sábado, 22 de octubre de 2016

Capítulo I.- La Reina de Roswood



Todos en Roswood guardan secretos, pero nadie guardaba tantos como Alison DiLaurentis. Ella era perfecta en todos los sentidos, las chicas querían imitarla y todos  los chicos la deseaban con locura. También eran perfectas cada una de sus mentiras, o mejor dicho, Alison constituía por sí misma una mentira perfecta. Había construido a su alrededor una sombra de misterio que la volvía fascinante y tenía un séquito de cuatro admiradoras revoloteando a su alrededor.
Aria era la chica rara y con dotes artísticas, Emily era sin duda la más adorable y compasiva; Spencer era esa clásica chica cuasi-genio, con una competitividad a toda prueba y, por último, estaba Hanna, la tierna y leal gordita que besaba el piso que Alison pisaba. Por separadas, ninguna de ellas era alguien, pero bajo la sombra de Alison, se potenciaban mutuamente en todos los sentidos.
Sin embargo, ser amiga de Alison DiLaurentis conlleva un precio muy alto. Ella les permitía conservar su identidad (pues gracias a eso las había elegido), a cambio de convertirlas en sus títeres personales, unos adornos únicos que la hacían lucir infinitamente mejor. Supongo que es un precio justo, al menos yo lo habría pagado sin pensarlo dos veces.
Claro que ser parte del círculo de Alison tenía sus ventajas, para comenzar, te daba acceso a los chicos más guapos de la secundaria, a una mesa privilegiada en la cafetería y, lo más importante, te daba pase libre a las mejores fiestas de Roswood. Es precisamente en una de esas fiestas en donde comienza nuestra historia, en la tradicional celebración de Halloween de los hermano Kahn.
El menor de los hermanos, Noel, es uno de los tipos más exquisitos de la escuela, con solo mostrar su sonrisa perfecta podía hacerte olvidar lo patán y arrogante que era. Por su puesto que Alison estaba invitada, así como su pequeño séquito de aduladoras. Algunos marginados en la escuela, como Lucas Gottesman, pensaban ir, aunque si tenían el valor de hacerlo, le convenía usar un buen disfraz para que nadie los notara.
Días antes de la fiesta, Ali fue a la tienda de disfraces para elegir algo original y acorde con su personalidad. Lady Gaga parecía ser la elección perfecta, la popularidad de la estrella pop iba en aumento y lo más probable era que, para la siguiente noche de brujas, todas se vestirían como ella. Alison, como siempre, pensaba ser la primera.
Ya había elegido una peluca blanca y una hermosa chaqueta con tachas a juego cuando vio que no era la única haciendo las compras para Halloween. Una chica más o menos de su edad, con hermosos ojos verdes (incluso más centellantes que los suyos, aunque no pensaba admitirlo) paseaba por el pasillo con una cesta en la mano. La peluca blanca idéntica a la suya fue lo primero que vio.
-¡Bú!- Gritó alguien por detrás.
Alison sintió dos manos grandes apretándole el cuello y dejándola sin aire. Ahogó un gritó y apartó a su atacante de un empellón… cuando se recuperó del susto, vio a Noel Kahn partiéndose de risa. Sus estúpidos amigos, desde el otro lado de la tienda, reían también.
-¡Estúpido!- Chilló Ali. Aunque solo bastaron unos segundos para que se calmara.
-¿Te veré en mi fiesta?- Preguntó Noel.
Alison sacudió su cabello, haciendo tintinear las pulseras de plata en su muñeca.
-No me lo perdería.
En cuanto Noel la dejó sola, pudo prestarle atención a lo que realmente le importaba. Se acercó a la chica de ojos verdes con actitud inocente y una falsa sonrisa en la cara.
-¿Lady Gaga?- Preguntó señalando la peluca en su canasta.
La chica sacó unos guantes negros del aparador y luego los regresó a su lugar.
-No pensaba disfrazarme.- Dijo, correspondiendo a la sonrisa. Usaba un labial rojo y tenía la dentadura perfecta.- Pero me invitaron a una fiesta de un tal Noel… no recuerdo el apellido.
-¿Noel Kahn?
-Sí ¿También irás?
-Exacto.- Dijo Alison paseando la mirada entre su cesta y la de la chica.- De Lady Gaga, por cierto.
-Vaya, como es una estrella nueva, pensé que estaba siendo original.
-Pues no.- Alison estiró todavía más su sonrisa, como queriendo ser excesivamente dulce.- Pero no te preocupes, aún puedes ir disfrazada de otra cosa.
-Por supuesto. Supongo que no veremos allá. Yo sabré quien eres.
-Y tú me sorprenderás.
-Soy Jenna Marshall, por cierto.
-Me llamo Alison
-Sé quién eres,  todos aquí te conocen.
Alison rio para sus adentros. Siempre le gustaba escuchar acerca de lo popular que era, además ahora estaba segura de que sería la única Lady Gaga de la fiesta. Pero la felicidad le duró poco. Justo cuando acababa de pagar su disfraz el celular vibró en su bolsillo. Miró la pantalla y frunció el ceño cuando vio que el ID del remitente estaba bloqueado. El mensaje solo logró alarmarla más.
Te estoy observando.
A.-
Alison miró a su alrededor. Jenna seguía haciendo sus compras y Noel y sus amigos estaban del otro lado de la tienda riendo y empujándose contra los aparadores.

