Capítulo
I: Los dominios del sombrerero
El
“tic tac” del reloj era monótono y lejano. Las imágenes que llegaban a su
cabeza formaban un remolino mezclando recuerdos y sueños. La enfermaban. En su
pecho sintió un dolor muy antiguo y familiar que la escocía por dentro, su
corazón estaba en llamas.
Otra
vez las llamas. El fuego se alzó como una columna infernal delante de sus ojos
de niña asustada. No había escapatoria posible. Era prisionera de su pasado.
Volvería para atormentarla y la muerte era la única vía de escape.
Era
un día hermoso, un sol claro y radiante iluminaba de cabo a rabo el Valle de
las Lágrimas, casi no había viento y solo se respiraba paz. Alice navegaba en
un pequeño bote en compañía de su viejo amigo, el Conejo Blanco. Iban tomando
el té y la corriente del río era tan suave que no tiraban una sola gota de sus
tazas.
Una
voz cercana y relajante irrumpió en la escena como una melodía de fondo:
-Bien,
concéntrate. Espera… Estás flotando otra vez. No pesas… Mira fijamente… Relájate
¿Dónde estás?
-Estoy
tomando el té con un amigo.- Contestó Alice con algo de preocupación.- Mmm… Es
un poco distinto. Las cosas han cambiado.
Una
mariposa azul brillante llegó flotando y se posó en el borde de su taza.
-El
cambio es bueno, es el primer eslabón en la cadena del olvido.
-¿Qué
ocurre?
El
Conejo Blanco, que hasta entonces había estado muy callado, parecía querer
decir algo. Tenía la mandíbula tensa, su cuerpo entero se estremecía como si
estuviera haciendo un enorme esfuerzo con el simple hecho de respirar. Le
temblaba un ojo.
-¿Va
todo bien? ¿Ocurre algo? Quizás…
-No,
algo no va bien.- Dijo por fin el conejo, pero su voz no sonaba como siempre y
lucía enfermo.
Por
fin, el ojo que le temblaba salió expulsado de su cuenca como un cohete y calló
al río, dejando el rostro de Alice salpicado con gotas de sangre.
-¡Ho!
¡Eso no!- Exclamó ella cubriendo su cara con las manos. Lo que más temía estaba
ocurriendo, la paz que quebraba. Todo volvía a derrumbarse.
-Necesito
que te quedes ahí, debes estar en el País de las Maravillas.
-¡No!
No hay País de las Maravillas, está roto ¡Para mí es como si hubiera muerto!
-No
te resistas.
-¡Contaminación!
¡Corrupción! ¡Esto me está matando! El País de las Maravillas está devastado
¡Mi mente está destrozada!
Aunque
la voz la intentaba alentar a seguir adelante con esa pesadilla, Alice se vio
atrapada en un mar de mugre y juguetes viejos a través del cual no pudo
continuar. Sintió a engendros siniestros navegando bajo sus pies y de vez en
vez, emergían extremidades deformes que se estiraban hacia ella tratando de
arrancarle la cara.
-Olvídalo.
Interrumpe ese sueño.- Dijo la voz resignada ante los gritos suplicantes de la
chica.- Despierta cuando oigas el sonido.
Pero
no había sonido, solo gritos y gruñidos que hacían que ese lugar pareciera un
verdadero infierno.
Luego,
la nada. Oscuridad y silencio para siempre…
Cuando
Alice abrió los ojos, lo primero que vio fue un haz débil de luz que entraba
por la ventana de la consulta del doctor Bumby.
-Mejor
ahora ¿no?- Preguntó la voz guía, la cual pertenecía al doctor, un hombre zanquilargo,
con la mirada ausente oculta tras los gruesos cristales de sus gafas. Ya no era
un joven, pero conservaba intacta su estampa de psiquiatra prestigiado.
-Me
estalla la cabeza y siento una enorme presión en el pecho.- Contestó Alice
llevándose una mano a la frente.
-Bueno,
el precio por olvidar es alto.
-Los
recuerdos me producen nauseas. Quiero olvidar ¿Quién querría estar solo cautivo
de recuerdos incompletos?
El
doctor se acercó a la ventana y la chica se incorporó del diván en el que
estaba siendo atendida. La sesión había terminado por ese día.
-Yo
te liberaré, Alice, la memoria suele ser una maldición más que una bendición.
-Lo
has dicho muchas veces y…
-Te
lo repito: hay que pagar por el pasado. Para nuestra próxima sesión recoge unas
píldoras de la botica de la Calle Mayor.
-Muy
bien, doctor.
Alice
se acercó a la puerta de salida y al abrir se encontró con el pequeño Charlie,
el siguiente paciente que usaría el diván de los desequilibrados. Se saludaron
tímidamente y mientras se alejaba, ella pudo escuchar como las palabras del
doctor Bumby se hacían lejanas tras las paredes de la consulta:
-Escucha,
Charlie, tu padre murió en la horaca por matar a tu madre que te
pegaba…olvidemos todo eso. El pasado es pasado. Quiero que sientas que flotas…
La
joven mujer se alejó de la consulta y dejó que sus propias tribulaciones
ocuparan su mente. El pequeño Charlie no tenía espacio para nadie más en su
diminuto infierno. De todas formas, todos en esa enorme y vieja casa tenían una
historia que contar… y que olvidar. A pesar de todo, los niños que atendía el
doctor Bumby se llevaban bastante bien entre sí, la mayoría eran huérfanos y
algunos hasta dormían en esa casa, en pequeñas habitaciones repletas de
camarotes. Alice no se entendía mucho con ellos, era mayor y no le tenían
confianza. En ocasiones los escuchaba murmurar por los pasillos crueldades en
su contra: “mato a su familia”, “es una huérfana, solo conoce el manicomio” o
“es tan rara, no le gusta que la toquen”, “¿pero quién querría tocarla?” y
otras tantas sandeces infantiles que le eran muy fáciles de ignorar.
