mal, pero no es como hacerlo.
         El muñeco solo respondió con una mirada estúpida. Johnny arqueó una ceja.
         -Fascinante, es increíble la elocuencia que puede venir de cualquier cosa que no sea humana. Como me has conmovido, esta vez no te arrancaré el relleno.
         -¿Qué te dijo?- Preguntó Squee estirando la mano para recuperar su peluche.
         -Que cualquier respuesta primero debo buscarla en mi propia meditación y a partir de mí día a día. El poder del individuo tiene una sabiduría en potencia tan arraigada que solo basta con aparatar todo lo que nos nubla la mente.
         -¿Te dijo todo eso en dos segundos?
         -El poder de síntesis de las cosas que no hablan es privilegiado.
         El señor Schmee calló a los brazos de Squee sano y salvo.
         -¿Qué es eso que no anda bien en tu vida?- Preguntó sabiendo que la respuesta no le iba a gustar.
         El homicida lanzó una sonrisa sutil y meditó un momento. Su figura a contra luz de luna era realmente escalofriante. A Squee le dio la impresión de que un espíritu famélico lo miraba por la ventana.
         -Matar ya no tiene sentido.- Confesó el homicida casi con pena.
         Tenía razón. La respuesta no le había gustado.
         -No te asustes, no es de mi de quien debes tener miedo.- Rio Nny cuando vio al chico esconderse hasta la nariz bajo su colcha.- Debes tener miedo de la soledad habiendo tanta gente en el mundo...
         El chico no contestó, abrió los ojos como platos mientras contemplaba con inquietud infinita la figura del homicida contrastar con la oscuridad de la noche.
         -Debo cambiar de dirección antes de que todo deje de tener sentido.- Continuó Nny aprovechando el silencio de su interlocutor.- Cuando has estado tanto tiempo como yo desmembrando gente, la sangre deja de ser llenadora- inspiró profundo antes de continuar- ¡ese olor a metal tan cálido y tan sugerente! pero bueno... creo que lo peor es que me estoy volviendo adicto a mi propio sadismo.
         Johnny guardó un breve silencio mientras parecía llenarse con el significado de sus propias palabras.
         -No espero que te quedes pensando en esas tonterías, Squee, los niños ya tiene suficientes problemas sin que los adultos los preocupemos con nuestros problemas existenciales ¿Cómo te ha ido con los bebes carnívoros?
         -Bien, aún no vienen.- Dijo el chico con una inocencia sugerente.- Pero tengo miedo de algo peor, más grande y más feo que a veces no me deja dormir.
         Los ojos del homicida se iluminaron.
         -¿Una pesadilla con miles de brazos y miles de fauces? ¿Sientes que está en todas partes esperando pacientemente a devorarte por dentro en una agonía insoportable?
         -¿Co...? ¿Cómo lo supiste?
         Johnny esbozó una escalofriante sonrisa y sus ojos se prendieron como lámparas.
         -Casualidad.- Dijo arrastrando cada sílaba.
         El ruido de una puerta al abrirse interrumpió la charla. Una luz lejana atravesó el umbral de la puerta.
         -Esa es mi señal para irme.- Dijo el homicida y el chico no pudo disimular su alivio.
         Johnny lo miró con desdén.
         -¿Qué? ¿No te gusta verme?
         -¡Por supuesto que sí!- Dijo Squee tratando de convertir su pánico en entusiasmo.
         Justo en el momento en que la luz lo iba a delatar, el homicida desapareció del alfeizar de la ventana y se perdió en la noche.
         Squee miraba con ojitos lastimeros el umbral de la puerta en donde estaba su padre contemplándolo con la más absoluta indiferencia.


         Johnny esperó el amanecer sentado junto a su puerta de entrada. Cuando el primer rayo de sol le iluminó la cara, dio media vuelta y se encerró con llave.
         Su casa se sentía extrañamente vacía. Extrañamente ajena. Respiró profundo, un insoportable aburrimiento amenazaba con arruinar su mañana así que buscó en una gaveta un cuchillo de cocina bien afilado y bajó al sótano a hacer una de las pocas cosas que le hacían sentir ligeramente lleno.
         El matón de la noche anterior estaba atado a una silla junto a la escalera aún tenía la cabeza abierta y lo miraba muy consiente.
         -Buen día.- Saludó Johnny con una sonrisa estúpida.
         -Lo cortés no quita lo psicópata ¿He, maldito idiota?- Contestó el matón impotente desde su prisión- ¿Hasta cuándo me piensas tener aquí? ¿Qué les hiciste a mis amigos?
         -No soporto la gente que no contesta los saludos... además es demasiado temprano para comenzar con los insultos.
         -¡Y una mierda! cuando me desate, te pateo el culo.
         Johnny estaba visiblemente incómodo, la apatía de su huésped comenzaba a irritarle y una ansiedad cada vez más intensa hacía que la mano que sujetaba el cuchillo le temblara.
         -¿Quién era el sujeto al cual golpearon anoche antes de ir a comer tacos?
         -Un fracasado. Típico de ciertos hombres maricas que se creen que por tener una "gran personalidad" o ser más sensibles que el resto pueden hacerle la competencia a los verdaderos machos, a aquellos que nos esforzamos tanto por mantener nuestro género en lo alto.
         -¿Por eso le pegaron? ¿Para demostrar algo?
         -¡Por favor! ¡Tú, rata inmunda que tuviste que salvar tu culo en un callejón oscuro! ¿Qué moral tienes tú para juzgarnos? ¿Con ese cuerpo de anoréxico y con esa pinta de inadaptado?
         Johnny miró su víctima inquisitivamente por varios segundos. Este no tuvo problema en enfrentarle la mirada. Una parte de él estaba sorprendida de que un sujeto en su posición, sin poder mover un músculo y con la cabeza cubierta de sangre seca, se mostrara tan desafiante ante alguien que además estaba armado; pero la otra parte (ciertamente la más peligrosa) estaba hastiada de los sujetos fornidos y brutos que sentían que la calidad del género se medía por el ancho de la espalda.
         -Te diré que es típico. Típico es la gente como tú que piensa que todo el mundo es marica solo por no hacer cosas estúpidas. Se sienten con el derecho de juzgar a otros desde un pedestal que no existe, siempre pensando que su razón es la única que vale, pero no se dan cuenta de que la vida es demasiado corta como para estar preocupados como actúan o lucen otras personas. Pero no te preocupes... vas a aprender la lección.
         El matón fijó sus pequeños ojos en los enormes y vacíos ojos del homicida. Su corazón latió con más fuerza por unos segundos, pero una idea tan lógica como probable le devolvió la esperanza.
         -No tienes los cogones.
         Johnny pasó la llena de su dedo índice por el filo de la navaja. Sonreía maquiavélicamente.
         -No se necesitan cogones.
         Paseó por el cuarto, dándole vuelta a su víctima varias veces mientras la miraba con aparente incertidumbre.
         -¿Prefieres una muerta lenta o una rápida?
         -Guarda ese cuchillo antes de que te saques un ojo, marica.
         -No me agradas, creo que voy a decidir por ti.- Johnny simuló que meditaba exageradamente y luego chaqueó los dedos.- ¡Lenta, pues! Te sacaré la piel de la cara para que te veas que por dentro todos somos iguales... ¿Dónde está mi rallador de queso?
         Miró a su alrededor y luego bajó los hombros visiblemente decepcionado.
         -Hubiese jurado que lo tenía acá, pero está arriba, en la cocina. Lo siento, pero no tengo deseos de subir las escaleras y luego bajar. Va a tener que ser rápida y mucho menos divertida.
         Antes que el sujeto pudiese lanzar su último insulto o siquiera pedir misericordia, Johnny le rebanó el cuello con un entusiasmo renacido.
         La sangre de su cuello salto en varios chorros que salpicaron las paredes. Los ojos del matón se llenaron de ira y de odio y su última voluntad fue lanzar maldiciones en contra del hijo de puta que lo había asesinado. Pero, a pesar del esfuerzo que hizo para sacar su voz, solo salió un lastimero gemido que no tenía ni la mitad de rabia que hubiese querido ponerle.
         -Que desagradable eres....- Dijo Johnny con la navaja manchada de sangre aún en alto.- Dejas que el enojo ensucie hasta tus últimos minutos... no soporto ese odio que hay en tus ojos, no te soporto a ti.
         Consecuentes con todos sus deseos, Johnny tomó a su víctima de los cabellos con su mano libre y con la otra acabó de cortar a punta de navaja lo que quedaba de su cuello. La hoja era diminuta, por lo que su acto de brutalidad duró varios minutos. Pero esa labor carnicera siempre le había sido perturbadoramente agradable, el morboso gusto por desgarrar tendones y tejidos vitales no había desaparecido.
Cuando la cabeza del matón se había desprendido totalmente de su cuello, el homicida la levantó por sobre los hombros como un trofeo; exhausto, sus gemidos contrastaban con los ecos lastimeros del hombre decapitado.
         De pronto algo llamó su atención y dejó la cabeza de lado.
         -¡Señor Samsa! ¡Señor Samsa! ¿Es usted?- Preguntó Johnny cuando reconoció a la redonda cucaracha que se arrastraba por la pared.
         Tomó al insecto entre sus dedos y este pataleó con una fuerza odiosa al verse suspendido en el aire.
         -Pensé que me habías abandonado. Pensé que te habías ido a vivir con tu inmortalidad a otra parte.
         El insecto dejó de patalear por unos segundos para luego volver con su lucha por liberarse. Johnny sintió un cosquilleo muy molesto en el pulgar.
         -No has abandonado esa frialdad, esa indiferencia tan tuya ¿Acaso en tu pequeño mundo no existe espacio para nadie más?
         Johnny dejó caer a la cucaracha al suelo y la contempló con desprecio mientras esta pataleaba boca a arriba en un charco de sangre. El joven levantó el pie.
         -No, esta vez no te mataré. Te perdonaré la vida porque me alegra de que no te hayas marchado.- Dijo bajando el pie con suavidad.
         El insecto pudo ponerse darse la vuelta luego de un par de segundos de lucha y al correr por su vida dejó un hilillo de sangre tibia a su paso.
         Una vez más, Johnny quedó solo en su sótano con un cadáver. Podía sentir el corazón renovado de la Pesadilla latir detrás de la pared, hambrienta al sentir el olor a muerte que había del otro lado. Al menos los impulsos del homicida estaban satisfechos y  su sadismo se iba secando lentamente.
         Miró a su alrededor.
         -Volvemos a lo mismo... voy por mi brocha.
         Pasó las siguientes cuatro horas desangrando el cuerpo y pintando la pared con todo cuanto pudo sacarle. Ese tiempo le sirvió para meditar una vez que sus impulsos estuvieron totalmente apaciguados y el sadismo había vuelto a cansarle.


        

         El fin de semana llegó más rápido de lo que hubiese querido.
         Lo que más le aterraba era no parecer elocuente ante Devi. Incluso si la mujer se aterraba al verlo y corría lo más lejos posible, en algún lugar de su retorcida mente se iba a sentir aliviado.
         Pero estaba ahí, solo con su incertidumbre.
         Johnny caminó hacia la sala de exposición cada vez más convencido de que no debía estar ahí; se consolaba a si mismo de que tan solo sería un punto oscuro en un mar de la gente más distraída que podía existir, los artistas.
         Nunca nadie notaría que estaba ahí. Nadie nunca lo notaba hasta que comenzaba la masacre.
         El latido de su corazón lo trajo a la realidad justo cuando comenzaba a soñar con una masa palpitante de órganos chorreando en sus manos.
         Pero ¿Por qué estaba tan nervioso? ¿Era normal o al menos razonable que su corazón se acelerara tan solo con imaginarse a una persona?
         Recorrió un pasillo angosto. A sus oídos llegaban murmullos incompresibles y risitas que comenzaban a irritarlo. Poco a poco se fue armando un panorama de lo que iba a ver, lienzos novedosos colgados en las paredes, quizás algún artista con aires arribistas dando explicaciones aburridas a los espectadores y un montón de gente vestida de negro y con cigarrillos largos.
         La realidad desmintió sus patéticos intentos de juzgar a las personas, en lugar de ese sub mundo de artistas enajenados que se imaginaba, se vio simplemente en un cuarto amplio, cruzado por biombos blancos en donde colgaban los lienzos y los espectadores no eran unos vampiros neogóticos maniáticos por el pincel y las témperas, si no jóvenes corrientes que hasta de lejos le parecían simpáticos.
         Pero, dejándose llevar por la experiencia, si las personas que parecen simpáticas efectivamente resultaran serlo, no tendría las manos tan llenas de sangre.
         Con este tipo de meditaciones se acercó a la primera obra. Eran un montón de trazos garabateados sobre el lienzo con colores que no había visto en su puta vida… él, un dibujante en decadencia observado la compleja ventana al corazón de alguien más… ¿Qué demonios pretendía? En ese lugar jamás iba a encontrar inspiración, al ir solo se estaba engañando a sí mismo.
         Dio media vuelta bruscamente con la firme intención de irse antes de que la frustración le obligara a destripar vivos a esos pobres artistas (o peor aún, antes de lo viera Devi), justo en ese momento lo sorprendió una chica negra con el cabello enmarañado y mirada desquiciada.
         -¿Disculpa?- Dijo Johnny entre asustado y sorprendido cuando se encontró con unos expresivos ojos verdes mirándolos con una profundidad casi enfermiza.
         -Me llamo Tenna.- Dijo la chica levantando la voz y extendiendo su mano.- ¿Cómo te llamas?
         -Jo… Johnny- Contestó el joven respondiendo el saludo un poco indeciso.
         -¿Eres un artista? Luces como uno- Preguntó la joven en voz muy alta.
         -No. Solo vengo a ver.
         "Hoy no va a ocurrir una masacre" Se decía a si mismo mientras apretaba los dientes.
         Ella esbozó una sonrisa ancha y blanca e hizo brillar sus ojos con una intensidad perturbadora. Johnny, un tanto hastiado con esa presencia estridente dio media vuelta hacia un cuadro que le pareció en primera instancia llamativo.
         -Disculpa.- Dijo sin afán.
         Se paró frente a la obra y la contempló con infinita paciencia, ignorando todo los demás. Era simple, pero las tonalidades lo atrapaban. Una niña de tez clara y ojos grandes le devolvían la mirada en medio de una oscuridad tan profunda y envolvente que parecía salirse del cuadro. El desamparo de esa expresión lo atrapó por varios segundos y cuando lo soltó, tenía un ardor en el pecho y un escalofrío le trepaba por la espalda.
         Era demasiado simple y a la vez demasiado complejo. Saca a relucir instintos muy básicos, pero que creía ya muertos. Se sintió perdido y más solo que nunca. Todos los pensamientos y temores que había estado amasando la última hora se volvieron vacíos y lejanos.
         Por título y única explicación  había una plaquita que rezaba "Tú" debajo del lienzo.
         Una mano pequeña, pero firme se posó en su hombro y lo trajo de vuelta a la realidad.
         -Ese es de mi amiga, bonito ¿No?
         Tenna estaba devuelta, solo que su expresión estúpida había desaparecido.
         -Este... Sí, muy bonito.
         -Eres el loco de mierda que la acosaba en la librería ¿cierto?
         -¿Qué? ¿Devi?
         -¿Devi? Eso significa que sí.
         Johnny se quedó sin palabras. Detrás de la joven morena que tanto le molestaba estaba Devi, con una expresión que distaba mucho del pánico.
         -¡Hola, Devi!- Levantó una mano temblorosa. Iba a tener que hacer un esfuerzo enorme para no perder su elocuencia.
         -Hola, Nny... ¿La estás pasando bien?- Dijo la joven sin romper su expresión.
         -Sí... este... bonita pintura.
         -Gracias. Me llevó un tiempo hacerla. Es un mensaje.
         -¿Un mensaje para mí?
         -Sí.
         Devi estaba diferente. Tenía el cabello más largo y púrpura y había adelgazado, como si su labor de artista la estuviese consumiendo. Su expresión era rígida y sin un ápice de debilidad, Johnny supo entonces que ya no le causaba el menor miedo.
         Se encogió de hombros. En ese momento el que se sentía desbordado por el pánico era él.
         -Gracias, pero no creo que esté así de desamparado.- Mintió.
         -Tal vez para ti es tan tarde que nada de esto tiene sentido. Puede ser que en tu mente ya no quede nada salvo tus horripilantes recuerdos y esa conciencia muerta que juro que algún día voy a retratar.
         -Sería un honor, pero estoy en un proceso de cambio así que te recomiendo guardar tu pincel.
         Tenna, algo desesperada por haber pasado a segundo plano, contemplaba la conversación con una sonrisa tensa.
         -¿Alguien quiere café?- Preguntó casi chillando.
         -Sí, ve por uno. Y por favor, demórate bastante, Tenna, No estas ayudando.
         -Yo también quiero uno, por favor.
         Tenna lo miró con desconfianza.
         -No lo enfades, este hombre es anormalmente sensible.
         La joven morena caminó lentamente hacia la cafetera sin apartar los ojos de la pareja.
         -Todavía no tienes una buena impresión de mi ¿verdad? Mira, desde que te fuiste esa noche he cambiado mucho y te juro que ahora estoy menos agresivo.
         Devi no contestó. Solo se apoyó en la pared junto a su cuadro y puso su cara peligrosamente cerca de la del joven, sabía que esto lo iba aponer más nervioso.
         -Me agrada tu amiga.- Mintió él.
         -Buena chica... ¿Te parece que salgamos de aquí? en el patio hay una fuente muy bonita y podemos conversar lejos de todas estas... personas.
         Johnny se encogió de hombros y se limitó a seguir a la chica hasta un patio cerrado y pequeño. Justo en el centro había una fuente de agua turbia rodeada de banquetas oxidadas.
         -Lo siento, recordaba este lugar más agradable, lo juro.
         -No importa.
         -No me preguntes como, pero sabía que ibas a venir. Te estaba esperando. Es como si como si tuviéramos algo en común.
         -Ya lo creo.- Dijo Johnny nervioso.
         Devi se sentó a una orilla de la fuente y sacó un cigarrillo de su gabardina.
         -¿Fumas?- Preguntó Johnny sorprendido.
         -Sí, ya sé que no es sano.- Contestó la chica luego de encender el cigarro y llenarse los pulmones de humo tóxico.- Pero es lo único que me calma luego de haber pasado semanas pintando bajo presión.
         Johnny se sentó junto a la chica procurando mantener cierta distancia, sus nervios amenazaban con traicionarlo y ese día se había despertado particularmente sensible. Para colmo, la seguridad de Devi lo hacía sentirse pequeño.
         Ella sabía de lo que él era capaz. Pero era él el que le tenía miedo.
         -Parece que me conoces muy bien.- Confesó.- Y eso es que solo hemos hablado una vez.
         -La vez que intentaste matarme, por lo demás.
         -En mi defensa, fuiste tú quien me partió la nariz y me dio de patadas en el suelo. Confieso que nunca había conocido a alguien que luchara por su vida como lo hiciste tú.
         -¿Eso es un cumplido?- Preguntó ella a la defensiva.
         -Lo siento, de veras.
         -Da igual.
         Devi tomó una segunda bocanada de humo y lo soltó suavemente. Johnny quedó extasiado con las delicadas formas grises desvaneciéndose en el aire. Mientras lo hacía, maldecía el instante en que huyó del beso de la joven solo para retroalimentar su maldita locura.
         -¿Qué querías decirme?- Preguntó apartando la vista cuando sintió que su cuerpo se desvanecía como el humo del cigarro.
         -Se siente extraño hablar de esto con alguien, pero supongo que tú eres la única persona en el mundo que me entenderías.
         -¿Tiene que ver con tu obra?
         -Es complicado.
         La luz de la tarde se extinguía lentamente. Uno a uno comenzaron a encenderse los faroles alrededor de la fuente y con la luz artificial llegó una legión de insectos. Parecía que era un problema recurrente pues justo sobre la cabeza de Johnny se prendió una trampa eléctrica. El joven se distrajo viendo como las palomillas se incendiaban una tras otra cuando la luz incandescente de la trampa se convertía en su último deseo. Sabía que algo parecido estaba pasando con él y Devi, ambos se sentían atraídos por el otro, pero lo que no sabía era quien de ellos era la trampa mortal y quien era el inocente insecto que se quemaría al contacto con el otro.
         -Te ves delgada...
         Devi lo miró con indiferencia, ahí fue cuando notó que la oscuridad que comenzaba a reinar alrededor suyo hacía juego con el negro azulado de sus ojeras.
         -...Y cansada.
         -No he dormido bien.- Confesó la chica.
         -Esa obra maestra te tomó un buen tiempo ¿he?
         -Trato de escapar de las pesadillas, me siento vulnerable cuando sueño...
         -Dormidos somos todos vulnerables.
         -¿Y tú has dormido algo? Me dices que me veo delgada y cansada cuando eres tú quien tiene la piel pegada a los huesos y parece que no has dormido en años.
         -Dormí la otra noche, desde entonces ni siquiera he pestañeado. Con lo que descanse tengo para varios meses haciendo mis cosas sin interrupciones, no me gusta perder el tiempo con las funciones naturales del cuerpo.
         -¡Ja! Tienes a muchas personas a las que desmembrar ¿no? ¿O te ataca más seguido tu filosofía narcisista?
         Johnny bajó la mirada, no sabía por qué, pero estaba avergonzado. Cualquier otra persona que se atreviese a juzgarlo de esa manera acabaría en el fondo de la fuente, ahogada y sin extremidades.
         -¿Qué? ¿Vas a matarme?- Preguntó Devi desafiante.
         -No. El mundo es un mejor lugar contigo, aunque no puedo decir lo mismo de la mayoría de las personas que están ahí dentro. Además, te prometí que no te haría daño.
         -Que amable de tu parte.- ironizó Devi.
         -¿Vas a explicarme o no por qué pretendes que me sienta identificado con esa niña de ojos tristones que pintaste?
         -Deberías sentirte orgulloso, la última vez ganó un premio.
         -No digo que no sea buena, pero se ve demasiado inocente y débil como para que el nombre que le pusiste tuviese algún efecto en mí.
         -Tal vez la falta de sueño te esté afectando, no es en la niña en la que tenías que fijarte, aunque debo admitir que pensé en ti cuando pinté esa mirada ausente y melancólica.
         -¿En qué tenía que fijarme?
         -En la oscuridad.
         El cigarro de Devi calló apagado a sus pies, Johnny miró impaciente como las cenizas se desvanecían arrastradas por una suave brisa. El recuerdo de la intensa oscuridad del cuadro lo hizo sentir vulnerable.
         -Esa oscuridad que está en todos lados.- Dijo con voz apagada.
         -¿Te sientes bien, Nny?
         -No del todo. No debería estar aquí. Me prometí a mí mismo que no te vería nuevamente y que no te haría daño, pero aquí estoy, conversando contigo y sintiéndome cada vez más débil ante mis impulsos. Tengo miedo de que esta conversación acabe y vuelva a sentir que nadie me entiende... estoy demasiado solo.
         -Más bien yo diría que tienes miedo de sentir que alguien te entiende, de sentirte descifrado ¿crees que no se lo bien que se siente ser un acertijo eterno? Y olvida lo de tus impulsos, ya no te temo. Me he enfrentado a algo peor que tú.
         -Los peores enemigos son aquellos que no podemos ver.
         -O aquellos que solo nosotros vemos.
         Devi se incorporó y encendió su segundo cigarrillo.
         -Valla mierda, Nny, somos un blanco demasiado fácil para la locura. Artistas los dos. Solo te puedo dar un consejo: si no quieres que tu mente sea consumida por fuerzas que jamás podremos entender, no dejes de lado tu trabajo, se fuerte y mantente firme en lo que te gusta hacer. Solo así sobrevivirías a tu propia decadencia.
         -¿Tienes idea de qué es lo que intenta hundirme en la locura?
         -En la locura... ya te hundiste hace rato... lo que intento decir es que aún queda algo de ti en ese cascarón gastado por el hambre y el sueño, aférrate a eso, explota tu sensibilidad o podrías sufrir algo peor que la locura.
         -Ya no trabajo. Ya no tengo material en mi cabeza. Ahora solo quiero ser insensible para que nada pueda lastimarme.
         Johnny temblaba. Devi pudo notar como sus ojos se oscurecían y supo que estaba aterrado. En cuanto contempló la debilidad desnuda del homicida, ella también se sintió débil.
         -Te extraño, Nny.- Confesó.
         El joven levantó la mirada algo incrédulo.
         -¿Hablas en serio?
         -Desde que te conocí supe que podíamos llevarnos bien, deberás quería conocerte mejor, me gustaste desde el principio. Pero... esos cuchillos, esa mirada psicópata, esa mierda que hablaste sobre retenerme para siempre solo para congelar tu felicidad... ¿Por qué tenías que ser tan egoísta?
         -Eras la única persona con la que sentí que este mundo no es una porquería. Solo tú provocaste eso en mí; cuando te conocí sentí que si te dejaba ir, todo volvería a ser tan vacío como antes... ¡Tú me hiciste feliz!
         -¡Demonios, Nny! ¡Intenté besarte!- Dijo Devi con un repentino enojo.- Me mostré tal y como era y me pagaste desapareciendo y luego hablando toda esa mierda de la felicidad... creí que había conocido a alguien con quien valía la pena compartir mi tiempo, pero solo encontré un psicópata. Eres un psicópata, Nny, uno estúpido y egoísta.
         Silencio. Los latidos del corazón de Johnny quedaron suspendidos en el tiempo. Cuando la sangre volvió a correr por sus venas, sintió que se la partía el pecho.
         -¡No jodas! Si lloras, te juro que te golpeo.
El joven se esforzó por congelar sus emociones  para no perder la compostura. Cuando logró sobreponerse al nudo que le escocía la garganta, pudo decir con voz apagada:
         -Estoy bien.
         Devi respiró profundo y dejó escapar lentamente el humo del cigarro. Sentía que se había descargado y estaba menos alterada.
         -Sé que lo sientes, Nny.- Dijo tomando asiento junto al joven que aún luchaba contra las lágrimas.- Escucha, no sé realmente por qué intento ayudarte, pero supongo que soy la única persona que entiende lo que te pasa y a pesar de todo no me sentiría tranquila si te dejo solo.
         -¿Qué es lo que intentas decirme?
         -Déjame terminar ¿quieres?
         -Lo siento.
         -Me hiciste pasar momentos muy difíciles, pero todos esos meses encerrada en mi casa sin sentir otra cosa que miedo hicieron que valorara más mi vida y mi salud mental. Ahora me aprecio un poco más como ser humano.
         -Entonces hice algo bueno.
         -¡Claro que no! Hiciste todo mal. Yo sola salí de ese hoyo, al menos ahora puedo decir que no tengo miedos ni ataduras, soy libre.
         -Entonces te envidio. Yo siempre voy a ser esclavo de algo.
         -Eso es lo que intento decirte. Tienes que poner firme y no dejar que esas fuerzas que ni siquiera conoces te gobiernen. Si no te pones firme nunca serás otra cosa que un sirviente de una fuerza que ni siquiera es humana.
         -¿Cómo los detengo? No es que lo haya intentado antes con mucho afán, pero... no se me ocurre que hacer.
         -Por lo que me contaste esa noche, al parecer han estado trabajando en ti desde hace mucho tiempo. También fueron por mí, pero reaccioné rápido y no les di chance de que se apoderaran de mi vida. Al principio te vuelves demente... en tu caso, eso ya ocurrió hace mucho tiempo, pero luego... 
         -¿Qué fue lo que hiciste?
         -No estoy segura, solo los debilité trabajando, haciendo lo que a mí me gustaba y luego... y luego... cuando mostraron su cara, solo me mantuve firme.
         -Gracias, Devi, creo que hasta ahora solo me he dejado llevar, cuando siento alguna frustración o soledad, simplemente me desquito con mi filosofía autodestructiva o en el peor de los casos, asesino a alguien.
         -En fin, me alegra poder haber hablado contigo de esto, aunque lamento no haber sido tan clara. Estoy tranquila ahora que estás advertido, solo espero que no sea tarde para ti.
         Johnny esbozó una débil sonrisa que Devi correspondió plenamente.
         -Si te quedas el resto de la exposición, tengo pensado darte algo.- Dijo ella con una voz dulce que jamás había usado con alguien.
         -¿De qué se trata?
         -¿No lo adivinas? está allá...
         Una voz estridente ahogó la suya.
         -¡JODER! ¡Una parejita! ¿Qué hacen aquí afuera, tórtolos? Ya casi se acaba el café.
         Uno hombre muy gordo y vestido con un traje marrón irrumpió en la escena profanando la delicada calma del patio de la que Johnny tanto disfrutaba.
         -¿Qué están haciendo?- Pregunto con imprudencia cuando los jóvenes lo miraron sorprendidos-Mierda.- Dijo a Johnny.- ¿Te has visto en el espejo? Los artistas están cada día más raros.
         Fueron sus últimas palabras antes de que el supuesto artista lo callara para siempre. Con la violencia y velocidad que le era tan característica, Johnny sacó su cuchillo de entre sus ropas y abrió las panza del gordo de abajo hacia arriba. El pobre calló al suelo con las tripas expulsadas de su cuerpo y en medio de una agonía indescriptible.
         -¿Te importa? ¡INTENTAMOS TENER UNA CONVERSACIÓN PRIVADA AQUÍ!- Chilló el asesino fuera de sí.
         Recobrando la calma en tiempo récord, el joven limpió la hoja de metal y la hizo desaparecer.
         -¿Me decías?- Dijo a la chica con una amplia sonrisa de maniaco en la cara.
         Devi lo miraba horrorizada.
         -¡MIERDA, Nny! ¿No puedes pasar CINCO MINUTOS sin masacrar a alguien?
         -Pero todo está en calma nuevamente. Podemos seguir hablando ¿No te parece una noche bonita?
         Ella se golpeó la frente con la palma de la mano.
         -No puedo hablar con ese hombre agonizando en el piso. Le gente normal se sentiría incómoda ¿No te parece?
         -Bien, si es eso lo que molesta, lo soluciono.
         Johnny sacó nuevamente el cuchillo, se agachó hasta su víctima y le cortó el cuello. Acto seguido, levantó el cadáver, con una fuerza desproporcionada para su figura enclenque, y lo arrojó a la fuente.
         -¡Por supuesto! ¡Eso es mucho mejor!- Ironizó la chica mirando como los intestinos del gordo flotaban en una pileta de sangre.
         -No te vallas, Devi.- Dijo Johnny cuando la chica le dio la espalda.
         -¿Sabes por qué estás solo, Nny? Las pocas personas que pueden superar tu altísimos estándares de moralidad para acercarse a ti son torturadas y asesinadas ¡Tú tienes la culpa de que nadie te quiera porque estás atrapado en esa mierda que tienes en la cabeza!
         Antes de que el joven pudiese contestar, Devi lo tomó del cuello de su chaqueta y lo jaló hasta tenerlo en frente y tan cerca que pudo tocarle con las pestañas la punta de su nariz.
-Solo cuídate de que la oscuridad no desborde el marco o de lo contrario cubrirá todo tu mundo y tu universo.-Gruño.- Si eso pasa ya no quedará nada de ti, ni una sola gota de tu sangre será tuya, si no de ELLOS. Te necesitan para ser reales y si eso pasa serás como la estúpida niña del cuadro, sin nada de lo que preocuparte, pero sin nada que hacer ¿Entiendes, Nny?
         -Si... entiendo.
         Lo soltó de un empujón.
         -Ahora será mejor que te vayas.- Dijo lanzando su segundo cigarrillo al suelo.- Adentro hay mucha gente tonta que hará que te sientas como un inadaptado y acabarás destripándolos a todos.
         -Si eso es lo que quieres, no voy a insistir en quedarme.
         -Perfecto porque en serio necesito ese café. Recuerda lo importante.- Levantó la voz para recargar sus palabras.- Busca algo que realmente te llene y explótalo, y si esas vocecitas en tu cabeza intentan decirte algo que no quieres escuchar, cállalas para siempre.
         Devi desapareció de su vista para perderse en ese mundo de brochas y bohemia al que pertenecía a medias mientras Johnny la miraba sintiéndose como un tarado y más solo que nunca. Cuando calló realmente en cuenta de que no había nada más que hacer ahí, fue a su auto y se marchó.
         -Otra vez... eso pudo haber salido mejor.- Suspiró mientras encendía el motor.
         Manejaba, como siempre, sin otra compañía que sus pensamientos, cuando se vio atrapado en un taco. Por lo general no le molestaba, en especial entonces en que tenía recuerdos frescos en su cabeza que le daban mucho material para meditar. Era el ruido insoportable de la impaciencia de los otros automovilistas lo que lo sacaba de quicio.
         Hizo un esfuerzo. Buscó concentrarse.
         Busca algo que te llene y explótalo.
         La bocina lo distrajo nuevamente. El joven se dio un golpe en la frente contra el volante mientras gruñía frases irrepetibles.
         Busca algo que te llene y explótalo.
         Cuando sintió que la paciencia se le acababa, se bajó del auto y cerró la puerta de golpe.


