Alice en El país de la Maravillas (Fanfic de Alice American Mcgee)

Alice en el País de las Maravillas


            Fuego... Fuego en nuestros ojos, fuego en nuestras almas... fuego en los recuerdos que se queman como papeles secos. Solo puede ver fuego, solo puede sentir miedo mientras corre por su vida hacia la nieve fría y tiznada de sangre. Cae sobre sus rodillas  rotas mientras escupe el humo de sus pulmones.
            Esta viva. Su corazón aún late dentro de ese pequeño cuerpo quemado, pero en su dulce inocencia aún no percibe la magnitud de la tragedia.
            -¡Fuego!- Oye a alguien gritar.- ¡Fuego en la casa de los Lidell!
            -¡Rápido! ¡Corran! ¡Necesitamos agua! ¡Mucha agua!
            Las voces se hacen cada vez más lejanas. Como si provinieran de un espacio infinito. La casa en llamas se convierte en un sueño, pronto su fiesta de té con la liebre de marzo y el lirón es más real que el dolor y el miedo. Incluso la nieve bajo su cuerpecito semidesnudo comienza a parecerle extrañamente tibia.


            El espejo se ha roto para siempre. El País de las Maravillas se hunde en una profunda oscuridad. Alice despierta en un lugar totalmente diferente, el pequeño infierno que se ha creado esa noche la envuelve por años en una dolorosa letanía.


            Hay tantos tipos de locuras como personas en el mundo. Nuestra propia demencia va armando versiones insanas de lo que vemos, sentimos y oímos. A veces parece que el pasado es lo único que permanece intacto. Sin embargo, cuando la pequeña burbuja revienta la agonía se hace insoportable.
            Con cada movimiento de las manecillas del reloj emerge un pálpito doloroso. Al abrir los ojos cada mañana, Alice no ha envejecido un solo día desde aquel incendio que destruyó a su familia. Todo sigue exactamente igual. La oscura celda del sanatorio mental no se ha expandido ni encogido ni un solo centímetro y las manchas de humedad en las paredes tienen igual forma por la mañana y al crepúsculo. Nada ha cambiado. La misma cama, el mismo velador, las mismas cortinas viejas sobre los barrotes de su ventana... el mismo conejo blanco...
            Es como si el tiempo se hubiese detenido en ese cuarto para siempre. Apenas si puede notar las nuevas arruguitas en la frente de la enfermera... ¿Qué le importa aquella mujer que la inyecta varias veces al día para mantenerla calmada? ¿Quiénes son esos hombrecillos gordos y con trajes chistosos que parecen disfrutar con su sufrimiento? Nada importa ya, lo que era importante se ha ido.
            El médico de turno le pregunta cosas una y otra vez, probablemente relacionadas con los cortes en sus muñecas. Le habría gustado contestarle, pero hace mucho que no habla su idioma. Su boca ha permanecido cerrada por años y sus ojos jamás han cambiado la expresión inerte que adquirieron luego de que fue rescatada del incendio. Aunque hubiese logrado matarse antes de que los enfermeros vendaran sus heridas, no habría significado ninguna diferencia. Ya no había nada que separara la vida de la muerte. Eran exactamente lo mismo.
            Se extravía en sus tinieblas mientras abraza a su pequeño conejo. La luz del pasillo es un resplandor infinitamente lejano.
            -Pobrecilla.- Dice una voz que en algún momento fue dulce.- Ojala que ese conejo de felpa le ayude a sanar algún día.
            La puerta se cierra. Otra vez sola. Otra vez en la oscuridad.
            -¡Alice!- Grita una voz familiar a lo lejos- ¡Alice, tienes que ayudarnos!
            La voz se vuelve un murmullo. Alice gira la cabeza y se encuentra con los ojos de botón de su pequeño conejo, se acerca a su oreja para pedir ayuda más claramente.
            -¡Alice! ¡Despierta! ¡Tienes que salvarnos!


            La realidad se rompe. Su viejo cuarto en el sanatorio mental desaparece, las figuras que por tantos años marcaron su dolorosa rutina, estaban envueltas en una espiral caótica que se desvanecía sobre su cabeza. Ya no estaba en ninguna parte, pero el País de las Maravillas se alzaba al final de la madriguera como un reino desenterrado.
            Fue como despertar de un sueño.


            La caída habría sido dolorosa, e incluso mortal si realmente hubiese estado cayendo. En lugar de eso, Alice abrió los ojos para encontrarse recostada sobre una verde hierba en la cercanía de un poblado. Levantó lentamente la cabeza y deambuló con la mirada hasta dar con unas casitas de madera construidas a los pies de un barranco.
            -¡Alice! ¡Aprisa, Alice! ¡No te quedes descansando!
            El esquivo conejo saltaba a su alrededor con su viejo reloj de bolsillo en la mano. Se veía un tanto diferente desde la última vez que lo había visto, estaba arrugado y demacrado como si durante los años en que ella estuvo internada en el hospital mental sin volver al País de las Maravillas, él se hubiese consumido con innegable constancia. Aún tenía el mismo traje, estaba descocido y le faltaban un par de botones, pero jamás iba a poder olvidar esa graciosa corbata de moño y la chaquetita roja.
            -¡Aprisa, Alice! ¡No te quedes descansando, tenemos mucho camino que recorrer!
            -Aguarda un momento... ¿Qué está pasando? ¿Dónde vamos?
            El viaje había dejado un tanto confundida a la joven, quien además no estaba acostumbrada a la luz del sol en forma tan directa. Se incorporó sin prisa ignorando los saltos desesperados del pequeño conejo y se sacudió el polvo del delantal.
            -¡No hay tiempo para esos detalles! Debemos irnos ¡Pero ya!
            El conejo guardó su reloj en su chaquetita roja y saltó rumbo al poblado con toda la fuerza que le daban sus patitas. Se veía demacrado y hasta enfermo, pero no había perdido ni un poco de su energía.
            -Estúpido Conejo Blanco.- Murmuró Alice malhumorada.- No soy la misma de antes... ¿Cómo espera que lo siga con la misma rapidez?
            Una voz grave y familiar le contestó a sus espaldas:
            -Es cierto, has perdido tu cuerpo de niña... pero espero que puedas manejar este nuevo cuerpo con la misma pericia.
            Era el Gato de Cheshire. Alice inmediatamente reconoció su voz y se dio la vuela para verlo claramente, pero al hacerlo se llevó una sorpresa. El conejo había cambiado un tanto, pero el gato era un ser totalmente diferente. Delante de sí se hallaba un animal semi consumido por la sarna, con un nivel de delgadez tal que hasta el más pequeño hueso sobresalía de su piel casi sin pelo. Tenía unos ojos amarillos y húmedos y una de sus orejas estaba perforada con un arete de argolla. Lo único que no había cambiado en él era su sonrisa enorme y burlona, aunque sus dientes eran mucho menos blancos que la última vez.
                        -¡Gato de Cheshire!- Exclamó Alice.- No sabes cuánto me reconforta verte, aunque... aunque estés tan... sarnoso y raquítico.
            -Aquí nada es lo mismo de antes.- Dijo el gato sin darle importancia al asunto.- A mí también me reconforta verte, aunque ahora te noto mucho más amargada. Espero que no hayas perdido la curiosidad y las ganas de aprender.
            -Estoy cansada. Me gustaría saber primero donde me dirijo. Hace demasiado tiempo que no visito este lugar.
            -Pues no es el mismo de tus recuerdos. La Reina de Corazones ha dejado su huella por todas partes. Verás, el conejo no es tonto y yo tampoco necesito de una veleta para saber en qué dirección sopla el viento.
            -Anda, dime ¿Quiénes viven en ese poblado de allá?
            -No seas mandona.- Contestó el Gato de Cheshire con la voz acerada.- Sigue al conejo.
            Alice siguió por camino que había escogido su escurridizo amigo, con el Gato Cheshire siguiéndola en silencio. Pronto llegó a la entrada del pueblito. Un pequeño letrero le daba la bienvenida.
            “Poblados de los Condenados”
            Echó un vistazo al lugar en cuestión, era deprimente, las casas parecían abandonadas, aunque en las calles había personitas deambulando.
            -Este sitio es muy húmedo… y helado.- Observó Alice llevándose las manos a sus brazos desnudos.
            -Estamos en un pantano, aunque no siempre fue así.- Dijo la cabeza del gato flotando junto a la chica sin el resto de su cuerpo.- Ahora a este lugar vienen a parar todas las aguas del Valle de las Lágrimas.
            -Un momento… mira ¡Es el conejo!
            La diminuta criatura saltaba a lo lejos, perdiéndose en unas callejuelas de madera. Sin detenerse a hacer más preguntas se internó en el poblado persiguiendo al animalito blanco. Pronto se dio cuenta de que se encontraba en un lugar muy singular, no solo el poblado parecía desierto, si no que estaba construido sobre palafitos para mantener las calles por sobre un líquido verde encendido.
            -Ácido.-Musitó Alice mirando el piso debajo de sus zapatos de charol.
            -Si te caes, la piel se te arruga como col cruda.- Dijo una vocecilla aguda y desconocida.- Una vez me caí y fue lo más doloroso que he vivido.
            Junto a ella había un enanito de ropas roñosas, se estaba señalando un bracito desnudo y de piel rasposa.
            El conejo había escapado una vez más. En ningún momento estuvo cerca de alcanzarlo, pero perdió toda esperanza cuando abrió una diminuta puerta clavada a los pies del barranco y desapareció irremediablemente de su vista. Alice en su desesperación y al tratar de alcanzar la puertecita, se descuidó medio segundo y por poco cae a un costado de la calle hacia la poza ácida. Afortunadamente, el extraño hombrecillo que acababa de conocer le ayudó a mantener el equilibrio.
            -¿Qué crees que haces? ¿No escuchaste lo que te dije?
            -Necesito ayuda para entrar en esa puerta.- Espetó Alice ignorando el horrible accidente que había estado a punto de sufrir.
            El hombrecillo miró detenidamente la pequeña puerta referida y luego a la chica que estaba ante él. Finalmente concluyó:
            -No vas a caber.
            -¡Eso ya lo sé! Pero necesito pasar por ahí y no tengo mucho tiempo ¿Conoces a alguien quien pueda ayudarme?
            -Puede que sí. Te llevaré con el viejo Horke, él es algo así como el sabio del pueblo, tal vez él te ayude.
            Alice siguió al hombrecillo por las callejuelas de tablas y entre casas sin ventanas ni jardines. Los gases de pantano se elevaban formando una nube verde intenso que casi no dejaba pasar la luz del sol y que además impregnaba todo lo que había por debajo con un aire vomitivo.
            -¿Esta agua verde llega del Valle de las Lágrimas?- Preguntó Alice con incredulidad.
            -Hace un tiempo el pantano estaba limpio, pero ahora toda la inmundicia de los guardias-cartas de la Reina Roja llega a nosotros. Pero no podemos hacer nada, ante la menor muestra de disconformidad, perderíamos la cabeza…
            Sin previo aviso, el hombrecillo empujo a Alice hacia una calleja oscura. Ella, entendiendo inmediatamente lo que ocurría, se tapó la boca y aguantó la respiración.
            Dos enormes guardias pasaban por la calle del frente, a solo una poza de ácido de distancia. Una de las cartas era un siete de trébol y el otro un dos de diamante, ambos portaban hoces tan largas como sus cuerpos. Los guardias reales se veían entonces muy distintos de como los recordaba, nunca habían tenido un aspecto amigables, pero ahora parecían auténticos muertos andantes. Sus cabezas eran calaveras sin ojos y tanto ellos como sus armas estaban salpicados de sangre seca.
            “Estos guardias-cartas parecen sacados de un cementerio”.- Pensó Alice rehuyendo la mirada de esa horrible imagen.
            -¡Ya está! ¡Ya puedes salir!- Dijo la vocecilla aguda del hombrecillo al cabo de un momento.- Eso estuvo cerca, tenemos que andar con cuidado, si la reina se entera de que hay un humano en el Poblado de los Condenados, nos cortará la cabeza a todos.
            -Eso suena terrible ¿Desde cuándo el País de las Maravillas es un lugar tan tétrico y deprimente?
            -Desde que tengo memoria y es que la reina tiene guardia por todas partes. Ahora ¡Vámonos de aquí antes de que regresen!
            Al cabo de poco andar, llegaron a una casita escondida tras la densa bruma verde. El hombrecito dio golpetazos tan fuertes a la puerta que Alice pensó que toda la morada se vendría abajo.
            -A veces no escucha.- Se explicó.
            Un hombrecillo muy parecido al primero asomó su cabecita por la puerta entreabierta. En lugar de un saludo soltó un gemido lastimero que hizo que los visitantes retrocedieran un par de pasos.
            -¡Esta chica pregunta por ti!- Chilló el guía de Alice apuntándola.- Ahora es problema tuyo.- Agregó antes de dar media vuelta y marcharse por donde mismo había llegado.
            -¿Es usted el señor Horke?- Preguntó la joven con cierta timidez.- Necesito que me ayude.
            -Me has encontrado ¿Qué es lo que quieres de mí?- Preguntó el enano malhumorado.- ¿Qué clase de ayuda necesitas?
            -Necesito encogerme hasta este tamaño.- Contestó Alice formando un espacio entre su índice y su pulgar.
            -¿Por qué piensas que te puedo ayudar?
            -Usted es algo así como el sabio del pueblo ¿no? Además debe conocer este lugar mejor que yo.
            -No soy sabio, niña, solo soy viejo. Viejo y cobarde.
            -Pero debo seguir al Conejo Blanco y no tengo mucho tiempo. Si no me puede ayudar, al menos lléveme con alguien que sí.
            -¡Entra de una vez, niña! Y no seas impaciente, la prisa puede hacer que te pierdas valiosos detalles.
            Alice agachó la cabeza para entrar a la casa del enanito y una vez dentro tuvo que andar con las rodillas dobladas todo el tiempo. Era un lugar ridículamente diminuto, pero en absoluto acogedor, todas las habitaciones estaban en penumbra y todos los muebles cubiertos por una gruesa capa de polvo.
            -Te invitaría a tomar asiento, pero romperías todas mis sillas.- Gruñó el enano con su voz aguda y rasposa.
            -No importa, esta no es una visita de cortesía.
            -De acuerdo, espera un momento, creo que solía tener el viejo Libro de Pociones oculto en el sótano.
            -¿Este lugar tiene un sótano?
            Sin decir nada más, el enano desapareció de la habitación por varios minutos, tiempo en el que Alice comenzó a sentir un creciente dolor en las piernas. Cuando volvió, el hombrecillo no solo traía un libro tan grande y pesado como  él, sino que además tres grandes frascos de vidrio y una vara chueca.
            -¿Qué vas a hacer con eso?
            -Necesitas encogerte ¿no? Pues eso estoy tratando de hacer, así que no hagas tantas preguntas y ayúdame.
            -Bueno ¿Qué quieres que hagas?
            El viejo Horke sacó un montón de trastes de la alacena hasta dar con un tiesto lleno de agua rancia.
            -Mete un poco de esta agua en una olla de metal más pequeña ¡Pero cuidado con derramarla! Cada día nos dan menos agua potable.
            -¿Agua potable? ¿Es en serio?- Pregunto Alice mirando con incredulidad el líquido rancio del tiesto.
            -Sí ¿Está listo? ¡Dame!
            Puso a hervir en un fogón la olla mientras buscaba con cierta impaciencia la página indicada del libro.
            -Alcánzame esas velas ¿Puedes?- Dijo el hombrecillo señalando con su dedo corto y huesudo una mesita a espaldas de la niña.- No puedo ver con esa porquería de luz.
            Rápidamente, aunque con cierta torpeza producto de su tamaño, Alice encendió una vela y la entregó al enano.
            -¿Cómo es que tienes los ingredientes necesarios para hacer esto?- Dijo la chica sin apartar la vista de la mezcla que se cocinaba en el caldero.
            -Una pizca de saliva de salamandra… ¡No me distraigas! Esto requiere la máxima concentración. Un ingrediente echado en la medida incorrecta y esto se convertirá en un potentísimo veneno.
            -Vale.
            Ya sin poder aguantar la presión de estar todo el tiempo hincada, Alice calló sobre sus rodillas, y en esa posición ocupó casi todo el cuartito.
            -¿Falta mucho?- Preguntó con un tono de preocupación.- El Conejo Blanco ya debe estar muy lejos a esta altura.
            -Paciencia.
            El contenido de la olla comenzó a burbujear y a soltar un humo púrpura que inundó toda la casa. Por un segundo, Alice se preguntó si podría tomar ese líquido sin que se le deshicieran los intestinos o si, en el mejor de los caso acabaría vomitándolo.
            -Listo.- Dijo el hombrecillo apagando el fogón y tomando la olla caliente con ayuda de trapos viejos.- Solían ser pasteles, pero estoy seguro de que te conformarás.
            -¿De dónde sacó todos los ingredientes?- Alice retomó su antigua duda.
            -¡Esto es un pantano, niña! A pesar de lo sucio que está, este es el mejor lugar para recolectar lo que sea que necesites. Ya no puedo salir con la misma tranquilidad que antes, pero me las arreglo para tener mis estantes llenos. Tómate la poción y no hagas más preguntas.
            -Pero está caliente.
            -¡Así tiene que estar! ¿Quieres que se enfríe y que la tengamos que preparar otra vez?
            Alice negó con la cabeza al tiempo que le arrebataba la olla al hombrecillo y se bebía su contenido. La boca y el esófago le ardieron inmediatamente, pero fuera de eso tanto el sabor como la textura de la poción se le hicieron soportables.