Ella
también tenía un cuartito en esa casa gigantesca, era un rinconcito diminuto
que daba a la calle y en el cual solo había una cama, un velador en donde
amontonaba su ropa y lo más valioso de todo: una fotografía de su familia que
algún anónimo había rescatado y hecho llegar a su poder. A esas alturas, ya
había perdido la esperanza de poder agradecerle.
Salió
a la calle con la intención de ir al mercado por un par de cosas necesarias
para la casa, de todas formas, ya era una adulta y no podía ocupar ese espacio,
por diminuto que fuera, a cambio de nada. No le gustaba salir, Londres era una
ciudad verdaderamente caótica y en sus afueras proliferaban barrios pobres y en
las peores condiciones higiénicas. El mercado se instalaba ahí todos los días,
salvo los domingos. Era un lugar nauseabundo, las moscas pululaban sobre la
comida que las viejas compraban para dar de comer a sus bastardos. El cielo
estaba intoxicado por el humo de las industrias y los deshechos se acumulaban
en cada esquina, era evidente que el buen doctor Bumby no escogería un lugar
tan repulsivo para vivir, solo iba ahí un par de veces a la semana a atender a
sus loquitos.
-¡Fuera
de aquí, señorita! Siga su camino.- Dijo un hombre musculosos y de mal gesto
con el que tuvo en descuido de chocar.
Alice
no contestó y se alejó con la cabeza gacha. No se había dado cuenta, pero se
acercó demasiado al callejón que daba a la parte trasera del muelle, en donde
las rameras sin techo trabajaban cuidadas por sus chulos. De inmediato buscó
otro camino, pero un animal callejero y famélico le saltó al paso como
queriendo abordarla por sorpresa, se trataba de un gato blanco y de cola larga,
bastante feo, pero logró traerle recuerdos agradables de su infancia.
-Hola
minino.- Lo llamó con un gesto de manos.- Misi, misi, misi… no temas.
El
felino estiró las patas y fue dando saltitos entre los puestos del mercado.
Entretenida, Alice decidió seguirlo, aunque sin darse cuenta, se internó en
callejones cada vez más sombríos. De pronto, el gato desapareció entre los
puestos de los comerciantes y casi había perdido la esperanza de alcanzarlo
cuando vio su cola larga meneándose a lo lejos, al fondo de un estrecho
corredor.
-¿Quieres
buscarte un trabajo de verdad?- Le preguntó un hombre a sus espaldas con una
extraña familiaridad. Por la actitud que tuvo, Alice sospechó que la venía
vigilando desde hace rato.- Nada de cambiar pañales ni ser material de
huérfanos, harás feliz a alguien, diez minutos cada vez.
La
joven no contestó, ni siquiera dignificó la propuesta del chulo con una mirada.
-¿Por
qué le gusta este lugar a ese gato?- Preguntó sabiendo que se había acercado
demasiado al barrio de las prostitutas.
Seguir
a animales peludos hasta lugares escalofriantes se estaba volviendo una
excéntrica costumbre. Su estúpida obsesión la había llevado a una plaza
desierta y sin iluminar, la bruma londinense descendió como un manto lúgubre.
El dichoso gato blanco no estaba por ninguna parte y había perdido demasiado
tiempo siguiéndolo.
-Demonios...
Escuchó
unos pasos a su espalda, se volteó lentamente y encontró un par de ojos enormes
y amarillos contemplándola de cerca. Era un hombre vestido totalmente de negro
y con las facciones deformadas, su cara se asemejaba mucho a la de un animal…
posiblemente un conejo. Alice retrocedió un par de pasos, espantada por culpa
de la aparición. En menos de medio segundo se vio rodeada de personajes
similares, unos engendros semi humanos, mudos y deformes.
Una
mano arrugada y pequeña se posó en su hombro, haciéndola saltar del susto. Lo
que vio fue mucho menos aterrador que sus alucinaciones, pero igualmente
desagradable.
-Por
mi célebre liguero ¡Alice Lidell! ¿Otra vez merodeando por los barrios bajos?-
Dijo una mujercilla arrugada y con nariz de patata.
-Enfermera
Witless, valla suerte, dos veces en unos meses.- Suspiró la joven con alivio.
Las alucinaciones se habían esfumado por completo.
-Te
ves agotada, querida ¿Cómo estás?
-No
tan bien. Ha sido una semana dura.
-Ven
a mi casa, te enseñaré mis palomas. Son unas aves hermosas, como tú.
-Mejor
no, mi última visita me costó varias libras y no conseguí nada.
-Tal
vez recuerde dónde acabó tu conejo raído.- Aseguró la mujercilla con malicia.
Alice
acabó siguiendo a la enfermera Witless, aunque de mala gana. No era una mujer
desagradable a primera vista, pero escondía demasiados secretos como para ser
de confianza y además pecaba de codiciosa. Había pasado varias décadas cuidando
enajenados mentales en Rutledge y conocía a cada uno como la palma de su mano,
incluso a aquellos que ya habían sido dados de alta. Atendió a Alice desde su
primer día en el asilo, le había visto las quemaduras frescas y estaba
convencida de que jamás sanaría del todo, por más que el doctor Bumby
insistiera en sepultar el recuerdo del incendio. “Pero soy yo la que merece más
crédito” solía decir cada vez que hablaba de Alice a sus espaldas “Fui yo la
que le consiguió ropa nueva, la que la acogió en la casa de Bumby ¿Dónde
estaría sin mí? ¡En la calle vendiendo su trasero!”. Su frustración era casi
contagiosa, tanto como su desprecio a Nanny o al abogado.
-Enfermera
Witless ¿piensa regresarme al psiquiátrico?- Preguntó la joven con
preocupación. No confiaba en su antigua cuidadora, hasta su palomar le parecía
un lugar desagradable, lleno de aves enjauladas y con olor a demonio.
-Tengo
tanta sed que se puede cortar con un cuchillo.- Se quejó la mujercilla
encorvada sobre un saco de alpiste a medio llenar.- Necesito un trago, mi gaznate está seco.- Añadió con voz rasposa.
-¿Ocurre
algo?