         -Es extraño...
         El color rojo tiñó la pared maldita lanzado como un proyectil nauseabundo.
         -Es extraño... es extraño como un concejo inocente poder ser pervertido por el arte hasta volverse un crimen.
         Los chorros rojos en la pared se multiplicaron hasta convertirse en una capa brillante y grasosa. El artista contemplaba su obra con cansancio, pero consiente que había logrado tocar lo más profundo de su conciencia.
         -Es extraño...
         El olor a óxido lo excitaba.
         -El sadismo es un arte.
         Johnny contempló la pared pintada con sangre y se sintió satisfecho. Las vísceras aplastadas contra las tablas le daban un toque maestro a su obra macabra. Incluso hubiese jurado que en los ojos vacíos de sus víctimas, había algo de admiración.
         -Ha sido un placer.- Dijo el homicida haciendo una reverencia.
         -¿Qué has estado haciendo?- Preguntó ardilla aplastada cuando vio al joven emerger del sótano manchado de sangre.
         -Alimentándolos, tal y como querías. Pero estoy cansado y ahora soy yo el que necesita comer.
         -¿Comer? ¿Comer qué? Aquí no hay nada para comer.
         Johnny se sirvió un vaso de agua y se sentó junto a la ardilla.
         -Te miro y se me revuelven las tripas ¡Estás podrida, ardilla de mierda!
         -¿Podrida? Eres tú el que asesina personas solo porque está de mal humor.
         -Estoy hablando en serio, realmente estás podrida. Llevas varios días con el vientre abierto y hueles algo a rayos.
         -Entonces tengo una fecha de caducidad ¿Acaso no la tienen todas las cosas? ¿No la tienes tú?
         Johnny tomó en dos sorbos el contenido del vaso y lo dejó caer sobre la mesa. Estaba pensativo. Más que de costumbre.
         -Ven. Tengo que mostrarte lo que hice.
         Levantó a la lata y bajó al sótano con un renacido entusiasmo (como de costumbre, sus emociones se habían transformado en tiempo récord)
         -¿Qué has hecho?- Preguntó el animal al ver la carnicería que Johnny consideraba arte.- ¿Quiénes son estas personas?
         -Conductores irritables.- Contestó el joven encogiéndose de hombros.
         Los recientemente desangrados "conductores irritables" miraban con los ojos vacíos al joven homicida. Éste les devolvía la mirada considerando a cada uno como un trofeo personal.
         -No te equivoques, niño, no eres un artista, solo estás confundido ¡limpia esto!
         -¿Qué quieres decir con "confundido"?
         Johnny frunció el ceño. La pared ensangrentada tenía en ese momento un toque especial, una prodigiosa combinación de tonalidades rojas y no entendía como alguien podía menospreciar su trabajo.
         -¿De dónde sacaste una idea tan estúpida? ¿Quieres dejar un mensaje de tu alma en esa pared con sangre que nadie aparte de nosotros verá jamás?
         -Tengo mi público.- Dijo el joven señalando a la pila de cadáveres amontonados junto a su obra.- Y pronto será un público vivo, lo juro.
         -¡Silencio! ¡Esto no es un espectáculo! ¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? Estás perdiendo el rumbo y no haces lo que debes hacer.
         -¿Y qué es exactamente lo que debo hacer? ¿Debo ser manipulado por las palabras vacías de una cosa hecha de larvas de mosca y parásitos rastreros? ¡No soy un esclavo! ¡Nadie me va a manipular nunca más! ¡Nunca más!
         Los ojos del homicida se iluminaron de rabia. Por un segundo estuvo a punto de arrojar a la ardilla al suelo, junto a los cuerpos sin sangre de sus víctimas, pero pudo contenerse.
         -No existe tal cosa como la que llaman libertad.- Dijo la voz vacía de la ardilla parlante.- Siempre vas a ser esclavo de algo, ya sea de nosotros o de esos impulsos no humanos que te sumergen esa esa retorcida idea que tienes de creatividad.
         Johnny guardó silencio.
         "Si no te gustan lo que dicen, cállalas para siempre".
         Contempló la pared, despertando de esa perturbadora belleza que creaba de crear. Las voces en su cabeza resucitaban sus frustraciones y el aprecio a su obra iba perdiendo fuerza.
         "Cállalas para siempre"
         -Le falta algo.
         -¿De qué estás hablando?
         El último toque de su obra voló por los aires expulsado de su mano con violencia. La ardilla chocó contra la pared y calló al suelo haciendo un sonido metálico mientras que su maloliente contenido quedó apelmazado sobre un menjunje de vísceras y sangre.
         -É Voila.- Rió Johnny haciendo reverencias a un público imaginario.
         Satisfecho de su trabajo y una vez más en absoluta soledad, el joven emergió a la superficie de la casa dejando el sótano a oscuras.