            El efecto fue inmediato, en cuanto Alice bebió la última gota, sus manos comenzaron a encogerse hasta que la olla se le hizo difícil de sostener y tuvo que dejarla en el suelo. Además, Horke le llegaba con suerte a la cintura y en cuanto se hizo pequeña tuvo que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. Lo mejor de todo era que la habitación era ahora de su medida y pudo tomar una postura más cómoda.
            -Gracias, lamento no poder quedarme.- Dijo la Chica sin dejar de mirar la nueva y enorme habitación a su alrededor.
            -Te irás sola. Y debe ser rápido, tu presencia nos pone en peligro a todos.
            El viejo Horke guardaba los trastos en su lugar sin darle más limpieza que una pasada con su trapo sucio.
            -Una cosa más.- Dijo al escuchar que el picaporte giraba trás de sí.- Cuando estés en el valle, mantén un ojo puesto en el cielo y otro en la tierra. No es un buen lugar para alguien de tu tamaño.
            -Eso haré.- Contestó Alice al enanito (que ahora era más alto que ella).- Además, tengo un par de amigos en el Valle de las Lágrimas.
            -Bien por ti. Necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.No hagas alguna tontería. Has cambiado, Alice, pero todavía sigues siendo la única que puede ayudarnos.
            Abrió la puerta y la invitó a salir con un gesto de la mano. La chica, sin decir palabra alguna para despedirse, corrió calle arriba con toda la fuerza que le permitieron sus piernitas recientemente empequeñecidas y no se detuvo hasta dar con la puerta por la que había visto desaparecer al Conejo Blanco. Ahora podía pasar.





            Una vez del otro lado, se vio en medio de un frondoso y verde valle. La puerta por la que acababa de pasar se suspendía mágicamente sobre una piedra, sin pared ni marco alguno. Alice era más pequeña que la mayoría de las plantas y por supuesto, los árboles eran enormes columnas cuyo fin estaba más allá de su campo de visión.
            Avanzó tímidamente buscando al esquivo Conejo Blanco y sin ninguna certeza de su siguiente paso. Al poco andar, dio con un riachuelo que caía de un enorme risco de piedra. No podía ver mucho más allá por culpa de una espesa capa de vapor de agua que impregnaba el ambiente. Buscó una forma de cruzar el riachuelo y encontró un puente hecho de piedrecillas, no le inspiraba mucha confianza saltar de piedra en piedra, pero era la única alternativa. Cuando comenzó a cruzar el río, un ligero zumbido la hizo mirar hacia arriba para darse cuenta de que el cielo era infinitamente lejano.
            Saltó las piedras, una a una, sin prisas para no perder el equilibrio. De pronto, cuando estaba en la segunda mitad de su trayecto, un familiar brillo plateado en el fondo del agua llamó su atención. Era una espada guardada en una vaina de plata tallada. Se inclinó para recogerla cuando la voz suave y conocida del Gato Cheshire le habló a sus espaldas:
            -La vieja y confiable Espada Vorpal. Es necesaria, pero insuficiente.
            -Al menos ya no voy a estar desarmada.- Contestó al chica rescatando su descubrimiento del fondo del río.
            -¿Sabes cómo usarla?
            -Creo. Pero es algo distinta de como la recordaba en el poema, supongo que es porque yo también he cambiado.
            El zumbido se hizo más intenso. Una sombra amenazante surcó el cielo varias veces y luego se lanzó en picada contra Alice. Esta pudo distinguir a su atacante, se trataba de una abeja anormalmente grande, incluso teniendo en cuenta su nuevo tamaño. Para no perder el equilibrio y caer al agua, tuvo que esquivar a la maligna abeja saltando las piedras a toda velocidad hasta llegar jadeante a la otra orilla.
            Pero el insecto no se había rendido luego de fallar su primer ataque, se lanzó nuevamente en picada y con una furia aún mayor. Alice, que no tenía el menor miedo de usar su nueva arma, esperó al atacante con el filo de la daga apuntando hacia arriba. En el último segundo, dio un paso a la izquierda y dobló el brazo hacia el tórax de la abeja, fulminándolo junto con el abdomen de una sola estocada. El insecto calló derrotado y se desvaneció antes de tocar tierra, dejando en su lugar un pequeño brillo rosa pálido que flotaba a pocos centímetros del suelo.
            -¿Qué es eso?- Preguntó Alice atando la vaina de la espada alrededor de su cuerpo.
            -Meta substancia.- Dijo la cabeza del Gato Cheshire apareciendo junto al hombro de la chica.- Todo ser vivo en el País de las Maravillas vive gracias a la meta substancia.- Un brillo pálido entristeció sus enormes ojos amarillos.- Incluso tú.
            -¿Qué? ¿Significa que si pierdo mi meta substancia moriré?- Preguntó Alice con cierta incredulidad.
            -No, por supuesto que no, sin embargo... los abismos de la locura podrían volverse infranqueables.
            Tras decir estas palabras, el gato se desvaneció en el aire, dejando como siempre la sombra ilusoria de su sonrisa blanca. Entonces se hizo visible un risco gris cuya cima era casi tan lejana como el cielo.
            -Hablando de cosas infranqueables.
            Al Conejo Blanco le gustaba ponerla en apuros, pero esto iba más allá de lo racional. En medio de suspiros y maldiciones, Alice avanzó por un escarpado camino que la elevó trazando una ruta que no pudo recrear en su mente. Al poco andar distinguió un par de figuras oscuras que la contemplaban desde la cima y no tuvo que esperar mucho para darse cuenta de que eran hormigas anormalmente grandes. No recordaba que las criaturas del Valle de las Lágrimas pudiesen alcanzar tales dimensiones, aunque no había estado allí en mucho tiempo.
            Sabía que era pedir demasiado que las hormigas fueran amigables o incluso neutrales. El País de las Maravillas se había vuelto un lugar muy hostil. Pero en ningún momento esperó que le lanzaran rocas mientras intentaba llegar a la cima. Tuvo que arrinconarse contra la fría piedra para evitar ser golpeada y lanzada al vacío. Afortunadamente, los insectos eran torpes y no lograron malograrla; aunque sabía que tendría que vérselas con ellos una vez  que acabara de subir.
            Había logrado asesinar a tres abejas en el transcurso del ascenso, por lo que el filo de la Espada Vorpal estaba tibio cuando llegó al final del camino. Las hormigas eran igual de molestas, solo que éstas la superaban en tamaño. El primer enemigo sucumbió con un corte profundo en el tórax y el segundo recibió estocadas en dos de sus seis patas antes de ser decapitado. Gracias a la frustración de Alice, todo lo que quedó de los insectos fue el resplandor cada vez más pálido de su meta substancia y unas manchas verdes en el delantal de la chica.
            Muy cerca de donde las hormigas habían sido masacradas, halló el agujero en la tierra de donde provenían y, no mucho más allá, al siempre impaciente Conejo Blanco.
            -¡Alice! ¡Alice!- Gritó al ver a la chica.- ¡Date prisa! ¡Te has tardado demasiado!
            -Tranquilo, conejo.- Contestó Alice sacudiéndose del delantal blanco la mugre que había acumulado en el camino.- Tuve mis razones.
            -¡Las razones no interesan! ¡Tenemos que darnos prisa!- Sacó de su chaquetita rota el inseparable reloj de bolsillo.
            -¿Dónde vamos?
            -Tenemos que hablar con la Oruga. Vive del otro lado del valle.
            -¿Del otro lado del valle? No podremos llegar con este tamaño.
            -Nos iremos por el hormiguero ¡Pero ya!
            Alice lo miró incrédula.
            -¿Por el hormiguero? ¿Es una broma? Las hormigas no son precisamente amigables.
            -¡No hay tiempo para bromear! Bajo tierra es el camino más corto, además el valle es peligroso por donde sea que vallamos. Del otro lado nos estarán esperando…
            Un ruido sordo cayó abruptamente la voz del conejo. La tierra temblaba con furia.
            -¿Qué es eso?- Preguntó Alice, espantada ante la violencia de los movimientos bajo sus pies.
            No era un temblor cualquiera, las entrañas de la tierra permanecían inmutables, pero por fuera era golpeada con tanta violencia que ni Alice ni el Conejo Blanco podían mantener el equilibrio. Finalmente pudo ver lo que causaba el alboroto, dos botines lustrosos y del tamaño de una casa flotaban en el aire y caían al suelo con una fuerza meteórica, castigando a todo el valle. El gigante dueño de esos descomunales era imposible de contemplar desde abajo y formaba una sombra tan extensa que se perdía en el valle.
            -¡Corre, Alice!
            El Gato Cheshire escaba por delante de los pies del gigante mostrándole a sus amigos una escapatoria colina arriba. La chica se lanzó a un costado, buscando un refugio que no existía y, al descubrir que no había sido aplastada por las pisadas descomunales, corrió desesperadamente tras el gato.
            Pero el conejo no los había seguido.
            Ni Alice ni su amigo se detuvieron hasta darse cuenta de que ya no corrían peligro. El gigante se había dado por satisfecho al haber despachado a su guía. El escurridizo Conejo Blanco, por primera y última vez en su vida, no había alcanzado a moverse del lugar donde estaba y yacía aplastado por una suela de bota algunos metros más abajo.
            Al percatarse de lo que había ocurrido, sus compañeros corrieron a auxiliar al pequeño conejo, pero era demasiada tarde. El animalito ya no respiraba y las piezas de su reloj de bolsillo estaban esparcidas por todas partes.
            -¿Esto es una broma cruel?- Dijo Alice a media voz mientras se llevaba las manos a su cara humedecida por los lágrimas.- ¡Todos a quienes quiero mueren de forma violenta y horripilante! ¿Para qué seguir? ¿Para hacer daño a los demás?
            -Ya no hay nada que hacer.- Dijo el gato contemplando con la mirada rota el cadáver del conejo.- Lo que me preocupa ahora es que el guía a muerto. Debes llegar sin él a hablar con la Oruga y eso no será fácil. No queda tiempo para la autocompasión.
            Alice calló sobre sus rodillas. Las palabras del gato le eran indiferentes. Solo podía concretarse en su propio dolor y el largo camino que le quedaba por delante quedó visibilizado por la tragedia. El Gato Shechire se resignó a esperar que las lágrimas de la joven acabaran de derramarse por completo y luego la guió con su andar flotante hasta el segundo hormiguero.
            -Estás menos sola de lo que piensas, Alice.- Dijo con voz suave.- Incluso cuando el País de las Maravillas es solo un recuerdo.
            Sin contestar ni con la más mínima mueca aquella frase, Alice se lanzó a las oscuras entrañas de la tierra contando los minutos para emerger nuevamente.

            El hormiguero era un lugar aún más desagradable de lo que se había imaginado. Los caminos eran estrechos, apenas había luz y tenía el mismo olor que el Poblado de los Condenados e incluso en algunas partes pudo comprobar que bajo sus pies fluía un verde y brillante río de ácido. Las hormigas resultaron incluso menos molestas que el lugar en donde habitaban, tan solo se enfrentó a unas pocas en contadas ocasiones y ayudó mucho el tener la prudencia de estar alerta cada vez que los túneles se bifurcaban.
            El verdadero desafío lo constituyó el lugar en sí, el hormiguero era un auténtico laberinto de tierra y en varias ocasiones tuvo la impresión de haber pasado por el mismo lugar más de una vez. No solo estaba perdida, el terreno no era fácil de recorrer, tuvo que sortear precipicios y escalar paredes rocosas, lo que era aún más complicado si había una hormiga lanzándole piedras o bolitas de tierra seca.
            El Conejo Blanco realmente le hacía falta. Podía no ser amable, podía estar siempre apurado y hasta podía correr perdiéndose entre la multitud y aun así esperar a que lo siguieran, pero al menos siempre le daba una pista del camino correcto. Sin él estaba perdida. Halló un par veces una salida a la superficie, pero la imagen desolada del valle le indicaba que esa no era la ruta que debía seguir. Resignada y maldiciendo su suerte, se volvía a meter en el hormiguero.
            Finalmente, luego de varias horas de camino bajo tierra, una luz particular llamó su atención. Era nuevamente la superficie. Emergió agotadísima y con el vestido embarrado, pero los rayos del sol le parecieron inusualmente reconfortantes y una brisa helada le humedeció la cara. Era un río. Con una buena corazonada, caminó bajo la sombra de hojas gigantes hasta las orilla de la aguas, esperando una señal que le indicara que había seguido por un buen camino.
            Esta señal llegó en forma de una enorme y verde hoja en forma de pica que era arrastrada por la corriente. La hoja no venía sola, era navegada por un personaje familiar, pero por mucho tiempo enterrado en su memoria. La Falsa Tortuga se acercaba a la orilla a bordo de la improvisada nave. Reconoció su postura recogida y sus movimientos torpes a varios metros de distancia.
            -¡Hola, Alice!- Saludó la Falsa Tortuga haciendo señas a la chica para que se acercara.- ¡Por aquí!
            Ella, sin saber muy bien lo que ocurría, se acercó al navegante del río impulsada sobre todo por la necesidad de hablar con alguien conocido.
            -Hola, Falsa Tortuga.- Suspiró la chica sin mucho ánimo.- ¿Qué es lo que haces?
            -Los estaba esperando…- Le lanzó una mirada de confusión.- ¿Dónde está el Conejo Blanco?
            Alice se encogió de hombros y dijo con pena:
            -Tuvo un accidente al entrar en el valle. Unas botas gigantes como de payaso lo aplastaron. No va a venir… estoy yo sola.
            -¡No puede ser!- Dijo la Falsa Tortuga soltando inmensos lagrimones que intentaba torpemente limpiar con sus pezuñas de chivo.
            -No puedo detenerme mucho tiempo, necesito hablar con la Oruga ¿Puedes ayudarme?
            La Falsa Tortuga interrumpió su llanto.
            -¡Por supuesto! Para eso estoy aquí.- Contestó aún con pena.- Estaba esperando a que el Conejo y tu salieran del hormiguero para llevarlos río abajo.
            -¿Ahora tenemos que ir por el agua?
            -Sí, la Duquesa vive en las cercanías y tenemos que evitarla a toda costa. Se esconde de la reina y siempre tiene hambre.
            -Déjame adivinar, nos comería ¿cierto?
            -Creo que a ella le gustaría una falsa sopa de tortuga y que usaría lo que sea que cubre tus huesos para darle espesura.- Contestó acariciando su caparazón con cierto nerviosismo.- La mayoría de las criaturas del valle están siempre hambrientas y tenemos que cuidarnos de ellas. El río tampoco es un lugar seguro, está plagado de pirañas y he tenido mucho lío evitando que me coman.
            -Tengo como protegernos.- Dijo Alice acariciando el mango de la Espada Vorpal.
            -Me alegro, pero debes estar alerta, no quiero ser almuerzo de los peces.
            Alice subió a la hoja y emprendió junto con la Falsa Tortuga el viaje río abajo en su improvisada embarcación. Su compañero tenía razón en que no iba a ser una travesía fácil, debían permanecer alerta no solo por las pirañas, sino también por las abejas que no dejaban de abalanzárseles desde el cielo. Por suerte para ambos, la Espada Vorpal no perdía su filo y los golpes de Alice eran rápidos y precisos. La corriente a ratos dejaba de ser pasiva y castigaba la endeble hoja en la que viajaban con olas cada vez más impredecibles, la Falsa Tortuga tenía la dificultosa tarea de enderezar el rumbo ya que de los dos, era el que mejor se manejaba en el agua.
            A ratos tenían instantes de pasividad en los que el valle parecía haberse olvidado de ellos. La hoja se movía muy lentamente por el agua cristalina y Alice tenía ocasión de relajarse luego de varias horas empuñando y batiendo la espada. Por primera vez desde su regreso al País de las Maravillas, pudo sentarse y contemplar sin miedo su propio reflejo en el agua. En ese momento intentó recordar cuando fue la última vez que había visto su rostro y se sorprendió al descubrir que había pasado varios años sin mirarse a un espejo. La última vez que se contempló a sí misma en un cristal ya llevaba un buen tiempo internada en el sanatorio y la imagen de entonces no se parecía en absoluto en la que ahora veía. Los internos del sanatorio eran totalmente calvos, para no tener que lavarles el cabello y por sobre todo, para controlar las plagas de parásitos que proliferaban en los peores internados de Londres, los enfermeros les afeitaban por completo las cabezas. Alice ahora tenía un largo y hermoso cabello castaño que se mecía con la brisa de valle. No solo eso, las marcas de arañazos y mordidas habían desaparecido al igual que las ojeras purpúreas que había conseguido al privarse a sí misma del sueño.
            En el País de las Maravillas su dolor aún seguía latente, veía su sufrimiento reflejado en cada una de las criaturas desesperadas y hambrientas que encontraba en el camino. Sin embargo, era el único lugar en donde podía ser realmente libre, donde las paredes del sanatorio desaparecían y podía contemplar el horizonte infinito con toda su hermosura y su bestialidad. A pesar de la desolación que se cernía sobre esa tierra, no debía usar allí máscara alguna, en ese lugar era una chica bella y fuerte, no ese despojo humano semi fantasmal que pasaba sus días encerrado en una habitación diminuta huyendo de la luz del sol.
            Comprobó con alegría que no había perdido aún su humanidad, los años en el foso no le habían arrebatado la belleza que ahora veía en el reflejo del agua. Estaba cansada y sucia, pero la certeza de continuar viva por dentro valía las peores penurias del viaje.
            -¡Alice!
            La chica se distrajo de sus pensamientos para prestarle atención a su compañero de viaje. Remaba con sus pezuñas para orillar la hoja hacia tierra firme y necesitaba un poco de ayuda.