La
vieja que le hablaba ya no era su antigua y resentida enfermera, era un
monstruo tan inmundo y espantoso como los que la habían acosado en la plazuela
hace un momento. Alice sabía que no podía escapar de esas apariciones, solo
atinó a esquivar la mirada y retroceder un par de pasos. Pero estaban en una
azotea, caminar hacia atrás fue tan imprudente como desafortunado. Ni siquiera
notó el momento en que el piso se hizo nada bajo sus pies, simplemente calló de
espaldas hacia la calle, resignada a partirse el cuello contra el pavimento.
Pero
la caída se detuvo en el momento preciso. Quedó suspendida en el aire como una
pompa de jabón, liviana y estática. Ya no era ella, su rostro había cambiado al
igual que su vestimenta, los viejos trapos que podía usar una semana entera sin
lavar, ahora eran un vestido celeste con un bonito delantal blanco salpicado de
sangre.
Le
pareció haber caído por cientos de quilómetros, a través de escenarios sacados
de los rincones más corruptos de su mente. Reconoció sus juguetes abandonados
de la infancia y escuchó voces familiares, pero todo acabó siendo un simple eco
en la oscuridad que iba dejando atrás. Estaba a salvo en el Valle de las
Lágrimas, en pleno corazón del País de las Maravillas.
Abrió los ojos y un haz de luz solar
le dio de lleno en sus pupilas. Estaba en un lugar cuya belleza la hacía sentir
a salvo: rodeada de insectos coloridos, árboles frondosos y a la orilla de un
arroyuelo cristalino. Podía escuchar el canturreo de las aves y el fluir del
agua acordando una melodía perfecta.
-Mi hermoso valle.- Suspiró mientras
cerraba los ojos para recibir el viento, nada que ver con el aire londinense.
-¿Nos echabas de menos?- Dijo una voz
burlona y familiar. El Gato Cheshire había aparecido junto a un conjunto de
zetas gigantes.- Bueno, ya iba siendo hora.
-¡Maldito gato!- Alice se cruzó de
brazos, menuda forma de saludar que tenía su amigo.- No intentes mangonearme
ahora, me siento algo estresada.
-Pues que bueno. No nos sirves en otro
estado.
-No me estás ayudando.
-Pero sabes que puedo hacerlo…
-Me basto yo sola por ahora, gracias.
Tenía la esperanza de huir de todo esto.
-Abandona esa esperanza.- El gato
cambió su tono de burla por uno más sombrío.- Una nueva ley rige el País de las
Maravillas. Aquí se lleva una justicia severa ¡Así que ponte en guardia! ¿Recuerdas
a tu vieja amiga? sigue manchada de sangre.
-No he vuelto para buscar peleas.
-Es una lástima, porque hay una que te
está buscando.
La Espada Vorpal estaba clavada a sus
pies, junto a su vaina de plata. Parecía que la estaba esperando. Alice la
recogió y pasó un dedo por su hoja ensangrentada, todo parecía indicar que su
vieja arma venía saliendo de una batalla.
-No esperaba que nos encontráramos tan
luego, pero ¿Qué remedio?
Continuó su travesía dejando atrás al
gato, aunque sabía que el animal no la dejaría continuar sola y sin vigilancia.
Avanzó por un camino bastante monótono, siguiendo la corriente del riachuelo
hasta llegar a una especie de claro bañado por una cascada de agua violeta.
-¿Qué es esto?
Levantó la cabeza, justo encima había
una gigantesca botella que derramaba el líquido como si no tuviera fondo, a su
alrededor, habían clavados decenas de recipientes de vidrio como formando una
cerca. Desde su posición alcanzó a distinguir un pequeño cartelito pegado a la
botella que simplemente rezaba “bébeme”. Una imagen algo irreverente, pero
bastante conocida.
-Las mejores esencias se guardan en
envases pequeños ¿No, gato?
El Gato Cheshire la observaba con sus
ojazos amarillos desde una orilla del claro, meneando la cola impaciente. Su
expresión aguda y expectante le indicó lo que debía hacer. Sumergió la cabeza
en el líquido violeta como si se estuviese bañando y de inmediato todo el
valle, incluso el horrendo animal que la miraba, le pareció gigante.
-¿Llegaré a desaparecer si me hago más
pequeña?
-Casi, lo bueno es que siendo pequeña
podrás ver mejor las cosas que son invisibles cuando eres grande.
-Ya veo.- Contestó Alice sacando la
cabeza de la cascada, de inmediato recuperó su tamaño normal.- Creo que es como
dicen, el los árboles no te dejan ver el bosque, solo que al revés. Supongo que
ser miopes es solo una cuestión de perspectiva.
La joven desincrustó uno de los
recipientes de vidrio, lo llenó con el líquido violeta y lo guardó en su
bolsillito del delantal. Sabía que más temprano que tarde, iba a necesitar esa
fórmula para colarse en algún recoveco.
Un trecho más allá, siguiendo el
camino que trazaba el riachuelo, distinguió una pequeña y bonita casa
construida entre los árboles, desde donde salía un potente olor a sopa. Alice
se acercó con una inocente curiosidad, el humo de la chimenea y las gardenias
plantadas en la venta le recordaban al hogar de su infancia. Golpeó la puerta
tímidamente.
-¿Hay alguien ahí?- Llamó.
-Adelante, querida.- Contestó una
mujer.- Solo tienes que empujar.
Una vez que entró, su curiosidad se
trasformó en cautela: la dueña de esa solitaria morada en medio del valle era
la temible Duquesa, a quien había tenido la suerte de eludir durante su última
vivista. Era una mujer bastante fea, por no decir horrible, pero lucía con
orgullo sus atavíos de cortesana, incluido un generoso escote. Se encontraba
ocupada en plenas labores de cocinera, revolviendo un humeante caldero negro.
-Ho, Alice, eres tú.- Saludó con toda
naturalidad.- Acércate.
-¿Por qué iba a hacerlo?- Dijo la
visita con el entrecejo fruncido y sin moverse de la entrada.- Quieres comerme.
-He aprendido buenos modales y perdí
el gusto por las locas.- Explicó sin dejar de revolver el caldero.- Sigo una
dieta a base de cerdo.
-Ya veo, ese es el olor.