Alguien estaba amenazando a la abeja reina de Roswood desde el más cínico de los anonimatos.

lunes, 17 de octubre de 2016

Fanfiction Pretty Little Liers; Los últimos meses de Alison (By A.-)

Antes de comenzar:
           
A veces pienso que he odiado a Alison DiLaurentis desde toda la vida. No sé exactamente cuál fue el primer insulto que me dijo cuando nos conocimos en los pasillos de la Preparatoria Roswood, probablemente haya sido algo relacionado con mis gafas o con esa falda a cuadros que llegaba hasta mis pantorrillas. A partir de ese momento todo mi ser quedó reducido a tres asquerosas palabras: Mona la Perdedora. Pero supongo que ya no interesa, es como si desde entonces hubiese transcurrido una vida entera.
Si hay algo que puedo sentir por Alison además de odio, es la más pura y recalcitrante envidia. Tal vez sea por eso que escribo sobre ella, a pesar de que ya se ha ido. Sé que no puedo sepultarla en mi memoria, sé que volverá a mi mente su risa maliciosa y el brillo perverso de esos perfectos ojos azules. Pase lo que pase, jamás la dejaré atrás, será como un fantasma que me seguirá para siempre, arrastrando las sombras de mi pasado.

Es por eso que la siguiente historia es sobre ella, quiero recordar cada uno de los pasos que la llevaron a la tumba. No puedo ocultar que solo me motiva una obsesión enfermiza, pero a esta altura, pocas cosas me definen tan bien como esa obsesión.

sábado, 11 de julio de 2015

Rojo para siempre

Creo ver en sueños el riachuelo de tu sangre acariciando la hierba. Más arriba estás tú, con el cuerpo roto y dormido para siempre. Esperas con una paciencia infinita  a que alguien te baje de tu pedestal y te recueste en el suelo...
Yo te observo desde el silencio... aun creo ver ese has de luz detrás de tus ojos brillar con una desesperación agónica. Estás de frente a la hélice de tu avión y ves resignado como deja de girar. Tu corazón late más despacio con cada revolución... el mundo es tan borroso que deja de ser real.
Finalmente ha llegado un alma caritativa a recoger tu cuerpo. Pero ya no puedes agradecérselo porque te has ido. Ahora vuelas más alto de lo que jamás lo habías hecho. Por fin la Guerra ha terminado y eres libre.
Libre.
Surges como una leyenda eclipsando el sol a bordo de tu estela roja. Desde abajo, te miran con cierto desdén, pero hasta tus más acérrimos enemigos guardan un profundo respeto hacia tu persona. Todavía creen verte en las alturas pregonando una muerte maravillosa. En tu tumba quedarán los honores de los que un día te derribaron del cielo.
Me parece casi irónico que cien años más tarde, yo contemple tu estrella y me entristezca. Moriría contigo solo para poder sentir el último palpito de tu corazón bajo mi mano... para poder sellar tus labios con un beso único y fugaz. Pero te fuiste para siempre y yo no he nacido siquiera. Solo te veo en sueños y en mis más desesperados anhelos.
Te veo en los círculos concéntricos que anuncian tu camino, te siento en los besos en llamas que encendiste, eres el héroe carmesí que cae por última vez hacia el vacío infinito.
Rojo para siempre.