            -¿Ya hemos esquivado a la Duquesa?- Preguntó cuándo la embarcación se hallaba en buen rumbo y podían descansar.
            -Tenemos suerte de que ya no salga de casa, la Reina de Corazones quiere cortarle la cabeza y solo come lo que tiene la osadía de tocar su puerta. La dejamos atrás hace media hora.
            -Bueno ¿Y qué camino debo seguir ahora para encontrar a la Oruga?
            -Tienes que ir colina arriba, entrando al Bosque de las Maravillas. Vive sobre la misma roca de siempre, rodeada de sus zetas y podrás distinguirla por la columna de humo de su pipa.
            Alice y la Falsa Tortuga bajaron de la hoja a tierra firme para continuar cada uno por caminos separados. La improvisada embarcación que había sido su transporte  por dos larguísimas horas, fue arrastrada río abajo hasta perderse en la corriente. Ya había cumplido su cometido.
            -Termina lo que comenzaste, Alice.- Dijo la Falsa Tortuga a modo de despedida.- Tú estás de visita, los demás vivimos aquí.
            -No estoy de vacaciones.- Contestó aceradamente la chica.
            -No creas que no te estoy agradecido. Sé que no será un viaje fácil así que te nombro Reptil Honoraria.
            -Que honor.- Suspiró Alice sin mucha convicción.
            -No creas que es cualquier cosa. Cuando tengas que sumergirte en el agua te vas a acordar de esto.
            Acto seguido, la Falsa Tortuga hizo una señal de despedida con la mano y se lanzó de un chapuzón en las aguas del río. La chica quedó nuevamente sola ante una ruta peligrosa y sin vislumbrar aún el humo que le indicaba el paradero de la Oruga, sin embargo, no perdió tiempo y continuó rápidamente su camino abriéndose paso con la Espada Vorpal a través de sus enemigos.
            El gordo y sedoso insecto estaba en el mismo lugar en que lo había visto hace tantos años, inhalando el humo de su pipa como si sus pulmones fueran desechables. Llegó hasta la Oruga cuando su desenfrenada carrera por encontrarla le estaba pasando la cuenta.
            La Oruga nunca había sido un ser agradable, ni mucho menos amistoso. Siempre estaba de mal humor, detestaba las visitas y lo peor de todo era que su rinconcito en el bosque siempre estaba impregnado con el molesto humo de su pipa. Aun así era el ser más sabio de todo el País de las Maravillas y el único que podía decirle qué camino seguir para llegar con la Reina de Corazones. Alice se acercó tímidamente, pero parecía que el insecto la estaba esperando.
            -Alice, has vuelto.- Dijo la gorda oruga inhalando el humo de su pipa- ¿A qué vienes?
            -A verte.- Contestó Alice con rapidez.- El conejo no me dijo porque y ahora se ha ido…
            -¿Por qué? El País de las Maravillas se ha dañado. Tienes que arreglar este desastre… tu desastre.
            La Oruga soltó grandes anillos de humo. Alice parecía molesta:
            -¿Quieres decir que esto es mi culpa? Apenas reconozco este lugar tan tétrico ¿Qué tiene que ver con migo?
            -En parte es tu culpa y en parte no. Todo depende de cómo se le mire. Por supuesto tú nunca te propusiste que esto pasara, aunque has tenido mucho tiempo para arreglarlo. Ahora debes solucionarlo antes de que sea tarde y no queda mucho tiempo. Este es el hogar, Alice, al menos solía serlo antes de la destrucción.
            -¿La destrucción? No entiendo bien de que hablas, pero necesito tu ayuda si quiero arreglar esto.
            -Ya has comenzado, pero aún te queda mucho por reparar… y mucho dolor que soportar.
            -¿Por qué he de sufrir?
            -Tu mente se hundido en el autoengaño, hasta tus fantasías se han vuelto versiones atormentadas de ellas mismas. Te corroe el sentimiento de culpa por haber sobrevivido, temes la perspectiva de una vida solitaria.
            -¿Qué crees que debo hacer?
            -Acaba con la Reina de Corazones y con su reinado de terror.
            -¿Cómo lo hago?
            -Es difícil, ni siquiera te has subido al tablero ¿Cómo vas a saber que piezas mover?
            -¿El tablero?- Preguntó Alice alzando la voz. Las metáforas y el humo de pipa le hacían perder la paciencia- ¿Acaso esto es un juego de ajedrez?
            La Oruga suspiró con frustración justo antes de inhalar otra bocanada de su pipa.
            -Ya no eres la misma de antes. Tu cerebro ha estado apagado por demasiado tiempo. Tal vez haya mucho que explicar y ya no queda ocasión de hacerlo.
            -Entonces solo dime donde tengo que ir.
            -Tienes a ambas reinas a ambos lados del tablero. Elije las piezas con las que vas a jugar ¿Blancas o rojas?
            -Pues… elijo las blancas, eso supongo ¿Debo ir con la Reina Blanca?
            -Es peligroso. Los peones de la Reina Roja están entrando en la tierra de nuestros aliados. Si no mueves bien las piezas, perderemos a todos los soldados.
            -Entiendo, entonces llévame con la Reina Blanca.
            -Temo que no es tan fácil. Primero tienes que tantear el camino.
            -¿Hay demasiados guardias?
            La Oruga negó con la cabeza.
            -Definitivamente no eres la misma, eso no es bueno. Hace años habría apostado todo por ti, pero ahora…- Botó pesadamente nuevos anillos de humo, el último tenía un color diferente.- Atraviesa el portal. Al menos eso puedes hacerlo bien.
            Alice se acercó tímidamente, el anillo brillante y colorido bailaba delante de sus ojos.
            -¡Alto! Primero debes crecer. Llévate unos hongos.
            La chica arrancó trozos de una zeta gigante y los guardó en el bolsillo de su delantal. Acto seguido se internó en la humareda brillante y desapareció de la vista de la oruga.





            El bosque se distorsionó antes de desaparecer completamente. Alice estaba hundida en un profundo espiral verde que la llevaba a un paradero desconocido. En ese instante aprovechó de rescatar los trozos de hongo que acababa de recoger y se los comió teniendo cuidado de tomar solo bocados muy pequeños, la experiencia le decía que ese tipo de cosas suelen tener un efecto exagerado.
            Cuando llegó a tierra firme, no solo había recuperado su tamaño humano, si no que había ganado un par de centímetros apenas perceptibles a simple vista. En un principio se sintió algo torpe, estaba preocupada de controlar lo mejor posible su recientemente agigantado cuerpo, pero al ponerse de pie y ver el lugar al que había llegado, se olvidó por completo de ese diminuto detalle.
            Estaba en un sitio realmente extraño, no había ningún color a la vista, solo cuadros negros y blancos hasta donde podían abarcar sus ojos. No era un lugar precisamente poblado y aunque habían macizos muros grises con ventanales negros a su alrededor y enormes portones, no creía que alguien respondiera si intentaba llamar. La única criatura con la que podía hablar era una pieza de ajedrez (un alfil, para ser precisos, con su túnica blanca y su cetro inmaculado) que tenía cara de estar esperando su próximo movimiento.
            -Hola.- Saludó Alice haciendo una pequeña reverencia.- ¿Estamos en la tierra de la Reina Blanca?
            El alfil la miró de pies a cabezas, visiblemente sorprendido.
            -¿Quién eres? Nunca había visto a una pieza como tú.
            -Me llamo Alice Lidell, estoy de visita en este lugar y necesito ver a la Reina Blanca.
            -¡Imposible!- Gruñó el alfil haciendo un gesto rígido con sus brazos.-  Tenemos todas nuestras fuerzas concentradas en que el ejército enemigo no llegue a este lado del tablero… ¿Sabes cómo mover las piezas?
            Alice afirmó con la cabeza, su padre solía ser un ávido jugador y en su afán de tener una compañerita de juego, les había traspasado toda la dinámica del ajedrez a sus hijas.
            -Entonces muévete, niña, no estás en el lugar correcto.
            -¿Dónde tengo que ir? Estoy muy confundida.
            -Hacia el otro lado del tablero, por supuesto. Pero ten cuidado con las piezas enemigas.
            Sin entender muy bien la naturaleza del juego en el que se había metido, Alice intentó avanzar hacia la casilla siguiente, sin embargo, el alfil la detuvo extendiendo su rígido brazo frente a ella.
            -¿Qué ocurre?
            -Estás haciendo trampa, ese movimiento no está permitido.
            La chica suspiró hondamente y trató de recordar las palabras de la Oruga, aunque esta en ningún momento le habló con claridad, al menos le había dado una idea de qué hacer en ese extraño mundo. Sabía perfectamente cómo se movían los alfiles y que no podía avanzar en línea recta, así que continuó su camino por las casillas en forma diagonal hasta que dejó atrás la entrada protegida por el alfil.
           El pueblo se veía desolado y los colores ausentes la deprimían. Por más que avanzaba de casilla en casilla, sentía que no se movía. Los mismos tonos proyectados hasta el infinito y el juego de luces y sombras hacían que todo se viera monótono. Fue aquella monotonía la que hizo que Alice irremediablemente volviera a evocar su pasado en el asilo Rutledge. Paradójicamente, las paredes de su diminuta habitación también le parecían infinitas, como si todo el mundo conocido y por conocer estuviese contenido en ese gris agujero apenas iluminados por una ventanita en lo alto.
            Al cabo de un rato, se encontró con otra figura en el tablero. Se trataba de un jinete con armadura blanca montado en un hermosísimo corcel del mismo color. La chica se acercó al caballero con actitud cautelosa, especialmente cuando vio que tenía ceñida en el cinto, una descomunal espada que probablemente ella jamás habría podido siquiera empuñar.
            -Hola, señorita.- Habló el jinete al verla aparecer- ¿Qué la trae por nuestro mundo?
            Aunque Alice estaba frente a frente con el caballero blanco, no podía verle la cara porque estaba usando un yelmo.
            -Busco a la Reina Blanca para que me diga donde hallar a la Reina de Corazones.- Dijo la chica balanceándose sobre sus pies.
            -Nuestra Reina Blanca se encuentra protegiendo al rey.- Contestó el caballero de blanca armadura.- Nosotros debemos evitar que el reino de terror de la Reina de Corazones llegue hasta aquí a toda costa.
            -Vale, les ayudaré si me ayudan.
            -Entonces valla en esa dirección.- El caballero blanco apuntó hacia el oscuro horizonte con su guante de metal.
            -Gracias.
            Alice se dispuso a seguir su camino por las eternas casillas blancas y negras como lo había hecho hasta entonces, pero de pronto el magnífico corcel que hasta entonces había permanecido inmutable, comenzó a relinchar con rabia.
            -Ese movimiento no está permitido.- Sentenció en caballero.
            -Está bien.- Suspiró la joven con cansancio.- Haré el movimiento permitido.
            No era que la estuviese hastiando el juego del ajedrez, pero moverse como un caballero apenas le permitía avanzar. Intentó caminar dos casillas hacia adelante y luego alternaba la otra hacia la derecha o hacia la izquierda para no ir perdiendo el rumbo. Estaba tan absorta en sus movimientos que no se percató del instante en el que el jinete y su caballo quedaron atrás y ella nuevamente se halló sola.
            Al poco andar, un pasillo muy estrecho que separaba dos enormes casas de ladrillo gris llamó su atención. No solo porque el pasillo parecía conducir hacia otro lugar distinto, sino porque estaba custodiado por un guardia. Alice no dudó en acercarse, a pesar de que dicho guardia era un sujeto fornido y mucho más alto que ella. Él también se percató de la presencia de la chica y ambos se miraron detenidamente de pies a cabeza.
            -Déjame adivinar, eres una torre.- Dijo Alice luego de un largo momento de silencio. La pista que le había revelado la identidad de la pieza había sudo su cabezota de piedra terminada en cuadrados diminutos - Debo pasar por el camino que estás bloqueando.
            -Es muy estrecho.- Contestó la torre.- Si te mueves como un caballero no podrás pasar por aquí.
            -Entonces permíteme moverme como torre. Necesito llegar con la Reina Blanca.
            -Ella está ocupada.
            -Al menos déjame pasar y que me lo diga ella misma.- Insistió Alice.
            -Las piezas rojas han llegado a nuestro lado del tablero, por ahora solo son peones, pero si te encuentras con otra torre, tendrás muchos problemas.
            -Ya tengo muchos problemas y además he seguido por un camino muy largo ¿Dónde lleva este callejón?
            -Lleva a la pérgola principal. Pero si lo que quieres es ver a la reina, el camino más corto es a través de la torre que hay del otro lado. Debes entrar y subir hasta el último piso, luego comunicarte por medio de la pasarela con otra torre, bajar y finalmente seguir en línea recta hasta el castillo blanco.
            -Allí se encuentran el rey y la reina ¿cierto?
            -Así es, pero ten cuidado, en algunos lados del tablero la batalla es más encarnizada que en otras.
            El enorme guardia-torre se hizo a un lado y dejó el camino libre a Alice aun sabiendo que tendrá problemas por moverse de su casilla. Ella corrió en línea recta por el estrecho corredor buscando las pistas que acababan de darle.
            Los fríos muros que en todos lados tenían el mismo color y la misma textura, la seriedad y apatía de cada pieza con la que se encontraba y por sobre todo, la amenaza cada vez más latente de una batalla, hacían que ese lugar, que en un comienzo se le antojaba como un sueño macabro, se hiciera cada vez más real y más aterrador.
            Cuando llegó a la pérgola que le habían indicado (de un opaco blanco y negro, como todo lo demás) se encontró con un pequeño peón blanco, que miraba con ojitos asustones a la recién llegada.
            -Hola, soldadito.- Esta pieza en particular le inspiraba algo de ternura, principalmente porque era la única de todo el juego que no sobrepasaba su tamaño humano- ¿Qué haces aquí?
            -Debo proteger a la reina.- Respondió el soldado intentando parecer seguro.- En caso de la que las piezas rojas intenten llegar al castillo ¿Quién eres tú?
            -Solo estoy de visita, no soy enemiga. Perdona si no me acerco, tengo prisa y no quiero moverme como peón.- Se disculpó Alice.- Ahora debo cruzar las torres y llegar al castillo.
            No intercambió mayores palabras con el pequeño, simplemente se despidió en forma rápida y rodeó la pérgola. Cuando llegó al sitio que le había indicado la torre del callejón, tuvo que abrir un enorme portón negro para entrar y en cuanto lo hizo, comprobó hasta qué punto habían avanzado las piezas rojas. Dos alfiles y un caballero blanco como los que había visto hace un rato, peleaban encarnizadamente con tres torres rojas y parecían estar en verdaderos aprietos. No dudó en empuñar con fuerza la Espada Vorpal y acudir en ayuda, pero en cuanto se acercó a la pelea, una de las piezas rojas la golpeó en el pecho de tal manera que calló a los pies del muro.
            -¿No recuerdas lo que te acaba de decir la torre blanca?- Dijo al Gato Cheshire apareciéndose junto a la aturdida chica.- Si las hormigas, las abejas y las pirañas del valle significaron una amenaza, debes tener mucho más cuidado con las piezas de un ajedrez. Es solo un consejo.
            -Pues es el primer comentario que no me haces en forma de metáfora inútil y encima lo haces tarde.- Contestó la irritada Alice poniéndose en pie y, sin sudarlo mucho, volviendo a la pelea.
            Cuando atacó nuevamente, uno de los alfiles había caído. El otro disparaba desesperadamente rayos a través de su cetro contra una de las torres enemigas para evitar el mismo destino de su compañero. Alice acudió en ayuda de esta pieza y clavó la espada en la cabeza de la torre roja quien soltó un grito grave, lanzó un par de golpes al aire y finalmente calló sobre el suelo sin color. Al igual que había ocurrido con todos los enemigos que había atravesado con su espada, del recién caído emergió un brilló rosa que permaneció allí unos instantes antes de desvanecerse.
            El alfil no tuvo tiempo de agradecer a su extraña salvadora, se lanzó sobre las otras torres empuñando su cetro con rabia y no paró de asestar golpes hasta que acabó la batalla. Alice también volvió a ser útil a las piezas blancas, especialmente porque sabía manejar muy bien el arma que tenía a su haber, fue esta pericia la que llamó la atención del alfil y el caballero sobrevivientes.
            -¿Qué clase de pieza eres tú?- Preguntó el caballero, quien no había desmontado ni un solo instante a pesar de hallarse en un lugar cerrado. Parecía que estaba unido a su caballo.
            -Es una pieza muy extraña.- Musitó el alfil sacudiéndose la túnica otrora inmaculada.- Pero al menos es una pieza poderosa, como la reina ¿Eres una reina?
            -No, supongo que no. A menos claro que llegue a la octava casilla.
            -Suerte, es un camino largo.
            -Olvídenlo. Ese no es mi objetivo, solo estoy de paso, no soy parte de esta guerra. Tengo que irme.
            Sin esperar otro comentario, dejó atrás al alfil y al caballero y comenzó un largo ascenso hasta lo alto de la torre. Tal y como le habían indicado, había una larga pasarela que comunicaba con otra torre contigua, pero esta estaba custodiada por un pequeño peón rojo rezagado.
            -Quítate del medio.- Dijo Alice amenazando al soldadito con su espada.
            El peón no se dejó intimidar ni por un segundo, a pesar de que su adversaria lo doblaba en tamaño. Se lanzó sobre ella y le asestó el primer golpe en el pecho. No fue un golpe particularmente fuerte ni dañino, pero su cuerpo estaba resentido por el reciente ataque de la torre. Retrocedió un par de pasos mientras tocía lastimeramente. Comprobó con algo de preocupación que le costaba respirar.
            “Los abismos de la locura pueden volverse infranqueables.”