Sin pensarlo demasiado, dio unos pasos
y entró en la cocina. Al menos por ese día, la Duquesa no parecía una mujer
agresiva y si se portaba amable, tal vez le daría algo de sopa.
-Necesito aderezar el caldo.- Dijo la cocinera
luego de llevarse el cucharón a la boca.- Creo que afuera crece algo de eneldo,
deberías traérmelo, solo ten cuidado con las alimañas. Yo no te veo como
comida, pero tal vez ellas sí.
-No lo creo, debería ir tú misma.-
Contradijo Alice poniendo los ojos en blanco y cruzándose de brazos.
La dueña de casa insistió.
-Es una cuestión de prioridades: no
puedo exponer mi piel de porcelana a esas alimañas, necesito cuidados
especiales. Además, este lugar no es tan seguro como antes.
-¿A qué te refieres?
-Has lo que te pido y te contaré lo
que sé.- Señaló un molinillo de pimienta anormalmente grande que estaba sobre
una mesa.- Como muestra de mi buena lid, te obsequiaré ese condimento para que
adereces a tu enemigos. Úsalo, es bastante útil.
-No lo sé ¿Por qué querría echar
pimienta a mis enemigos? No lo comeré.
-Tú solo confía en mí. Lo que te
ofrezco es tan buena arma como ese cuchillo de cocina que traes amarrado a tu
cintura.
Alice no estaba del todo convencida,
pero de todas formar tomó el molinillo de la mesa y salió por la puerta trasera
a cumplir el encargo de la Duquesa. Las alimañas a las que se refería no
tardaron en aparecer, eran insectos gigantes, totalmente negros y con un único
ojo ocupándoles toda la cara. Se abalanzaron sobre ella como si fuera el último
trozo de carne en el planeta. No lo pensó demasiado y decidió probar el molinillo
contra esas extravagantes criaturas, giró la manivela y puñado de bolitas flameantes
salió disparado por el cañón dejando un inconfundible olor a pólvora quemada.
-¿Quién lo diría? Funciona tan bien
como una metralleta.
Los insectos cayeron en pedazos, como
si estuvieran hechos de cristal. Una sola carga bastaba para acabar con un buen
número de alimañas, pero aun así eran demasiados y salían de todas partes. En
un momento pensó en buscar el origen de esos enjambres y acabar con la colmena
entera, pero justo entonces, el cañón del sobre exigido molinillo de pimienta,
se trabó. No pudo disparar por varios segundos, pero aprovechó ese tiempo para
arrancar un buen puñado de hierbas del suelo y luego se abrió paso hacia la casa de la Duquesa blandiendo su confiable
hoja de plata.
-¿Cómo te fue, querida?- Preguntó la
horrenda mujer sin dejar de revolver el caldero. Parecía no saber hacer otra
cosa.
-Creo que te traje suficiente para que
no tengas de salir en un buen rato.- Dijo Alice dejando el encargo sobre la
mesa.- Por cierto, gracias por el molinillo. Funciona bastante bien.
-No hay de qué. A mí no servía mucho,
demasiada violencia en la cocina.
La joven se colocó las manos en la
cintura.
-Aún falta una parte de lo que me
dijiste que harías.- Guardó una pausa, la Duquesa la miraba con el entrecejo
fruncido.- Debes decirme qué está pasando en el País de las Maravillas.
-Nuestro precioso mundo se está
derrumbando, lentamente, no como un castillo de naipes. Lo que es yo, estoy
segura en este rinconcito, aunque no sé por cuánto.
-¿Qué es lo que está despedazando este
lugar?
-Los rumores dicen que es un tren. Lo
que sea hace mucho ruido, me quita el sueño embellecedor… tal vez debería
preguntarle al Sombrerero, es un viejo malhumorado, pero sabe muchas cosas.
Alice dio un hondo suspiro.
-Preferiría no toparme con él. La
última vez no fue agradable para ninguno
de los dos.
-Es todo lo que sé, querida, tú
decides.
-Muy bien ¿Tengo que atravesar el
valle para encontrarlo?
-Conozco un atajo, pero no creo que
sea para ti.- La Duquesa señaló una puertecita del otro lado de la cocina, el
problema es que no era más grande que una caja de zapatos.
Pero Alice sabía exactamente qué
hacer. Sacó el frasquito violeta del bolsillo y se humedeció los labios con su
contenido. Inmediatamente y ante la mirada paciente de la Duquesa, se encogió
hasta alcanzar un décimo de su tamaño normal.
-Creo que con esto va a bastar.
Abrió la puerta y abandonó la casita
para internarse en un oscuro y estrecho túnel. A juzgar por el olor a humedad,
aún estaba en el valle, pero al salir al exterior comprobó que la luz del sol
estaba un tanto más esquiva. Miró hacia el cielo, el astro rey había sido oculto
por nubarrones grises y algo estaba cargando la atmósfera con una energía densa.
El valle estaba distinto, algo en las entrañas de la tierra se estaba
marchitando y dejaba claras huellas en el paisaje. Alice sintió que el suelo se
movía bajo sus pies, los árboles se desprendieron de sus raíces y a lo lejos,
un par de montañas se deshicieron como terrones.
Recuperar su tamaño humano en cuanto
no tuvo necesidad de ser pequeña, fue más fácil de lo que esperaba. Durante un
momento la invadió un incontrolable ataque de hipo y al segundo siguiente ya había
crecido. No había tiempo que perder, el mal que estaba echando abajo el País de
las Maravilla era tan letal como rápido. Continuó su camino cuesta arriba,
convencida de que la colina que tenía delante escondía la morada del
Sombrerero. Al poco andar, el suelo dejó de ser verde y toda la vitalidad del
valle quedó atrás. Ahora caminaba por una ruta pedregosa y hostil y todo lo que
podía escuchar el silbido de un viento árido rozando los peñascos.
-Es como si este lugar hubiese
alcanzado su fecha de caducidad.- Observó con amargura.
Pero aún no había visto lo peor.
Sintió que algo se le pagaba a la suela del zapato, acababa de pisar algo
espeso y negro, probablemente brea fresca.