Deshacerse del animal que había arrollado había hecho sentir a Johnny extrañamente intranquilo. Las voces en su cabeza habían cooptado sus propios pensamientos y esas cosificaciones, una más retorcida que la anterior, lo hacían sentir un demente, incluso más que sus horribles crímenes.
Por supuesto, ese solo era un respiro pasajero. Estaba esperando en su oscuro agujero que una nueva desagradable visita perturbara esa paz efímera que había logrado conseguir mostrándose firme. En cualquier momento su locura volvería a torturarlo como un pálpito putrefacto que se fermentaba en su alma y entonces no le quedaría otra opción que continuar el ciclo.
Eso dejaba el tema más importante aún pendiente: su libertad. Jamás sería dueño de sí mismo si esas abstracciones perversas que se cocinaban en su interior lograban salir a la superficie para manipularlo ¿O es que el señor Eff estaba en lo cierto y no existía tal cosa como la libertad?
De lo único que estaba seguro era que si bien explotar su creatividad podía darle un respiro, no dejaría de ser un simple descanso de la peor cara de su propia demencia.
Lo demás quedaba simplemente a especulación.
La verdad es que al dibujar esa monstruosidad en su sótano con restos humanos había rescatado algo de su interior que pensaba muerto hace tiempo. Se imaginó por unos instantes que si sacaba provecho de esa satisfacción aunque fuera pasajera, pronto volvería a dibujar sus cómics y por supuesto, quizás se salvarían un par de vidas si eso llegaba a hacerlo feliz.
         ¿Valía la pena intentarlo?
Esa preocupación en su cabeza no ayudó a que los días dejaran de transcurrir pesadamente las siguientes semanas. Las novedades se volvieron escasas (lo que implicaba por otro lado, menos homicidios) sin embargo, para cuando logró darse cuenta, algo había cambiado dentro de él. Se sentía tranquilo, pero no era una tranquilidad digna del final de una larga historia, si no que la sentía más bien como la antesala de una tormenta. Acababa de comenzar el verano, bien podía ser que el calor avasallador de la tarde friera el contenido de su cabeza, pero se sentía atrapado en un sueño pesado, casi flotando en cielo viciado por el smog y su único nexo con la realidad era el recuerdo del atardecer del sábado en que habló con Devi.
Hubiese querido sacudirse su propia miseria, y aunque sabía que no existía sitio en el cual refugiarse, estar día y noche escondido en su agujero en los suburbios no lo iba a ayudar.
Decidió que tal vez sería mejor darse una vuelta por el psiquiátrico e intercambiar un par de palabras con el doctor L. England. Estaba seguro de que el loquero estaría encantado de recibirlo, aunque solo fuera para documentar los sueños de su perturbada mente. En ningún momento durante la terapia lo consideraron ni remotamente un peligro para el resto de los internos. Simplemente era el chico raro, con problemas para dormir, pero que a todo el mundo le caía bien.
Condujo cerca de cincuenta quilómetros bajo un poderoso sol de verano deseando que el horriblemente incómodo viaje al menos le ayudara a sentirse un poco mejor. No le desagradaba el hecho de convivir con insanos mentales ¿Quién era él para juzgar al resto? Simplemente no soportaba la idea de que los inadaptados a una sociedad profundamente enferma fueran considerados anormales.
No estaba ansioso por volver a ese lugar, sin embargo la soledad sumada a la rutina de su encierro habían cavado un agujero en su mente más mortal que una lobotomía. Aunque sabía que los doctores no iban a ayudarlo ya que no entendían ni remotamente cuál era su problema, al menos podía divulgar sus últimos sueños esperando que en medio de esa perorata sobre los beneficios del buen dormir surgiera una que otra frase con sentido.
-Buenos días señorita. Busco al doctor L. England.- Dijo Johnny apoyado en el mesón de la recepcionista. Se sentía extrañamente feliz de tener contacto humano.
-¿Tiene hora?- Preguntó una joven muy flaca y de enormes anteojos con la mirada fija en la pantalla de un ordenador. Parecía más inerte que la misma máquina.
-No, pero quizás el doc. Esté interesado en hablar conmigo.
-¿Quién es usted?- La recepcionista aún no se dignaba a mirarlo.
-Mi nombre es Johnny C. estuve hace unos meses en el programa de voluntarios.
-Aja.
-¿Puedo ver al doctor?
-¿Viene por una leucotomía? Se han vuelto muy populares últimamente.
-No, creo que no.- Johnny lo meditó un momento y luego se sujetó la cabeza.- Mi cerebro está bien por ahora.
La mujer finalmente le dirigió una mirada casi muerta y apuntó a un sillón en la sala del frente.
-Entonces sírvase de aguardar en la sala de espera. El doctor llega en media hora.
-Claro. Gracias, señorita.
Johnny se acomodó en la sala de espera y ojeo una de las revistas de moda del mostrador, pero la dejó de lado a los cinco minutos cuando se descubrió a sí mismo haciendo una lista mental de futuros asesinatos de celebridades.
Cuando el reloj de pared hubo marcado el transcurso de tres horas, el joven comenzó a sospechar que el doctor tardaría un poco más de lo previsto. Tanto tiempo sentado comenzó a irritarle, así que se levantó y dio una vuelta inocente por los pasillos.
Lo curiosos de los hospitales es que cada uno de sus pasillos es extremadamente igual a los demás, todos repletos de camillas, de gente que no se mira y habitaciones numeradas a los costados. La maravillosa particularidad de los hospitales mentales está en sus pacientes: demasiado inquietos como para estar postrados en sus cuartos y demasiado antisociales como para entablar amistad con alguien normal.
Por suerte, él no entraba en esa clasificación.
Llegó hasta una pequeña sala de estar en donde los internos compartían unos breves momentos de ocio sin drogas ni electrochoques. Lo primero que le llamó la atención de la variedad de perturbados que encontró, fue una chica más o menos de la edad de Squee que se paseaba entre las mesitas de centro con vestida como si fuese a un concurso de belleza infantil.
Se paró frente a Johnny y miró hacia arriba con ojos tiritones.
-Hola pequeñita.- Saludó el joven agachándose para quedar a la altura de  la loquita- ¿Quién eres?
Uno de los ojos de la niña se giró hacia un lado mientras el otro seguía fijo en el joven que la había saludado. Su mirada era perturbadoramente perdida, como si su mente se encontrara en algún lugar distinto al cuerpo.
-¡Soy el hada de los cuentos!- Chilló finalmente lanzando al techo polvillos brillantes que guardaba en una bolsa- ¡Muérete, infame bestia del infierno!
-¿Qué demonios?
Lanzó un segundo puñado justo a la cara de Johnny. El joven escupió desesperadamente el polvillo que había llegado hasta su garganta al tiempo que se sacudía la cara con tanta fuerza que parecía querer arrancársela.
-¡Mierda! ¡Ahora me parezco al vampiro salido de alguna horrible novela romántica!
-¡MATÉ A LA BESTIA! ¡MATÉ A LA BESTIA!
La pequeña loca se alejó dando saltos y arrojando su polvo por todas partes. El ofuscado homicida la quedó mirando un rato mientras se sacudía restos de brillo de la ceja izquierda.
-Había olvidado que no toda la gente loca es agradable.
Una mano le tocó la espalda haciéndolo voltear bruscamente.
-¿Puedo ayudarlo?- Preguntó un sujeto ojeroso y con una cicatriz en medio de su cabeza calva.
-No creo.- Contestó Johnny quitando suavemente la mano de su hombro.
-¿Usted pertenece a este lugar?
-Sí y no. Verá: cuando pienso que me estoy volviendo ligeramente cuerdo, tengo horribles alucinaciones y ataques de paranoia. Pero este lugar no me es de mucha ayuda, al parecer a usted tampoco.
-Simplemente nos mantienen controlados. Ese es el objetivo.
Johnny dio disimuladamente unos pasos hacia atrás.
-¿Sabes? La presencia de los trastornados no me resulta vomitiva, pero estos días han sido particularmente difíciles ¿Tienes algún consejo para alguien que podría arrancarte las piernas ante la menor acción irritante?
Los ojos del loco se nublaron, se acercó lentamente al homicida al tiempo que abría su boca putrefacta:
-Veo que sabe de lo que estoy hablando.
Sus famélicos brazos se cruzaron en torno a Johnny, pero antes de que éste pudiera alejar al desquiciado de un jalón, una enfermera  con aspecto de autómata clavó una enorme jeringa en el cuello del enfermo quien caminó unos pasos desorientado y luego cayó al suelo irremediablemente.
La enfermera levantó la jeringa amenazante. Parecía que disfrutaba adormecer a los internos.
-¡Solo estaba esperando al doctor L. England!- Se apresuró a decir Johnny antes de que la mujer perforara su cuello.- Solía estar en el programa de voluntarios, pero ahora solo soy una visita ¡Por favor, aléjeme ese veneno!
Ella señaló con un gesto de pocos amigos la sala de espera.
-Haga el favor de aguardar sentado. El doctor debería llegar en veinte minutos y parece que su presencia perturba a los internos.
El joven obedeció sin reclamos y finalmente, luego de cuatro horas de estar plantado en un mustio sofá con la vista clava en el reloj de pared, alguien le avisó que el loquero lo esperaba en su oficina.
-¿Sí?- Preguntó el psiquiatra cuando escuchó golpear la puerta.
Johnny se asomó tímidamente.
-Hola doc.
-Tome asiento.
Un joven de bata blanca lo observaba desde su puesto tras una pequeña mesita de oficina. Se veía ligeramente entusiasmado con la visita que atravesaba el umbral, un chico extremadamente delgado, vestido descuidadamente con ropas negras y que parecía no haber dormido ni haberse peinado nunca.
-¿Me recuerda? Soy Johnny C. del programa de trastornos del sueño para voluntarios. Quería hablar con usted un minuto.
-¡Johnny! Por supuesto que me acuerdo de ti, el chico que pasaba meses sin pegar un ojo. Dime ¿Cómo has estado? ¿Has tenido un sueño curioso últimamente?
El joven se rascó la nuca mientras hacía memoria. Finalmente contestó con fingido entusiasmo:
-El otro día soñé que un monstruo me arrastraba hacia un agujero de horrible dolor y desesperación.
-Fascinante ¿Y qué te hizo sentir eso?
-Horrible dolor y desesperación.
-Como dije, sencillamente fascinante. Francamente, echábamos de menos documentar tus sueños. Para nosotros era algo así como un respiro de tantas incoherencias aburridas.
-Al menos supongo que mis incoherencias era más divertidas ¿He?
-Así es. Ahora dime ¿Hace cuánto tuviste ese sueño?
-Hace unos tres días.
-¿Y antes de eso?
-No dormía hace tres semanas.
-Parece que al menos hay un avance.
-Puede ser, recuerdo que había llegado muy cansado de un viaje que hice luego de abandonar este lugar.
El médico asentía repetidamente mientras buscaba algo en su escritorio. Johnny se mantuvo expectante, sin disimular su curiosidad hasta que vio un frasco de pastillas pequeño, entonces relajó el cuello, visiblemente decepcionado.
-Gracias.- Dijo recibiendo el mustio frasco.
-Esto te debería ayudar a dormir.
 El joven suspiró profundamente mientras se preguntaba si toda esa droga experimental taparía su drenaje.
-¿Hay algo más de lo que quieras hablar? Anda, Nny, soy todo oídos.
-Mire, doc. Creo que soy el candidato perfecto para una lobotomía, pero parece empeñado únicamente en documentar la mierda que pasa por mi subconsciente cuando duermo.
-¿Estás diciendo que algo te molesta?
-¡Por supuesto que no! Pero dígame ¿Usted cree que estas pastillas puede ayudarme realmente? No creo que lo mío tenga algo que ver con medicamentos, además, no me quiero volver dependiente.
-Claro que son experimentales y altamente adictivas, si eso es lo que te preocupa. Pero si te sientes ansioso, puedes tomar además estas otras.
El médico sacó de su escritorio otro frasco de drogas, éste tenía en el envoltorio la etiqueta de una cara con ojos bizcos.
-Déjeme adivina.- Gruñó Johnny mirando con desconfianza el maldito frasco.- ¿Son experimentales?
-Por supuesto. Hay un chico que salió hace un par de semanas, hablaba mucho de ti, sus padres lo trajeron cuando su locura comenzó a afectarle a ellos.
-¿Todd Casil?
-El mismo. Un chico simpático, pero tuvimos que ponerle camisa de fuerza a ese horrible oso de peluche que lo acompaña a todas partes. No me inspiraba confianza.
-¿Es señor Shmee? Sé de lo que está hablando.
-Bueno, la cuestión es que él las tomaba. Es nuestro mono de experimento favorito. Muy dócil. Aparentemente no ha vuelto a ver cosas, por lo que recomiendo las pastillas, pero…
-¿Pero?
-Tuvo una recaída la otra noche. Dijo que ese horrible vecino suyo había vuelto a visitarlo por lo que lo trajeron para que aumentáramos la dosis.
-Por supuesto, los problemas de ese niño se solucionan aumentando su dosis.
Había perdido demasiado tiempo.
-Bueno, Nny ¿Te podemos llamar a tu casa?
-Si es pronto, sí. Están a punto de cortarme el teléfono. Ahora me tengo que ir.
-Bien, ha sido un placer verte.
-Seguro doc. Que tenga buen día.
Fuera del hospital hacía un calor infernal. Johnny no estaba con ánimos de conducir otros cincuenta quilómetros con ese sol abrasador pegándole directamente en el parabrisas. Quiso darse un descanso antes de volver a casa, en parte también para sentir que no había hecho el largo viaje en vano.
Compró una lata de soda y fue a buscar una banqueta bajo sombra en un parque cercano. Mientras bebía el refresco, se dio el lujo de volver a disfrutar un momento de su vida.
Ese momento duró demasiado poco.
-Hace calor ¿No?- Preguntó una chica cualquiera que se había sentado en la misma banca del parque.
Johnny miró a la chica con desdén mientras sorbía las últimas gotas de su soda.
-Es verano, son las cuatro de la tarde... ¿Acaso quieres comenzar una conversación diciendo cosas obvias? Esas tonterías no resultan cuando te encuentras con alguien que quiere estar solo.
-Claro. No sé lo que esperaba, es solo que yo… también vengo saliendo del psiquiátrico.
Johnny giró la cabeza y miro con un poco más de interés. Se trataba de una adolescente de estatura media, casi gorda, de cabello ondulado, negro como el azabache y tez clara. Traía puesto un vestido con flores bordadas tan horrible que rozaba con la ridiculez y unas sandalias que tampoco acompañaban del todo.
-¿Qué estás leyendo?- Preguntó el joven interesado en el enorme libro que descansaba sobre el regazo de la jovencita.
-“Los Reglones Torcidos de Dios”- Contestó ella levantando el libro para mostrar la cubierta.
-Valla, que recomendable para alguien que salió de un hospital mental. Nunca lo he leído ¿de qué se trata?
-De una chica que desea enderezar su torcida mente, pero en realidad el que está torcido es el mundo… ya sabes, es de alguien que busca salvarse salvando a los demás, o en este caso, investigando un crimen.
-Claro.
         Johnny miró hacia otra parte, pero la chica, cada vez más interesada en su interlocutor, se le acercó para tenderle una mano regordeta.
         -Soy Lucía, pero todos me llaman Lucy.
         -Johnny.- Dijo el homicida respondiendo al saludo su mano huesuda y reseca.- Pero si quieres, puedes llamarme Nny.
         -Así que… Nny, disfrutas de la soledad ¿hay alguna razón en específico?
         -La verdad sí.- Dijo él luego de meditarlo un poco.- Una parte del mundo me parece vacía e imperdonablemente desagradable, mientras que la otra mitad, la que efectivamente parece pensar, está firmemente convencida de que yo soy el problema.- Sonrió maliciosamente.- Dime, niña ¿En qué parte te clasificarías a ti?
Lucía pensó en su respuesta unos segundos.
-Supongo que estoy entre los que piensas, salvo que no creo que haya ningún problema contigo.
         -Entonces te gusta juzgar a las personas sin conocerlas ¿No es así?
         Ella sonrió inocentemente.
         -Al decir eso tú también me estás juzgando y tampoco me conoces.
         -Tuche, chica lista ¿Cuántos años tienes?
         -Casi cumplo dieciséis.
         Johnny se rió un momento y luego se incorporó lentamente.
         -Demasiado joven para morir ¿No te parece? Bueno, me tengo que ir.-Dijo mientras le daba la espalda a la chica.
         Lucía dejó el libro en la banca y siguió a Johnny para intentar detenerlo, sin embargo, no se atrevió a tocarlo.
         -¡Espera! No tienes por qué irte así.- Exclamó, no sin antes titubear un rato- ¿No quieres ir por un helado? ¿Un café? ¡Te invito otra soda!
         Johnny dio media vuelta y la miró fijamente. En su entrecejo fruncido había una mezcla de ofuscación y sincera curiosidad.
         -¿Por qué no quieres que me valla?- Gruñó- ¿Qué es lo que te llama tanto la atención de mí?
         Lucía, con toda confianza e inocencia, se paró frente al homicida. Era mucho más bajita que él, pero a simple vista parecían pesar lo mismo.
         -Mmm…. Tal vez sea tu ropa.- Dijo luego de mirarlo de pies a cabeza.- O tal vez esos párpados color morado o negro… ¿Hace cuánto que nos duermes?
         Johnny rió.
         -¿Yo te llamo la atención? ¿Acaso te apetece conocer mejor al sujeto desaliñado que se sienta solo en el parque? ¿Crees que soy uno de los locos atormentados de tu novela?- Levantó las manos como si esperara que del cielo despejado de nubes bajara un rayo y lo fulminara.
         Lucía ensanchó la sonrisa, estaba emocionada.
         -¡Pero que simpática eres! Una víctima perfecta.- Continuó.- ¿Te gusta la literatura? Pues te tengo una pequeña historia, dime si te gustaría oírla.
         -Vale.- Dijo la chica asintiendo exageradamente con la cabeza.
         -Se trata de una niña, imprudente y atolondrada, pero por sobre todo muy ingenua, que un buen día se encentra de paseo por el bosque, con un enorme lobo. Entonces la niña tiene dos opciones: una, dar media vuelta y volver por el sendero que le salvará la vida o…
         -¿O?
         Se llevó una mano a la parte trasera de su pantalón.
         -O averiguar lo que tengo en el bolsillo.- Continuó el joven arrastrando maliciosamente las palabras.- ¿Qué eliges, Lucy?
         -¡El bolsillo! ¡Quiero saber lo que hay en el bolsillo!- Contestó ella sin dudarlo un segundo.
         -Eso pensé…
         Disimulando el morboso entusiasmo que lo que acababa de escuchar le había provocado, el joven homicida sacó un pequeño artefacto que escondía en su poder.
         -¿Es un aturdido eléctrico?
         -Exactamente. Pero no te preocupes, no está encendido… ¡Ups! ¡Lo acabo de encender!
         Lucía miró maravillada la pequeña arma que el homicida sostenía con solo dos dedos. Parecía hipnotizada con la lucecita azul y con el zumbido constante y característico de los electrones saliéndose de su circuito.
         -¿Te gusta?
         -Sí.
         -¡Atrápala entonces!
         Con toda naturalidad, como si fuera un juguete, Johnny le lanzó el arma a la joven y esta, cayendo irremediablemente en el rol de la luciérnaga que sucumbe ante la trampa eléctrica, la atrapó entre sus manos.


Cuando Lucía se recuperó del aturdimiento, estaba atrapada en lo que parecía ser un sótano. La intensa luz y el calor del parque habían sido reemplazados por una ampolleta lejana y una humedad que se impregnaba en las paredes. Jamás había podido imaginarse un sitio tan horrible como ese en toda su vida: habían manchas de sangre por todas partes, clavos, serruchos, martillo y otras herramientas oxidadas formaban una pila en un rincón y justo en medio de la habitación, tomando deliberadamente un protagonismo escalofriante, había una mesa de taxidermia.
-¡Despertaste! ¡Eso es estupendo!- Rió el homicida con auténtico entusiasmo cuando vio la Lucía abrir los ojos.- Te elegí la mejor habitación de la casa, así que espero que estés cómoda porque vas a pasar aquí mucho tiempo.
-¿Estás hablando en serio? ¿La mejor habitación de la casa? ¡Es un sótano, hijo de puta!
Johnny miró a su alrededor, fingiendo sorpresa.
-No es solo un sótano, es un lugar enorme.- Aclaró.- Metros y metros de excavación y decenas de escaleras. Pero bueno, estaba así cuando llegué, lo mejor es que tengo espacio suficiente para todos mis “amigos” que quieran visitarme. Por ejemplo, te traje hasta aquí porque me agradas, necesito un espacio amplio.
Un poco más acostumbrada a la tenue luz de ese agujero, Lucía recorrió el cuarto con los ojos buscando desesperadamente una oportunidad de escape. Pero algo horrible llamó su atención.
-¡Espera! Esa chica rubia de ahí… ¿Está…? ¿Está…?- Preguntó horrorizada mientras apuntaba con los ojos a un cuerpo que yacía a escasos dos metros.
-Se llamaba Estela, creo.- Dijo el homicida rascándose la nuca.- Era bonita, muy bonita, pero algo descortés.
Sin mucho interés, se acercó a la chica muerta como quien se acerca a un bulto cualquiera y con sus dedos larguiruchos y flacos acarició los mechones amarillos.
-Le gustaba vestirse bien.- Continuó dejando que la cabellera aún sedosa se resbalara de su mano.- Jamás se habría puesto un vestido horrible con flores. No te ofendas.
-¿Tienes a mucha gente aquí?- Preguntó Lucía con la voz entrecortada.
-No a tanta como antes. Me he puesto algo flojo…
Johnny dejó de lado a su antigua víctima para concentrarse en su más nueva adquisición. Sacó una mordaza de su bolsillo se la puso en la boca.
-No es necesario que hables.- Dijo, como queriendo explicar lo que hacía.- Solo relájate y disfruta.
La chica enfrentó a su captor con la mirada, en esos ojos profundos y negros no había un ápice de maldad o locura, mucho menos de miedo. Era como si amordazar y asesinar gente fuera algo tan cotidiano para él como lavar los trastes.
-Por lo general no mato gente tan joven.- Continuó el homicida asegurando las cadenas de su víctima. En serio parecía que eso se trataba de una rutina para él.- Creo que todo el mundo tiene derecho a decidir qué clase de persona quiere ser y para ello se necesita un poco de tiempo ¿no?
Cuando acabó levantó Los reglones torcidos de Dios y lo dejó sobre la mesa de taxidermia. Se había tomado la molestia de traer el libro junto con su dueña.
-No te preocupes.- Dijo con una sonrisa en el rostro.- Te leeré el libro, así aprovecho de disfrutarlo yo también. Avanzaremos un par de páginas al día ¿te parece?
Lucía balbuceó algo detrás de su mordaza.
-¿Y luego? ¿Y luego? Y luego… pues, no estoy seguro.
Subió sin prisas las escaleras mientras meditaba la pregunta.
-No lo sé.- Dijo al llegar la cima, junto a la puerta de salida.- Prefiero vivir el momento.
Y dejó la habitación en la más absoluta oscuridad.