lunes, 27 de mayo de 2013

1000 palabras de un relato inconcluso

Corría la noche más fría del invierno. El vaho de nuestra respiración nos salía por la boca con cada cántico y con cada grito, avanzábamos por las calles con las banderas en alto, aun sabiendo que nos congelaríamos en nuestras butacas esperando el espectáculo.
Pero nada de eso importaba. El Nacional brillaba con luz propia. Lo recuerdo como una estrella bicolor que con su luz opacaba a sus semejantes en el cielo. Jamás vi algo tan iluminado y a la vez tan terrenal, era como tener un pedazo del cielo al alcance de la mano.
Nos  bajamos del micro que había llevado desde Valparaíso hasta Santiago y caminamos entonando cantos y agitando los lienzos. Sabíamos exactamente donde acababa nuestra procesión: en un mar blanco y rojo. Las bengalas y el humo indicaban el punto más caluroso en esa helada ciudad infinita.
Luego de colas, empujones y una espera de más o menos hora y media, comenzó el partido. El pitido inicial marcó un nuevo ritmo en el latir de mi corazón, me encogí sobre mi butaca y observé con ojos de plato como se movían los jugadores en lo que me pareció un campo infinitamente lejano. A ratos me paraba y gritaba para combatir el frío, el calor humano era el mejor remedio en esa helada noche de agosto.
Cada miembro de la hinchada era un farol encendido en ese mar de gente, un pedacito de esperanza que armaba todo demasiado grande para ser contenido en los muros de ese estadio. Los gritos y los saltos desbordarían toda estructura, toda calle, toda ciudad. Sentía la trascendía del sentimiento que me invadía burlarse del tiempo, romper los ciclos y paradojas por el simple hecho de que algo tan multitudinario representara a su vez una sola unidad.
Pero los sueños se rompen. En algún momento el cristal que los sostiene se hace añicos bajo la presión de tantos saltos y tantas expectativas.
El pitido final le devolvió el latir normal a mi corazón. El cambio de ritmo fue tan rápido como doloroso. Por un segundo sentí que el tiempo se resquebrajaba congelando para siempre ese momento. El sonido del silbato se extendió hasta la eternidad, y las voces se apagaron en un grabe sepulcro.
Noventa minutos de morderse las uñas, de temblar de frío y de emoción había llegado a su fin. Durante el entretiempo sacábamos cuentas que divagaban entre la ansiedad y el optimismo. 

martes, 12 de marzo de 2013

Frases de etica en educación

Cuando no se vive como se piensa se termina pensando como se vive.
No toleramos la contradicción interna.

El Eterno Vampiro

-Esto bastará por ahora.- Dijo el vampiro maldito comenzando a engullir a su victima.
Raggamuffin siempre había preferido la carne joven. Tenía la impresión de que la piel tersa y suave se despredía mejor y de que las víceras con poco uso eran más jugosas. Pero esta vez tenía que conformarse. Solo contaba con su cuerpo de vampiro por otras 75 horas y luego de eso volvería a su pequeña cárcel de algodón y costuras. No había tiempo que perder. Lo primero que encontró para apaciguar su estómago fue un pobre viejecillo ebrio que caminaba ayudándose con las paredes. Probablemente se dirigía a su hogar, aunque por supuesto, no llegaría jamás a él.
El golpe fue rápido y mortal, Raggamuffin había atacado desde el aire y por sorpresa convirtiendo al descuidado traseúnte en su cena en menos de un parpadeo. Pronto no quedó de él ni un solo hueso y el vampiro se encargó incluso de borrar todo rastro de sangre que delatar su crímen.
Ahora que estaba satisfecho, pordía comenzar su búsqueda.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Desterrado

Los veo y excucho, pero no puedo llegar a ustedes.

El Pacífico es demasiado grande para encontrar ahí tus recuerdos, las olas son demasiado grises para encontrar ahí tu reflejo, pareciera que el mar se arrastra con pesar sobre la orilla para volverse helado e inerte y tú vuelves a ser quien eras hace cuarenta años, mirando la misma playa desde la orilla opuesta.
El tiempo se ha detenido en tus ojos, el pasado es una eterna película que se repite ante tu mirada envejecida, pero fuera de contexto.

Pero tu sigues ahí, contemplando el mar infinito con nostalgia, como si en tu corazón todo siguiera igual que antes...
Igual que antes...
La muerte y el destierro te han trastornado, el dolor de saber que el mundo que ayudaste a construir se ha consumido en la lejanía, te ha abrumado. Cuando te miro a los ojos puedo ver tus historias, aunque trates de ocultarlas tras esa máscara de sabiduría ¿Qué puedes enseñarme tú de la vida si todo lo que tienes son recuerdos? Ya no perteneces a este mundo, todo lo que solías ser se ha quedado en el pasado, sepultado con los muertos y con los anónimos torturados.