-No puede ser… qué suerte la que me ha
tocado.
Trató de empolvar sus zapatos en
tierra para quitarse esa desagradable sustancia, pero ésta era algo más que un
simple desecho en el camino. Había visto en sus pesadillas al ser que emergió
del suelo profanado, pero esa familiaridad no sirvió de nada pues no estaba
preparada para una aparición tan monstruosa. Era una criatura hecha de brea
negra con la cara y las extremidades de una muñeca, parecía que un juguete
viejo había sido olvidado en una fuente de petróleo.
-¿Qué cosa eres tú?
La verdad es que no esperaba una
respuesta a esa pregunta, justo en el momento en que el engendro estiraba sus
manos de plástico para alcanzarla, Alice le partía la cabeza en dos con un
golpe de espada. Observó pacientemente como se deshizo en el suelo su cuerpo de
brea hirviendo.
Más allá de la mancha negra que había
dejado la malograda criatura, se extendía una vía férrea que parecía llevar
mucho tiempo abandonada. La condujo a las ruinas de una estación, parecía que
un horrible incendio había arrasado ese lugar. A pesar de esto, aún podía verse
y leerse un letrerito pintado a mano que rezaba: “Valle de las Lágrimas
Ferrocarril del Espejo”.
-No recuerdo que en el País de las
Maravilla circulara un tren.- Comentó a la esquiva figura del Gato Cheshire que
volvía para acompañarla.
-Hay muchas cosas que no recuerdas,
Alice.- Contestó el gato con voz grave.- Estás de vuelta para recuperar todos
los recuerdos que enterraste en lo más profundo del País de las Maravillas.
-Mi doctor insistió en que dejara aquí
mi doloroso pasado ¿Ahora debo recuperarlo?
-Si no lo haces estarás tan perdida
como nosotros. El problema es que ahora solo tenemos un montón de piezas
dispersas y sin encajar. Nos aguarda mucho trabajo.
-¿Cómo llego con el Sombrerero? Siento
que no estoy ni cerca.
-Las vías férreas siguen siendo la
mejor manera de viajar. Aunque no te recomiendo que te subas al tren.
-Necesito que seas más claro.
El gato no dijo otra palabra, pero con
la mirada apuntó a un diminuto carro de tracción manual que había sido cubierto
de óxido, pero que probablemente funcionaba aún.
-Una vagoneta… parece que no se ha
usado en años.
No se sentía muy cómoda con la idea de
continuar su viaje en un armatoste tan deteriorado, pero aun así se subió. No
tuvo que mover un solo músculo para hacerla andar la vieja vagoneta porque en
cuanto subió el segundo pie, comenzó a
moverse a cien por hora en línea recta. Los dominios del Sombrerero se hicieron
visibles al poco rato, primero como una nube gris y distante y luego como un
castillo negro que flotaba sobre la nada.
La vagoneta se detuvo al borde de un
pronunciado acantilado, lugar en donde la vía férrea llegaba a su fin. Alice
continuó su camino con cautela, el ambiente estaba electrizado y el cielo era
tan oscuro que parecía que pronto iba a haber una tormenta. Justo como lo
recordaba. Muy cerca, en medio de la penumbra, pudo distinguir una inmensa
trompeta de metal ligada por cables a un punto desconocido y distante. Sin pensarlo demasiado, se acercó
a la trompeta y sopló con todas sus fuerzas. Inmediatamente se escuchó un
sonido grave y potente que retumbó en el vacío y tardó varios segundos en
extinguirse. La trompeta servía para llamar a un tranvía con forma de tetera
que se movió por los cables sacando chispas. Tastabilló un poco antes de llegar
al otro lado, pero finalmente se detuvo ante Alice con la puerta abierta.
-El territorio del Sombrerero, casi
como lo recordaba.- Dijo ella mirando con cautela el inmenso castillo negro que
flotaba en la oscuridad. El tenerlo tan cerca hizo que un desagradable
escalofrío le recorriera la espina.
El Gato Cheshire aprovechó ese efímero
momento de para mostrar su fea cara de
felino en un costado del tranvía.
-Las apariencias, como muy bien sabes,
pueden ser engañosas. Han cambiado muchas cosas desde tu última visita.
-El doctor Bumby dice que el cambio es
constructivo, que lo diferente es bueno.
-Lo diferente no es ni bueno ni malo,
simplemente no es lo mismo. Encuentra al Sombrerero, Alice, él sabe más acerca
de lo diferente que tú.
-Pero dudo que sepa más sobre la
diferencia entre lo bueno y lo mano.
Antes de que gato pudiese contestar,
un fuerte golpe sacudió el tranvía e hizo que ambos ocupantes perdieran el
equilibrio. Una multitud de insectos negros, muy parecidos a los que habían
atacado a Alice cuando fue a cumplir el encargo de la duquesa, golpearon las
ventanas del armatoste trisándolas en varios puntos, aunque sin llegar a
romperlas.
-¿Así que haciendo amigos, Alice?- Se
burló el gato.- A veces eres muy letal e estás más confusa que nunca.
-Hasta ahora me las he arreglado bien
sin ti, gato. Vuelve a esa casucha a la que llamas hogar: te llamaré si te
necesito.
-Predeciblemente imprudente. No se
trata de “si” se trata de “cuando”. Bien, ahora agárrate y como se suele decir
“cierra el pico”.
-Muy típico.- Alcanzó a decir Alice un
segundo antes de que el tranvía se estrellara contra un muro de concreto
haciéndolo añicos.
Estaba aturdida, había caído sobre
algo muy duro y todo lo que pudo ver durante un buen rato fue humo y escombros.
-He hecho aterrizajes más elegantes.-
Se quejó mientras se sacudía el polvo del vestido.- Debería dar gracias porque
no tengo nada roto.
En cuanto pudo ver con claridad,
comprobó que estaba en una habitación muy amplia, llena de engranes y chatarra
regada por el suelo. Ese lugar parecía un basurero, seguramente era la parte
menos cuidada de la fábrica pues daba la impresión de que nadie había estado
ahí por años. Se sorprendió mucho cuando escuchó una vocecilla aguda musitar
palabras sin sentido desde un lugar que no pudo identificar en primera
instancia.