            Conservar su cordura luego de todo lo que había pasado era prioritario. No podía llegar ante la Reina de Corazones debilitada o perdería la cabeza en más de un sentido.
            Para cuando el soldado enemigo se lanzó nuevamente contra la chica, la Espada Vorpal lo estaba esperando. Al igual que las tres torres que había vencido en la planta baja, el pequeño peón se desvaneció a pocos palmos del suelo dejando solo su meta substancia. Alice no quería detenerse por mucho tiempo, a pesar de que a cada paso la esperaban nuevas amenazas, sin embargo, una escena horripilante hizo que se congelara en el acto.
            Un portón negro se abría unos cuantos metros abajo, de él salían dos torres rojas arrastrando entre ambas a la pieza que estaba buscando, la Reina Blanca. No le costó mucho reconocerla, era una mujer totalmente nívea, incluso su cara carecía de color absoluto. Lo único que no era claro como el nácar eran sus ojos, totalmente negros y que resaltaban en forma exagerada en ese rostro lechoso.
            La mujer prisionera no hacía mayores esfuerzos por liberarse de sus captores, simplemente se dejó conducir hacia un punto desconocido del tablero.
            -No puede ser…
            Las cosas parecían no poder marchar peor para Alice, sin embargo, un alfil rezagado por la comitiva roja se percató de la presencia de la intrusa que fisgoneaba desde lo alto. No dudó un segundo en dispararle, aunque no se veía del todo como una de las piezas blancas. La chica al verse atacada a distancia, no tuvo más opción que lanzarse a la carrera buscando la protección del muro que había del otro lado de la pasarela. Pudo ponerse a salvo en la segunda torre, aunque los rayos del cetro pasaron un par de veces a centímetros de su cabeza.
            Bajó por la torre lo más rápido posible y en el camino tuvo que despacharse a un nuevo peón rojo. Al salir al exterior, pudo ver a los lejos el castillo blanco, o al menos parte de él, ya que un estrecho corredor de piedra ocultaba casi todo a la vista. Alice se movió rápidamente, incluso tuvo que subir y bajar varios escalones. Ese extraño mundo que en algún momento le pareció monótono e infinito, se había convertido en un laberinto.
            Los estrechos pasadizos por los que debía atravesar la obligaban a descender, hasta que sin darse cuenta, llegó el punto en que no pudo ver la superficie. Pronto, el único camino que le quedó para no tener que volver sobre sus pasos hacia la torre, fue un portón gris con tallados negros que en medio de esa penumbra, era casi invisible.
            Del otro lado había una habitación iluminada a medias por una vela casi consumida. Era el escenario de una batalla reciente. Aún podía ver algunas piezas blancas palideciendo bajo su meta substancia. Se preguntó si aquellos desafortunados guerreros habían muerto tratando de proteger a su reina.
            La siguiente habitación era menos macabra, los colores del ajedrez habían vuelto e incluso estaba adornada con retratos descoloridos. Siguió avanzando hasta dar con un amplio corredor de piedra al final del cual se podía ver una nueva puerta.
            -Esto es infinito.- Suspiró Alice al encontrar tras la puerta una escalera en espiral cuya cima no alcanzaba a ver.
            A medida que avanzaba, un ruido metálico como de espadas chocando, se hacía cada vez más fuerte. Al parecer, al final de las camino, encontrarse nuevamente en el campo de batalla era algo inminente. Lo que no sabía era que tras la puerta estabala estancia real. Su primera reacción fue la sorpresa al ver que por había entrado sin dificultad en el castillo, pero luego debió ponerse en guardia en cuanto las piezas enemigas notaron su presencia.
            -¡Protejan al rey!- Chilló uno de los caballeros que defendían encarnizadamente el último bastón que les quedaba.
            Alice no dudó en meterse en la pelea, a pesar de que estaba exhausta y de que las piezas enemigas eran mayoría.  Se colocó junto al rey con la Espada Vorpal en alto, sin dudar por ni un momento en atravesar a quien sea que intentara acercarse mientras el resto de las piezas blancas  (que cada vez eran menos) intentaban vaciar la estancia. 
            Cuando acabó la batalla, las pocas piezas blancas sobrevivientes se acercaron para agradecer a la misteriosa intrusa que los había ayudado. Incluso el rey hizo una reverencia. La portadora de la Espada Vorpal se dejó elogiar por un momento, ella sabía que sin su ayuda habría sido un jaque mate seguro.
            -Pues ahora necesito un favor.- Dijo bajando la espada a la altura del suelo.- Tengo que llegar a los dominios de la Reina de Corazones, necesito que me ayuden. La Oruga dijo que tenía que tenía que llegar con la Reina Blanca.
            El rey suspiró afligido.
            Alice lo consideró en ese momento un hombre verdaderamente imponente, con el rostro y la ropa blanca, al igual que la reina. Medía por lo menos dos metros de alto, aunque supuso que la corona de marfil le hacía ganar unos cuantos centímetros.
            -¿Qué ocurre?
            -Mi reina ya no está aquí.- Contestó el rey.
            -He visto como se la han llevado, lo siento.
            -Sin sus dotes de mando, las piezas rojas ganarán, estamos perdidos. Debes liberar a la Reina Blanca, Alice, nos vendrá muy bien.
            La chica miró al rey con cara de duda. Sabía que la reina podía ayudarla, pero también sabía que no tenía ni el tiempo ni las fuerzas para adentrarse al otro lado del tablero.
            -No soy una jugadora.- Dijo encogiéndose de hombros.- No conozco las reglas.
            -¿Reglas? ¡Aquí no hay reglas! ¡Ni siquiera hay estrategias! Y no tenemos tiempo, asalta el castillo rojo. No voy a engañarte, te esperan trampas mortíferas y la más fiera oposición.
            -¿He de dar gracias por la verdad? Un par de mentiras me habrían sido más tranquilizadoras.
            -En el ajedrez solo hay cabida para la verdad, ya habrá tiempo para la mentira. No olvides que la Reina Blanca es quien puede ayudarte a llegar al castillo de la Reina de Corazones, deberás esforzarte por traerla de vuelta.
            Alice suspiró profundo, las cosas se estaban complicando más de lo previsto.
            -No enfrentarás sola al enemigo.- Dijo el rey, como adivinando la preocupación de la joven.- Llévale este soldado a la reina. Debes sacarlo en el momento preciso o no te servirá de nada.
            Ante la mirada sorprendida de Alice, un pequeño peón blanco atravesó la estancia hasta quedar frente a la chica. Acto seguido, se encogió hasta el tamaño de una pieza de ajedrez normal.
            -¿Lo mejor que puedo esperar es un simple peón?- Preguntó sin saber exactamente si mostrarse molesta o triste.
            -Eso me temo.
            -Valla.- Suspiró la chica agachándose para recoger al peón y esconderlo en el bolsillo del delantal.- Al menos puedo usarlo de carnada.
            El rey parecía algo avergonzado, pero aunque se esforzara, no podía esconder sus falencias.
            -Debes irte ahora.- Dijo.- Las torres- guardias conocen el camino al otro lado del tablero.
            -¿Al otro lado del tablero? ¿Acaso es tan fácil llegar?
            -Tenemos un acceso, seguramente por ahí se llevaron a la Reina Blanca. Por ahora debes salir de este castillo. Daré la orden para que drenen el canal.
            Dos corpulentas torres que habían estado presentes durante la batalla en la estancia, flanquearon al rey y se colocaron frente a Alice. Aunque ella no quería ir tras ellas y mucho menos hacer un viaje peligroso sin más compañía que un peón, sabía que solo rescatando a la Reina Blanca podría seguir avanzando. El resto de las piezas eran totalmente inútiles.
            Esta vez dejaron el castillo por un camino en espiral bien iluminado y lleno de retratos en las paredes. Las torres se movían muy rápido y Alice casi tenía problemas para seguirlas. Al salir encontraron un larguísimo canal de aguas negras en cuyo centro había un molino de madera. El molino comenzó a girar cada vez más rápido y mientras lo hacía, el nivel de las aguas descendía hasta dejar solamente un piso mojado y pintado con casilla blancas y negras.
            Acto seguido, bajaron por unas escaleras de mano que quedaron al descubierto tras el drenaje del canal. Justo bajo el molino de madera (que aún giraba mientras se agotaba el impulso inicial de la corriente) encontraron tres puertas blancas suspendidas en el aire.
            -¿Por cuál puerta debo entrar?- Preguntó Alice a sus escoltas.
            -Elije la del medio.- Contestaron las torres al unísono.- Debes darte prisa, si el agua sube, no podrás volver. Y las piezas rojas no te la dejarán fácil.
            -De acuerdo, pero no olviden de que si yo no vuelvo, su reina tampoco lo hará.
           

            Tal y como se lo había imaginado, el otro lado del tablero era muy parecido al lugar de donde venía, salvo por unos cuantos detalles. En primer lugar las casillas del suelo estaban pintadas de color rojo y blanco, además, los muros de ladrillo no solo eran de un gris monocromático, si no que tenían manchones rojos que bien parecían salpicaduras de sangre (no quiso detenerse a averiguarlo).
            Del otro lado también había un canal con un molino de madera, solo que este estaba repleto de un agua oscura y turbia. Atravesó por un puente rojo, mientras le llovían rayos luminosos provenientes del cetro de algún alfil que la hostilizaba desde lo alto.
            Al poco estar en ese sitio pudo comprobar lo agresiva que eran las otras piezas, a las que evidentemente no podía pedirles indicaciones para llegar a su meta. Alice sabía que no sería un camino fácil, el Rey Blanco y las torres se lo habían advertido. Una vez del otro lado del puente, no pudo seguir avanzando. Las piezas enemigas fueron demasiado numerosas y hostiles. Al principio solo se encontró con un par peones encargados de la vigilancia, pero en cuanto los quitó del camino, por lo menos cinco torres rojas salieron a su encuentro. Entonces debió retroceder inmediatamente y buscar otra alternativa para seguir avanzando, pero a cada paso que daba la estaban esperando nuevas piezas, poderosas y agresivas. Finalmente, tuvo que retroceder hasta el puente y lanzarse las oscuras aguas del canal ya que todas las alternativas que le permitían conservarse seca, estaban flanqueadas por los guardias.
            En medio de maldiciones contra las piezas del tablero (blancas y rojas) buceó por las aguas negras en las que se había zambullido. No podía ver más allá de un par de metros, pero al menos su habilidad para nadar había mejorado sustancialmente, en especial teniendo en cuenta de que no lo hacía en años.
            Parece que sí tiene sus ventajas der una Reptil honoraria, pensó.
            Llegó un momento en que sus pulmones comenzaron a necesitar aire, ni la bendición de la Falsa Tortuga le había dado algo parecido a branquias. No sabía muy bien donde se dirigía, casi no llegaba luz desde el exterior. Aunque tenía miedo de exponerse, llegó un punto en que la falta de oxígeno se hizo incontenible y nadó hacia arriba buscando aire. Para su sorpresa, no se encontró la superficie del tablero, si no con un conducto vertical en cuyo extremo podía ver la luz pálida del cielo. El único camino era hacia arriba, por una oxidada escalera de mano.
            Al final de la escalera, la esperaba una pasarela que conectaba con otra torre vigía muy parecida a la que había visto hace un rato. Por fortuna para Alice, los enemigos esta vez venían en un número posible de vencer. Tuvo que correr por la pasarela, blandiendo su espada y partiendo a diestra y siniestra hasta que su delantal blanco estuvo tan salpicado de rojo como las paredes.
            Cruzó hacia la torre vigía, pero al descender a la planta baja no pudo encontrar la salida hacia la intemperie. No importó cuanto corrió ni cuantas piezas rojas fueran mutiladas por la Espada Vorpal, jamás pudo ver otra cosa que un amplio corredor e infinito número de habitaciones sin salida. Una vez más echó de menos al Conejo Blanco.
            Cansada del mismo escenario, se acercó a un enorme ventanal buscando una manera de salir, incluso, si era necesario, rompería el vidrio a zapatazos. Sin embargo, notó que desde ese punto tenía un punto de vista privilegiado del patíbulo de ejecuciones: el exterior estaba bien iluminado y los enemigos parecían no percatarse de que eran observados.
            Lo que vio en ese lugar fue sencillamente horrible. Las piezas rojas estaban reunidas para presenciar de primera mano una ejecución. La condenada era la Reina Blanca, quien estaba atada de pies y manos, con el cuello inmóvil bajo la hoja oxidada y sangrienta de una guillotina. La reina se resistía con todas sus fuerzas, rehusando la condena a muerte, sin embargo, parecía que nada podía salvar su cabeza albina. Alice solo podía contemplar impotente la ejecución.
            Cerró los ojos en el momento justo, un sonido metálico y fugas le indicó que la hoja de la guillotina había rebanado el cuello de su víctima. Cuando los abrió, solo alcanzó a ver un charco de sangre y el cuerpo sin cabeza de la ahora inmóvil Reina Blanca.
            -No puede ser.- Balbuceó la horrorizada Alice sentándose en el suelo- ¿Ahora qué debo hacer?
            La voz del Gato Cheshire le habló de pronto, parecía calmada, pero aun así estaba lejos de ser consoladora:
            -Aún debes llegar al final del tablero, no hay tiempo que perder.
            -¿Con qué caso? Si la Reina Blanca ha muerto, nadie puede decirme como penetrar la fortaleza de la Reina de Corazones.
            -No hay mucho tiempo, no puedes descansar ahora. Levántate y continúa.
            La chica suspiró profundamente, no tenía ganas de seguir, pero aun así se levantó. Su paso era vacilante y en más de una ocasión se apoyó contra la pared al recordar que estaba perdida. Solo la certeza de que Gato Cheshire aparecería nuevamente a regañarla si se detenía mucho tiempo, le animó a seguir caminando, aunque no sabía exactamente que esperaba él de ella ahora que la Reina Blanca había sido decapitada.
            Justo cuando creyó que el corredor no tendría fin, se topó con una enorme puerta roja con forma de corona. No estaba muy segura de querer encontrarse con lo que había del otro lado, aun así la empujó y atravesó el umbral. Los que vio del otro lado casi la deja sin aliento, a su derecha se encontraba el tablero rojo, con sus casillas de colores alternados y sus paredes manchadas, pero a su izquierda solo había un gran vacío oscuro con piezas de ajedrez flotando a gran velocidad (eran piezas gigantes, aun así, se parecían más a las que Alice recordaba).
            Había llegado al final del tablero, no había otro lugar adonde ir. Con las manos vacía y una frustración incontenible, Alice se sentó en una de las casillas del suelo. Estaba cansada por la culpa de un viaje que en ese momento carecía de sentido. Ni siquiera estaba segura de que volver al tablero blanco fuera una opción ¿Acaso un rey incompetente que no podía defender a su ejército le sería de alguna ayuda?
            Solo cuando se le vino a la mente el castillo blanco, recordó la pieza que traía en su bolsillo. Aun sabiendo que un simple peón no haría ninguna diferencia, sacó al pequeño soldado de su escondite. En cuanto éste tocó el tablero, sufrió una metamorfosis tan sorprendente que Alice se alejó unos pasos, visiblemente preocupada. El peón no solo creció hasta recuperar su tamaño natural, sino que lo triplicó, ahora la chica estaba frente a la auténtica Reina Blanca.
            -Gracias, pequeña.- Dijo la mujer, altiva a causa de su trasformación.- Nuestros aliados necesitaban una Reina.
            -Pero… Pero esto es imposible.- Balbuceó Alice tanteando a la recién llegada para comprobar que fuera real.- Vi como la decapitaban, su majestad.
            -Cierto.- Dijo la reina sin darle la menor importancia.- Pero cuando los peones llegan a la última casilla, se convierten automáticamente en reinas.
            La chica suspiró aliviada, ese demente juego tenía reglas después de todo.
            -Entonces esa ha sido mi misión todo el tiempo, proteger al peón para que llegara al otro lado del tablero y así recuperar a la Reina Blanca.
            -Comienzas a entender, querida. Ojala pudiéramos quedarnos a tomar el té. Pero debemos marcharnos.
            -¿Dónde vamos? Necesito que me diga como penetrar en la fortaleza de…
            -Tomamos caminos diferentes ahora. Yo regreso al castillo con mi rey, pero tú debes encontrar la única llave a la fortaleza de la Reina de Corazones y no la encontrarás con migo.
            -¿Cuál llave? ¿Dónde debo ir?
            -Primero debes encontrar el Báculo del Ojo del Jabberwocky, luego sacarle uno de sus ojos a la misma bestia, solo así derrumbarás los muros de la reina.
            -¿Dónde lo encuentro?
            -El Sombrerero lo tiene. Pero ten cuidado, no será fácil ni recuperar el báculo, ni obtener el ojo. El Sombrero Loco está un poco… diferente.
            -¿Qué ocurre? ¿Se ha vuelto loco?- Preguntó la chica con ironía.- No es suficiente, necesito más pistas.
            -Lo siento, no hay tiempo para seguir hablando. Debo volver, no me será difícil, como reina puedo moverme rápido, pero si me entretengo contigo…
            -¿Por qué todos en este mundo están tan apurados?-Gruñó Alice.
            -Lo siento, querida.
            La reina hizo una sutil reverencia y luego se alejó por la puerta en forma de corona, dejando a la joven confundida y aún con muchas preguntas por hacer. Sin embargo, el escenario aún estaba por empeorar, ya que un contingente importante de piezas rojas había dado nuevamente con el paradero de la intrusa. Alice levantó la espada, aun sabiendo que era una lucha imposible. Justo en el momento en que se disponía a lanzarse contra sus enemigos, una señal dada a su espalda los detuvo en seco.