Johnny sabía que su visita serviría para distraerlo al menos una vez al día de esa odiosa sensación de contar con demasiado tiempo libre. O mejor dicho, sería el leerle el libro la mejor parte.
Cuando dejó atrás el último nivel del sótano, se preparó para una larga noche de verano dándole vueltas a sus tribulaciones y mirando las estrellas a través de la tapia de las ventanas. Por lo tanto, lo primero que hizo fue jalar uno de los tablones hasta desclavarlo para dejar entrar la preciada luz nocturna. Su rostro demacrado quedó iluminado por un brillo pálido que hacía juego con el tono de sus mejillas.
Respiró profundo, agradecido del aire frío de la noche llenando sus pulmones marchitos.
Pero algo paró de golpe su placer.
Un sonido familiar y más o menos cercano lo había perturbado. Era la televisión. Pudo reconocer la estridente y semi gangosa voz de la chica que pasaba el clima en el canal seis.
¿Había dejado encendido el televisor?
La posibilidad era muy remota. Recordaba incluso haber desconectado el aparato antes de salir y al llegar… bueno, al llegar había ido directamente al sótano.
No estaba solo.
Encendió la luz y se acercó lentamente a la fuente del sonido. El televisor brillaba solitario en medio de la casa.
Lo que vio al pararse junto al sofá no solo le arruinó los planes de esa noche, sino que paralizó por completo unos instantes cada uno de sus miembros.
La chica que acababa de amordazar y de encadenar con sumo cuidado en el sótano estaba recostada tranquilamente el sofá mientras disfrutaba de la programación barata del cable. Era ella, sin duda, aunque no traía puesto su horrible vestido, si no que llevaba una blusa fina y unos vaqueros ajustados, incluso había cambiado sus sandalias por elegantes botas rosas.
-Tardaste en subir, parece que en verdad el sótano es profundo.- Dijo la chica colocando despreocupadamente las botas sobre el sofá ante la mirada furibunda del homicida.- ¿Tienes palomitas? Va a comenzar una peli que me encanta.
-¿Una peli?
-Claro, no sé por qué, pero supongo que te gusta el gore, así que solo “relájate y disfruta”.
-¿Cómo saliste del sótano? Y… y…- Aunque hubiese querido, Johnny no podía disimular su molestia, ni mucho menos su asombro.- ¿Qué es lo que traes puesto?
-¡Ha! ¡Mi ropa! ¡Te refieres a mi ropa! Dijiste que no te gustaba la otra así que tomé prestada esta de mi compañera de cuarto. No me importa lo que digas, a mí me pareció una chica muy agradable.
Johnny le dio la espalda a la joven molestia del sofá. Se mordió el labio inferior y se dio golpecitos en la frente.
-¿Nny? ¿Nny? ¿Estás bien? ¿Por qué te pegas?
¿Hasta dónde había llegado su demencia?
-¿Nny?
-¡Estoy bien! ¡Estoy más que bien!
El homicida se dio la vuelta, su sonrisa era ancha y sus ojos brillaban con alegre locura.
-Por supuesto que estoy bien. No me he sentido mejor en bastante tiempo. Pero ahora debo pedirte un favor… Lucy ¿Te podrías marchar para no volver jamás? Tenía planes para esta noche que no incluían a nadie más que a mí.
Lucía lo miró sin mucho afán de obedecer. Dio un resoplido de disgusto y añadió con aspereza:
-Me dijiste que te agradaba y que por eso me habías arrastrado hasta tu sótano. Ahora me dices que quieres que me vaya, vale, pero debiste haberlo pensado antes de haberme invitado ¿No sabes que es descortés jugar así con el tiempo de las personas?
Arrastró el taco de su bota por el ya inmundo brazo del sofá.
-¡Baja tu bota de mi sillón! ¡Lo estás arruinando! Es mi favorito y… y… ¡Es el único que hay en la casa!- Bramó Johnny prestando escasa atención a lo que había dicho la chica. Estaba realmente molesto porque sentía que había perdido el control de la situación.
-Como quieras.
Ella, sin disimular su rabia, se enderezó dando dos zapatazos firmes con sus botas en el suelo.
-¿Mejor?
-Casi.
Un filo metálico cortó el aire haciendo un zumbido casi imperceptible. El joven homicida había dejado escapar en un parpadeo su daga favorita, una vez más contra la tibia y palpitante piel de otro ser humano.
Sin embargo, el desalmado intento de asesinato no llegó a concretarse.
Lucía sostuvo la hoja de la daga entre sus palmas mientras el filo resplandecía peligrosamente a pocos palmos de su nariz.
-Eso… eso sí que fue descortés.- Dijo con la mirada sombría.
-¡Valla! ¡Increíble!- Exclamó Johnny chocado entre sí sus manos famélicas.- ¡Has atrapado el cuchillo! ¿Cómo lo has hecho?
Lucía simplemente esbozó una sonrisa oscura y tan diabólica como la del joven homicida y envió la daga devuelta. Johnny no contaba con sus reflejos, pero pudo considerarse afortunado pues el ataque no iba dirigido a él. La hoja de metal sencillamente pasó apenas rozando su mejilla y fue a estamparse contra la pared que estaba a su espalda.
Pero sí había una víctima.
-¡Señor Samsa!- Exclamó Johnny horrorizado al ver a la cucaracha clavada en la pared y pataleando con desesperación.- ¡Por Dios! ¡Has matado al Señor Samsa!
Lucía se encogió de hombros, su malévola expresión había sido reemplazada por una mirada de incontestable inocencia.
-Hay insectos que no soporto.- Fue toda su explicación.
El homicida desclavó la daga de la pared y la cucaracha, ahora muerta, calló a sus pies como un pedacito de mugre. Acarició la hoja afilada con la yema de sus dedos mientras sus ojos se llenaban de una extraña melancolía.
-¿Quieres algo de comer?- Preguntó con el rostro recuperado y volviendo a esconder el arma en su lugar.
-¿Tienes comida en este lugar?
-Algo de té y unos pastelitos de la semana pasada.
-Ñumi, ñumi- Contestó la chica con poco interés.
Johnny hirvió agua y sirvió té. En pocos minutos, tenía improvisada una mesita de centro con tasas humeantes y pastelillos rancios. Lucía apenas tocó bocado, pero el té era mucho mejor de lo que esperaba.
-Y dime ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?- Preguntó el homicida levantando su tasa agrietada y chorreante.
Lucía lo miró dudosa a su alrededor y finalmente contestó con cierta inseguridad:
-Aquí hace falta un poco de toque femenino ¿No? Me voy a quedar un par de días. Pero no te preocupes, no soy muy buena para dormir así que no tienes que cederme ese colchón...
-Yo no duermo mucho, tengo mejores cosas que hacer. Quédate con el colchón si quieres.- Contestó Johnny con voz áspera.
-Claro que no. No dormiría en esa basura manchada y con resortes salidos aunque tuviera que hacerlo una hora cada noche. Ese no es el caso, por cierto, prefiero desvelarme.
El homicida la inspeccionó con sus ojos profundos y medio borrosos tras el humo de la tasa, se detuvo especialmente en sus mejillas lozanas y en sus ojos azules y límpidos. Algo le molestaba.
-Yo tampoco soy muy bueno para dormir, pero si te fijas en mi aspecto, eso resulta evidente ¿Por qué cuando te miro pienso que has descansado bien y en una cama acolchadas?
Lucía rió sarcásticamente y luego, al recuperar la compostura, dijo con voz seca:
-Tampoco como mucho y eso no se nota ¿he? Pasa más o menos lo mismo con mi sueño.
-¡No está gorda!- Se apresuró a decir Johnny, con toda sinceridad.- Es solo que...
-Claro que no estoy gorda, digo, no tengo la pinta de enajenado mental anoréxico que tienes tú, pero creo que al menos me veo dentro de lo saludable.
-Vale.
El joven sintió como si la hoja de metal vibrara dentro de la gabardina ¿Qué pasaría si intentaba despachar a su visita otra vez? Su mano se movió instintivamente para acariciar el arma, pero no tuvo el coraje para sacarla de su sitio.
-Como intentaba decirte, querido Nny, te ayudaré a mantener este lugar en orden e incluso puedo acomodar a tus muertitos para hacer espacio en el sótano. No me parece salubre dejar que tus invitados muertos se mezclen con los vivos.
-NO me parece mala idea, pero... ¿Cuándo te piensas ir? ¿Qué estás esperando? No me digas que mi casa te parece un palacete y que simplemente te pretendes quedar por comodidad. Lo del "toque femenino" me viene bien, pero ¿Por cuánto tiempo?
Lucía dio un sorbo a su taza, parte de la cara que podía verle parecía amenazante.
-Vale, no te molestaré mucho.- Dijo al fin.- Lo que pasa es que tengo algo que hacer en esta parte de la ciudad. Estoy... esperando a que ocurra algo, eso no debería tardar más de dos días, tres cuando mucho. Te juro que después de eso no volveré a pisar tu propiedad.
Johnny ensombreció la mirada.
-¿Y a qué viene tanto misterio? No sabes lo increíblemente atractivo que resulta.
Lucía soltó una carcajada mostrando sus blancos y cuadrados dientes.
-Ya te avisaré cuando todo termine. Te va a encantar. Lugo, como te dije, me iré.
Johnny asintió con la cabeza en un gesto muy sutil. Detestaba la idea de tener compañía humana fuera de su sótano, pero supuso que no tenía otra opción que mostrarse condescendiente. Finalmente optó por la sinceridad:
-La verdad es que me urge volver a estar solo, tengo mucho por hacer. No te lo tomes a mal, pero alguien más aquí me va a distraer.
-No estoy convencida. No tienes pinta de trabajar en ningún proyecto.
-Soy dibujante.
-¿De qué?
-De cómic.
Lucía chocó las palmas y dibujó una ancha sonrisa en su rostro.
-¡Un dibujante de cómic! Pero que maravillosa idea ¿Has hecho algún trabajo conocido?
Johnny sonrió mostrando una multitud de dientes diminutos que daban a su cara un toque levemente fieresco.
-El feliz niño fideo es mi obra maestra, muy popular entre los maniacos sin hogar. Le hago leer a muchos de mis invitados. Me encantaría mostrártelo, pero...
-¿Pero?- Lucía arqueó las cejas.
-Pero estoy ansioso por hacer nuevos volúmenes y no puedo dibujar absolutamente nada.
-¿Por qué?
-Parece que el mundo conspirara en contra de mi creatividad, como si algo me chupara la imaginación. No sé por qué tengo la impresión que acabaré siendo un manojo de piel y hueso medio muerto y con un montón de ácaros encima.
La chica meditó un momento, parecía preocupada. Finalmente le dio un golpe a la mesa y dijo con recobrado entusiasmo:
-¿Ves por qué tienes que tenerme aquí? Yo te puedo ayudar, tal vez encuentre una fuente de inspiración...
Johnny negó con la cabeza lentamente. No podía convencerse.
-Dime ¿Hay algo más que hagas? No sé, algo aparte de los cómics.
La expresión reacia del joven psicópata cambió de pronto, ahora sus pequeñas y filosas pupilas negras brillaban con entusiasmo.
-Hay algo.- Dijo lentamente al recordar la pared del sótano, chorreante de sangre y vísceras.- Un vistazo a una galería de arte hizo que me diera una inspiración pasajera para toda mi rabia y ¡acabé haciendo un mural! me encantaría mostrártelo.
-¿Rabia? ¿Qué es lo que te da rabia?- Lucía se mostró repentinamente preocupada.
Johnny meditó un momento, parecía que se hacía las ganas para contar una historia muy vieja y repetida. Bajó la mirada y acabó diciendo con tono monótono:
-Bueno, como ya te habrás dado cuenta, he cometido crímenes horrendos contra la humanidad, a veces porque las personas acumulan tanta inmundicia que llegan a incomodarme y otras simplemente porque necesito litros y litros de sangre para pintar una mugrosa pared. Ya tengo una respuesta sobre lo que soy y lo que vine a hacer a este mundo pero...- suspiró lastimeramente- No es suficiente. Necesito algo más para estar completo...- Miró fijamente sus manos y las apretó con fuerza.- Algo que me devuelva lo que soy y no sé exactamente de lo que se trate... Así que... Esa frustración me inspiró en algún momento, pero ahora me siento con los brazos atados a la espalda.
Lucía soltó una carcajada muy sonora al tiempo que soltaba su taza de té haciendo saltar el plato de pastelillos.
-¡Un artista atormentado! ¡Me he sacado la lotería! No sabes lo increíblemente atractivo que resulta toparse con un homicida de alma compleja que acaba convirtiéndose en un artista frustrado. ¡Cielos, chico! ¡Eres material de novela!
Johnny quedó mudo, sin saber que hacer o decir y mucho menos si lo que escuchaba eran cumplidos o insultos.
-¿Quieres...? ¿Quieres que te enseñe el mural que hice hace unas semanas?- Tartamudeó al fin.
-Primero voy a terminar mi té.
A Johnny le agradaba la idea de mostrar su obra a otro ser humano. Aunque no podía dejar de sentirse nervioso ante la posibilidad de crítica.
No mucho rato después bajaron al sótano. Los tablones viejos crujían ante el peso de los dos caminantes y la luz de algún pasillo lejano proyectaba sus sombras de los en forma exagerada y. Hicieron el recorrido en el más incómodo silencio (fue una incomodidad muy larga ya que el objetivo estaba varios pisos más abajo), sin embargo el peor momento llegó cuando Johnny encendió la luz y Lucía se encontró frente a frente con un espectáculo horripilante.
La pared que otrora chorreaba sangre y demás fluidos vitales frescos, ahora solo estaba cubierta de jugos secos y tripas tiesas. Sin embargo, ante los ojos del homicida el mural no se trataba de un monumento a su morbosidad y a sus crímenes, y es más, para él la obra continuaba teniendo buena parte de su belleza inicial. Bien podía ser que su mente retorcida percibiera esa brutalidad como algo hermoso, o bien para ello podía haber ayudado su orgullo de artista frustrado.
-¿Ese es tu mural?- Preguntó la chica con algo de decepción, pero sorprendentemente sin una pizca de horror ante las huellas de la masacre.- Siento decírtelo, pero está lleno de órganos humanos... un momento... ¿eso es pelo de ardilla?
-Yo pensé que era original.
Lucía se acercó a la pared reseca. Hizo una mueca de asco y se llevó las mangas de la blusa a la nariz.
-¡Esto huele horrible! Te informo que los restos humanos se pudren.
Johnny se colocó frente a la pared y arrastró un dedo por su horripilante obra. Parecía preocupado.
-No puedo dejar que esto se seque... necesito ir a buscar más sangre humana ¿Me ayudas a mutilar y a desangrar a alguien?
Lucía retrocedió unos pasos, algo nerviosa. Cuando el homicida la miró con ojos curiosos, decidió cambiar de actitud:
-Estás realmente loco.- Sentenció con algo de ironía.
-Esto es grave.- Johnny ya no era capaz de escuchar a nadie, se paseaba por la habitación, como acosado por un enemigo invisible.- Si la pared se seca, eso... eso
-¿Qué es eso?- La chica cruzó los brazos y se puso a la defensiva.
-¡Necesito sangre! ¿Cómo pude olvidarlo? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez? Tres días como máximo. Eso creo.
El homicida se paseaba por el cuarto dándose golpes en la cabeza y mirando de reojo a todas partes. Finalmente fijó sus ojos enloquecidos en la pequeña muchacha quien de pronto se le antojó convenientemente débil.
-Necesito TU SANGRE.
Los ojos de Johnny tenían un brillo penetrante y todos los músculos de su cara estaban tensos como si se preparara para asestar atroces mordidas. Sin embargo Lucía no se inmutó, simplemente levantó su mano derecha frente al homicida para contenerlo y sentenció con voz firme:
-No te conviene intentar lastimarme. Soy por un pelo más fuerte que tú.- En sus ojos no había una pizca de duda o algo parecido al miedo, eso hizo que el joven no se decidiera a acercarse y se quedara plantado en el lugar donde estaba, aunque sus los ojos aún brillaban con locura.- Además ¿Para qué necesitas sangre? No pierdas tu tiempo y tu paciencia. No hay nada tras el muro.
Johnny no pudo menos que reírse ante la imperdonable inocencia de su visita.
-¡No te rías, Nny! ¡Puedes desangrar a la humanidad entera hasta que tu instinto se canse de la brutalidad y todo será completamente inútil! No hay nada tras el muro.
Johnny no podía creer esas necias palabras. Solo él sabía cómo era la enorme monstruosidad que habitaba del otro lado. Era el único que la había visto y sobrevivido para recordarla. No podía dejar de alimentar el muro. Esa no era una opción.
-Claro que lo hay.                          
Pasó una vez más sus manos por la pared reseca, acariciando la cárcel que mantenía dormida a la bestia. A través de los tablones podía sentir como respiraba. Era como tocar la coraza de un ser vivo.
-NO HAY NADA.
La voz de Lucía se tornó amenazante, casi diabólica. La debilidad que pudo haber aparentado en algún momento había desaparecido para siempre. Ahora se veía más desafiante y sanguinaria que el mismo homicida.
Estampó su mano contra la pared con toda la fuerza que pudo, aplastando los órganos secos de algún desafortunado. Lugo se acercó aún más, pegó su oreja y cerró los ojos para intentar escuchar alguna respiración o latido que no fueran los propios. Finalmente se alejó, dejando la marca de su mano plasmada para siempre en la sangre seca.
-No escucho nada.
-Pues presta atención.
La frustración de ambos iba peligrosamente en aumento.
-Bien, te lo demostraré.- Fue Lucía quien disparó primero.-Había un hacha en la habitación contigua, iré por ella y romperás el muro con todas tus fuerzas. Cuando hayas botado hasta la última tabla, verás que no hay nada sobrenatural a lo que enfrentarse.
-Estás loca. No te imaginas lo que hay detrás. Es espantoso.
-Espera aquí, Nny.
Sin esperar otra negativa, la chica salió corriendo escaleras arriba en busca del hacha. En los pocos segundos que estuvo solo, Johnny contempló el muro sin respirar y sin atreverse a mover un músculo. Tal vez se hallaba ante su enemigo más grande y no tenía coraje para enfrentarlo. Tal vez la muerte era el único precio que podía pagar. Evaluó por un momento, si su libertad dependiera de ello ¿Qué camino debía tomar?
-Toma.
Lucía colocó el mango del hacha en sus manos por la fuerza. Parecía convencida de lo que debía hacer.
-Rompe el muro.
Johnny tragó saliva.
Levantó los brazos lentamente sobre su cabeza mientras perforaba con los ojos el endemoniado muro, ahora débil por falta de sangre humana. Sentía que iba a asestar el golpe, incluso sus manos se tensaron cuando imaginó que solo se trataba de otro ser vivo.
Pero no lo hizo. No lo iba a hacer jamás.
-¡Idiota!
Lucía le arrebató el hacha que Johnny bajaba lentamente y la arrojó a un costado. Sus ojos resplandecían de furia.
-¡Ahora nunca sabrás si realmente hay algo detrás de la pared!
Chilló maldiciones mientras abandonaba rápidamente el sótano, dejando al poco decidido homicida solo con su frustración.
-Rayos.- Se dijo a sí mismo cuando el éxtasis de la situación se hubo esfumado.- Ahora debo buscar otra víctima.


La noche era joven. Johnny condujo varios quilómetros buscando comida fresca para la pared. Al salir de su casa no se detuvo a ver si Lucía se había marchado, pero, aunque era lo que deseaba, tenía la corazonada de que la chica no iba a dejar que una simple negativa a sus caprichos abandonara el nido antes de que lo que tanto esperaba ocurriera por fin. No, ella debía estar ahí, fisgoneando en sus cosas y profanando los cadáveres de sus amigos.
El centro de la ciudad estaba particularmente oscuro esa noche. Unos nubarrones púrpuras tapaban cualquier atisbo de astros y la mayoría de los faroles de la calle principal eran inútiles. Johnny condujo sin prisa, mirando atentamente a su alrededor: habían víctimas potenciales en todas partes. Por un momento se sintió sumergido en una especie de submundo semi-humano y tuvo deseos casi incontrolables de pisar el acelerador y estrellarse contra un muro.
Su tarea no era particularmente difícil, solo debía bajarse del auto, elegir a alguien al azar y aturdirlo con el bate que llevaba en el asiento trasero hasta que las sangre de sus sesos le empapara la ropa. Nada fuera de la rutina. Sin embargo, los acontecimientos de esa noche le hacían sentir ansioso, como si la bestia que dormía tras el muro ahora le acompañara en el asiento del copiloto. Las manos le temblaban sobre el volante y un sudor frio le escurría por la frente. Lo peor de todo era que no sentía con deseos de matar a nadie.
Un chico punk que necesitaba apoyarse de un farol para no caerse de borracho vomitó casi la totalidad de la cerveza que había consumido esa noche sobre sus bototos de suela gruesa. Johnny lo observó pacientemente desde la oscuridad. Habría sido muy fácil echarle el auto encima y reventarle el vientre con las ruedas traseras. Incluso se entusiasmó cuando imaginó los órganos del punk estrellándose contra el pavimento y su sangre mezclada con el vómito de cerveza esparcirse hasta alguna canaleta. Pero siguió conduciendo y se alejó lentamente sin hacer ningún movimiento el falso con el volante.
No era que se estaba ablandando ni mucho menos. El homicidio despiadado le seguía pareciendo un buen pasatiempo, pero no quería pasar el resto de la noche limpiando restos humanos de su automóvil.
En lugar de seguir sus impulsos, siguió conduciendo sin apartar la vista del frente por varias manzanas. Por un momento pensó que iba a abandonar el centro sin haber hecho nada productivo, pero entonces vio un viejo cine que anunciaba la película que quería ir a ver hace un par de semanas.
Compró un boleto en la taquilla y entró a ver el filme. Había muy pocas personas en la sala, solo una pareja de homosexuales y un reducido grupo de amigos con pintas de góticos deprimentes.
No se concentró mucho en la película, más bien aprovechó el momento para acomodarse en su butaca y relajar todos los músculos que tenía tensos de tanto conducir. Sus pensamientos viajaron irremediablemente hacia la pared cubierta de sangre seca, enterrada en lo más profundo de su morada. Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que la bestia del otro lado rompiera las tablas y destrozara espiadamente toda carne humana (viva o muerta) en una búsqueda desenfrenada por la luz del exterior.
La última vez había muerto de un balazo en la cabeza antes de ver a su pesadilla personificada romper lo que quedaba de su casa y masacrar a los Psyco Panaderos. Ahora pareciera como si nada hubiese ocurrido. Su cabello había crecido nuevamente y el cielo y el infierno parecían un sueño lejano que solo había respondido sus preguntas parcialmente. Todavía estaba el aterrador muro, todavía sentía ese vacío en el pecho que le indicaba que había perdido el control de si propia locura.
Se estremeció.
Su propia vida era como un filme independiente con un director muy malo y un guión muy básico. De plano estaba descartado el final feliz.
Tal vez debería morir de nuevo.
Se levantó de la butaca y salió de la sala de cine antes de que comenzaran los créditos. Ver a un jazzista expirar por culpa de una sobredosis al tiempo que la película revelaba que todo era el sueño de alguien, no le dejaba una buena sensación. Además, había perdido la concentración en la trama en favor de sus propias preocupaciones cuando una lluvia de flashback mal logrados le taladró la materia gris del cerebro.
Cuando salió del cine las nubes se habían despejado, pero las estrella brillaba débiles y lejanas.
No quería volver a casa. Aún esperaban ahí esa horrible niña y el muro aún sediento de fluidos humanos. Tenía la corazonada de que algo terrible podía pasarle si llegaba con las manos vacías.
Se alejó de la ciudad a unos cincuenta quilómetros por hora, rumbo a la Carretera Norte. No sabía exactamente que esperar, en las últimas horas había dejado escapar a muchas potenciales víctimas y en ese eterno camino negro que conectaba dos ciudades no parecía haber nada de vida.
El miedo de volver a casa le hizo conducir por horas, pasándose salidas tras salidas hasta entrada la madrugada.
Un motel con letreros de neón a un lado del caminó le llamó la atención por pocos segundos. Un sujeto normal se hubiese detenido a descansar para evitar estrellarse, en cambio Johnny siguió manejando sin disminuir la velocidad. No tenía una pizca de sueño.
Pero tenía hambre.
Orilló el auto en una gasolinera para llenar el tanque y de paso llenar también su estómago de comida grasosa. Eran las cuatro de la madrugada y había al menos diez personas en la cafetería junto a la gasolinera. Al entrar, Johnny intentó no mirar a nadie, pero una mujer borracha sentada en la mesa del fondo llamó su atención.
Vestía una minifalda y un top escotado, aunque por debajo de esa escasa ropa no había un cuerpo como para deleitar la mirada. No era una mujer joven y la piel seca le colgaba cada vez que levantaba los brazos, cosa que hacía muy seguido en medio de su aireada perorata de incoherencias. Pero lo que realmente le llamó la atención, no fue ese horrendo traje, ni su cabello a medio teñir, ni el esmalte descascarado de las uñas, si no el pequeño interlocutor que se esforzaba por escucharla cortésmente mientras luchaba contra el sueño.
Squee.
Se apresuró a rescatar al niño, pero este no parecía muy contento de verlo. La verdad es que cada vez que intentaba ayudarle con algún problema acababa traumatizando aún más la delicada mente del infante.
-¡Squee!- Saludo efusivamente sentándose a su lado cargando con una hamburguesa con queso y una soda extra grande.- Que casualidad encontrarte por aquí.
La mujer parecía entusiasmada con el recién llegado. Lo miró de pies a cabeza y dibujó un gesto de agrado en su fea cara.
-¿Este muchachito es amigo tuyo?
-Soy su vecino.- Aclaró Johnny.- Dime Squee ¿Qué haces por aquí tan tarde?
Squee se encogió de hombros y puso cara de pena.
-La verdad es que estoy aquí desde las ocho. Vinimos por algo de cenar, pero mis padres se marcharon sin mí y sin Shmee.
Johnny soltó una carcajada mientras robaba patatas rancias del plato del chico.
-Se olvidaron de ti nuevamente ¿He? No te preocupes, seguro que al salir el son notarán que no estás en casa.
-Ella llegó como a la media noche.- Dijo el niño apuntando a la borracha que le sonreía mostrando todos su dientes.- No ha parado de hablar, creo que me confunde con alguien.
La mujer ahora tenía toda su atención centrada en Johnny, se le acercó mientras decía con voz rasposa:
-No te he visto por aquí antes, pero me encantaría que vinieras más seguido.- Puso cara de complicidad y susurró: - ¿Sabes? A veces me llevo muestras de pan oculta en el sostén.- Río por lo bajo- ¿No te gustaría probar? Te vez tan flaquito…
Johnny se llenó la boca con hamburguesa para no tener que hablar.
-¿Me podrías dejar en casa cuando te vayas?- Terció Squee.- Extraño mi cama.
El joven no pudo contestar, la hamburguesa se le había atorado en el esófago y le costaba respirar.
-¿Estás bien, Nny?
-Claro.
Se zampó medio vaso de soda para recomponerse. No parecía haberse ahogado, pero aun así se golpeaba el pecho mientras tocía lastimeramente y escupía restos de comida.
-Sí, te iré a dejar a tu casa en un momento.- Dijo por fin.- Ya es hora de que yo también vuelva a la mía.
-¿Puedo irme contigo, cariño?
Johnny miró a la mujer con desdén.
-Por supuesto, te necesito para pintar un muro.
-¡Excelente! ¡Soy un prodigio con la brocha! Todo el mundo sabe de qué hablo.- La mujer puso sus ojos bizcos y torció el gesto con nausea- ¿Podrías pagar la cuenta? No ando con efectivo.
-Bien, basura mitómana, pagaré la cuenta.
-Excelente. Iré por esa perra ineficiente de la camarera para que nos traiga la… dame un segundo…
Era deprimente ver como la borracha intentaba incorporarse de la silla, parecía que recién estaba aprendiendo recién a caminar. Squee la miraba un tanto asustado mientras que Johnny deseaba de todo corazón que perdiera el equilibrio y se partiera los dientes contra la orilla de la mesa.
De pronto el triste espectáculo comenzó a aburrirlo.
-Olvídalo.- Dijo con hastío.- Yo iré.
Cuando se levantó, la mujer se agarró firmemente de las solapas de su chaqueta para evitar caerse. Johnny puso cara de susto cuando se encontró con sus ojos nublados y suplicantes.
-Por favor, cariño, invítame una cerveza.
Eso fue todo. La mujer soltó la chaqueta al tiempo que manchaba el piso con todo lo que tenía en el estómago. Se arqueó en forma violenta y lanzó un aullido escandaloso al tiempo que vomitaba. El joven alcanzó a hacerse un lado, pero aun así la nauseabunda mujer le salpicó la punta de las botas.
Todos miraron en esa dirección.
-¿Podemos irnos ya, Nny?- Suplicó Squee.
-Sí. Esto es tan… deprime.
La borracha se derrumbó en medio de la vomitada y azotó su cabeza contra el piso de loza de la cafetería. Al menos ya estaba medio muerta, lo que le iba ahorrar a Johnny buena parte del trabajo.
-Salgamos de aquí.- Lanzó una mirada fugas a la mesa.- Trae las papas ¿quieres? Aún tengo hambre.