-Un mal sueño…- Fue lo único que pudo
distinguir en medio de balbuceos e incoherencias.
Alice sabía a quién pertenecía la voz,
pero en ningún momento pensó en encontrar a la cabeza del Sombrerero reposando
en un rincón mugriento y sin nada bajo el cuello.
-¿Sombrerero?
Al escuchar su nombre en medio de esa
soledad, el hombrecillo apreció molestarse. Alguien lo había sacado de su
estado somnoliento.
-¡Buenas noches!- Exclamó.
Sin hacer caso a los reclamos, Alice
tomó la cabeza y la sacudió levemente para que el Sombrerero acabara de
despertar.
-¿Ha? ¿Cómo?- preguntó aún
confundido.- Ha… eres tú...
-Recuerdo haberte dejado en un estado
decrépito… pero no en trozos. Bueno casi.- Hizo memoria rápidamente. La verdad
es que en su último encuentro le había cercenado la mano.- Ta falta tu sombrero
y bueno… algunas otras partes.
Aunque no tenía el resto del cuerpo,
la cabeza de por sí era bastante grande, mucho más que la de un humano normal.
Esto ayudaba a hacerse una idea del tamaño del hombre que tenía en las manos.
-Estoy extraviado más bien. Así son
las cosas, casi ni añoro su falta. En cuanto a lo ocurrido, deberías saberlo
mejor que yo, es tu lugar después de todo ¡Yo conozco el mío!
Alice vagó lentamente por la
habitación, sin mirar a los ojos de la cabeza rezongona, aunque escuchando lo
que decía. Finalmente encontró lo que buscaba: el sucio torso sin extremidades
del Sombrerero. De inmediato acomodó la cabeza en su lugar y miró el resultado,
evaluado a la rápida que era lo que le hacía falta para completar el cuerpo.
-¿Cuándo has conocido tú tu lugar o
cómo conservarlo? Bien ¿Qué está pasando?
El claxon de una locomotora ahogó las
voces de ambos e hizo que a Alice le dolieran los oídos. El Sombrerero parecía
bastante alterado con esta perturbación a su hogar, volvió a rezongar con más
ganas que antes:
-¡Eso es lo que pasa! ¡Eso es lo que
va a pasar! Y alrededor y arriba y abajo, en mis oídos, mis ojos, mis orificios
nasales, mi gaznate y corriendo por mis tripas…
-Papá era un gran aficionado a los
trenes. A mí no me gustan mucho.
-Pues este no te gustará. Nada como
cuando la Falsa Tortuga se encargaba de la Línea del Espejo. Este tren es un
maldito matadero, el hedor es tremebundo, la luz cegadora, el ruido infernal,
la…
-¡Vale! Ya me hice una idea… un tren
malo.
-El mundo está patas arribas, Alice,
los locos dirigen el psiquiátrico (no te ofendas) y lo peor de todo ¡Me he
quedado sin té!
-Una tragedia.- Suspiró Alice con
sarcasmo.- Si te ayudo ¿Me ayudarás a mí?
-¡Lo juraría por mi corazón! … Si
tuviera. Encuentras las partes que me faltan y arrójalas por la trampilla, las
máquinas harán el resto. Muévete, buena chica.
Alice suspiró profundamente y se
encogió de hombros, le quedaba mucho trabajo por delante. Solo esperaba que el
Sombrerero cumpliera con sus palabras. Miró a su alrededor, la única forma de
salir de esas cuatro paredes atestadas de chatarra a parte de la entrada que
acababa de abrir, era una diminuta cerradura a la altura del suelo por la que
jamás cabría alguien de su tamaño.
-Debes accionar una palanca del otro
lado.- Informó el Sombrerero desde su impotente posición, parecía preocupado.-
¿Tienes como entrar?
-Por su puesto.- Contestó Alice
sacando la botella púrpura que tenía en su poder.
Se acercó a la cerradura y apenas mojó
sus labios con el líquido mágico que la encogió inmediatamente. El camino que
debía seguir era oscuro, pero en algún punto de esa oscuridad había una luz
titilante y débil.
-Es un recuerdo.- Dijo el Sombrerero
adelantándose a la pregunta de la joven.- Hay muchos desperdigados por todo el
País de las Maravillas. Los dejaste y los olvidaste.
-¿Son mis recuerdos?- Preguntó Alice
un poco incrédula.
-Claro, no sé de quién más podrían
ser. Algunos son más importantes que otros, pero todos están aquí. Ve
recogiéndolos tú misma y tal vez dejes de necesitar hacerme preguntas bobas.
-Que amables son todos aquí.
Algo dentro de ella tenía temor de
recoger los recuerdos que tanto se había esforzado por enterrar, pero estaba
convencida de que si no los recuperaba jamás estaría tranquila. Se acercó a la
luz titilante, era una estrellita sin forma especial y de cerca no parecía ni
remotamente a algo sacado de su pasado. Solo bastó con un toque de la punta de
los dedos para que la luz se extinguiera en el acto y en cuanto el resplandor
desapareció, puedo ver la palanca a la que se refería el Sombrerero. Lo pensó
un segundo antes de jalarla, el hombre cercenado de la otra habitación estaba
lo suficientemente loco como para engañarla y hacerla encontrar su propia
muerte, sin embargo, nadie podía negar que él la necesitaba si quería volver a
ser el mismo, así que tiró de la palanca y esperó.
El suelo tembló unos segundos y se
escucharon los chirridos de unos engranajes que no funcionaban hace tiempo.
Inmediatamente, se abrió una trampilla que la devolvió a la intemperie.
Estaba sobre un reloj gigante que
flotaba en el aire como un disco volador. A las doce y a las seis había dos
trompetas liadas con cables exactamente iguales a los que cavaba de ver hace un
rato. Obviamente, solo contaba con una par de opciones, la primera era viajar a
un lugar que decía “Olor y regurgitación”, la segunda era ir a un lugar que
decía “Montaje o Destrucción”. Ninguna le apetecía.