            Alice se volteó esperando hallar al mismísimo Rey Rojo tras de sí, pero en lugar de eso encontró a un ser aún más enorme, vestido en forma excéntrica y con la cara verdosa, como si estuviera en pleno proceso de descomposición. No sabía si mostrarse sorprendida o asustada, en lugar de eso solo atinó a mirar al recién llegado de pies a cabeza varias veces, desde sus botines negros hasta su sombrero de copa.
            -¡Sombrerero Loco!- Chilló colocándose a la defensiva, había reconocido los zapatos- ¿Qué pretendes? ¡Masacraste al Conejo Blanco!
            El misterioso personaje levantó su bastoncillo de madera sin dejar de mirar a la chica ni pronunciar palabra alguna.
            -¡Has enloquecido! ¡Aléjate de mí!
            El Sombrerero siguió sin responder, inmutable en su desprecio.
            El bastón de madera se vino contra la desprevenida Alice y el tablero rojo con todas sus piezas fue reemplazado por una cortina negra que nubló su visión por completo.





            Alice abrió los ojos perturbada por una odiosa luz verde. Tenía un dolor punzante en la cabeza y los acontecimientos recientes le daban vueltas como un torbellino confuso. No recordaba nada desde el bastonazo que había recibido en el cráneo, pero estaba segura de una cosa, ya no se encontraba ni remotamente en las tierras del tablero de ajedrez.
            Había una especie de candelabro colgando junto a ella, las velas encendidas se balanceaban iluminando tan solo una parte de una habitación muy extensa. Se encontraba recostada en una mesa de piedra y cuando se incorporó sintió un dolor agudo por todo el cuerpo lo que le indicó que no había tenido un buen descanso. Seguramente el lugar donde se encontraba no era precisamente agradable.
            En cuanto saltó de la mesa, pudo comprobar que ésta estaba asegurada sobre una pared, habiendo estado todo ese tiempo en una posición que desafiaba las leyes de la gravedad.
            -Este lugar es demasiado loco.- Suspiró Alice tomándose las cienes, sentía que la cabeza se le partía en dos.
            No estaba sola, unos misteriosos niños calvos y con artefactos atornillados a sus cráneos corrían de un lado para otro, sin rumbo fijo y emitiendo sonidos incomprensibles.
            No había un techo, no había un suelo. Las paredes seguían el juego ilógico de esconder el arriba y el abajo. El tiempo estaba muerto, los relojes en las paredes eran inútiles y peligrosos.
            -Mira de frente o de soslayo.- Dijo la voz del Gato Cheshire desde algún punto en la oscuridad.- Elijas lo que elijas, mira siempre en la dirección correcta.
            -¡Espera, gato! ¿Dónde me encuentro?- Gritó Alice mirando confundida en todas direcciones.- ¿Quiénes son estos niños?
            Intentó acercarse a los pequeños, pero no pudo detener a ninguno por más de dos segundos, ni mucho menos cruzar palabra con ellos. Eran unos engendros semidesnudos, mutilados hasta la irracionalidad y que habían perdido toda inteligencia.
            Horrorizada, Alice corrió en busca de una salida. Habían dos caminos y ambos eran exactamente iguales, un pasillo semicircular de concreto y más allá, paredes de espejos hasta donde se perdía la vista. No muy segura del significado del consejo que acababa de recibir del gato, decidió ir por el camino que le quedaba de frente.
            Con algo de sorpresa, comprobó que aún llevaba la Espada Vorpal consigo, guardada en su vaina de plata. No sabía las intenciones del Sombrerero para con ella, pero por alguna razón, no la quería desarmada. La hoja de la espada siguió siendo útil para conservar su vida aún en ese lugar tan bizarro. Al poco andar en ese laberinto de espejos, comprobó que estaba plagado de enemigos. Al comienzo solo vio un destartalado robot, más bajito que ella y que por extremidades tenía una rueda para moverse y dos brazos acabados en muñón. A primera vista, solo era un pedazo de chatarra, pero en cuanto se encontraron frente a frente, el robot arremetió contra la intrusa con toda la fuerza de su maquinaria.
            El primer movimiento de Alice logró ponerla a salvo de la arremetida, sin embargo, el robot lanzó dos bolas de fuego imposibles de esquivar. La chica calló de espaldas contra uno de los espejos. Le dolía la cabeza y su vestido estaba chamuscado, pero sorprendentemente, no se sentía como alguien a quien acabaran de quemar.
            No podía permitirse recibir otro golpe como ese, debía acabar con esa y a todas las hojalatas que se cruzaran en su camino. Lo que hizo fue atacar la cabeza de un solo golpe con su espada, ya que parecía el punto más vulnerable. El robot dio un par de vueltas sobre su propio eje y luego cayó de bruces. Alice no esperaba que un montón de fierros tuviera algo semejante a la meta substancia, pero allí estaba, frente a sus ojos, la pálida lucecita rosa flotando sobre el piso.
            -No puede ser.- Suspiró ella cuando vio a un segundo montón de chatarra a través del espejo.
            Tuvo que despacharse a varios robots para poder continuar. Afortunadamente, parecían igual de perdidos que ella, por lo que no llegaban a ser más que unos guardias fijos y estúpidos. El verdadero problema era el lugar donde estaba. No existía salida de ese laberinto, era un circuito infinito que acababa exactamente en el mismo lugar en donde había comenzado. Lo que había visto en un comienzo no eran dos caminos diferentes, si no el punto de conexión de uno.
            El transcurso del tiempo no parecía algo natural, era como si los segundos, los minutos y las horas no transcurrieran linealmente, si no de forma trastornada e ilógica. Lo único que había para medir el tiempo era un enorme reloj tras un cristal en medio del laberinto, pero sus manecillas giraban alborotadas, a toda velocidad y sin una dirección fija.
            El viaje se hacía cada vez más difícil y la chica estaba cansada de pelear y correr. Los interminables pasadizos de cristal se le hicieron vomitivos y a cada encuentro con esos misteriosos robots, reaccionaba con más furia. A la tercera vuelta que le dio al laberinto, había atravesado tanto metal que ya no quedaba nadie más que ella y los niños mutilados.
            Se sintió presa en esos corredores infinitos, a merced de un reloj que deformaba el tiempo. Sabía que el circuito no acabaría jamás y la semejanza con su propia realidad la estremecía. Cuando llegó a un punto crítico, se lanzó con furia contra los espejos con ganas de hacerlos trizas, pero luego de unos cuantos golpes comprobó que eran irrompibles.
            Se detuvo ante el reloj. Miró sus gigantescas manecillas girar en forma descontrolada, mientras se llenaba de rabia e impotencia ante la magnitud de su soledad. Pero el cristal que contenía el reloj era diferente a los otros, no reflejaba nada. Movida por esos pensamientos negativos, lo golpeó con la punta de su espada hasta hacerlo pedazos, que cayeron a sus pies y dejaron al reloj desnudo con su terrible demencia. Del otro lado del vidrio no solo estaba el reloj descompuesto, si no los engranajes que lo hacían funcionar. Eran enormes, incluso considerando el tamaño de la maquinaria que movían. Más allá solo había un vacío negro e infinito.
            Al principio pensó que el engranaje estaba descompuesto ya que no se movía, pero observando con mayor atención, pudo ver que había una vara atorada entre dos de ellos, haciendo que todo el conjunto se frenara. Con algo de miedo (pues sabía que en cualquier momento podía precipitarse al vacío), pero decidida a salir del laberinto, bajó cuidadosamente hasta el sistema de engranaje con la intención de quitar la vara. Por más fuerza que aplicara con ambos brazos, jalando nunca lograría quitarla por lo que usó su espada para resquebrajarla hasta que la presión de los engranes acabó por despedazar la vara.
            El tiempo volvió a correr y el espacio que hasta ese momento parecía infinito, mostró un punto de quiebre.
            Con renovada esperanza, volvió al laberinto para encontrarse con que uno de los espejos había sido reemplazado por un túnel angosto y pintado con finas franjas blancas y negras. Alice no podía ver bien que había del otro extremo, probablemente no sería algo agradable, pero era evidente que no iba a encontrar otra salida.
            Corrió por el túnel lo más rápido que pudo, el diseño estrambótico de las franjas la mareaba y estaba segura de que el piso se movía bajo sus pies. En el otro extremo había una serie de pasillos tan extraños como con los que acababa de lidiar, sin embargo, no estaban hechos de espejos ni de ningún otro tipo de cristal, si no de metal sólido y opaco. A ambos lados había un sinnúmero de habitaciones, algunas tenía las puertas abiertas y otras cerradas, pero todas tenían una pequeña ventanita llena de barrotes.
            Alice suspiró profundamente, una vez más no había nadie a quien preguntarle sobre su extraño paradero pues los únicos residentes no eran más de esos niños mutilados y dementes.
            -¿En qué lugar estoy?- Preguntó con tristeza.- ¿Acaso jamás podré escapar de este laberinto?
            -Estás en la residencia.- Contestó el Gato Cheshire, apareciendo repentinamente como era su costumbre.- Acabas de salir de la Sala de Espera.
            Alice replicó indignada:
            -¿Acaso tienes un mapa en la cabeza? ¿Por qué no me dices cómo salir de aquí? No tienes idea de cuánto me ha costado llegar hasta donde estoy.
            El gato se encogió de hombros en señal de incertidumbre y agregó:
            -Los secretos siempre serán secretos, a menos que nos atrevamos a enfrentar esas lagunas oscuras de nuestra mente. Si el horror nos permite sobrevivir, entonces habremos salido victoriosos.
            -Ya me están cansando los laberintos ¿Sabes?
            A pesar de toda su frustración, la chica inició el largo y recto camino hacia la puerta de metal. Unos pasos más allá, encontró una puertecita entreabierta al costado del pasillo que filtraba su débil luz a través del umbral. Dentro de la habitación se escuchaba un balbuceo ininteligible y un zumbido constante. Sabía que iba a arrepentirse, pero de todas maneras asomó la cabeza apoyándose en el marco, con la franca intención de espiar. Dentro de la habitación vio a un enanito con facciones infantiles maniatado con una camisa de fuerza; sus pies estaban libres y los ocupaba para dar patadas contra las paredes acolchadas mientras repetía frases irreconocibles con su boca babosa y sin dientes. Parecía haber sido intervenido con una terrible violencia pues la tapa superior del cráneo había sido removida y su cerebro (una masa deforme y rosa) se asomaba a simple vista.
            Alice, impactada y conmovida se dispuso a entrar, pero una imagen tan sorpresiva como escalofriante la detuvo. Un segundo interno saltó delante de la chica emitiendo sonidos guturales provenientes de una garganta destrozada por correas de cuero. Lejos lo más sorprendente de este individuo era que su cabeza estaba atrapada a la altura de los ojos por un casco de metal atornillado al cráneo.
            -¡Joder!- Exclamó Alice cerrando la puerta de golpe y haciendo un ruido que hizo eco por todo el pasillo.- ¡Tengo que salir de aquí!
            Huyó por el corredor desesperada por alcanzar la puerta que le ponía fin, sin siquiera pensar en detenerse cuando escuchó un nuevo ruido que no tenía explicación. Alcanzó su objetivo en pocos segundos, pero abrir la puerta fue toda una hazaña. Tomó el picaporte con ambas manos y lo jaló hacia sí con fuerza, pero parecía que algo todavía más fuerte jalaba del otro lado. Cuando por fin logró abrir la puerta, una ventisca helada le levantó el vestido y dejó al descubierto un panorama que en ningún momento pensó ver.
            La puerta parecía contener el universo entero, las estrellas brillaban lejanas en el vacío azul e infinito. Solo había algo concreto delante de ella: un camino de piedra marrón que parecía poder caerse en cuanto alguien pusiera un pie encima. El camino subía en espiral hasta un punto desconocido en el horizonte y parecía que envolvía una torre de guardia, pero desde su posición no podía estar segura.
            -No puedo ir por ahí.- Concluyó Alice, cerrado la puerta con cuidado.
            -¿Prefieres quedarte con ellos?- Suspiró el Gato Cheshire con una voz suave y burlona. Alice no se había percatado de su regreso, aunque bien podía ser que nunca se hubiese marchado.
            -Quiero explorar otras opciones.- Dijo con algo de duda.
            -No hay mucho que elegir…
            Sin preocuparse si era seguida por el gato, la chica retrocedió por donde había venido en busca de otro corredor. Este también tenía una enorme puerta al final, pero esta era de otro color. Tuvo que hacer nuevamente un importante esfuerzo para abrirla, pero lejos lo más frustrante fue encontrarse con el mismo paisaje que acababa de ver: un vacío oscuro y un camino de piedra cuyo final no alcanzaba a ver.
            Fue entonces cuando Alice se percató de que no se encontraba en un laberinto y de que tampoco había estado perdida ni por un solo segundo. Lo que había hecho todo el tiempo fue seguir por una sola ruta, que seguramente había sido tratada por la mismísima reina. Todo a su alrededor era una elaborada trampa, aun así, no retrocedió un solo paso.
            El camino de piedra se ladeaba peligrosamente si se desviaba aunque fuera un poco de su centro exacto, por lo que debía andar con mucho cuidado y con los brazos extendidos para no perder el equilibrio. Esto era tan solo un detalle pues a cincuenta metros volaba una amenaza aún mayor: una especie de guardia fantasmal que vestía de túnica morada y que por cabeza llevaba un cráneo cristalino. Afortunadamente no la había visto pues sospechaba que no debía ser precisamente amigable.
            Más o menos a mitad de camino pudo distinguir el final de la torre vigía, y más adelante, vio que la coronaba una cúpula transparente que contenía a otro guardia. De esa cúpula se extendía cinco brazos de piedra que estaban unidos por una serie de pasarelas formando un pentágono.
            Estaba en presencia de un panóptico. El guardia espectral que reposaba en la cúpula podía ver todo lo que pasaba a su alrededor, lo que le daba un control absoluto de cada movimiento. Se preguntó entonces si en ese pentágono había más niños mutilados, pero obviamente no tenía deseos de averiguarlo.
            Llegó al final del camino. Sabía que el guardia podía verla desde su punto en el centro del panóptico, pero por alguna razón no quiso atacarla, solo se quedó en su punto fijo como si este fuera lo más importante del mundo. Simplemente tuvo que saltar hacia otro pasillo de piedra y alcanzar una puerta que prometía sacarla de ahí.
            Del otro lado había un nuevo pasillo. Era ancho, largo y tenía una hilera de puertas de metal a ambos costados. Alice, llena de curiosidad, caminó hacia delante, aunque sin detenerse a husmear en las habitaciones de los internos. Cuando llegó al final del corredor vio dos cosas interesantes y a la vez inquietantes: a su derecha e izquierda estaba exactamente el mismo corredor que acababa en la enorme puerta por la que había entrado y delante de ella estaba el tubo a rayas por el que había escapado del laberinto de espejos.
            No era un laberinto. No era el camino recto hacia una trampa. Era un circuito o posiblemente una cárcel para retenerla eternamente.
            Dio media vuelta. Estaba confundida y más frustrada que nunca. Entonces vio a uno de los pequeños internos vagar por el pasillo, evidentemente extraviado y sin el menor sentido del tiempo o del espacio.
            El Gato Cheshire la observaba con curiosidad justo detrás del pequeño demente.
            -¿Cuál es tu plan ahora?- Preguntó meneando la cola con picardía.
            Alice se encogió de hombros y contestó con voz derrotada:
            -Parece que estoy justo en el lugar que debo estar.
            -¿Te vas a encerrar en una de las habitaciones acolchadas con esos irracionales trastornados?
            El gato parecía estar burlándose, pero Alice sabía su situación no tenía nada de divertido.
            -Supongo que voy a cruzar.- Concluyó poniendo un pie en el psicodélico tuvo.
            -Es eso o nos quedamos aquí para siempre. No sé tú, pero no me gusta cómo han decorado los pasillos…
            Del otro lado del tubo no estaba el laberinto de espejos que había visto la primera vez, sino que se encontró con un nuevo pasillo de residentes, tan lúgubre y monocromático como los anteriores. Cada vez más confundida, la chica continuó su camino, esta vez esperanzada por el hecho de que la final del corredor había una curva y no una puerta gigante.
            Una diminuta máscara de porcelana que adornaba una esquinita le llamó la atención. Se plantó delante de ella y la miró con curiosidad. No había visto algo parecido en el País de las Maravillas, mucho menos en ese hogar de locos. Definitivamente ese pasillo no era como los anteriores. Esa era una buena señal.
            Un movimiento brusco hizo que cualquier esperanzar de ir por buen camino se esfumara. La aparentemente inofensiva máscara que en un principio solo era un adorno de pared, sacó cuatro pares de patas negras y delgadas para convertirse en una especie de arácnido que de un salto calló a pocos palmos de la chica. Alice tomó guardia en el acto y llevó su mano derecha a la Espada Vorlpal, dispuesta a arrancarle una a una las patas al engendro, sin embargo, éste en ningún momento la atacó, solo soltó una bruma verde y volvió a su puesto.
            La chica intentó correr a pesar de su debilidad. El aire envenenado había penetrado en sus pulmones y todo a su alrededor se tornó borroso. Desesperada, Alice intentó esconderse en una de las habitaciones, pero solo encontró una segunda araña pegada sobre la puerta. La nueva expulsión de toxinas hizo que se llevara el delantal blanco a la boca con la intención de filtrar lo que respiraba.
            Eso resultó en parte. Al menos pudo mantenerse en pie y seguir caminando. A pesar de que sentía las patitas de las arañas seguirla de cerca, no se atrevió a voltearse y mucho menos devolver el ataque. Finalmente, luego de andar a ciegas casi un centenar de metros, llegó al final del corredor en donde encontró un enorme portón marrón, sin pensarlo dos veces cruzó hacia la siguiente habitación y trabó la entrada con su cuerpo. Sus escoltas habían quedado atrás y el aire volvía a ser respirable.