Squee pensó que costaría trabajo acarrear a la mujer desmayada hasta el auto, pero Johnny tenía mucho más fuerza que lo que su cuerpo escuálido y menudo permitía suponer. Simplemente la tomó por uno de sus tobillos (el único que tenía calzado) y la lanzó en el asiento trasero. El niño lo siguió pacientemente y se acomodó en el asiento del copiloto.
-Hace un poco de frio.- Dijo asegurándose en cinturón y protegiendo a su oso de peluche entre las piernas.- ¿Podemos encender la calefacción?
-Preferiría que no.- Contentó el homicida sentándose frente al volante.- El frio del ambiente me ayuda a mantener la cabeza fría. Detesto el calor.
El motor helado rugió lastimeramente antes de que Johnny pusiera el auto en marcha. Avanzaron varios minutos en silencio. Squee tenía la vista fija en la ventanilla, observando con ojos cansados la eterna oscuridad de la carretera y más allá, la tierra desierta que los rodeaba. Se giró lentamente hacia el espejo retrovisor, la mujer que hace un rato lo retenía en la cafetería para que escuchara sus historias sin sentido, ahora dormía plácidamente, con los pies pegados a la espalda de su asiento. Se preguntó cuánto le quedaba de vida. Hizo un gesto de desagrado cuando recordó que el conductor que ahora lo escoltaba era capaz de abrir una cabeza humana para arrancarle los sesos y arrojarlos contra la pared. Finalmente, luego de casi un quilómetro de viajar con el cuello tenso por sus horripilantes recuerdos, decidió expresar su inquietud:
-¿Vas a hacerle daño a la mujer rara?
-Mira, Squee, la verdad es que los seres humanos son profundamente imperfectos, nadie puede hacerles más daño del que ellos se hacen a sí mismos.
El niño quitó la vista del retrovisor sin estar muy seguro del significado de lo que acababa de oír, pero decidió no hacer más pregustas al respecto.
-Oye, ya que sacas el tema ¿Cómo se llama ese espantoso remedo humano que transporto allá atrás?
El chico se encogió de hombros.
-No sé. Primero me dijo que se llamaba Emilia, luego dijo que le dijera Rosa, luego Paula y acabó por ordenarme que le llamara Emma… yo preferí referirme a ella como Herpe para no confundirme.
-¡Herpe! ¡ja! Eso sí que le queda bien.
Pasó otro par de quilómetros sin que nadie dijera nada. Solo la mencionada Herpe lanzaba un quejido de vez en cuando.
-Dime, Squee.- Ahora era Johnny quien rompía el silencio.- ¿Volviste al psiquiátrico luego de la última vez?
El pequeñito asintió levemente con la cabeza.
-Es una pena. Tú no estás loco.
-Eso es lo que digo, pero parece que nadie me escucha.
Johnny pegó el mentón a la orilla superior del volante. Estaba mucho más preocupado de lo que acababa de escuchar que del camino monótono y llano.
-¿Sabes lo que pienso? Creo que están empeñados en volverte loco. Me esfuerzo por mantener tu frágil mente en buen estado, te digo que seas cuidadoso, pero los adultos que te rodean no me hacen la tarea fácil… mira que olvidarte en una gasolinera a doscientos quilómetros de casa.
-No importa, no fue tan malo.
-Eso es cuestión de interpretación, lo que yo interpreto, por lo menos es que tus padres no debieron tener nunca un hijo.
-Eso es lo que dice papá.
El joven dio un suspiro profundo y se giró hacia su copiloto para poder mirarlo fijamente mientras le hablaba. Parecía que ya no le importaba el hecho de que él era el conductor.
-Lo siento, Squee, a veces no me doy cuenta de lo que te digo… Mira, yo no creo que seas tú quien deba ir al psiquiátrico, si no ELLOS. Hay algunas instituciones que logran exactamente lo contrario de lo que se proponen, por eso pienso que tus padres quieren que te vuelvas tan loco como ellos.
El niño escondió la mirada en el señor Shmee. No estaba de acuerdo, pero no se iba a arriesgar a llevarle la contraria al homicida.
-¿Sigues tomando los medicamentos que te dieron en el psiquiátrico?- Continuó el joven sin notar este detalle- ¿No te ha pasado nada extraño?
-Éstos me dieron urticaria hace tres semanas, cuando me llevaron otra vez con el doctor.- Contestó el pequeñito sacando un frasco de pastillas que Johnny ya había visto antes.
-Mmm…
-Pero me ayudan a no estar loco, eso dicen.
El homicida no pudo disimular su risa.
-Eso es precisamente lo contrario de lo que intento decirte. Y ya da miedo que sea yo quien te dé consejos, teniendo en cuenta de que no puedo manejar mi propia vida.
Squee se dispuso a guardar el frasco en su lugar, pero la mano larga y huesuda de Johnny lo detuvo. Miró al homicida con ojos suplicantes, pero su aterradora estampa le hizo abandonar toda esperanza de que lo dejara en paz.
-Ya sé cómo puedes hacer un uso más provechoso de esto.- Dijo el maquiavélico conductor del auto mientras le arrebataba el medicamento y abría lentamente el frasco.- Pero, por sobre todo, tienes que mantenerlo lejos de tu cuerpo. Estas cosas ni siquiera las han experimentado en conejillos de indias.
Abrió ligeramente su ventanilla y sacó el frasco hasta que la última pastilla quedó regada por el camino. Luego se lo devolvió a su dueño, quien solo lo mirço con ojitos lastimones.
-No te enojes, era lo mejor.
Squee no hizo ningún reclamo, ni siquiera se atrevió a levantar la mirada con un dejo de súplica o enojo, pero ese maldito oso de peluche que protegía en su regazo se esmeraba en amenazarlo sin palabras. Parecía que el juguete se había irritado con el gesto que acababa de tener, ya que podía traerle problemas a su dueño.
-¿Todavía crees que soy el chico malo?- Contestó Johnny a un comentario que solo él pudo escuchar.- Pues no soy el chico malo, al menos estoy intentando no serlo justamente AHORA.
La sonrisa estúpida del muñeco lo descolocaba.
-¡Rayos, señor Shmme! ¡No tengo deseos de pelearme contigo!
-¿Qué ocurre?
Antes de que el pequeño pudiera esconder su peluche de las manos amenazantes del homicida, éste se lo arrebató de un jalón y lo colocó frente a su mirada fulminante.
-Nny… el volante.
Azotó al pobre oso contra el parabrisas al tiempo que gritaba enloquecidamente:
-¡Creí que la última vez nos habíamos hecho AMIGOS! ¿Por qué te empeñas en  juzgarme precisamente cuando intento ser bueno?
-Nny… por favor sujeta el volante.
-¡Las mentiras! ¡Siempre con las mentiras! Ya estoy cansado que de la basura como tú intente MANIPULARME ¿Acaso no tengo derecho a comportarme como un buen amigo? ¿Tan extraño es que intente tratar con respeto a otro ser humano? ¿Acaso no merezco yo mismo un mínimo de respeto?
Johnny buscó a tientas bajo su asiento hasta encontrar un cuchillo tan grande como su cabeza. Acto seguido atravesó al oso una sola vez para acabar clavándolo en la guantera.
-Quédate ahí para que medites en las ofensas que acabas de lanzarme.- Sentenció con voz acerada.
Squee miró horrorizado e impotente al ver a su mejor amigo acuchillado contra la guantera, pero no se atrevió a mover un músculo para ayudarlo.
Johnny suspiró hondamente y estiró el cuello hacia atrás, para descansar su cabeza contra el respaldo del asiento. Casi de la nada, los faroles de otro vehículo iluminaron su cara demacrada.
 -¡JOHNNY! ¡SUJETA EL VOLANTE ANTES DE QUE NOS MATEMOS!
El joven reaccionó perezosamente, ni siquiera el bocinazo del otro vehículo (que resultaba ser un camión) logró hacer que se interesara en la conducción de su propio auto. Fue el pequeño copiloto quien hizo que el volante girara sobre su eje en noventa grados, lo que finalmente logró salvarles la vida a ambos cuando esquivaron el camión por un pelo.
-Mierda.
El diafragma del chico se tensó dolorosamente ante la fuerza de su propia respiración. Pasaron varios segundos antes de que su rostro desfigurado por el pánico se relajara al convencerse de que seguía con vida.
-Mejor yo manejo.- Concluyó con voz entrecortada.
Johnny tocó el volante con la punta de sus dedos.
-Olvídalo, no tienes edad para manejar, además, no alcanzas los pedales.- Dijo con toda tranquilidad, como si la experiencia cercana a la muerte no le hubiese afectado en lo más mínimo.
El chico obedeció sin chistar. Quedó demostrado ante sí mismo que le tenía más pavor a su sádico vecino que a un estrellón de frente contra tres toneladas de puro fierro.
Afortunadamente no tuvieron otra oportunidad de hacerse papilla el resto del viaje. Incluso, la monotonía del camino y la falta de una conversación fluida, hicieron que el cansado niño sucumbiera ante un sueño profundo. Johnny lo dejó dormir y se adentró en las entrañas de la ciudad para dar con los suburbios en el más absoluto silencio. Cuando estuvo frente a su hogar, apagó el motor del auto y salió de éste con el niño en sus brazos.
-Aquí vamos.- Suspiró el joven homicida mirando la fachada de su madriguera. Adentro, lo estaban esperando.
Lo primero que hizo fue dejar a su vecinito a casa, se coló por la ventana de su cuarto y lo arropó cuidadosamente en la cama. Quedó esperando un par de minutos a ver si despertaba para poder despedirse, pero la expresión ausente del niño le hizo entender que eso no pasaría si no hasta muchas horas después.
-Adiós, Todd Casil.
Luego de contemplarlo por última vez, abandonó la habitación por la misma ventana por la que había entrado. Avanzó pesadamente por el jardín de su vecino para llegar a su propio patio, donde nada había crecido desde que tenía memoria. No despegaba la vista del suelo, a pesar de que por lo general era un asiduo observador de las estrellas, algo le hacía mantener el cuello tenso en la dirección contraria.
Era algo así como una mala corazonada.
Se detuvo ante el umbral de su puerta y contempló sin expresión la perilla de metal oxidado. Por primera vez desde que había visto a Devi, podía sentir los latidos de su corazón atolondrado debajo de sus costillas.
No era una sensación agradable.
Abrió la puerta. Se escuchó un crujido que retumbó en la oscuridad y luego otra vez silencio. Le costó bastante entrar, no se decidía a poner los pies en su propia casa ya que por algún extraño motivo, la sentía diferente. Casi como si no fuera suya.
-Johnny.- Dijo una voz susurrante a sus espaldas.
El joven se volteó lentamente para encontrarse con la figura de Lucía en la penumbra. Sus ojazos azules resplandecían con malevolencia.
-Lucy, estoy de vuelta.
-Eso veo. Te extrañamos, por favor no te vuelvas a ir.
-No me vuelvas a levantar la voz.
-Hecho.
Se estremeció al ver su sonrisa amenazante, parecía que estaba frente a un demonio y no ante un ser humano. Con esas pistas no le costó mucho descubrir de donde venía ni por qué estaba tan feliz.
-Lindo niño.- Dijo ella confirmando sus sospechas: Lucía había acababa de observar el sueño del infante a través de su ventana.
-No te deberías acercar a su cuarto.
-Pero olvidaste darle esto.- La sonrisa de Lucía se ensanchó cuando levantó con su mano derecha el osos de peluche que Johnny había clavado a la guantera.
-Cierto. Yo se lo llevo.- Dijo el joven en tono firme al tiempo que estiraba la mano.
-Cielos, Nny ¿No te das cuenta? Eres el único en el universo que se preocupa de ese niño. Se nota que el pobrecito tampoco es muy popular en el cole.
Le lanzó al señor Shmee con cierta violencia. Cuando Johnny lo recibió pudo sentir el resentimiento del muñeco a través de su relleno medio salido.
-Tiene mala suerte.
-¿Por qué te esmeras en protegerlo? ¿No te das cuenta de que con esa personalidad que tienes lo aterras en vez de agradarle?
Johnny la miró a la defensiva, pero ella continuó sin inmutarse:
-Es un niño con demasiados temores.- Su voz se tornó extrañamente agradable, como su se esforzara por demostrar una falsa dulzura para enmascarar un odio tremendo.- Ojalá no me den ganas de acercarme a él, podría crearle otro.
-No es un alimento para la pared, si a eso te refieres.
-Lástima. Sería delicioso.
Lucía entró a la casa. Cuando pasó a su lado, un ligero viento helado hizo que la piel del joven se erizara.
Rápidamente, caminó hacia el jardín de su vecino y arrojó a Shmee por la ventana, no sin antes decirle unas cuantas amenazas y recomendarle que mantuviera los ojos abiertos cerca de su amo.