Pero no había tiempo que perder, el
País de las Maravillas no iba a esperarle eternamente y el Sombrerero tampoco
tenía mucha paciencia. Llamó al tranvía y viajó hacia el primer lugar de la
lista, la palabra “destrucción” le daba mala espina así que decidió dejar esa
opción para el final.
Afortunadamente, el viaje fue mucho
menos accidentado que la última vez, al igual que el aterrizaje. En lugar
acabar estrellada contra un muro de concreto debió enfrentarse a un engendro de
brea y juguetes muy similar al que había en la estación en ruinas. No parecía
obra del Sombrerero, seguramente esas monstruosidades estaban dispersas por
todo el País de las Maravillas.
-Parece que no me la dejarán fácil, las
cosas no han cambiado tanto.
El lugar al que había ido a parar era
muy oscuro y los caminos que podía seguir eran varios. Solo tenía una pista, la
vocecilla aguda y molesta de la Liebre de Marzo que se escuchaba en todas partes con ayuda de un altavoz:
-Un buen trabajador es un trabajador
vivo. Los malos trabajadores son esclavos y están muertos. No seas un mal
trabajador. El día de pago para los buenos trabajadores se ha pospuesto
indefinidamente. El día de pago para los malos trabajadores se ha cancelado.
-¿Qué demonios? Ni siquiera sabía que
en esta fábrica trabajara alguien.
La voz de la liebre no cesó de hablar
ni por un segundo, afortunadamente el volumen no era muy alto y quedaba
reducida a un simple ruido de fondo. Siguió adelante buscando el origen de la
voz, estaba segura de que si encontraba al animalillo con complejos de patrón,
encontraría uno de los miembros del Sombrerero. Intentó ignorar lo que decía,
pero sus frases sobre los buenos y malos trabajadores se repetían tanto que
acabó memorizándolas. Temió que se tratara de una grabación.
El discurso sobre ser mano de obra
barata y además eficiente se venía repitiendo desde hace mucho en la Inglaterra
Victoriana. La Revolución Industrial había implantado sus ideas en el
subconsciente de todos los londinenses. Incluso en su propia casa, su padre
había invertido buena parte del presupuesto familiar en una instalación de gas
que según él, no solo les haría ahorrar dinero sino que también los subiría al
tren de la modernidad.
-Un buen trabajador es un trabajador
vivo. Los malos trabajadores son esclavos y están muertos. No seas un mal
trabajador…
-¿Hasta cuándo repetirá tantas
sandeces?
A medida que el camino se iluminaba,
Alice notó que la temperatura del aire ascendía sin control. No tardó en
descubrir la causa, todos los caminos se hallaban sobre un lago de magma
anaranjado y burbujeante.
-Un buen trabajador es un trabajador
vivo…
Alice levantó la cabeza, un ser negro
y grotesco la miraba desde el aire. Estaba hecho de algo negro y viscoso con
partes de muñeca, muy parecido al que había visto en la estación, solo que este
flotaba a pocos metros sobre el suelo y era mucho más pequeño. No estaba segura
de quien había creado esa monstruosidad, solo una mente macabra podía llenar el
País de las Maravillas con esas abominaciones.
Levantó la Espada Vorpal, pero la
criatura flotaba fuera de su alcance. Entonces recordó el molinillo y giró la
manivela hasta llenar su fea cara de juguete destartalado con puñados de
pimienta ardiendo. La cosa aguantó bastante antes de dar tumbos en el aire como
un helicóptero con la hélice rota y luego cayó.
Una vez que el pasillo estuvo
despejado, Alice corrió en línea recta hasta encontrar una habitación tan
amplia que parecía estar en campo abierto. A menos de diez metros por debajo de
sus pies, un lago de metal fundido era vertido en calderos, los cuales eran
elevados y vaciados en un conteiner por las intrincadas maquinarias del
Sombrerero. Alice apenas lo podía ver, pero en la cima de todo eso, muy resguardado
en su pedestal de acero, la Libre de Marzo controlaba la industria usando como
motor de energía las piernas de su antiguo verdugo.
-Acciona la palanca para enfriar el
metal.
-¿Cuál palanca?
Alice volteó tratando de encontrar en
los rincones oscuros a su esquivo guía, pero la voz del Gato Cheshire se
desvaneció junto con él.
No había ningún camino. Lo único que
podía hacer era descender y fundirse con el metal. Esa no era una buena opción.
Mucho más allá, casi donde no llegaba la vista, la Liebre de Marzo seguía con
lo suyo, parecía que ni siquiera se había percatado de la presencia de la
intrusa.
-Un buen trabajador es un trabajador
vivo…
Sintió que una corriente de aire
caliente le lastimó el brazo. Junto a ella fluía un torrente de metal fundido
que la maquinaria había devuelto al lago. Al parecer el ir y venir de calderos
con magma no tenía ningún propósito, salvo ser mortífero. Los nuevos tiranos de
ese pedacito de tierra la habían convertido en un laberinto de trampas. En
otras palabras, estaba exactamente igual que la última vez.
Pensó que lo mejor era devolverse y
buscar otro camino, en vista de que ya no podía continuar por ese. Pero
entonces recordó lo que le había dicho el gato en el valle “siendo pequeña podrás ver mejor las cosas que son casi invisibles
cuando eres grande”. Sacó la botellita de su bolsillo y se mojó los labios
con su contenido. Esperó hasta que el efecto la redujo a un décimo de su
tamaño, fue entonces cuando descubrió un delgado camino púrpura que hasta hace
un minuto era invisible. Una vez más, los sabios consejos de su desagradable
felino la ayudaban a continuar.
No podía crecer mientras cruzaba por
el puente púrpura, sus pies humanos perderían irremediablemente el equilibrio.
Así que fue dosificándose el contenido de la botella mientras corría. Le
pareció que llegar al otro lado le demoró bastante ya que siendo pequeña
también era mucho más lenta.
Increíblemente, la Liebre de Marzo aún
no se percataba de su presencia, estaba demasiado ocupado vaciando cubos
ardientes y escuchando su propia voz por el altoparlante.