            Todo estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.
            Había llegado a un cuarto de piedra amplio y  frio. Del otro lado había un portón marrón exactamente igual al que protegía con su espalda. Esto último le hizo temer que llegaría nuevamente al temido corredor a encontrarse con las arañas.
             A pesar de sus temores, no tenía mucho de donde elegir, así que abrió lentamente el portón que había del otro lado del cuarto mientras se preparaba para lo peor. Afortunadamente, no encontró otro corredor, ni habitaciones, ni arañas. Solo había delante de sí un estrecho camino de piedra que flotaba sobre un rió y más al fondo, una escalera que se perdía en la oscuridad.
            Caminó lentamente, sintiendo que en cualquier momento podía ser atacada a distancia. La espera por el primer golpe se hizo infinita lo que le provocó una molesta sensación de ansiedad. Su escolta invisible, el Gato Cheshire, era muy perceptivo a las emociones de la chica, pero por suerte, no se dignó a dejarse ver para hacer mofa de su miedo.
            Miró hacia arriba. A diferencia de los escenarios por los que acababa de pasar, en ese lugar el techo estaba muy alto y casi no se veía. Incluso bien podía haber salido a la intemperie pues sentía algo de frio.
            Llegó hasta la escalera sin novedad alguna, pero la inquietud que la había invadido al cruzar el portón se había convertido en un miedo incontenible. Subió los escalones con las piernas temblorosas y la respiración entrecortada mientras unas manos no menos inquietas acariciaban el mango de la Espada Vorpal. Alice sabía que la hoja afilada de su arma era totalmente inútil contra el miedo que sentía: las sombras que la habían acompañado desde el momento en que despertó eran tan inherentes a ella que ni la hoja más delgada podría separarlas.
            La escalera se sumió en una oscuridad tan profunda como la de su cabeza, solo una pequeña puerta brillaba a lo lejos como indicando el final del camino. Cuando la alcanzó, Alice entró en una nueva habitación mucho más amplia e iluminada que las otras que había visto. Parecía una oficina: repleta de estantes, papeles y con las paredes estaban cubiertas por relojes de todos los tamaños y colores. Lo más llamativo en ese lugar era una palanca oxidada que estaba justo en el centro, inmediatamente se preguntó para qué servía.
            Había en la habitación dos hombres rechonchos, vestidos con idénticos trajes a rayas y sombreros blancos. De hecho, ambos eran bastantes parecidos: feos y con expresión tosca, solo que uno medía al menos medio metro más que el otro.
            En cuanto sintieron a la visitante, voltearon al unísono visiblemente enojados por ver su lugar de trabajo profanado por alguien que no se había dignado en anunciarse.
            -¡Mira, Tweedledum!- Chilló el más alto al ver a la joven.- ¡Es Alice Noséquemás! ¡La lunática favorita de la enfermera!
            -¿Ha, sí?- Rió el rechoncho.- ¿La han dejado salir del Ala de Neuróticos? Seguro nos echan la culpa.
            Alice dio un paso hacia atrás, visiblemente confundida y sorprendida. Había visto un par de veces a Tweedledum y a Tweedledee, pero jamás los habría imaginado como encargados de los pacientes un manicomio.
            -Creo que necesitará medicinas, medicinas fuertes.
            -¡No necesito medicinas!- Chilló la chica a la defensiva, pero no la estaban escuchando.
            -¿Al menos traerá algo de comer?- Dijo Tweedledee arreglándose los pantalones a la altura de su enorme culo.
            -No lo creo ¡mírala! Parece que no trae carne sobre los huesos. De lo contrario sería un aperitivo exquisito.
            -¿Y qué me dices de ese gato flacuchento? ¿Tenemos un ala para animales?
            Alice miró hacia atrás. El Gato Cheshire meneaba la cola aparentemente divertido con la escena que armaban los supuestos enfermeros. Pero ella estaba cada vez más molesta.
            -¿Me han mandado al manicomio?- Bufó- ¿Es eso lo que han hecho conmigo todo este tiempo?
            -No te sientas ofendidas, Alice, en este lugar son precisamente los locos los que están dando las órdenes. Tu solo eres una víctima.
            -Pues me cansé de ser una víctima.- Contestó la chica levantando su espada.- Quiero salir.
            -No.- Respondieron los gemelos al unísono.
            -Ayúdame, gato inútil ¿Quieres?
            El animal se encogió de hombros, mostrando su impotencia.
            -Solo puedo decir que están muy gordos. Tal vez podríamos usar su tamaño en su contra. Pero controla tu enojo: eso nos puede perjudicar.
            Los gemelos se veían algo preocupados por la espada que sostenía la demente y más aún por las manchas de sangre que llevaba en el delantal ¿De dónde habían sacado a criatura semejante?
            -No hay salida.- Se atrevieron a decir.- Todo está conectado con la fábrica: el Sombrerero nos provee la energía que nos hace seguir funcionando. Trabajamos para él.
            Alice avanzó unos pasos, trataba de controlar su ansiedad para verse más amenazante.
            -¿Qué es lo que fabrica?- Preguntó con una mezcla de rabia y curiosidad.- ¡Quero ir con él! Tiene algo que necesito.
            Los gemelos se miraron con malicia. Finalmente uno de ellos dijo a la chica:
            -Puedes ir y hablar todo lo que quieras, no te dejará salir. Controla todo lo que pasa.
            -¡Menuda ironía! Ahora son los lunáticos los que controlan el manicomio.
            Tweedledum no hizo caso del comentario y se dirigió a la palanca en el centro de la habitación. En cuanto la jaló, todos los relojes fijos en las paredes se detuvieron.
            Otra vez esa maldita obsesión por el tiempo.
            Un reloj particularmente grande dejó ver tras sus manecillas detenidas una pequeña puerta que parecía ser de mantenimiento. El gemelo la señaló y dijo:
            -El Sombrerero no acostumbra a estar todo el tiempo, puede que tengas que esperarlo. En cualquier caso, nunca lo convencerás de que te deje salir.
            -Tal vez solo tenga que invitarlo a tomar el té.- Contestó la chica con sarcasmo.
            Tweedledum se colocó junto a su hermano y ambos observaron como ella se alejaba por la puertecita seguida por su horrible gato. La imagen de los dos dementes enflaquecidos hasta ruina los entretuvo un rato, pero la verdad era que el regaño que les llegaría por dejar que uno de los locos se aventurara hasta la fábrica no tenía nada de gracioso.

            Alice no esperaba llegar a un lugar agradable, por lo que no se sorprendió cuando se vio en la cima de una oscura torre, delante de un engrane gigante que la separaba de la supuesta entrada a la fábrica del Sombrerero. Por supuesto, detrás de sí no estaba la puerta por la que había entrado, solo había un muro helado y húmedo. No tenía forma de retroceder, aunque eso no le importaba en lo más mínimo.
            Miró hacia arriba, en el cielo parecía querer formarse una tormenta. No es que esa imagen le gustara, pero llevaba demasiado tiempo encerrada y estar en el  exterior le hacía sentir un poco mejor.
            Saltó al engranaje (el otro camino posible era lanzarse a un vacío) y giró con la rueda de su eje hasta la puerta del otro lado. Había símbolos extraños y rojos por todas partes, como si en ese lugar se hubiese hecho invocaciones ocultistas. Pero lejos lo que más le incomodaba era un constante sonido de “tic tac” similar al de los relojes de bolsillo.
            Del otro lado de la puerta había cuatro estrechos pasillos que formaban un cuadrado, los recorrió lentamente solo para llegar exactamente al lugar por donde había entrado. También vio unas cuantas puertas de fierro similares a las de las habitaciones de los internos, pero estas estaban fuertemente aseguradas. El único camino posible era hacia abajo, por unas estrechas escaleras que daban hacia un lugar en tinieblas.
            Lo más inquietante era que los símbolos que había visto al entrar estaban grabados por todas partes y a medida que el nivel de luz descendía, comprobó que tenían un débil resplandor rojo. Había visto esos símbolos en algún otro lugar, (quizás en un viejo libro de la biblioteca de su padre) y le pareció que eran de alquimia. De seguro los retorcidos intereses del Sombrerero Loco habían creado una nueva obsesión. Se preguntó si eso tenía algo que ver con la supuesta “fábrica”.
            A medida que bajaba por las escaleras, la temperatura aumentaba notablemente, como si estuviese descendiendo hasta un horno gigante. A su alrededor se escuchaban inquietantes ruidos metálicos. Algo descomunal se estaba ensamblando allí dentro, solo que no podía ver de qué se trataba.
            -¡Oye! ¡Hay alguien aquí!- Dijo una vocecilla vagamente familiar.
            Alice se detuvo en el acto.
            -¿Hola?- Dijo con voz entrecortada.
            -¿Quién eres?
            -No puedo ver nada. Está muy oscuro.
            -El interruptor está junto a las escaleras.
            Alice tanteó la pared hasta encender la luz. Vio entonces una amplia habitación, iluminada por un foco helado en el techo. De fondo tenía paredes de cristal a través de las cuelas podía ver la fuente del sonido que había escuchado al entrar: una enorme máquina de brazos metálicos agarraba uno a uno a los miserables internos del manicomio para lanzarlos a un humoso tubo de donde salían convertidos en armatostes metálicos sin voluntad.
            -¿Esto es a lo que se dedica el Sombrerero?- Preguntó la joven intrigada.- ¿Esto es lo que se hace en esta fábrica? ¿Ensambla a sus engendros?
            Nadie le contestó. Alice se volteó para ver algo todavía más escalofriante: los viejos compañeros de té del Sombrerero, el Lirón y la Liebre de Marzo, habían sido horriblemente mutilados y unidos por piezas metálicas a una de las máquinas, pero en constados opuestos de la habitación. Justo entre ellos había un muro gris que tenía escrito algo que bien podía ser sangre “Eres el siguiente”.
            -¡Mira, Lirón! Han venido a rescatarnos.
            La criaturita aludida levantó lastimeramente el cuello, haciendo un descomunal esfuerzo en ese simple acto. Sus negros y pequeños ojillos denotaban un largo sufrimiento, seguramente causado por el hecho de que no tenía piel en el vientre. La Liebre no había corrido mejor suerte, sus manos y pies habían sido removidos y remplazados por prótesis de fierro que lo mantenían unido a una inmensa maquinaria.
            -Es una humana.- Dijo el Lirón, visiblemente decepcionado.- No nos sirve de nada.
            -¡Libéranos de este artilugio, por favor!- Suplicó la Liebre ignorando a su amigo.
            -O si lo prefieres, danos algo de té. Tengo mucha sed.
            La criaturita temblaba de frío o de miedo. Alice intentaba evitarla con la mirada, pero la imagen de su sufrimiento la acompañaba vivamente.
            -¿Fueron mal educados en la mesa?- Preguntó sin quitar los ojos de la pared de cristal, mirando paso a paso como niños con la cabeza abierta o artilugios atornillados a sus cráneos se convertían en dóciles y poderosos robots.- ¿Comían haciendo ruidos molestos o hablaban con la boca llena? Confiesen.
            -No hacíamos anda de eso.- Se apresuró a aclarar la Liebre.- Es cosa del Sombrerero, se ha vuelto loco… hablando del tema… ¿Qué diferencia tienen la Reina de Corazones u un tifón?
            Alice se sorprendió un tanto por la pregunta, pero aun así se apresuró a contestar:
            -Ambos son poderosos, destructivos e inmensamente crueles, pero supongo que el tifón no lo hace adrede.
            -Buena respuesta, errónea, pero buena.
            Esa pausa fue suficiente para que la chica se alejara de la pared y fuera a hablar con los animalillos mutilados más de cerca.
            -Perdonen.- Dijo.- Están sufriendo y se nota. Pero ¿Dónde está su anfitrión?
            -¿Sufriendo? ¿De verdad?- El Lirón estaba realmente confundido.- Liebre, quiero irme a casa ya, parece que no me quieren aquí.
            -El Sombrero llega a la seis y es tan puntual como un reloj. Pero ten cuidado si lo llegas a ver, es muy, muy cruel, no pierde ocasión de negarnos un té…
            -Y las medicinas que nos da nos hace sentir cansados.- Interrumpió el Lirón dando un largo bostezo.
            -¿A las seis? Pues lo voy a esperar. Tiene algo que quiero.
            -Tal vez lo que buscas está con el Grifo. El Sombrerero guarda las cosas importantes con él. Sal por donde viniste y encuentra al Grifo.
            -No puedo, todas las puertas estaban cerradas. No hay otro camino.
            El Lirón dio un nuevo bostezo mientras la Liebre de Marzo continuaba hablando a duras penas:
            -Este lugar es como un cubo de juguete, los caminos no son siempre iguales por eso es muy difícil escapar. Encuentra al Sombrerero y convéncelo…
            Un tronido proveniente de la otra habitación calló a la Liebre en seco. Las máquinas a las que estaban unidos ambos animalillos comenzaron a funcionar activadas por un mecanismo automático. La Liebre fue sumergida en un pozo para que sus prótesis generaran energía y una columna de vapor calló sobre el vientre abierto del Lirón quien aparentemente no llegó a sufrir por esto, aunque se veía cada vez más somnoliento.
            Consciente de que no podía hacer nada por esas desafortunadas criaturas, Alice abandonó a toda velocidad la habitación dejando eso sí, la luz encendida. En cuanto subió las escaleras y volvió a los pasillos en forma de cuadrado, se encontró con que todas las puertas habían sido abiertas. No solo eso, el robot que había visto crearse hace un momento la estaba esperando para recibirla con dos cañonazos de fuego. La chica no perdió tiempo con este percance y atacó con el filo de su espada la cabeza del armatoste quien cayó al suelo completamente inutilizado.
            En cuanto hubo quitado al robot de en medio, se internó en un nuevo pasillo oscuro y helado. Apenas podía ver por dónde iba y casi llegó a desear que la espada que llevaba envainada fuera una linterna. Por fortuna, los ojos amarillos y luminosos del Gato Cheshire le indicaban el camino.
            -Escurridizo como el mercurio y loco por su causa. Está obsesionado con el tiempo. Encuéntralo o tu propio tiempo de vida será breve.- Le informó el gato meneando la cola.
            Alice no se detuvo a charlar con el felino, solo siguió corriendo hasta un estrecho puente sostenido por cadenas. Del otro lado había una enorme e intimidante puerta custodiada por dos máscaras blancas de porcelana. No supo distinguir bien lo que había bajo el puente pues solo se podía ver un vacío negro y denso.
            Tal y como esperaba, las arañas salieron al encuentro de la intrusa que les había perturbado el sueño, pero a diferencia de la última vez, ésta estaba preparada. Arrojó a uno de los engendros al vació y clavó al segundo al muro de una sola estocada. Invadida por una creciente adrenalina abrió la puerta de un puntapié.
            -¿Quién anda ahí?- Susurró una voz grave en la oscuridad.
            Alice no podía ver bien quien estaba dentro de la habitación pues había muy poca luz. La única disponible provenía de unos símbolos alquímicos grabados uno al lado del otro a lo largo de una larguísima escalera.
            Subió muy lentamente para darle tiempo a sus ojos de acostumbrarse a la penumbra. Al final del camino se hallaba una enorme jaula de metal que contenía al Grifo, una majestuosa bestia con cabeza de águila y cuerpo de león cuyas alas apenas cabían en su pobre cárcel.
            -Tú debes ser el Grifo.- Dijo Alice colocándose frente al cautivo, el sometimiento de una criatura tan poderosa le producía una sensación desagradable en el estómago que se vio obligada a disimular.- Busco el Báculo del Ojo del Jabberwocky ¿Lo has visto?
            -El Sombrerero lo lleva consigo.- Contestó la bestia con voz grave y cansada.- Llega a las seis en punto.
            -¿Para tomar el té?
            -No, a revisar sus crueles experimentos, con engranajes, resortes y palancas. Busca una precisión imposible, como el relojero obsesionado con fracciones infinitesimales de segundos… O como un matemático que busca la cuadratura del círculo. Transformará a todos los habitantes en sus autómatas o los matará en el intento.
            -¡Es espantoso! ¿A las seis en punto?
            -A las seis en punto.- Confirmó el Grifo.- Guíate por las manecillas de ese reloj.- Señaló con la mirada un reloj de pared que estaba protegido por un vidrio, no tenía nada de particular, salvo por un agujero oscuro sobre el que estaba puesto y que apenas podía ver la hora por culpa de la escaza luz.
            -Mmm… - Alice observó el reloj más de cerca.- Me parece que hoy darán las seis un poco antes… ¿Dices que el Sombrerero lleva consigo el Báculo del Ojo del Jabberwocky?
            -Exactamente. Pero no creo que te lo entregue de buenas a primeras.
            -No importa…- La joven vaciló un tanto.- ¿Y la llave de tu jaula?
            -Su ubicación la ignoro. Pero si la encuentras te ayudaré a obtener el báculo.
            -Ya lo creo. Puedes serme bastante útil y ando escasa de amigos de tu tamaño… - Miró hacia las escaleras y pensó en la soledad que le aguardaría al seguir su camino.- No me agrada la idea, pero tengo que irme.
            -¿Qué harás?
            -Buscaré la manera de controlar estos relojes, estoy segura de que si lo hago controlaré también el tiempo.
            -Eres ambiciosa ¿Qué te hace pensar que el tiempo puede controlarse? ¿Tienes las mismas ideas que el Sombrerero?