Ya casi amanecía, pero el trabajo de Johnny se alargó hasta bien entrada la mañana. No había pegado un ojo en tres noches, aun así se entregó a su labor ininterrumpidamente.
Cuando ya por fin hubo acabado de vaciar la última gota de sangre del cuerpo de la mujer y dado una nueva capa al muro, estaba totalmente agotado. Limpió sus manos con un trapo viejo al tiempo que contemplaba el resultado de su trabajo con ojos cansinos. Al cabo de unos segundos, lo asaltó una duda. Tal vez podría haber inconvenientes en usar por pintura litros de sangre alcoholizada.
Nada de escuchaba moverse. Todo estaba en el más absoluto silencio. Los pálpitos y las respiraciones del otro lado se habían apaciguado. Esto le llevó a pensar que daba lo mismo la calidad de la sangre, mientras fuera humana, ésta cumplía su objetivo.
Fue entonces cuando vio el hacha apoyada a un costado. Obviamente, no la iba a usar, pero su imaginación lo llevó a suponer que la hundía en la madera con la misma energía con que la hundiría contra la carne viva. Su imaginación se detuvo antes de contemplar el resultado de esa osadía, lo que solo le dejó una sensación de ansiedad que le pesaría durante horas.
Ni siquiera quiso acercarse a tocar el mango del hacha y se alejó rápidamente hacia la superficie.
Arriba, en su sala de estar, el ambiente no era mucho más agradable que el de la habitación de la que venía huyendo. Desde el amanecer, el sol se había alzado en el cielo formando una bóveda incandescente que atravesaba las paredes de su casa, formando una especie de horno y haciendo emerger olores olvidados desde el sótano.
No era un buen día para quedarse en casa.
Sin embargo, Johnny no tenía el ánimo suficiente como para poner un pie fuera de y enfrentarse al resto del mundo. En cambio, optó por tenderse en el sofá y meditar hasta que sus miembros doloridos se adormecieran.
Ese día prometía ser muy pesado y aburrido. El calor lo atontaba y ni siquiera tenía ganas de encender la televisión. Se quedó inmóvil en la semi oscuridad contemplando la pantalla apagada del aparato.
Allí estaba ella. Podía verla desde su posición parada en el umbral de la cocina gracias al reflejo del televisor. Parecía un enemigo acechante. Una víbora con ojos relampagueando en las sombras.
-Así que es cierto.- Comentó Johnny con aparente tranquilidad.
-¿Qué es cierto?- Preguntó la chica desde de su lugar en la puerta de la cocina, imitando el mismo tono.
-No comes, no duermes. Solo estás ahí siempre, mirándome con esos ojos como si esperaras algo de mí.
Lucía se apoyó en el marco de la puerta. Parecía que saboreaba el momento.
-No espero nada de ti, Nny. Salvo que en algún momento te liberes y rompas ese muro. Eso solo te ayudaría a ti mismo ¿O es que quieres mantener tus propios temores lejos de tu vecinito?
El joven no contestó. Había pasado muy poco tiempo desde su última charla con ella y aún sentía  algo de escalofríos. Entonces, le pareció irónico que alguien a quien en un comienzo consideró una víctima más ahora le diera tanto miedo. No creía pode aguantar mucho esa situación. Los Psycopanaderos lo había manipulado a sus anchas durante años, pero esto era totalmente diferente e infinitamente peor. Escapaba de toda comprensión, de toda lógica.
-Vale.- Siseó Lucía en la penumbra.- No siempre podemos tener todo lo que queremos.
Johnny quedó mirando hacia donde estaba con ojos inquisidores aun cuando ella se hubo oculto. Entonces, el escalofrío de su columna se volvió insoportable, tanto como los golpeadores latidos de su corazón. Lo peor de todo fue que pasaron horas antes de que finalmente abandonara el sillón y volviera al sótano para calmar su ansiedad.
-¿Qué  me pasa?- Se preguntó mientras se sumergía en las entrañas de la casa.- Estoy perdiendo el control de mi cuerpo tal y como he perdido el control de mi mente.
Tras un cráneo hundido a punta de martillazos, un corazón cercenado de sus arterias y venas y varias extremidades reducidas a trocitos carnosos con la ayuda de una motosierra, el resultado fue rotundamente frustrante: su ansiedad no había disminuido ni un poco, al contrario, se había incrementado hasta casi convertirse en desesperación.
Tal vez fueron los gritos que taladraron sus tímpanos tan acostumbrados al silencio o el gimoteo patético y deprimente el que lo llevó a explotar la violencia hasta niveles extremos sin lograr resultados. También le echó la culpa a que veía su sufrimiento espiritual en el sufrimiento carnal de sus víctimas y esto le hacía sentirse aún más miserable. Su dolor iba más allá de las penetraciones que podía hacer con una hoja o de los golpes que podía propinar con el acero. El flujo de sus pensamientos era mucho más vasto y complejo que el lago de sangre oscura que se había formado a sus pies y que habría bastado para llenar una tina.
 Si estaba por encima de su propia violencia ¿Qué sentido tenía buscar consuelo en la muerte ajena?
Tal vez ese pesar era parte de la misión que debía cumplir en ese mundo. En el infierno había aprendido un par de cosas sobre sus actos en la tierra, pero no lo suficiente como para hacerlo estar tranquilo con las respuestas que tenía. Las cosas desde hace mucho tiempo habían dejado de tener sentido, pero ese día en particular sintió que se había perdido completamente a sí mismo. Aunque masacrara a la ciudad entera, no iba a poder cambiar las cosas ni por un momento. Llevaba demasiados años alimentando su locura dentro de esas cuatro paredes, sin saber si en algún momento existió otra vida antes de esa maldita casa. Antes de ese maldito muro.
Por eso es que la muerte ya no lo satisfacía. Ninguna de sus víctimas iba a poder devolverle lo que había perdido.
 La obra de arte que había pintado hace un par de esa semana con restos humanos solo fue una especie de catarsis para soportar lo que venía arrastrando por tanto tiempo. Era un grito desesperado al sentir que su creatividad se le escapaba, succionada hasta el fondo por esas perversas reificaciones.
El artista sangriento estaba muriendo lentamente por dentro y junto con él toda su demencia ¿Qué sentido tenía luchar contra la mortalidad si ya estaba olvidando sus motivos para seguir con vida?
Miró los cuerpos de los que acababa de asesinar. Tuvo un poco de resentimiento contra sí mismo cuando comprendió que había usado esa brutalidad primitiva que tanto detestaba para satisfacer sus propias necesidades. Esos deseos egoístas que pudo ver en las personas que mataba eran una virtud al lado de lo que se estaba cocinando en su interior. Era mil veces peor que una bestia. Mil veces peor que un ser humano.
No era como ellos eran antes: llenos de “vida”, de emociones y sueños baratos. Seres profundamente inmundos, creadores de su propia tragedia. Ellos se apagaban y encendía todos los días en un acto casi mecanizado, intoxicando sus cabezas con esa felicidad falsa, que solo podía alimentarse con mundanidades, con productos de belleza artificiales, con las noticias sin importancia de la farándula local y los programas de televisión.
La muerte les ayudaría a recordar lo poco que duran todas esas cosas y el sufrimiento carnal sería la única vía de escape de esa podrida realidad.
Él no podía contar con ese tipo de consuelo.
Sus actos brutales eran solo un patético intento por recobrar algo de su imaginación perdida, aquella que podía transformase en arte en vez de homicidios. Pero del hombre que pintaba y escribía los tejidos de sus emociones ahora solo quedaba un despojo de lo que otros habían hecho de él. Un atado de carne y sangre sin objetivos claros y sin ninguna clase de futuro.
El enfado por la estupidez humana había sido casi lo único en lo que había podido concentrarse durante años y su excusa para cometer todas clase de atrocidades. Ahora ni eso tenía.
Si ya no quedaba ninguna vía de escape ¿Qué más podía hacer?
Los restos humanos se esparcieron por el piso mojando la suela de sus botas, el olor a muerte le mareaba.
-¡Odio la sangre!- Chilló con toda la fuerza de su desesperación.- ¡Odio todo lo que tenga que ver con el cuerpo humano!
Abandonó el cuarto dando zancadas, nunca ese sótano le había parecido tan repugnante.
Salió corriendo de la casa con las llaves del auto en mano. En cuanto puso un pie fuera, el sol abrazador le dio una bofetada en la cara.
Eso casi fue agradable.
-¿Dónde vas?- Preguntó una voz conocida e insolente a su espalda.
Johnny no hubiese querido detenerse, pero sus botas se plantaron en la tierra casi de forma involuntaria, dejando un surco.
-Necesito salir, estas mugrosas paredes me están ahogando.
-¿Otra vez ese maldito muro?
Johnny sacudió la cabeza.
-Es algo infinitamente más complejo. Jamás lo llegarías a entender.
-Pruébame.
-No te lo tomes a mal, pero hablar contigo me resulta asquerosamente desagradable, vomitivo. No puedo matarte por ahora. Debería sacar ventaja de eso.
-¡Que susto!- Se burló Lucía, con una vocecilla inusualmente aguda.- Pero todavía no me contestas ¿Dónde vas?
-¡Mierda!
Sin decir otra palabra, el joven se metió en el auto dando un portazo y lo echó a andar ante la mirada furibunda de su enemiga.
No tenía un objetivo claro, por supuesto, simplemente se sentó al volante y condujo varias cuadras para alejarse de aquello que lo atormentaba. Solo cuando se metió en la carretera del lado sur se preguntó dónde pretendía ir. Reventar el estanque hasta llegar a la capital no era una mala opción: sentarse en una sala de cine a ver alguna horrible película independiente o buscar otro Taco Bell de la cadena de seguro le harían recordar las pocas emociones que le ayudaban a estar vivo. O tal vez adentrarse en un mar de gente adicta a los paseos por la avenida comercial serviría para olvidarse a sí mismo mientras fingía que la multitud se lo tragaba en lugar de hacerlo resaltar. Cualquier opción era buena.
Tomó varias salidas hasta sentir que se había perdido. Cuando decidió aminorar la velocidad el sol había bajado lo suficiente como hacer que el cielo luciera un rosa pálido. Aún hacía calor, de no ser porque tenía la ventanilla baja, se habría cocinado en el asiento del auto.
Algo le llamó la atención. Por lo general, cuando atardecía el sol se escondía tras las montañas (o al menos eso era lo que dejaban ver los edificios del centro), pero esta vez podía ver al cegador astro directo, bajando rectamente hacia la carretera. Ese hecho sumando al toque de sal y agua del aire que se colaba por su ventanilla, le hizo suponer que estaba cerca de la costa. Eso significaba que se había alejado al menos ciento cincuenta quilómetros de la ciudad.
-¡Un atardecer!- Rió Johnny dándole un golpe a la guantera.- ¡Que idea más estúpida y conveniente!
Hubiese querido que el señor Shmee siguiera en el auto, no le vendría mal alguien ligeramente no desagradable para conversar.
Resignado a disfrutar el resto del día en soledad, tomó la primera salida hacia el este de la carretera, usando como guía el punto brillante en el horizonte. El olor a mar le hizo deducir que solo faltaban un par de quilómetros para encontrar la costa, así que redujo la velocidad justo cuando las dunas de arena que rodeaban el camino, comenzaban a atrincherarse contra el asfalto.
Solo un par de minutos después, apagó el motor completamente y se estacionó a unos cien metros de la playa, hubiese querido avanzar más en el auto, pero unos riscos rocosos volvían demasiado estrecho el acceso. Continuó el resto del camino a pie, la arena lo hacía dar pasos pesados, lo que le hizo sentir que el mar se encontraba lejos, que el trecho pálido y endeble que lo antecedía era casi infinito.
Esa playa semi abandonada a una orilla de la carretera, era el descanso que necesitaba. Era una especie de media luna rodeada por acantilados, la espuma de las olas bañaba la orilla en forma monótona y haciendo eco contra las rocas. Todo a su alrededor le inspiraba paz, era como si alguien hubiese pintado un cuadro para él y de alguna manera hubiese logrado meterlo dentro.
No había otro ser humano a la vista, así que por esa tarde, el hermoso paraje era totalmente suyo.
Extendió las manos para sentir la suave briza marina rodear su cuerpo frágil y mustio. Por un segundo pensó que el viento se lo llevaría cuan hojarasca seca y que acabaría descascarándose en el cielo.
Habría sido una linda forma de morir.
Levantó los ojos, respiró profundo, el cielo rosa palideció ante su mirada y, como si esa fuera la última escena del mundo, una parvada de gaviotas cruzó el horizonte trazando círculos imperfectos. El sonido de las aves, mezclado con el de las olas sobre la arena, se volvió un susurro en ese vacío. Le gustó imaginar que era el último hombre en el universo y que ese momento duraría para siempre.
Las aguas eran claras y tranquilas, incomparables con el océano negro que sacudía su corazón. El paisaje parecía decirle que sus penas y preocupaciones ya no tenían en el menor sentido, que sus brutalidades habían quedado en el pasado, que los horrores de la humanidad se habían extinto junto con esa inmunda especie y que ya no había motivo para no seguir respirando. Era una mentira perfecta, trazada con armonía casi artística para llegar a sus oídos crédulos como un presente posible.
Levantó una vez más los ojos, pero esta vez hacia los riscos que cercaban la playa. Eran al menos quince metros de roca sólida acabados en planicie, un lugar perfecto para detenerse a mirar el mar en todo su esplendor. Recordaba haber visto una especie de camino, más o menos escarpado para el acceso de un vehículo, mientras tomaba la salida hacia la costa. Valía la pena intentar llegar hasta arriba solo para contemplar ese paisaje desde lo alto. Sin detenerse a pensarlo demasiado, volvió al auto con la firme intención de conducir cuesta arriba aunque eso reventara el motor.
Estaba maravillado.
De haber creído que esa era la paz que venía luego de la muerte, se habría sepultado de buena en ese mar infinito que era sin duda la mejor tumba que podría haberse imaginado. Quería abandonar su cuerpo malnutrido para dejar libre un alma aún más insana.
Pero eso no era lo que ocurría al morir. La otra vida era un caos aún peor que la presente, lo que no le parecía mundano, era absolutamente incomprensible. Además, si moría ¿Dónde iba a parar? La última vez que estuvo en el cielo, había hecho vomitar hasta el cansancio a San Pedro en cuanto este tuvo la osadía de echarle una ojeada a su expediente. Definitivamente en el paraíso no sería bienvenido (razones obvias), pero el infierno tampoco era su lugar. No dejaba de ser perfecto para muchas de sus víctimas y tenía un impactante parecido con la tierra, pero resultaba asquerosamente insoportable la idea de volver a pasearse entre los condenados, gente odiosa y consumista que se refugiaba en banalidades para escapar del hecho de que estaban en el mismo infierno. No, ese no era tampoco su destino. El diablo había sido muy claro cuando le dijo que no podía tomar su alma y que por eso no representaba el menor interés para él.
Sin un lugar a donde ir ¿Qué sentido tenía matarse?
Por otro lado… estar vivo no era precisamente la mejor sensación del mundo. Ese momento en la playa era tan hermoso como breve, casi un espejismo en medio de la turbia realidad que le había tocado.
Entonces, miró los riscos que se alzaban junto a la playa. Hubiese sido maravilloso ser una de las gaviotas que surcaban el cielo para poder lanzarse de lo alto y volar paralelamente al mar, a pocos palmos de las olas.
-Volar.- Susurró apenas moviendo su boca reseca por la sal.
No le costó imaginarse que se inmolaba desde la cima de ese risco, su cuerpo cortaría el aire como un meteorito negro, la fricción de la caída apenas le haría cosquillas y finalmente llegaría al mar como todo proyectil en picada.
¿Y si saltaba en el auto?
La caída sería mucho más mortífera si la gravedad lo atrapaba dentro de ese armatoste de metal. El mar se lo tragaría de un bocado y sería imposible emerger a la superficie.
Sacudió su cabeza para disipar las ideas suicidas.
No había un lugar para él en el cielo, no había un lugar para él en el infierno ¿Dónde iba a parar? ¿Acaso volvería a despertar en su sala de estar, con el cuerpo agarrotado como si tan solo hubiese tenido un mal sueño?
¿Y si todas esas dudas era precisamente parte de un mal sueño?
Se estremeció. La idea de morir era sin duda desagradable, especialmente después de que la última vez había agonizado por horas. Pero… ¿No era peor acaso la idea de seguir vivo? Tal vez ahora que estaba en un lugar infinitamente mejor, rodeado de la paz de la naturaleza y lejos de toda porquería humana, la experiencia sería un poco más agradable. Tal vez incluso iría a un sitio diferente, si su destino no era igual que el del resto de las almas errantes ¿Qué tan descabellada era la idea de acabar volando sobre el mar con las gaviotas?
Valía la pena intentarlo.
Aumentó la velocidad cuando el camino se empinó. Estaba forzando los cambios, pero no importaba, su vieja chatarra gris aguantaría esa simple subida. Cuando su espalda se apegó contra el respaldo del asiento producto de la fuerza de gravedad, supo que se había metido en un terreno peligroso. Se imaginó el auto rodando colina abajo, envuelto en una bola de llamas y con él aún sentado en el asiento del piloto. Esa idea lo estimuló a ir más aprisa.
El motor tosió con fuerza, pero los neumáticos siguieron adelante sin reventarse. Los cambios estaba ajustados en la cuarta, pero aun así el auto no se movía con la rapidez que hubiese querido.
Bajó su ventanilla totalmente para que el agua tuviera ocasión de entrar a torrentes, aunque lamentó que con eso se arruinaría la tapicería artificial de sus asientos y la radio que solo sintonizaba la estación de jazz también quedaría estropeada.
El filo del barranco se dibujaba a través de su parabrisas.
-¡Mierda! ¡Esto es genial!- Gritó extasiado al ver como el brillo del horizonte coronaba el paisaje.
 Daba risotadas de júbilo mientras se preguntaba por qué la adrenalina de su propia muerte era más intensa que la de la muerte ajena.
El motor cedió levemente cuando intento pasar a quinta y por un segundo la pendiente hizo que auto retrocediera. Por fortuna, logró reponer la dirección y el conductor desistió de la idea de ir más rápido por lo menos hasta que el camino fuera menos empinado.
Cuando los grados de la pendiente hicieron el acceso en subida menos difícil, Johnny vio la oportunidad de aumentar levemente la velocidad. En cuanto lo hizo el viento salado y frio entró por la ventanilla golpeándole la cara y enmarañando su cabello.
Se sintió vivo.
Feliz como nunca.
El límite del barranco se veía claro y cada vez más cercano. El horizonte (ahora violeta como las flores) dio un destello poderoso cuando el astro rey se escondió tras la línea del mar.
Congelaría el precioso momento con su propia muerte. La adrenalina que corría por sus venas hacía que no le importara donde fuera su alma cuando se hundiera para siempre en las aguas calmas, cuando se inmolara como un ave de metal monstruosa que alzaba su último vuelo.
Y fuera libre…
Un sonido atronador interrumpió su momento de gloria, como una explosión justo delante de sus narices. Entonces le pareció ver una niebla cegadora fuera del auto y no pudo cerrar la ventanilla antes de que un asfixiante humo blanco invadiera toda la parte delantera.
El auto se detuvo lentamente hasta llegar justo al borde del precipicio, ni siquiera las ruedas delanteras lograron acercarse lo suficiente como para hacer que el vehículo se balanceara. Estaba totalmente a salvo sobre tierra firme.
La muerte le había esquivado una vez más. Ya no podría saltar en busca de su redención, libre como las gaviotas de la playa.
Ya no podría ser un ave.
El motor se había reventado.
-¡Mierda!
Johnny golpeaba el parabrisas con sus diminutos puños mientras lanzaba toda clase de improperios contra el cruel destino que le había salvado la vida. Su frustración era incontenible, de haber tenido a alguien cerca, lo habría estrangulado.
Alguien le golpeó la ventanilla del copiloto, primero suave y luego de una pausa, cuando pensó que solo se lo había imaginado, los golpes se volvieron violentos e insistentes.
-¡Espere!- Gritó el suicida frustrado alcanzando la manivela de la otra ventanilla. El rostro que vio entonces era muy conocido, pero aun así logró sorprenderlo.
-¡Lucy!
-¿Quién más? ¡Sal de ahí antes de que YO TERMINE lo que TÚ EMPEZASTE!
Johnny se bajó rápidamente del auto y cerró la puerta de un portazo. En vez de reunirse con la inoportuna aparecida, corrió hasta capó y levantó la tapa. Una humareda le nublo la vista y no pudo evitar toser rabiosamente. El panorama no era alentador, el motor estaba completamente inútil.
-¿Qué intentaba hacer matándote?- Inquirió Lucía. No tenía un tono de reproche en la voz, sino una sincera sorpresa.- ¿Pensabas solucionar algo?
Johnny suspiró profundamente mientras bajaba la tapa del capó.
-Solo quería contestar mis dudas existenciales a través de la muerte.- Contestó con toda tranquilidad.
-Johnny, eres un melodramático.
-¿No lo son todos los suicidas?
El joven soltó una leve sonrisa al tiempo que se recostaba boca arriba sobre el chasís. El cielo era cada vez más oscuro y pronto comenzarían a verse las estrellas, iluminadas hasta la magnificencia en ese punto de la carretera.
-Hay que irnos.- Espetó Lucía.
-Claro, solo un momento…
Disfrutó de la paz de la playa unos cinco minutos más, sin decir ni escuchar palabra alguna. Estaba consciente de que, una vez que abandonara esos parajes, nunca más volvería a estar tranquilo.
-Vámonos.- Dijo una vez que el ineludible paso del tiempo le recordó que era hora de volver a casa.
-No hay prisa, Nny. El paisaje es hermoso.
-Olvídalo… espera ¿Cómo piensas que vamos a volver?
Lucía se encogió de hombros.
-Hay una gasolinera a un par de quilómetros a partir de la última salida… supongo que ahí podemos pedir una grúa.
Caminaban colina abajo cuando un crujido persistente los hizo voltear, justo a tiempo para ver como la tierra cedía bajo el auto gris de Johnny y éste caía irremediablemente al vacío ahora negro.
-Bueno… al menos ya no necesitaremos la grúa.- Dijo la chica con un tono de ironía en la voz.- Mejor pediremos un taxi.
Era cerca de  la media noche cuando Johnny y Lucía llegaron a casa a bordo de un maloliente taxi. Habían tenido que caminar un trecho muy amplio junto a la carretera antes de encontrar otro atisbo de civilización humana y, aunque intercambiaron un par de palabras sueltas en el camino, no tocaron el incómodo tema de la pared. Por fortuna, el joven aprovechó ese instante de intimidad mental y reflexionó largamente sobre lo que acababa de pasar en esa playa. Para cuando se bajó del taxi, había sacado una conclusión.
-Lucy.- Suspiró. Por el tono de su propia voz, supo que no estaba convencido.
-¿Si, Nny?
-Lo que pasó hoy me hizo ver que no importa lo malo que pueda ocurrir… nada es peor que lo que estoy viviendo.
-¿A qué te refieres?- Preguntó la joven tendiéndole un manojo de billetes al conductor del taxi.- He… gracias.
-A que no soy libre, Lucy. Siempre ha habido algo a lo que he tenido como esclavo, si no es a los Psyco Panaderos, es a ese maldito muro… no importa que lo que salga de ahí me devore pedazo a pedazo, con todas mis entrañas y mis huesos. Va a ser una muerte horrible, pero no creo que quiera seguir viviendo como lo hago ahora.
Lucía se quedó en silencio, plantada en la oscuridad. Por la mirada profunda que tenía el homicida, supo exactamente de lo que estaba hablando.
-¿Vas a romper el muro?
-No es una decisión fácil.- se rascó la nuca.- Pero suicidarse tampoco, y es algo que me suelo tomar a la ligera.
Lucía le tocó el hombro con suavidad. Su mano era pequeña y cálida. En ese momento ya no se le antojó como una enemiga, si no que como algo muy cercano, casi parte de sí mismo, como el algún momento lo había sido Bunny.
-Mira, Nny, jamás te diría que hicieras algo que resultara dañino para ti- Dijo ella con voz dulce.- Soy tu amiga.
-Tú no conoces lo que hay detrás. Morirías si te quedas en esta casa para cuando bote la pared.
-No importa, no tengo miedo. Nada malo va a pasar.
-Si tú lo dices…
Al entra a su casa, un escalofrío recorrió la espalda de Johnny, casi como un mal augurio. Supuso que era la fuerza de algo sobrenatural e invisible que intentaba disuadirlo de lo que pretendía hacer. Pero titubear no era parte de su naturaleza. Seguiría hasta el final aunque eso significara la muerte (una horrorosa muerte) ya que para el siguiente amanecer, solo quedaría un monstruo en esa casa.
Bajó las escaleras muy lentamente y a medida que se acercaba al punto crítico, su ansiedad iba en aumento. Lucía lo seguía muy de cerca, cubriéndole la retaguardia y sin demostrar una pizca de miedo… Ella en serio creía que no había nada que temer, pero cambiaría de opinión en cuanto la bestia dantesca los mutilara a ambos.
Mientras descendía hasta su propia muerte, el homicida iba recordándose a sí mismo cómo era que había tomado esa decisión suicida. Tal vez las emociones que había experimentado en el asiento de su auto cuando estuvo de lanzarse por el barranco seguían frescas y no le tenía ya ningún miedo a la muerte… o tal vez sí lo tenía, solo que la ansiedad que llevaba experimentando las últimas tres semanas era razón suficiente para desechar el miedo y auto inmolarse en su pequeño infierno.
Se imaginó que era un condenado caminando sin prisa hacia el cadalso.
Los rodeaba el más absoluto silencio y la más estremecedora oscuridad. En aquel descenso maldito, solo podían escuchar sus pasos perezosos retumbar en las entrañas de la casa. Era como adentrarse en la negra y mojada boca de un lobo.
Había mucha humedad en el ambiente y los rayos del sol durante ese acalorado día no habían logrado penetrar lo más profundo del agujero. El frío calaba los huesos en la medida que el camino se volvía cada vez más estrecho. Johnny jamás había sentido la claustrofobia que sintió entonces, supuso que la casa intentaba transmitirle un mensaje a medida que se acercaba, como si supiera lo que intentaba hacer.
No supo de donde venía la luz, pero era muy tenue. Solo bastaba para formar sombras aterradoras en las paredes. No pudo darles una forma con su mente y entonces supo que era los recuerdos retorcidos que su locura le había permitido rescatar. Cuando llegaron a la habitación en cuestión, la sangre en las paredes era el único recuerdo nítido.
Lo único de su pasado que le quedaba.
-Enciende la luz.
Cuando una ampolleta colgando del techo iluminó en cuarto, lo primero que Johnny pudo ver fue el hacha apoyada en la pared, exactamente donde la había dejado la última vez.
-Tal vez deberías retroceder.
El joven homicida se inclinó para recoger el hacha por el mango. Hubiese pensado que le temblaría la mano al coger el arma, pero la asía con firmeza. Caminó un par de pasos hacia atrás mientras juntaba fuerza en sus brazos escuálidos, pero poderosos.
-Hazlo.- Lo animó Lucía con un éxtasis imposible de disimular en su voz.
Johnny no respiraba, su corazón latía en cámara lenta,  el exceso de adrenalina que recorría sus venas a mil por hora hacía que sus órganos atolondrados funcionaran a medias. El organismo entero colapsaría lentamente.
Johnny se paró frente a la pared y la contempló desafiante. Se imaginó como un pequeño héroe dispuesto a acabar con una monstruosidad salida del averno, solo que el heroísmo no motivaría la batalla y bueno, Johnny no podría engañarse mucho tiempo imaginando que él mismo era un héroe. Más bien debía considerarse como una sabandija esclavizada que mordería sus propias cadenas para librarse de sus miedos absurdos.
-Hazlo.- Repitió Lucía a su espalda. La orden retumbó en toda la habitación e hizo estremecerse a lo que sea que había detrás del muro.
-Vale…
El joven sostuvo el hacha tensa sobre su cabeza durante varios segundos antes de clavarla con una fuerza sobre humana en las tablas sanguinolentas. El primer golpe fue sordo. El filo del hachazo quebró la pared justo en el centro y cuando retiró los brazos para asestar un segundo golpe, del agujero recién creado comenzó a brotar un líquido de un rojo muy intenso, casi negro, que bien podía haber sido sangre, pero era mucho más espeso.
Extasiado con ese nuevo tipo de violencia, el homicida asestó el segundo golpe sin prestar mayor atención al fluido sobrenatural que manaba desesperadamente de las tablas, y luego asestó el tercero y el cuarto. Para cuando se dio cuenta, el agujero en la pared era del porte de un torso y la porquería que escupía le manchaba los guantes hasta el codo.
-¡Escúchalo! ¡Escúchalo como grita!- Chilló Lucía enloquecida ante delirio de la escena- ¡Está RESUCITANDO!
Le homicida maniaco llegó al clímax de su violencia cuando dejó el hacha de lado y agrandó el hoyo de la pared a punta de jalones y mordidas. Le pareció escuchar gritos sepulcrales desde el fondo de la oscuridad, como si ese cuarto que por tanto tiempo solo había visto horror y muerte escondiera la entrada hacia una dimensión maldita. Como si los fantasmas de los muertos que alimentaron el  muro jamás se hubiesen marchado.
-¡Mierda!- Jadeó el homicida frente a la pared caída a pedazos.- ¡Lo hice! ¡Lo hice! ¡ESTÁ MUERTO!
Estaba hecho un lío, manchado a más no poder con esa porquería oscura y con las ropas estilando su propio sudor. Sus ojos estaban bizcos gracias a la demencia que había hecho explosión y reía incontrolablemente.
-Todo lo contrario, Nny, querido: está más vivo que nunca. Y ahora es libre.
Johnny se giró lentamente, pero no alcanzó a contemplar el regocijo de la niña maldita que lo había incitado a liberar a la bestia. La luz se apagó de golpe dejando al joven perdido en algún punto de la habitación, a merced de la cosa que había desatado. Entonces la temperatura comenzó a elevarse abruptamente, pronto el lugar se transformó en un pequeño horno, como si estuvieran en las entrañas de un volcán activo.
Sin embargo, el verdadero caos inició cuando unas risitas familiares llegaron hasta sus torturados oídos luego de casi un año de creerlas muertas. El sonido patitas de poli estireno chirriando al rozarse le hizo recordar aquella espantosa dualidad que se había debatido durante años en su interior: la matanza y el suicidio.
-¿Mr. Eff? ¿D-Boy?
Algo emergió desde el fondo de su vientre, era una corriente helada y paralizante: miedo.
Reprochándose a sí mismo por haber caído bajo la influencia de una emoción tan básica, buscó a tientas el hacha y la levantó sobre su cabeza para infundirse valor. Una parte de él sabía que eso era inútil, que jamás detendría a las fuerzas marginales de su mente sin hacerse daño a sí mismo, pero otra parte buscaba recobrar desesperadamente el control de lo que pasaba en ese cuarto.
Entonces volvió la luz.
No vio a los  Psyco Panaderos por ninguna parte, aunque estaba seguro de haberlos escuchado. Solo él y Lucía se encontraban en esa habitación.
Ella lo miraba con un destello pérfido en los ojos.
-Se han ido, aunque no para siempre.
Johnny bajó lentamente el hacha, pero no se deshizo de ella por completo, aún asía fuertemente el mango listo para defenderse.
-Lucy… tú no eres real ¿No es así?
Ella rió con fuerza.
-Todo lo contrario: soy muy real.
El joven homicida respiró pesadamente un aire denso como mantequilla. Se estremecía al escuchar las voces guturales que emergían de la boca abierta del averno, pero intentó no prestarles atención.
-No soy humana, si eso es a lo que te refieres… de lo contrario nunca habría podido escapar de tu sótano ni seguirte hasta la playa en tan poco tiempo.
-¿No eres humana? ¿Entonces que…?
-Algo parecido a un demonio… ¿Cómo te explico? Soy una fuerza sobrenatural que durmió dentro de ti durante mucho tiempo, esperando tener la solidez suficiente como para devorarte por dentro… no literalmente, por supuesto.
-¿Eres como los Psyco Panaderos?
-Claro que no. Ellos dependían de ti, Johnny, de que siguieras vivo… o que te suicidaras, depende de a quién te refieras en específico. No dejaban de ser una parte tuya, una parte que tú no controlabas por cierto, ella te controlaba a ti.
-¿Qué quieres de mí?
-¿Ahora? Nada. El tiempo se acabó, imagina que la última arena del reloj ha caído. No hay nada más que hacer, ni para bien, ni para mal.
Johnny sacudió la cabeza con tanta fuerza que acabó mareado. Se aferraba con todas sus fuerzas a la esperanza marchita que le había regalado Devi la última vez que habló con ella, se negaba a resignarse ante su propia derrota.
-Puedo matarte… puedo matarte ahora.
Lucía soltó una risita tonta al tiempo que añadía con aspereza:
-No seas tonto, Nny ¿No has matado ya a suficientes personas? ¿Cuántas vidas más vas a tomar hasta que te des cuenta de que ya no te perteneces? ¡Lo que sale de esa retorcida cabeza tampoco es tuyo!
-¡TÚ, MISERABLE RATA, INMUNDA!- Chilló el joven blandiendo desesperadamente el hacha por los aires, como si fuera una bandera- ¡TE ALIMENTABAS DE MI IMAGINACIÓN TODO ESTE TIEMPO!
-¡Hace mucho que ya no queda imaginación en ti! Date cuenta. Te drenamos lo suficiente como para poder existir por nuestra cuenta. Ya éramos lo suficientemente fuertes cuando notaste nuestra presencia, solo era cuestión de tiempo para que todo estuviera listo.
La voz de Lucía iba en aumento a medida que pronunciaba esas palabras. No solo eso, si no que se tornaba diferente: ya no era la voz de la joven que había conocido el día anterior en el parque, si no otra más poderosa y gutural, como las que podía escuchar detrás del muro roto.
 -Dejamos que te divirtieras mientras preparábamos todo para nuestra llegada y tú, inocente y despiadado como eres, apenas hiciste un esfuerzo por salvarte. Aunque…
-¿Aunque?
La niña se detuvo un instante a hacer memoria.
-Hubo un momento en el que nuestros planes casi se frustran.
-¿Cuál?
-Cuando te suicidaste, Nny. Esa noche en que te pusiste esa estúpida trampa y te volaste la cabeza, por poco arruinas todo.
-Pero Mr. Eff estaba feliz cuando morí, no entiendo.- Johnny tenía que hacer un esfuerzo sobre humano para que su voz no se quebrara.
-No me malentiendas, él sí estaba feliz. Cuando te disparaste y vio que su amo estaba libre para reclamarlo, se sintió profundamente realizado, no así como el infortunado D-Boy. Pero había algo con lo que no contaba: cuando dejaste de respirar, nuestro universo se disipó y volvimos a caer irremediablemente en el vacío de la pared.
-Creo que empiezo a entender, me necesitaban vivo el tiempo suficiente como para existir por su cuenta.
-Exactamente… tu muerte significó para nosotros dejar de ser reales, pero ya no te necesitamos, somos reales y bastante fuertes ahora.
-¿Qué quieren de mí? Si ya no me necesitan no entiendo por qué no me dejan en paz.
-Cierto, ya no hay una gota de creatividad en ti. Pero todavía nos interesas, tu alma atormentada es el toque perfecto toque de lo que venimos cocinando. Tienes que venir conmigo.
-¿Ir contigo? ¿Dónde?
-Y vas a ver. Te prometo que ese lugar no será peor que este.
Johnny se paseaba nerviosamente trazando con su ir y venir un círculo imaginario. Intentaba discutir con las angustiosas revelaciones de la joven, pero llevaba cayendo en la trampa demasiado tiempo como para pretender que había una salida.
-Un momento… cuando estuve fuera de esta casa dejaron de acosarme, eso significa que están irremediablemente atados a estas cuatro paredes ¿cierto?
-Eso fue cierto hasta cierto punto, por ejemplo, ayer era lo suficientemente fuerte como para presentarme ante ti fingiendo ser una víctima potencial. El sanatorio mental queda bastante lejos ¿no?
Johnny arqueó una ceja. Algo no le calzaba, pero decidió guardar silencio en cuanto Lucía continuó hablando:
-Nny, querido. Debiste haberte quedado muerto, debiste haberte quedado en el psiquiátrico. Debiste haber hecho cualquier otra cosa, menos volver a esta casa. En cuanto decidiste poner un pie acá, cavaste tu propia tumba. Llevábamos demasiado tiempo invertido en ti como no esperar pacientemente a que volvieras.
-Cierto. Cuando conocí a los Psyco Panaderos ya estaba lo bastante enfermo como para sentir que las voces dentro de mi cabeza eran reales, jamás supe que la casa me succionaba la mente hasta que fue demasiado tarde. Aún no logro recordar cual fue el tiempo sin retorno ¿En qué momento se llevaron mis recuerdo?
-Cuando Bunny dejó de hablarte, comenzó la cuenta regresiva. Ese pequeño conejo muerto era lo único que quedaba de ti, lo único que realmente te pertenecía.
-Pero ¿Qué han hecho con mis recuerdos?
-¿Tu infancia y toda esa mierda? Era parte del paquete, no el objetivo. Pero devorar esos traumas de niñez fue algo verdaderamente delicioso, una mente tan perturbada como la tuya tenía mucho material. Solo trabajamos en fomentar tu locura, no la iniciamos.
-No entiendo… ¿Ya no hay nada que hacer?
Ella negó con un lento gesto de cabeza.
-¿Ya no hay nada que quede de mí?- El rostro demacrado de Johnny fue atravesado por una pena infinita. La luz de su mirada homicida se extinguía para siempre.
-Nada.
La diabólica voz fue como un disparo, conciso e hiriente. Johnny supo que estaba derrotado.
-Ahora debemos irnos.
Aún sin soltar el hacha, el joven homicida subió rápidamente las escaleras hacia la planta baja de la casa. No intentaba escapar, eso era imposible, pero tenía que hacer algo antes de marcharse.
-¿Qué haces?- Preguntó Lucía plantada en la entrada del sótano.
-Tengo algo que resolver antes de seguirte. No te puedes negar.
-¿Qué cosa?
-Voy a llamar a Devi, necesito despedirme de ella.
Mientras hablaba, marcaba a toda velocidad los números. Se colocó el auricular en la oreja, rogando porque no le hubiesen cortado el servicio. Para su alivio, el tono de espera fue normal.
-¿Te gusta mucho esa chica?
-Prometí que no le haría daño, pero debo verla.
El tono sonó cuatro veces antes de que del otro lado de la línea alguien levantara el auricular.
-¿Hola?
Se escuchaba somnolienta.
-¿Devi?
-¿Nny? ¿Eres tú?
-Sí.
Hubo un instante de pausa.
-¿Por qué mierda me llamas? ¿Tienes ideas de la hora que es? Son la una de la mañana...
-Escucha, es urgente.
-Tengo problemas para descansar durante las noches.- Se escuchaba despierta, pero realmente irritada.- No tienes idea de cuánto me ha costado este momento de sueño y ahora tú me llamas y… me llamas y… ¿Nny?
-¿Sí?
-No es nada, solo me estaba asegurando de que no era una grabadora.
-No, soy yo el que está al habla. Por favor escúchame, tengo que verte…
-¿Estás bien?- Su voz pasó de la molestia a una preocupación sincera.- Te oyes alterado… ¿A quién mataste esta vez?
-¡No maté a nadie…! Bueno, hoy… no, espera, hace cinco horas.
Se escuchó un resoplido desde el otro lado de la línea.
-Vale, dime de que quieres hablar.
-No puedo hacerlo por teléfono… tengo que verte.
-¿Verme? ¿No puede ser mañana?
-¡No!
-Vale… espera… déjame pensar… necesito…
-Por favor, no tengo mucho tiempo.
-¡Joder! ¿Te parece en el Mega Center? Está abierto hasta las tres y hay bastante actividad… pero debes prometer que no vas a matar a nadie al menos mientras esté yo cerca.
-Vale, como sea, sin homicidios. Pero debes venir rápido.
-Mierda, Nny ¿Me puedes decir lo que ocurre?
-No.
Cortó el teléfono de golpe justo cuando la chica iba a protestar una vez más.
-No te va a servir de nada, ella no puede ayudarte.- Espetó Lucía.
-No quiero que me ayude, QUIERO VERLA.
Ella abrió sus diabólicos ojos con evidente sorpresa.
-El pequeño Nny… ¿Está enamorado?
-Eso no cambia nada ahora ¿no?
Descolgó bruscamente su gabardina de la percha y salió disparado de la casa. Aún cargaba con el hacha cubierta de viscosidad negra y en cuanto se dio cuenta la arrojó en un punto ciego del patio.
Como ya no tenía auto, corrió lo más rápido que pudo unas once cuadras en dirección al centro. Supo que no llegaría al Mega Center a pie antes del amanecer así que detuvo un taxi en cuanto llegó a la primera avenida. Le paró un conductor morbosamente obesamente  obeso, que además sudaba como un cerdo sobre la cubierta sintética de su asiento.
-¡Rayos! Siempre me toca llevar a los tipos con pinta de chiflados.- Gruñó el taxista en cuanto vio el aspecto de su pasajero.- Sube.
-Buenas noches, señor.- Contestó Johnny fingiendo no haber escuchado el insulto.- Necesito llegar al Mega Center.
El taxista avanzó sin prisa en medio del tráfico más o menos fluido de la avenida. Había subido el volumen de la radio para evitar cualquier tipo de conversación con su extraño copiloto, cosa que a éste no le molestó en lo más mínimo. El joven contemplaba con ansiedad el pasar de los letreros fluorescentes, contando mentalmente los minutos que llevaba a bordo.
De pronto, luego de que Johnny buscara su billetera en la gabardina que llevaba puesta, comprobó con horror que los bolsillos estaban vacíos.
 -¡No puede ser! ¡No tengo mi billetera!
No importó cuanto palpara sus ropas, había olvidado su dinero hace dos quilómetros y medio, en la mesa de su sala de estar.
El malhumorado taxista, en cuanto supo que su cliente no tenía con qué pagar el viaje, acercó el auto a la acera dispuesto a expulsarlo de una patada.
Pero el joven había pensado en eso antes.
Un golpe de bota bien dado contra su sien bastó para arrojar al conductor del taxi desde su asiento hacia la calle. El joven andrajoso que había dejado subir tomó el control del vehículo e incluso le pasó las ruedas traseras por encima para evitar que lo siguiera.
¡Perdón!- Gritó Johnny sacando la cabeza por la ventanilla.
Tomo fuertemente el volante y aceleró justo antes de una luz roja.
-Es una emergencia…
Pocos minutos después, se estacionaba frente al Mega Center, un edificio de diez pisos fruto de la mercadotecnia consumista. Antes de detener completamente el auto, pudo reconocer a Devi parada en el hall del edificio. Se veía algo nerviosa, a pesar de estar en compañía de su amiga, la chica que había visto en la galería.
-¡Devi!- Saludó el joven saliendo torpemente del auto y cruzando la calle.
-¡Nny!- Contestó ella visiblemente sorprendida- ¿Eres taxista ahora?
-No, no lo soy…- Jadeó el recién llegado.- Este… Hola, Tenna…
-Johnny…
-¿Qué es lo que querías decirme con urgencia?- Interrumpió Devi- Me sacaste de la cama y te prometo que me gustaría volver.
-A mí no.- Tenna sonrió exageradamente mostrando su abundante dentadura blanca.- Necesito un hermanito para el Seños Siniestrín.
-¿El Señor Siniestrín necesita un hermanito?
-Olvídalo, Nny.- Terció Devi tomándolo del brazo.- Venga, entremos para que ella pueda ir por sus cosas, de todas formas, esa fue la condición que puso para acompañarme.
El interior del edificio era un antro vomitivo de olores indescifrables y luces chillonas. Las pocas tiendas que estaban abiertas a esa hora se rebalsaban de clientes noctámbulos, seres incapaces de contener sus impulsos artificiosos hasta el amanecer. Seguramente muchos de ellos irían a un bar o a un club nocturno en cuanto creyeran lucir lo suficientemente bien.
-¿Por qué elegiste este lugar? Odio los centros comerciales.-Se quejó Johnny, visiblemente hastiado.
Devi no le prestaba atención.
-Tenna…
-Bueno, está bien. Voy a ver algunas tiendas para que puedas estar a solas con tu psicópata… ¡Adiós!
La alegre chila se alejó hacia una tienda deportiva que exhibía en la vitrina unos horrendos tenis.
-¿Psicópata?
Devi le golpeó suavemente la espalda.
-¿Quieres que vallamos por un helado? ¿Por un café? No sé qué tendrán abierto de madrugada.
El joven no contestó, miraba con ojos nerviosos a su alrededor, lanzando gruñidos cada vez que alguien lo rosaba por accidente. Devi notó este inicio de agorafobia y se acercó a un elevador para rescatarlo antes de que provocara una tragedia.
-Necesitas un lugar más tranquilo.- Era una afirmación, no una pregunta.- La azotea del edificio es un buen lugar.
Johnny se apoyó contra las paredes de cristal del elevador justo antes de iniciar el ascenso. Ella aprovechó el momento de silencio para estudiarlo disimuladamente con la mirada. El joven tenía una actitud tímida, casi sumisa y eso no le dio buena espina.
Una ventisca tibia que venía de la intemperie les golpeó la cara a ambos en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Continuaron subiendo por la escalera de incendios hasta emerger por la azotea. No había nadie a la vista, estaban totalmente solos. Era una noche cálida y el cielo estaba cuajado de estrellas a sus anchas, era una pena que ninguno de los dos estuviera dispuesto a disfrutar de ese momento tan íntimo.
-¿Qué es lo que querías decirme, Nny?- Preguntó Devi rompiendo el silencio que venían manteniendo desde la planta baja.
Johnny tardó en contestar, sus ojos fueron a posarse en el otro pálido de la chica que lo interrogaba. Cuando el viento meció sus mechones púrpuras, se le antojó intimidantemente hermosa.
-Dime.
-Necesito saber algo.
-¿Qué cosa?
-Ese cuadro, el de la niña triste… lo pintaste para galería… pero era para mí ¿Verdad?
Ella asintió tiernamente.
-Sí, era para ti. Ese día me molesté mucho contigo así que no te lo entregué a pesar de que me llevó semanas pintarlo. Lo siento.
-Soy yo quien lo lamenta, en serio.
-¿Eso era lo que te molestaba?
El joven se rascó la cabeza con fuerza y dio unos pasos vacilantes hacia la calle. No sabía cómo empezar.
-Mira, el mensaje que me diste ese día fue bastante claro, pero…
-¿Pero?
-Es muy tarde para mí. Tengo que despedirme.
-¿Qué quieres decir con despedirte? Me estás asustando.
-Me voy y quería verte antes.
-¿Te mudas de la ciudad?
Johnny se reprendió mentalmente a sí mismo. No estaba siendo lo suficientemente claro.
-Intenté salvarme, Devi, tal y como me aconsejaste. Pero cada vez que hacía algo por mí, me hundía más y más en una fosa… Te lo pondré simple: La oscuridad ha desbordado el marco y ya no queda nada por hacer.
Eso fue suficiente. Devi congeló su mirada sobre él. Estaba horrorizada.
-Pero… no todo puede haberse perdido.
Él negó con la cabeza.
-Me duele aceptarlo, pero ya no me queda nada. Con suerte conservo mis emociones.- Hizo una pausa en la que contempló el rostro apesadumbrado de la chica, eso le hizo sentir levemente animado.- Tú misma lo dijiste: han estado trabajando en mí demasiado tiempo, no iban a soltarme porque mi alma perturbada les parecía un platillo demasiado delicioso.
-Si yo puede derrotarlos tú también puedes.
-No soy como tú. Tú te resististe, yo me dejé llevar por la corriente. Ellos me protegían, salía a la calle y no tenía riesgo de que pasara nada ¡podía matar cada vez que quería! Cuando me di cuenta del precio que estaba pagando era muy tarde. Ya ni sé en qué momento se llevaron mi pasado. Solo sé que no puedo recordar nada de mi vida antes de llegar a esa horrenda casa.
Recordó las viejas pinturas colgadas en las paredes de su casa, esos retazos llenos de dolor y sentimiento que había hecho hace años. Cuando las comparó con el patético intento de convertir su sadismo en arte, sintió una franca repulsión.
-No, lo siento. Mis demonios han venido a buscarme esta noche.
Devi parecía a punto de llorar.
-No entiendo… ¿Los dejaste crecer  volverse fuertes solo para poder ser un homicida impune?
Conmovido, el joven tomó el rostro de la chica entre sus manos y lo acercó al suyo. Cuando vio lo cerca que ese gesto estaba de convertirse en un beso, contuvo la respiración.
-Me estoy despidiendo.- Susurró con un hilo de voz.
-No quiero que te vayas.- Protestó ella con toda sinceridad.
-¿Por qué? ¿Por qué te importo? La última vez que compartimos un momento tan íntimo me negué a besarte y luego te quise matar.
Devi rió nerviosamente y liberó su rostro con suavidad.
-Ya hemos hablado de eso demasiadas veces.
-Llevas mucho tiempo gustándome.- Dijo el homicida arrastrando las palabras. Estaba seguro de que eran las últimas que compartiría con ella.- Lo único bueno del día fue verte otra vez. Adiós.
Dio media vuelta lentamente  y emprendió marcha en dirección a la escalera de incendios. El corazón amenazaba con salírsele del pecho y un nudo de dolor escocía su garganta.
Devi, en un gesto totalmente desesperado, lo tomó por el hombro y obligó a que se girara. Estaba decidida a no dejarlo ir.
-¡NO PUDES IRTE!- chilló con la fuerza de sus pulmones- ¡NO PUEDES DEJAR QUE ESOS MALDITOS GANEN Y TE LLEVEN COMO TROFEO!
Johnny la miró anonadado. La última vez que la había visto perder la compostura fue porque quería alejarlo, no retenerlo junto a ella.
-¡QUÉDATE CONMIGO!- Continuó- ¡VÁMONOS DE LA CIUDAD Y NUNCA VOLVAMOS!
-Lo siento, es tarde.
-No es tarde, Nny. Elíjeme a mí y nos iremos a un lugar mucho mejor que este. La maldita metrópolis nos está consumiendo a ambos, pero juntos tenemos una chance.
-No… no puedo, yo…
Se debatía consigo mismo y la tensión que eso le provocaba era insoportable. Pero lo que pasó al segundo siguiente borró toda duda.
Devi, en un gesto desesperado por convencerlo, agarró firmemente del cuello al joven homicida y estrelló los labios contra su boca delgada y fría.
El beso fue eterno.
Johnny había olvidado lo que esa caricia tan íntima podía significar para un ser humano. Llevaba demasiados años evitando contacto alguno con otra piel, pero ese momento tuvo más significado para él que todo lo que había vivido antes.
Se entregó por completo. Estrechó su cuerpo contra el de la joven para sentir la presión de su corazón acelerar el suyo, le acarició suavemente el cabello de la nuca y dejó de respirar por varios instantes.
Ya no iba a irse. Tenía una razón para luchar junto a él que palpitaba y se estremecía en sus brazos. Todo lo demás carecía de importancia.
Ese era el final feliz que jamás pensó tener. Devi se lo había regalado….
Su final feliz…
-¡HO, NO! ¡CLARO QUE NO!
Disfrutó del mejor momento de su vida unos quince segundos cuando una menos enemiga emergió de la oscuridad y le arrebató la felicidad para siempre.
-¡Tú pudiste haberte escapado de nosotros, pero no te lo llevarás a él!- Gritó Lucía tomado de los cabellos a Devi- ¡Antes te quiero MUERTA!
La pareja había sido separada de un jalón. Lucía, poderosa y diabólica como una diosa infernal, arrastraba a la desesperada chica hacia la calle mientras el homicida observaba sin habla.
-¡JOHNNY! ¡JOHNNY!
Los gritos desesperados de la joven hacían eco en el vacío. Pataleaba desesperadamente y jalaba su cabello intentando inútilmente liberarse. Incluso probó arañando los brazos de la maldita, pero esta seguía su camino sin inmutarse ante los girones de piel que dejaban su carne al descubierto.
Iba a matarla.
Johnny, sin pesarlo dos veces, buscó entre los pliegues de su gabardina una navaja y la arrojó contra cabeza de la atacante rogando por tener más éxito que la última vez.
Dio de lleno en el blanco. Lucía tenía ambas manos ocupadas en su propia víctima por lo que solo se limitó a recibir impotente la navaja entre ceja y ceja. Sin embargo, esto no sirvió de nada. El abominable demonio con forma humana no llegó a hacer siquiera una mueca de dolor. Lo único que logró la herida fue bañar su cara con nauseabundo fluido negro que había visto brotar de la pared, pero esto, lejos de asustarla, la volvieron mil veces más intimidante. Encendió los ojos con furia y gruñó con una voz bestial.
-¡¡¡¡JOHNNY!!!!!
-¡Cállate! ¡Cállate, perra, o te arrancaré la lengua de un jalón!- Los ojos enloquecidos por la furia taladraron la aterrada mirada de la joven.- No sabes desde hace cuánto queríamos ponerte los dedos encima.- Añadió con una sonrisa maliciosa.
Al ver que su ataque había quedado en nada, el homicida se lanzó contra la bestia con la sola fuerza de sus brazos. Sin embargo, su cuerpo endeble fue rechazado con absurda facilidad y cuando intentó otro ataque, era demasiado tarde. Quedó a pocos palmos de Devi, contemplando absorto lo inevitable.
-Nny…- Suspiró ella tendiendo su mano pálido hacia el hombre que no podía salvarla.
-Adiós, linda.
Lucía empujó a Devi hacia el vacío sin apartar su diabólica mirada de Johnny. Disfrutó intensamente ver el rosto del joven crispado por el dolor cuando se escucharon los gritos de la desafortunada chica precipitarse hacia el asfalto.
Lugo solo hubo silencio.
-Devi…
Lucía no había acabado. Se precipitó contra él como una bestia enardecida y lo tomó por el cuello de forma tan violenta que parecía que iba a ahorcarlo. El joven intentó contenerla con sus propias manos, pero era imposible luchar contra ella, la había dejado volverse demasiado fuerte.
-¿Qué pensabas hacer?- Siseó con malevolencia. El fluido viscoso que le manaba de la frente hizo burbujas cuando habló- ¿Dónde pensaba ir?
El joven le retiró el cuchillo de la frente con violencia. La herida se abrió exageradamente, como una boca negra sobre ambos ojos.
-¿Acaso pensabas irte a vivir con la mujer de tus sueños a una pequeña campiña en la Toscana? ¡Ja! ¡Patético!
Hastiado de esa abominación infernal, Johnny le apuñaló en medio del corazón (si es que tenía). Sin embargo, tal y como se lo esperaba, lo único que logró fue que manara más de esa horrible cosa parecida a sangre.
-¡Que te sirva de advertencia!- Gruñó la joven apuntando al vacío donde Devi había sido arrojada.- Otra estupidez como esa y el próximo en caer será ese chiquito de ojos grandes a quien tanto te esmera en defender.
El joven no contestó la amenaza ni desafiante y sumisamente, solo quedó contemplando a Lucía con absoluta indiferencia hasta que ella se alejó con una celeridad sobre humana, bien consciente de que su viejo títere no tardaría en seguirla.
-Mierda.- Fue lo único que atinó a decir el homicida, derrotado definitivamente.
Una voz familiar rompió ese angustioso momento. Gritaba desesperada desde un punto desconocido:
-¡JOHNNY! ¡Ven a arreglar el desastre que dejaste! ¡Joder! ¡NO QUIERO MORIR!
Sin creer lo que oía, el joven se acercó raudamente a la orilla de la azotea y miró hacia la calle. No pudo evitar sentir vértigo cuando contempló el vacío infinito que estaba entre él y el resto de la ciudad, pero la conmoción duró solo un parpadeo. Unos tres metros por bajo sus pies, colgaba la chica que había creído muerta hace tres segundos, asida desesperadamente a una cornisa de decoración y pataleando con furia en el aire.
Alejaba con la fuerza de sus manos el fugaz momento de debilidad que la separaba de su muerte.
-¡Devi! ¡No puede ser! ¡ESTÁS VIVA!
-No por mucho.- Chilló la chica. Su instinto le había hecho guardar silencio durante un largo minuto y ahora cada palabra que decía le desgarraba la garganta.- Me resbalo…
-Espera…
-¿Qué espere? ¿QUÉ COÑO QUIERES QUE ESPERE? ¡Nny, pequeña mierda! ¡SÚBEME!
El joven se alejó de la orilla y miró a su alrededor buscando algo que pudiera serle útil para salvar a la chica. Cuando vio que no había nada, su alivio comenzó a convertirse en desesperación.
-No puede ser…
No tuvo que pensarlo mucho antes de concluir que la única opción era desvestirse. Primero se quitó la gabardina, luego los guantes y finalmente los pantalones. Ató cada prenda para unirla con la otra, pero aunque su ropa estaba hecha para alguien larguirucho, solo consiguió fabricar una cuerda de dos metros y medio. Entonces añadió una bota mientras rogaba poder agacharse lo suficiente como para salvar a Devi, pero no demasiado como para precipitarse con ella contra el asfalto.
Ella no había dejado de chillar ni por un segundo, acababa de llegar a un estado tal de pánico que sus esfínteres comenzaba a traicionarla. Afortunadamente para ambos, Johnny estaba acostumbrado a seguir con lo suyo a pesar de las súplicas y las amenazas de sus víctimas.
-Vale.- Gimió mientras balanceaba la mitad de su cuerpo fuera de la azotea.- Tienes que asirte a esto.
Devi alzó tímidamente una mano para volverla inmediatamente a su posición. No se atrevía a soltar la cornisa ni por un segundo.
-¡Confía!
-Mierda.- Suspiró Devi, pero no hizo nada. Las tiras de tela seguían demasiado lejos como para hacerla sentir segura.
Al ver que el rescate no marchaba, Johnny arriesgó su propia vida y se inclinó aún más hacia el vacío. Cerró los ojos e intentó no pensar en el los metros de caída libre que lo separaban de la muerte.
Entonces sintió como si alguien agarrara el otro extremo de sus prendas.
-¡No te vayas a soltar!- Aconsejó el joven comenzando a jalar. No podía disimular su alivio, ninguno iba a estrellarse contra el pavimento esa noche.
-¡Por supuesto! ¡Justo pensaba en soltarme para partirme en cráneo contra el suelo, como siempre he querido! ¡MALDITO IMBÉCIL!
No fue difícil alzar a la chica una vez que esta se agarró firmemente a su improvisada cuerda. A pesar de sus delgada estampa y de todos los traumas que había sufrido esa noche, Johnny aún conservaba su fuerza de siempre, solo que esta vez, la usaba para salvar una vida y no para cegarla.
-No puede ser… ¿Sigo viva?- Devi estaba a salvo en la azotea del edificio, el homicida semi desnudo la había jalado lejos de una muerte segura.
-¿Te hiciste daño?
Ella no contestó, luchaba todavía contra un estado de schock paralizante que persistía aún sobre piso firme. Sus jadeos eran lastimeros y no puedo permanecer en pie. En cuanto su rescatista la soltó, se precipitó contra el suelo y ahí se contrajo hasta quedar en posición fetal.
-Respira.
Johnny intentó calmarla estrechándola en sus brazos, pero ella lo rechazó de un golpe en cuanto sintió que su gesto le quitaba aire y levantó una mano para mantenerlo a raya.
Tuvo que esperar varios minutos antes de que la pobre Devi recuperara la compostura, pero poco a poco comenzaba a tener mejor aspecto. Finalmente se incorporó, pero no puedo ponerse en pie completamente.
-Me salvaste.- Suspiró cuando sus mejillas recobraron su palidez natural, hace unos instantes estaban tan rojas que parecía que iban a estallar- ¡Salvaste una vida!
El joven arqueó una ceja. Digería lentamente el significado de esa frase.
-¡Salvé una vida!- exclamó- espera… se siente raro.
-¿Mejor que matar?
-Nop.
-Vale, lo importante es que estoy viva.
-Sí, te salvé. Ahora tengo que irme.
Devi se paró como impulsada por un resorte. No podía creer lo que escuchaba.
-¿Te vas? ¿Te vas con esa niña diabólica después de lo que hizo conmigo?
-No tengo otra opción, ya viste de lo que es capaz. Nunca nos dejará tranquilo.
-¿Y crees que si vas como un corderito al matadero va a tener piedad de ti? ¡Eres un idiota!
Johnny había captado el mensaje perfectamente, no existía un “feliz para siempre” para él ¿Cómo es que Devi no lo entendía?
-No te preocupes, el miedo no es cosa mía. Tal vez pueda hacer que esa pequeña mierda satánica lamente haber elegido.
No importaba lo que dijera, para Devi volver a esa casa era una acción suicida. Intentó retenerlo jalándolo de la ropa.
-¿Qué es esto?- Retiró su mano asqueada.
-Salió del muro cuando lo rompí.
-¿Cuándo rompiste el murió?-Se acercó la mano a la nariz.- Esto es igual a lo que le salió a Nausea cuando le arranqué los tornillo de los ojos. Creo que es pintura.
-¿Pintura? Vale, eso es sí que es raro… ¿Quién es Nausea?
-No importa, ella se quedó en el pasado. Ahora eres lo que me interesa.
-Lo siento.
Besarla nuevamente habría sido engañarse a sí mismo. Solo la estrechó entre sus brazos y le acarició tiernamente la frente con los labios. Con eso sintió que se despedía para siempre.
-Adiós, Devi.- Dijo soltándola.- Por favor cuida a Todd Casil, nadie quiere que termine como yo.
-¡Espera, Nny!
Ya había iniciado su camino y  francamente estaba cansado de insistir en que tenía que irse. Sin embargo la joven, en vez de detenerlo, le tendió un manojo de ropa oscura que acababa en un extremo en su vieja bota izquierda.
-Esto es tuyo. Por favor, vístete.
Johnny se sintió un poco avergonzado al comprobar que pensaba pasearse por el centro en camiseta y calzoncillos. Sin poder evitar que un acusador rubor se asomara por sus mejillas, tomó de un jalón sus prendas para vestirse en el camino.
Devi quedó mirando en silencio al hombre que se alejaba hacia la escalera de incendios calzándose como podía la bota que le faltaba.
Su pecho aún estaba acelerado.