Del otro lado del puente, Alice
encontró una pared de acero con una diminuta cerradura en la base. Sin dejar de
ser pequeña, atravesó la cerradura como si fuera un túnel. Dentro había una lucecita idéntica a la que el
Sombrerero identificó como un recuerdo, se acercó al recuerdo y lo tocó. Se
deshizo al instante, dejándole una sensación muy extraña, sabía que estaba
recuperando partes de su mente y su pasado, pero no se sentía distinta.
Cuando salió del túnel y recuperó su
tamaño quedó frente a frente a la Liebre de Marzo. La pequeña criatura la
observaba con malicia desde su pedestal en medio del metal fundido. Estaba
horriblemente mutilada, pero alguien se las había arreglado para sustituir sus
miembros cercenados por partes
mecánicas, probablemente el arquitecto de sus prótesis había sido el mismo
cercenador.
-Tu presencia no es bien recibida.-
Dijo con tranquilidad, sin abandonar sus tareas.- Tenemos una misión que
completar y tú eres una molestia. Hay personas a las que le gusta el calor…
¡Pero a nadie le gusta tanto calor!
-¿Es una amenaza?- Gritó Alice cruzándose
de brazos y alzando en entrecejo. La Liebre de Marzo nunca le había parecido
peligrosa.
Pero lo era. En ningún momento
sospechó que el maldito animal intentaría vaciar el contenido de un caldero sobre
su cabeza, pero apenas pudo esquivar el chorro hirviendo que se le vino encima. No tuvo más remedio que
arrojarse sobre un engrane que estaba peligrosamente cerca del suelo, estaba
tan caliente que le cocinó la palma de las manos y la rodillas.
-¿Crees que es gracioso?
-No te van a aquedar ganas de reírte
¡Quémate de una vez!
El engrane ascendió de golpe hasta
quedar a la altura de la liebre, pero a unos treinta metros de distancia,
hubiese querido tenerla a su alcance para estrangularla.
-¡Ups! Todavía no aprendo a usar esta
cosa.- Se quejó el animalillo.
Alice saltó al siguiente engrane en
tiempo récord y mientras colgaba del metal encendido afirmándose solo con la
yema de sus dedos, el engrane anterior quedó hundido en el lago hirviendo.
Trepó rápidamente buscando otro punto de apoyo y saltó antes de que el engrane
en el que estaba parada se hundiera también. Cayó sobre una plataforma de
cemento, que afortunadamente estaba fija, pero a pesar de que la liebre ya no
podía ahogarla en metal caliente, todavía podía vertérselo encima. Saltó de
plataforma en plataforma, escapando de los calderos mientras soportaba un calor
desvanecedor.
Ni siquiera se dio cuenta del momento
en que llegó a un lugar seguro, lejos de la Liebre de Marzo y de los calderos
chorreantes. Se hallaba en un túnel estrecho y largo, que acababa abruptamente
en un vacío. Tuvo sospechas de que el camino continuaba, así que bebió un
sorbito de su botella especial y se encogió en el acto. Afortunadamente, el
camino había acabado y un estrechísimo puente transparente conectaba el túnel
con una vieja válvula que parecía estar atascada.
-Por fin.
Cruzó el puente lo más rápido que
pudo, siempre con el temor de volver a ser atacada. Cuando llegó al otro lado,
tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para girar la válvula porque su tamaño
no la favorecía para hacer esa clase de trabajos. A pesar de este pequeño
percance, el resultado fue más que favorable. Los chorros de metal derretido se
solidificaron al instante y el enorme lago caliente que había bajo sus pies se
enfrió y solidificó como por arte de magia.
-Esto no tiene ningún sentido.-
Admitió Alice- ¿Cuál es el objeto de hacer algo así?
Casi por instinto, buscó con la mirada
a la Liebre de Marzo. El diminuto animal parecía entretenerse con la muchacha,
como un gato que se divierte con un ratón.
-Un pequeño contratiempo.- Dijo con
una risita forzada.- Un obstáculo menor. Un impedimento trivial. Seguiré adelante;
después me encargaré de ti, Alice. Jamás detendrás nuestro “Gran Plan”.
Una gran mano mecánica lo tomó por el
pescuezo y se lo llevó fuera de su vista. Esta inesperada huida había
conseguido irritarla, especialmente porque tenía las rodillas y las manos al
rojo vivo gracias a esa desesperada hazaña.
-¡No huyas, cobarde! ¡Te vas a
arrepentir!- Amenazó, aunque no estaba segura si alguien la escuchaba. Tampoco
tenía esperanza alguna de enterarse a que se refería la liebre cuando hablaba
de su “Gran Plan”.
Las piernas del Sombrerero habían dejado de correr en cuanto Alice giró la válvula.
Ahora descansaban colgando como dos estropajos sucios y estrujados a más no
poder. Seguramente su dueño sufriría de insoportables calambres en cuanto las
colocara en su lugar. Pero ese no era asunto suyo.
Buscó la manera de llegar hasta el
centro de mandos desde el cual la Liebre de Marzo controlaba los calderos y los
engranes. Gracias a que el metal estaba frío, se le hizo mucho más fácil
moverse y pudo llegar sin contratiempos.
Otro fanfic de videojuegos, los personajes pertenecen y el guión pertenecen a los creadores de los vidojuegos y no son originales. Alice Madness Returns es un juego desarrollado por Spicy Horse y distribuido por Electronic Arts
ResponderEliminarAhora estoy muy metida en la tesis (la puta tesis), quizás cuando termine. Entre proyectos futuros están el fanfiction de Call Of Duty Modern Warfare y se está evaluando uno de Umbrella Academy (comic), aunque es poco probable porque tengo mis propias novelas.
Muy buen trabajo!!! gracias por esforzarte tanto!!! oye... te molestaria que hiciera una obra de teatro con tu historia?...me encantaria hacerla :3!!!
ResponderEliminarMuy buen trabajo!!! gracias por esforzarte tanto!!! oye... te molestaria que hiciera una obra de teatro con tu historia?...me encantaria hacerla :3!!!
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