            Alice sonrió maliciosamente, no estaba segura de lo que pretendía hacer, pero ya había escuchado bastante sobre el Sombrerero y había podido sacar un par de conclusiones.
            No hizo más pausas para seguir su camino, a pesar de que la oscuridad y la soledad se le hacían muy desagradables. Tras atravesar de regreso el puente sujeto por cadenas, se encontró en un corredor que descendía lentamente en forma de espiral. No estaba segura de donde se dirigía, pero sí le constaba  que en cualquier lugar donde se encontrara al dar las seis, el Sombrerero se encargaría de dar con ella.
            Ambos tenían un asunto pendiente.
            El sonido “tic-tac” de los relojes se hacía más potente a medida que una luz amarilla crecía al final del corredor, incluso escuchaba más fuerte que a sus propias pisadas. La luz provenía de un cuarto amplio y bien iluminado (seguro era el único en toda la fábrica que no estaba en penumbras) cuyas paredes habían sido decoradas con centenares de relojes de todos los tamaños y colores. Jamás en su vida había visto tantos en un solo lugar.  Todos marcaban una hora diferente, el ruido de sus manecillas era discorde y amenazaba con enloquecerla, pero de todas formas entró guiada por una corazonada.
            Era el salón del té. Una hermosa y enorme mesa de caoba tallada ocupaba el centro de la habitación, tenía exactamente doce puestos perfectamente arreglados con tasas de porcelana blanca, cubiertos de plata y servilletas. En el centro había cinco bandejas de pastelillos vacías, cubos de azúcar y un lugar libre equidistante de todos los puntos de la mesa reservado para la tetera.
            Alice supuso que pronto sería la hora del té y que el Sombrerero tendría invitados. Aunque seguramente tendrían que estar tan desquiciados como él para disfrutar de esa elegante mesa en medio del ruido que hacían los relojes.
             El salón no tenía otra puerta para salir, o al menos eso pensó en un primer momento. Sin embargo, bastó con echar un segundo vistazo más detallado para percatarse de que había una pequeña trampilla en un rincón, semi camuflada por los relojes. Al abrirla, Alice halló un estrecho tuvo de metal cuyo fin no alcanzaba a distinguir. No estaba hecho para que pasar por ahí un humano promedio, por lo que tuvo miedo de no caber, sin embargo, logró entrar muy encogida sobre sí misma.
            Anduvo a gatas un buen rato, (aunque no supo exactamente cuánto) y al llegar al final del camino, le dolían las rodillas y las palmas de las manos. Una vez fuera del tubo, se incorporó lentamente, sacudió su ropa y miró su alrededor. Estaba un tanto confundida, había llegado nuevamente a la intemperie, pero por un lugar totalmente opuesto.
            Estaba parada sobre lo que parecía ser un tablero de ajedrez, solo que esta vez no había piezas a la vista, solo un cuadrado blanquinegro de más o menos cien metros por lado. Del otro lado del tablero había una casilla rectangular, muy parecida al vagón de un tren cuyo interior no alcanzaba a  vislumbrar desde su punto; y más allá de los límites del tablero, semi oculta por una bruma gris, vio una torre negra coronada por un reloj. Según lo que se atrevió a adivinar, había entrado por ese lugar a la fábrica hace unas cuantas horas. 
            Cruzó el tablero  con actitud cautelosa, sentía que alguien la estaba observando muy de cerca, aunque no podía ver a nadie más. Sus amigos y enemigos habían quedado abandonados del otro lado de la trampilla.
            Todavía podía escuchar los relojes, insistentes y molestos. Todos corrían dispares tras una pared dorada, sin marcar el tiempo, aunque probablemente tenían una utilidad desconocida. Alice se atrevió a cruzar el tablero hasta el pequeño cuarto en donde cada manecilla marcaba su propio ritmo, por un segundo contuvo la respiración mientras buscaba desesperadamente con la mirada algo que detuviera al fin ese insistente “tic tac”.
            En el piso de ese pequeño cuarto tan solo había una palanca negra que Alice no dudó ni por un segundo en jalar. Este solo acto fue suficiente. El suelo se estremeció con tal fuerza que la chica se tambaleó hasta caer nuevamente en el tablero. En cuanto se detuvo el movimiento, se levantó lentamente y algo confundida. El sonido de los relojes había quedado grabado en sus oídos y durante unos segundos, salvo por el remesón, no supo si tirar de la palanca había tenido algún efecto.
            La verdad es que en algún punto en lo más profundo de la fábrica, un reloj se había detenido, transformándolo todo para siempre. Sin embargo, el tiempo no se detuvo ni siquiera por un instante, tan solo había sido doblado hasta convertirse en una paradoja.
            Alice permaneció congelada en su sitio, mientras el sonido de las manecillas aún le taladraba  los tímpanos. Aguardaba pacientemente la llegada del Sombrerero, quien ya debía haber sentido que el perfecto equilibrio de sus dominios se quebrantaba. No sentía miedo, ni mucho menos ansiedad, aunque sabía de sobra que esperaba a un ser terrible y de incontestable crueldad.
            El sonido grave y largo de una campanada hizo retumbar el ambiente. Alice se llevó las manos a los oídos y se mantuvo alerta. Sin embargo, no hizo aparición precisamente el personaje a quien estaba esperando si no que, ahora se encontraba en compañía del felino evanescente que le había seguido la pista durante todo el viaje.
            -Eres tú.- Suspiró intentando disimular el hecho de que estaba feliz de verlo.- Siempre apareces cuando menos lo espero.
            El gato contestó con su amplia y amarillenta sonrisa mientras reflexionaba en voz alta:
            -Al báculo, aún le falta el Ojo del Jabberwocky, tiene dos, pero se ha encariñado con ambos y no creo que cambie de opinión. Hablando del tema… ¿Dónde está el sombrerero?
            Justo en ese momento la sexta campanada dejó de retumbar en el aire y junto con ella el sonido de los relojes también se extinguió. Proveniente de ningún lugar y envuelto en una nube de humo, el Sombrerero hizo aparición vestido con su elegante levita negra, su bastón y el infaltable bombín. Alice nuevamente se sorprendió de su tamaño, solía recordarlo incluso más bajito que ella y ahora al menos tenía tres metros de altura. Era un ser envejecido, amargado, de piel marchita y verdosa, pero aun así su sola presencia era sencillamente intimidante.
            -¡Alice!- Saludó con voz chillona y rasposa.- Llegas a tiempo para tomar el té.
            -No estoy de humos para tomar el té, Sombrerero.
            El Gato Cheshire, quien no quitaba los ojos del recién llegado, buscó refugio tras la chica disimuladamente y luego se desvaneció sin hacer otro comentario.
            “Miserable gato cobarde”- gruñó ella para sus adentros.
            -Y bueno…- Continuó el Sombrerero.- Veo que ya estás aquí, pero… ¿Quién te ha dejado salir? Ya decía yo que no podía dejar a cargo en ese par de gordos inútiles de Tweedledum y Tweedledee.
            -Ellos no me dejaron salir. Aunque no te niego que son un par de inútiles… nadie en este lugar tiene algún atisbo de razón, salvo por el Grifo. Solo divagan y dicen incoherencias.
            El Sombrerero esbozó una enorme y amarillenta sonrisa. Alice supo por este sencillo gesto que se encontraba exactamente en el lugar donde la quería y se sintió algo así como una presa o como un juguete. Un tanto alarmada por esta conclusión, decidió ir al grano:
            -Dame el Báculo del Ojos del Jabberwocky. Me han dicho que tú lo tienes y no me iré sin él.           
            El Sombrerero levantó las cejas y exclamó con fingida sorpresa:
            -¡Pobre de mí! ¿Esta no ha sido una visita social? Tal vez debas volver entonces con el resto de los locos.
            -¡Dame el Báculo!- Repitió Alice esta vez con agresividad.- No tengo tiempo ni paciencia para discutir contigo.
            Tenía ambas manos extendidas e intentaba parecer firme, pero el Sombrerero no tenía intenciones de ceder.
            -¿Le quitarías en bastón a un caballero?- Dijo levantando la vara negra y lustrosa.- ¿Serías capaz?
            -¿Qué? ¿Lo tienes ahí?
            El Sombrerero agitó su bastón unos segundos, la madera que lo envolvía se desprendió como una coraza falsa y calló al suelo. Ahora tenía un báculo mucho más pequeño de color dorado, con uno de los extremos huecos. Se veía bastante simple, aunque debía tener en cuenta el hecho de que estaba roto, o mejor dicho, incompleto.
            -Es increíblemente poderoso.- Dijo con una inquietante crueldad.- Pero claro que tú jamás sabrás cómo se usa.
            -Pruébame.
            Se acercó amenazadoramente, apuntando el báculo en dirección a la muchacha.
            -Podría ejecutarte.- Dijo con voz sombría.- Un solo golpe y caerías al suelo sin nada de vida. Claro que sería una pérdida de carne y huesos.
            -No me digas.- Espetó Alice tomando con su mano derecha la Espada Vorpal mientras su mano izquierda seguía extendida como si aún pretendiera recibir el báculo,
            -Podría hacerlo. Y tengo todo el derecho: te salvé la vida.
            -¿Me salvaste la vida? Vas a tener que ser un poco más específico.
            -Fue hace muchos años. De no ser por mí te habrías vuelto carbón y cenizas como el resto de tu familia.
            Alice congeló su respiración y una sensación helada y desagradable le recorrió la espalda. Sabía que el Sombrerero era muy hábil y hasta sospechaba que intentaría manipularla usando su pasado, pero una parte de ella sentía la morbosa curiosidad de escuchar su versión de la historia.
            -Recuerdo que estábamos tomando el té en una pequeña mesita en medio del valle.- Continuó él.- Solíamos hacerlo muy seguido ¿Recuerdas? En compañía de la Liebre de Marzo y el Lirón.
            -Claro.- Dijo la chica entrecerrando los ojos.- Antes de que los mutilaras y los convirtieras en tus esclavos.
            -Todo era bastante normal.- Continuó el Sombrerero ignorando este comentario.- El té estaba delicioso… Mi memoria me falla un tanto.- Se levantó el sombrero para rascarse la cabeza.- Solo sé que había mucho humo… algo se calló de alguna parte y se hizo añicos… pero tú no despertaste. “¡Fuego!” Recuerdo que grité. La Liebre y el Lirón estaban alarmados “¡Despierta a Alice! ¡Tienes que despertar a Alice!”, recuerdo que atinaron a decir, pero tú te quedaste impávida del otro lado de la mesa, como si el tiempo se hubiese congelado para ti. Solo reaccionaste a mi voz: te grité que despertaras y despertaste, aunque estabas algo confundida. Entonces solo te quedaba correr para salvar tu vida.
            -Esa noche estaba dormida como todos los demás, pero fui la única que pudo salvarse ¿Qué más sabes sobre la muerte de mi familia?
            -No mucho, pero sin duda más que tú. Olvidaste todo, te apagaste, despertabas cada mañana como si el día anterior no hubiese acontecido nunca. Anulaste en tu mente el paso del tiempo y los años se volvieron días.
            -En compensación te volviste obsesivo con el tiempo. Dices que es algo que ha dejado de importarme, pero la verdad es que a ti te importa demasiado… ahora, recuerdo haberte dicho que no quiero esperar. Dame el báculo.
            -Los relojes, los engranes, las turcas… todo tiene un sentido tan complejo que tu jamás alcanzarías a entender.
             -¿Y lo que le hiciste al Conejo? ¿Y a la Liebre? ¿Y al Lirón? ¿Y al Grifo? ¿Serías capaza de explicarlo también?
            -Los sacrificios son necesarios cuando se trata de algo mucho más grande. El tiempo se acaba, Alice, somos granitos de arena que la marea absorbe lentamente. Si no hacemos algo, será muy tarde.
            -¿Tarde para qué?
            -¡No lo sé! ¿Por qué habría de saberlo? Yo no controlo el tiempo, tan solo lo intento.
            La chica respiró profundo y se llevó ambas manos a la frente.
            -Esto no tiene sentido, hablar contigo es más difícil que antes. Pero hay algo en lo que sé que tienes razón: jamás alcanzaré a entender esta monstruosidad.- Señaló la negra torre que ahora apenas se veía tras la niebla.- ¿Qué sentido sacas quitándole la voluntad a todas las criaturas?
            -La voluntad, la razón ¿De qué nos ha servido? Todo al final se derrumba, se quema ¿No se quemó toda tu vida, Alice? ¿No son las cenizas de un cuento roto todo lo que tienes y por todo lo que luchas?
            -No juegues conmigo.
            El Sombrerero levantó una ceja y se llevó el índice a la boca. El misterioso silencio que los rodeaba por fin comenzaba a perturbarle.
            -Hoy han dado las seis un poco antes ¿No es así?- Preguntó- ¿Puedes escuchar el sonido de las cuerdas? ¿Puedes sentir como vibran las manecillas en el piso y las paredes? El tiempo se está deteniendo, las horas por fin comienzan a cuadrar.
            -Nada se detiene, no importa de que se trate, todo está destinado a continuar. Es absurdo querer cambiar lo inevitable. Aplastaste al Conejo, convertiste  a tus antiguos compañeros de té en parte de tu maquinaria, encerraste al Grifo en una jaula y le arrancaste la mente a más criaturas de las que puedo contar, pero yo aún estoy aquí, exigiéndote lo único que jamás me entregarías. Dame el báculo.
            Entonces, un ligero remezón bajo sus pies, sorprendió a ambos. No fue la gran cosa, pero bastó para que el Sombrerero notara que algo no marchaba bien. El perfecto equilibrio se había roto. Dirigió la mirada hacia la torre y esperó pacientemente a que se disipara la niebla. El reloj marcaba las seis en punto. La expresión del Sombrerero, hasta entonces impasible, se transfiguró por completo.
            -¿Qué es lo que has hecho?- Preguntó inquisitivamente.- ¿Has estado jugando con mis relojes?
            -Tiré de la maldita palanca, si eso es lo que te preocupa.- Confesó Alice al tiempo que señalaba la cabina de la que había sido expulsada hace unos momentos.
            El Sombrerero parecía al borde de una rabieta. De no ser por el insistente tono verdoso de su piel, las mejillas se le habrían encendido al rojo vivo.
            -¿Cómo has podido? ¿Sabes lo que me constó cuadrar los relojes? ¿Sabes lo difícil que es hacer que cada uno marque la hora correcta? ¡Has arruinado todo mi trabajo!
            Alice estaba confundida. No entendía exactamente lo que había hecho (como tampoco entendía lo que el Sombrerero quería decir por “trabajo”) Aun así optó por alejarse lentamente de su interlocutor, movida casi exclusivamente por su instinto.
            -Los relojes ya no suenan, las cuerdas se han detenido… ¿Ya es hora del té?
            -No he querido hacerte daño, lo prometo. Solo vine por el báculo, dámelo y me iré sin molestar.
            Alice extendió las manos una vez más, pero él no estaba dispuesto a entregar nada. Agitó el báculo por los aires como si tratara de averiguar su funcionamiento destructivo. La joven retrocedió con miedo hasta quedar peligrosamente orillada contra el vacío.
            Un segundo remesón, esta vez un poco más fuerte que el anterior, los sorprendió a ambos, aunque por fortuna, ninguno perdió el equilibrio. El Sombrerero miró por sobre su hombro y lo que vio hizo que su ira se convirtiera en pánico.
            Dos golpes muy fuertes dados contra el techo marcaron el último giro de tuercas de un mecanismo infinitamente complejo que él mismo había inventado. Las puertas de su sagrada maquinaria eran profanadas. El Grifo volaba libre.
            A diferencia del Sombrerero, Alice no dejó que la bestia la distrajera. Ahora tenía una oportunidad irrepetible. Se alejó un poco de la orilla para acorralarlo y acto seguido, le cercenó la mano derecha de una sola tajada.
            El desdichado hombre mutilado levantó el muñón con sangre que tenía por muñeca y lo miró horrorizado. El Báculo del Ojo del Jabberwocky había caído a los pies de ambos con la mano de su último portador aun asida.
            -¡Como has podido!- Gimoteó con la cara desfigurada por el dolor.
            -No quería hacer esto justamente el día de tu No Cumpleaños. Lo lamento.
            Con la punta de la Espada Vorpal empujó al desdichado Sombrerero contra el vació. No escuchó ninguna queja, tampoco un grito, pero aun así no se atrevió a acercarse a la orilla a ver la eterna caída de quien acababa de mutilar.
            Había mentido con descaro. No lamentaba nada en lo absoluto.




           
            Alice recogió el báculo sin despegar la vista del cielo, la majestuosa bestia voló hacia ella y se colocó de pie sobre el tablero aún con las alas extendidas. Sin duda se veía mucho más grande e imponente que hace un rato, cuando tenía que encorvarse para caber en su mustia jaula.
            -Eres tú.- Saludó el Grifo bajando la cabeza a la altura de la joven.
            -Dije que encontraría la llave.
            -Algo me hace suponer que solo fue suerte.- El Báculo del Ojo del Jabberwocky en la mano de Alice llamó su atención.- ¿Es eso lo que creo que es? ¿Cómo has logrado que el Sombrerero accediera a entregártelo?
            -Nunca accedió.- Contestó la joven con toda seriedad mientras apuntaba con ojos la mano cercenada que yacía a los pies del Grifo.
            -Eso es escalofriante, pero… ¿Qué ha pasado con el resto?
            -Se ha tenido que ir. Ahora, debo hacer lo mismo por mi parte.
            El Grifo miró hacia el horizonte negro y meditó un largo momento. Cuando rompió su silencio lo hizo con un tono de innegable preocupación:
            -Es un camino largo hasta los dominios de la Reina de Corazones. Temo que tal vez nunca llegues.