Johnny regresó a casa a bordo del taxi que había robado. En cuanto vio la fachada sombría de su hogar, supo que jamás saldría de ahí siendo el mismo.
Respiró profundo y tragó saliva.
Antes de entrar vio el hacha que había tirado antes de salir y la tomó dispuesto a defenderse por última vez.
Abrió la puerta de una patada.
Lucía estaba esperándolo en la sala de estar, sentada despreocupadamente frente al televisor. En cuanto lo escuchó llegar se colocó de pie y lo miró fijamente.
-¿Qué pretendes hacer con esa hacha?- Preguntó sin expresión alguna en el rostro.
-Te voy a cortar en pedazos.- Amenazó el homicida lleno de furia.- Tiraste a Devi de la azotea.
-No jodas, sobrevivo ¿no? Realmente quería que muriera, pero no pasó. Entonces ¿Por qué no sueltas el hacha, Nny? Te vas a lastimar.
Estaba lejos de obedecer, pudo ver la desesperación del joven por salvarse a sí mismo grabada en esos en esos ojos oscuros y dementes.
-Vale, haz lo que quieras… puedes cortarme la cabeza y cada una de las extremidades. No va a haber ninguna diferencia: ya rompiste el muro.
El homicida se detuvo en seco, con el hacha aún en alto. El sonido de sirenas policiales perturbaba la paz del barrio.
-¿La policía? ¿Qué hace aquí la policía? Jamás había visto una patrulla por mi calle.
Lucía rió.
-No pensaste que te íbamos a seguir protegiendo después de lo que pasó esta noche ¿cierto? Es la poli, Nny. Vienen por ti.
Johnny bajó el arma lentamente. En ese momento deseaba con toda el alma haber sido más cuidadoso con sus asesinatos, por lo menos haberse molestado en esconder la evidencia. Años y años homicidios impunes por fin le pasaban la cuenta.
-¿Iré a la cárcel?
-Te encerrarán en una pequeña celda donde te ahogarás en tu propia mierda y por fin vas a ser nuestro… espera, no me sorprendería que acabaran sentándose en la silla para freírte vivo.
El joven esbozó una irónica y estúpida sonrisa, le pareció divertido imaginarse por un segundo que sus ojos explotaban como un proyectil de carne.
-Vale.- Dijo con toda calma.- Si es así como tiene que acabar… pues entonces que sea inolvidable.
-¿Qué piensas hacer?
-No iré a la cárcel y definitivamente no volveré al psiquiátrico como un animal peligroso atado a una camisa de fuerza.
Primero unas intensas luces azules y rojas se plasmaron contra las paredes grises. Luego, el sonido de un altavoz a todo volumen los interrumpió:
-SE ENCUENTRA RODEADO, SALGA CON LAS MANOS EN ALTO. SI SE RESISTE, ESTÁMOS AUTORIZADOS PARA USAR LA VIOLENCIA.
-¿Violencia? ¡Sí, por supuesto! ¿Quieren violencia? ¡Les enseñaré que lo que es la violencia!
Salió disparado hacia la habitación contigua y luego de un poco de ajetreo, volvió con una 9mm cargada.
-¿Piensas salir armado?- Rió Lucía- ¡Te matarán antes de que pienses siquiera en usar esa porquería!
-Puede ser.- Contestó Johnny mirando a través del cañón.- Pero prometo llevarme a siete almas conmigo.
-¿Otra vez pensando en la muerte? ¡Estúpido! El diablo no te quiere en sus dominios ¡Fuiste echado del mismísimo infierno! Dime ¿Qué crees que va a ocurrir luego de que te dejen como un colador?
Quitó el seguro de la pistola sin proferir respuesta alguna. Lo único que quería en ese momento era que el señor Samsa estuviese vivo para cuidar la casa.
-¡Adelante! ¡Mátate! ¡Nosotros solo estaremos mirando! ¡No pienses que vamos a hacer que a los diecisiete tiradores que están allá afuera se les atore el gatillo!
Sin escuchar la advertencia, abrió la puerta de golpe y se precipitó hacia su propia muerte. Eso era más emocionante que saltar de mil acantilados.


En cuanto puso un pie fuera de la casa, asestó el primer golpe. Un oficial calló herido de muerte unos metros más allá.
La respuesta no se hizo esperar.
La lluvia de plomo proveniente de todas direcciones se precipitó sobre el homicida.
Un segundo disparo. Otro policía abatido.
La primera bala que hizo blanco le reventó la rótula. Los restos de su pierna rota quedaron esparcidos por el patio. A pesar del dolor, se las arreglaría para para dar varios pasos más.
Tercer disparo. Cuarto disparo. Dos oficiales eran despachados en menos de un segundo a manos del hábil tirador.
La segunda bala que hizo blanco le perforó el pecho, llevándose al menos la mitad de su pequeño corazón en la trayectoria.
Un chorro de sangre escarlata fue la bandera de salida para el quinto disparo, éste fue a dar en un punto más lejano que los anteriores, pero aun así logró otro muerto.
La respuesta fue un proyectil en su garganta. Sintió como la yugular se le desgarraba dejando escapar en unos segundos, la poca vida que le iba quedando.
Un dolor intenso le dio a entender que su tiempo se esfumaba. Además, sintió que un frio mortal le penetraba los intestinos, el hígado y siete costillas.
Antes de desplomarse para siempre, el homicida alcanzó a apretar dos veces más el gatillo. El primero en morir gracias a esto fue uno sujeto que le había disparado por la espalda y el segundo, el policía que acababa de lanzar la advertencia por altavoz. El aparato en cuestión salió volando por los aires y se precipitó al suelo al mismo tiempo que Johnny, solo que este último, tenía diez nuevos agujeros distribuidos por el cuerpo.
Los sobrevivientes del tiroteo se acercaron con extrema cautela. Sin embargo, ya no había nada que temer. El hombre cuyos crímenes haría leyenda, yacía inerte en la tierra, en medio de un charco de sangre.
Su propia sangre.


Esa noche, desde dos puntos diametralmente opuestos de la ciudad, Todd Casil y Devi veían la noticia de Johnny, el homicida maniaco del número 777, culpable de innumerables secuestros, torturas y asesinatos, quien había sido abatido por la policía no sin antes arrastrar consigo al otro mundo a siete valerosos oficiales. Ambos apagaron el televisor en el mismo segundo y contemplaron la pantalla negra con los mismos sentimientos encontrados.
Mientras tanto, en un lugar totalmente diferente y desconocido, Johnny, el protagonista de la tragedia que inundó los noticiarios, despertaba por fin del sueño maldito que lo había hecho prisionero por años.


Cuando Johnny abrió los ojos estaba solo, en la más densa oscuridad. Suspiró profundo y guardó silencio para concentrarse en su dolor.
Palpó sus heridas, o al menos las que creía haber notado durante el frenético tiroteo. Sus viejas ropas seguían manchadas de sangre y pintura, pero su cuerpo estaba completamente sano, como si el plomo jamás le hubiese perforado la carne.
Entonces supo que estaba detrás de la pared.
No había prisa por levantarse, no había prisa por caminar, no había prisa por buscar un compañero para su horrible condena, ni siquiera había prisa por escapar. Con más tiempo del que jamás creyó tener, Johnny permaneció tendido, con la vista fija en el vacío.
Y la oscuridad se le hizo eterna.


Querido diario: Miro a mi alrededor. La oscuridad me desespera. Es como si alguien me hubiese arrancado mis ojos y enterrado en el punto más profundo del infierno. Solo puedo escuchar murmullos y maldiciones no tan lejanas como quisiera. Eso al menos me ayuda a entender que no estoy solo, pero lo que me acompaña en este imperturbable agujero, no es ni remotamente un ser humano.
Pero no puedo escapar. Este negro infinito me engulle vivo, me asfixia, me sofoca. Estoy del otro lado del muro y sé que jamás volveré a ver la luz.
A pesar de todo, no soy mucho más infeliz de lo que era antes. Supongo que simplemente el vació que siempre hubo en mí se ha exteriorizado. Y es que me siento extraviado, pero sé exactamente donde pisar porque la oscuridad en donde camino es la mía.
Siempre pensé que el mundo funcionaba como un reloj descompuesto, que la humanidad era una máquina viciada, creadora a diestra y siniestra de víctimas y victimarios. Pensé que la inmundicia de las personas merecía ser barrida hasta un lugar tan oscuro como este… pero me he perdido en mis propias pesadillas y ahora me doy cuenta de yo solo era otro engranaje sin encajar… no sé exactamente en qué punto del camino me convertí en lo que detesto, solo sé que en este momento de la historia es imposible recuperar el rumbo.
Solo queda la nada.
Solo queda el silencio.
Y, aunque parezca mentira, nunca me sentí tan tranquilo.

4 comentarios:

  1. Siempre he detestado los fanfiction, quisás encuentro algo patético escribir una historia que en verdad proviene de la cabeza de otra persona. Y creo que al leerlos uno solo busca desesperadamente darle continuación a la idea que te cautivó, pero luego de unos párrafos te das cuenta de que solo es una copia barata.
    Esta historia en particular hizo que comenzara mi primer fanfic, luego de leer un par me di cuenta de que los escritores ponían demasiado de su cosecha y mutilaban la historia original. No es que esté en contra de la originalidad de los fanfiction, pero creo que al menos el perfil de los personajes debiera permanecer intacto. Eso no pasó. Es por eso que inicio esta historia, nada me garantiza que no sea tan patética como las que leí antes, pero al menos voy a intentar seguir con la misma lógica del JTHM original.
    Si los párrafos se rompen con demasiada facilidad, hay que tener en cuenta que no es fácil llevar a cabo la escritura de un cómic ya que tienen una estructura diferente, el humor se basa en el cambio de cuadros y es básicamente gráfico.
    Con estas aclaraciones, sírvace de leer el fanfiction de uno de mis antihñeroes favoritos.

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  2. Susurro tu nombre en la oscuridad, sin saber si hubo dolor, sin saber si queda odio dentro de tanta pena...

    Me alegro de no haberte conocido, de que solo seas una idea en lugar de un recuerdo, me alegro de solo tener una idea borrosa y un deseo lejano, de que solo seas un nombre y los ojillos brillantes de una fotografía.

    Pero te has convertido en un símbolo, en un estandarte de lucha por un mundo diferente...

    ¿Qué es lo que hay que cambiar?

    ¿Sonaría injusto si te digo que te envidio por haber partido tan joven? ¿Antes de que llagaras a conocer la pena y el odio que alimenta a la humanidad? Es cierto, tú solo conociste el amor, reciviste la atención que se le da a un retoño, no conociste el abandono, ni el hambre, ni el frío. Te fuiste con un recuerdo hermoso de esta vida ¿Acaso eso no es digno de envidia?

    Quisiera poder seguir hablandote, pero no creo que te interese, eres un ángel y tu lengua en mucho más sublime. Aquí nos quedamos los demás, sobreviviendo, por favor vela por tus padres y perdoname por mi indiferencia en el presente y por mis palabras ácidas en el pasado.

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  3. ola muñeca triste
    permite presentarme me llamo deathzero y soy fan de jthm y es el primer fanfic de el k me ha gustado sabes me gustaria llevar tu historia a you tube este es mi canal http://www.youtube.com/user/DeathZero2210 me gustaria que me dieras la autorizacion de llevarla a youtube

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