            -No importa, por primera vez en mi vida siento que tengo todo el tiempo del mundo.- Contestó Alice con toda sinceridad.
            -Sube a mi lomo.- Dijo el Grifo agachando la cabeza.- Te llevaré hasta donde ha sido visto el Jabberwocky. Que yo sepa el báculo aún está incompleto.
            Ella miró el espacio oscuro y vacío que le quedaba por delante. Muy a lo lejos se dibujaban unas montañas grises que casi parecían irreales por la distancia.
            -Bien, supongo que agradecería tu ayuda.- Dijo.- Aún queda bastante por hacer antes de entrar al castillo de la reina. El báculo ni siquiera está completo.
            -Va a ser un largo camino, pero temo que no puedo dejarte tan cerca como quisiera. Los muros de la reina son infranqueables si no consigues el Ojo del Jabberwocky, aunque al menos puedo llevarte hasta él.- Guardó silencio un momento. Intentaba explicar los horrores que guardaba en su memoria, pero no encontraba las palabras correctas. Finalmente solo agregó:- No me agradezcas nada porque te llevaré al mismo Infierno.
            Alice se encogió de hombros, esperaba que el Grifo fuera un poco más explícito con lo que acababa de afirmar, pero él no continuó hablando.
             Sin perder más tiempo, subió al lomo de la bestia y ambos emprendieron el rumbo hacia los dominios de la Reina de Corazones, que estaban tras esas grises montañas tan infinitamente lejanas. No tardaron en dejar atrás la fábrica del Sombrerero Loco así como también a sus autómatas y a sus crueles e inútilmente prolijas maquinarias. El cielo lentamente comenzó a aclarar a medida que el horizonte se hacía más cercano, sin embargo aunque dejó de tener ese tono negro azulado y sin estrellas, no se tornó celeste si no de un encendido rojo. Al comienzo, Alice intentó imaginar un cálido atardecer, pero no tardó en darse cuenta que lo que había sobre su cabeza era más bien parecido a un incendio. Parecía haber en lo alto llamas anaranjadas en lugar de nubes y si algo hubiese tocado ese extenso vacío, seguramente ya sería ceniza.
            -Bonito lugar…
            El Grifo comenzó un lento descenso una vez que sobrevolaron los escarpados picos de las montañas. Cuando por fin tocaron tierra firme, Alice comprobó que abajo era tan inhóspito como arriba (al menos a simple vista), solo vio un extenso suelo de roca interrumpido por charcos de lava de diferentes tamaños. Era como estar junto al cráter de un volcán de piedra.
            -A esto te referías con un infierno.- Dijo descendiendo del lomo de la bestia.- Acá todo es gris y hace mucho calor. 
            -Bueno, solo cuídate de los demonios. No son muy fuertes, pero son hostiles y numerosos.- Advirtió el Grifo.- Tampoco te acerques mucho a las pozas de lava. Me encantaría poder dejarte más cerca de ti destino, pero tengo otros planes.
            -¡Espera! ¿Qué vas a hacer? ¿Y qué se supone que haga yo?
            -Recluta cuanto aliados puedas, Alice, todos nos hacen falta. Yo volveré con más refuerzos… tú solo ten valor.
            El Grifo extendió sus alas de águila y emprendió vuelo nuevamente montaña arriba. La chica dudó un momento entre seguirlo o partir en la dirección contraria. Sin embargo algo le decía que no había un camino correcto o incorrecto así que simplemente optó por ir hacia donde le parecía más fácil avanzar.
            Habían muros de rocas por todas partes, algunos tan altos que casi tocaban el cielo en llamas. Pero supuso que ese paisaje casi apocalíptico seguía siendo mejor que el manicomio o la fábrica del Sombrerero. Al poco andar se encontró con los primeros guardianes de aquellos parajes, eran unos enanitos naranjas armados con tridentes y con cola acabada en punta de flecha, pero que con suerte le llegaban a la cintura. Al comienzo solo vio dos, pero de reojo pudo notar que varios más la observaban a escondidas.
            -No vengo a hacerles daño.- Dijo Alice en parte conmovida por el tamaño de las criaturas.- Solo busco la guarida del Jabberwocky.
            Evidentemente los demonios no entendía el lenguaje de la recién llegada pues la propuesta de una tregua fue respondida con el fuente pinchazo de la punta de un tridente. El Grifo tenía razón sobre el temperamento de esos engendros y haber buscado una salida alterna había sido una estupidez. Alice retrocedió unos pasos quejándose del punzante dolor en la rodilla que le había provocado el tridente. Pero, como solía ocurrir, los atacantes se llevaron la peor parte pues la chica ya algo molesta, no halló nada más cómodo que partir en dos la cabeza de uno de los demonios medio segundo antes de atravesar por el pecho al segundo.
            -Cada vez se me hace más fácil.- Rió la chica haciendo girar por el mango a su espada.
            El segundo problema con los demonios era que, además de ser muy hostiles con los forasteros, había demasiados. Todo cuanto podía ver estaba plagado de éstas y otras criaturas igual de violentas.
            Alice miró hacia atrás con cuidado, los compañeros del par que acababa de despachar la seguían muy de cerca y algo le hacía temer que en conjunto resultarían mucho más fuertes. Sin embargo, mientras se distraía vigilando a sus acosadores, olvidó la segunda advertencia que le había hecho el Grifo.
            Sin proponérselo se había acorralado entre una pared de roca separada de un enorme charco de lava por un estrecho camino. De pronto, un brazo de fuego tan grande como ella salió del charco buscando a tientas a su presa. La chica retrocedió espantada, jamás había visto algo así ni aun en el País de las Maravillas, un ser enteramente de fuego comenzó a emerger lentamente de la lava ardiente sujetándose de la piedra con sus brazos gruesos como troncos.
            Luego de reponerse de la primera impresión, Alice empuñó su vieja espada e intentó cercenar las manos de la criatura, pero pronto se dio cuenta de que era imposible y absurdo querer cortar el fuego así que simplemente solo se alejó lo más rápido que pudo. A diferencia de los demonios, quienes se movían con bastante agilidad quizás gracias a su tamaño, este ser apenas se arrastraba por la piedra (aunque podía estirar sus brazos peligrosamente lejos). La chica sabía que un solo golpe con esas extremidades de fuego bastaría para detenerla y entonces deseó con mucha fuerza tener ya en sus manos el báculo completo.
            Aparentemente, la criatura era invencible, pero a los pocos pasos quedó expuesta una importante debilidad, no podía estar mucho tiempo alejado del exagerado calor del charco de lava. Se arrastró un par de metros estirando violentamente los brazos para alcanzar a la intrusa y quemarla en un abrazo, pero pronto comenzó a apagarse. Primero su encendido color desapareció, luego se tornó a aún más rígido y espeso como lava semi seca. Finalmente se dio por vencido y dejó escapar a su presa para volver a sumergirse.
            Alice no pudo respirar aliviada inmediatamente pues justo cuando el inmenso ser de fuego volvía a su hogar, al menos doce demonios con sus respectivos tridentes salieron a cortarle el paso. Ella no estaba de humor para intentar razonar nuevamente con ellos, así que nada la detuvo de cometer una masacre. Luego de una docena de movimientos con su espada y varios pinchazos en las piernas, se alejó con el camino descubierto, pero dejando la meta substancia de los desdichados guardianes tras de sí.
            Los demonios no dejaron de aparecer, pero afortunadamente no solo debió lidiar con eso, en especial porque tuvo mucho cuidado de no acercarse nuevamente a las pozas de lava.
            El camino estaba libre, pero se hacía cada vez más escabroso. Pronto fue tan difícil trepar por las rocas que pudo evitar detenerse unos minutos a recobrar el aliento.
            -Llevas demasiado tiempo descansando… Aún no haces lo que viniste a hacer.
            Alarmada, Alice buscó la procedencia de la voz. Sabía exactamente a quien pertenecía, pero no esperaba encontrárselo tan lejos del Valle de las Lágrimas.
            -¿Oruga?
            El gordo insecto la miraba un par de rocas más arriba. Se veía más pequeño que la última vez (porque ahora Alice tenía su tamaño normal), pero aún tenía en las manos su vieja pipa y estaba rodeado de humo.
            -Ha llegado el momento de actuar.- Dijo con su voz grabe y rasposa.- No debes perder ni un solo día: no discurras excusas, la menos demora te perdería.
            Por respuesta la chica lanzó un resoplido y se cruzó de brazos.
            -Todo el mundo habla como si estuviera de vacaciones ¡Divirtiéndome!
            El siempre impredecible Gato Cheshire apareció de la nada para intentar aclarar la mente de Alice.
            -Enfréntate a lo que te asusta o te ofende. No pases por alto las palabras insultantes.- Le aconsejó.
            -¡Tú, criatura estrafalaria! Y yo que comenzaba a apreciarte.- Dijo la chica apuntando con su dedo a la Oruga e ignorando totalmente al felino.
            -No necesito que me aprecien, solo que me crean.- Contestó el insecto con toda tranquilidad.- Has de eliminar ya al Jabberwocky ¡Abre las puertas y enfréntate a la reina!
            Inhaló profundamente su pipa y lanzó el humo metros abajo, donde se encontraba la ofuscada joven.
            -No tengo aún la última pieza del báculo.- Dijo ella.- Sin el Ojo del Jabberwocky ¿Cómo lo podré hacer?
            -No lo sé. Pero debes hacerlo: la situación es apremiante.
            -¡No me sirves de nada! Todos dicen que debo atacar a esa criatura, pero ni siquiera estoy segura de que esta sea mi guerra.
            -A nadie más corresponde, Alice, solo tú puedes salvarte.
            La chica pasó de la ofuscación a la curiosidad.
            -¿Salvarme? ¿De la muerte? ¿Es eso? ¿Para eso he venido aquí? Pues escucha: No temo a la muerte, en ocasiones la he deseado.- Dijo con mientras se cruzaba de brazos.
            -No es a la muerte a la que debes temer.
            -¿Qué es entonces? ¿Hay un destino peor que la muerte? No soy idiota, pero estoy pensando que tú sí lo eres.
            -Piensa lo que desees, pero escucha: te aislaste del mundo tras el incendio porque no soportaban tan terrible pérdida, pero al responder a la llamada del Conejo comenzaste a salir de la tragedia. No abandones este camino, Alice, sálvate y así salvarás al País de las Maravillas. Nos devolverás nuestro hogar.
            -Creo que comienzo a entender lo que he estado sintiendo. Yo he destrozado este mundo, solo yo puedo reconstruirlo.
            Al escuchar esto el Gato Cheshire, quien hasta entonces se había limitado a menear la cola con ansiedad, esbozó una enorme y amarillenta sonrisa.
            -Así es. Has pasado muchos años dejando que el dolor te inmovilice. La vida no se detiene, pero en tu mente todo permanece congelado.
            -¿Inmóvil? He hecho este largo viaje y he sacrificado mucho. Es evidente que ya no estoy inmóvil.
            -Es cierto, el dolor ya no te detiene, pero ahora es lo único que te mueve. Eso te vuelve vulnerable y el Jabberwocky estará preparado para atacarte. Sin embargo, la ayuda de Grifo te permite albergar esperanza, de entre todos nosotros él es el más fuerte.
            El gato jaló del delantal a Alice e interrumpió el discurso de la Oruga:
            -Ya debemos irnos. El Jabberwocky sabe de nuestra presencia y darle tiempo es peligroso.
            La chica continuó escalando roca por roca, hasta llegar a una ancha cueva que atravesaba la piedra. Dentro la temperatura descendió un par de grados lo que  fue casi agradable. Aprovechando esto, tomó asiento en el suelo y descansó varios minutos ignorando los ofuscados reclamos del gato Cheshire quien finalmente se dio por vencido y optó por desaparecer.
            Cuando por fin decidió continuar, estaba completamente sola. No le agradaba, pero era algo a lo que se había acostumbrado; solo contaba ese largo viaje con la discreta compañía del felino, pero durante la mayoría del tiempo no había tenido a nadie con quien sostener una conversación medianamente cuerda. Ni hablar de los recuerdos del sanatorio mental, ese pequeño y oscuro mundo había sido una verdadera jaula tanto para su cuerpo como para su mente.
            Del otro lado de la cueva el calor era casi insoportable, principalmente gracias a un torrentoso río de lava que caía de lo alto de la cumbre rocosa. A lo lejos podía ver a los diminutos guardianes que custodiaban desde el otro lado y más allá, un estrecho camino cuesta arriba.
            Solo había una manera de cruzar, delgadas columna de roca negra que se alzaban sobre el río y a las que la lava por alguna razón, no derretía. Sin embargo, calculó al menos veinte metros entre un extremo y otro, y el trayecto era prácticamente una sentencia de muerte.
            Alice sabía que el valor era su principal cualidad. Por eso las bizarras criaturas que había topado en su camino tenían tanta esperanza puesta en ella. No dudó un segundo en atravesar el río de fuego saltando de piedra en piedra, imaginando que no había mayor diferencia con el arroyo que había cruzado en el Valle de las Lágrimas. Fue totalmente sincera con la Oruga: no temía a la muerte, el calor abrasivo del magma era igual que su reflejo cristalino en el agua del arroyo.
            Dentro de ella había un miedo mucho mayor y más presente que el aliento de la parca.
            A pesar de que la soledad había sido su eterna compañera esos últimos años, le aterraba la idea de que fuera así de por vida. Todo el tiempo que había estado encerrada en Rutledge escondida de la luz del sol y del resto de la humanidad, fue suficiente para desarrollar un miedo inconcebible a quedarse sola y marchita entre cuatro paredes.
            El horizonte era rojo como una explosión y eterno como una vida de amarguras. Sí, para siempre era demasiado tiempo, pero ¿Cómo apaciguar ese odio que la carcomía por dentro antes de caer en una locura sin retorno?
            Tuvo que concentrase en lo que hacía pues sus tortuosas reflexiones por poco la hacen caer y aunque poco le importaba morir abrazada, quería conservarse en una pieza al menos hasta llegar con la reina.
            Del otro lado, los diminutos guardias la estaban esperando, armados con sus tridentes y meneando sus colitas acabadas en punta. Quitarlos de en medio no fue especialmente difícil, pero lo que realmente le costó fue continuar cuesta arriba por un estrecho camino entre dos imponentes paredes de roca.
            Al salir del pasadizo, algo le pareció familiar. Había estado en ese lugar hace muchos años, cuando aún era una niña, aunque por supuesto, el presente no se asemejaba mucho a lo que había en sus recuerdos. El implacable paso del tiempo solo le dejó una pista: un muro de ladrillos grises del que nada más quedaba la mitad en pie. A pesar del mal estado de la estructura, Alice reconoció el punto exacto en el que se balanceaba Humpty Dumpty y sintió una agradable añoranza cuando recordó la conversación que había tenido con el viejo huevo. Él le había hablado del poema del Jabberwocky, explicándole el significado de cada una de sus estrofas. Claro que ahora que la legendaria criatura del poema estaba ahí mismo, Humpty seguramente había optado por marcharse o tal vez se había balanceado más de lo que debía…
            El trayecto por fin comenzó a hacerse plano, tal vez había llegado a la cima y pronto comenzaría a descender. De repente algo llamó su atención, se trataba de una vieja e inmensa casona que apenas se sostenía sobre una gran roca. Eso sin duda era algo particular ¿Quién podría vivir allí, justamente en medio de la nada? ¿El Jabberwocky? ¿Acaso la bestia a la que todos temían necesitaba una casa como la de cualquier humano? Eso era absurdo.
            Sin pensarlo dos veces, pues estaba segura de que ese lugar guardaba un importante significado. Alice avanzó hacia la vieja casona y subió hasta el pórtico por una escalera tallada en la roca. Tocó la puerta, pero nadie le respondió así que decidió entrar sin más. Y una vez dentro, comprendió a lo que se refería el Grifo con la palabra “Infierno”.
            Ese lugar no era una casa, mucho menos un hogar. Solo había una habitación amplia, con piso de madera y sin un solo mueble. Las paredes eran negras y en las ventanas se podían ver  enormes columnas de fuego, como si un incendio eterno las envolviera. El techo estaba tan alejado que se perdía a la vista, solo había un vacío oscuro tan denso que imaginó que en cualquier momento podía caer en él, sin importar las leyes de la gravedad.
            Pero lo peor de todos eran los gritos. Gritos ahogados que provenían de todas partes. Apenas se escuchaban, pero aun así estaban presentes e hicieron que algo en lo más profundo de su memoria se estremeciera, lo que le desgarró dolorosamente el pecho.
            En cuanto entró, la puerta se cerró de golpe. Alice experimentó una fuerte angustia al notar que no podía salir, se sentía como una presa acorralada en una trampa mortal ¿Acaso alguien estaba jugando con ella? ¿Quién podía ser tan cruel como para restregarle su mayor trauma en la cara?
            Avanzó con lentitud y con cautela. Sabía perfectamente que no estaba sola. Su pérfido anfitrión la observaba desde la oscuridad saboreando el dolor que le provocaba la imagen de una casa en llamas.
            -Deja de jugar, Jabberwocky.- Dijo intentando parecer firme, pero la verdad es que le temblaba la voz.- Sal de donde quiera que estés.
            Una criatura alada descendió desde la oscuridad del techo. Las pocas partes de su cuerpo que no habían sido horriblemente mutiladas eran de color café claro, pero en lugar de extremidades y cola tenía grotescos implantes de metal lo que, sumado a un porte incluso mayor que el del Sombrerero, le daba un aspecto intimidante.
            -Me has hecho esperar, Alice.- Dijo el terrible ser con voz grave, aunque con suavidad- ¿Sabes que la puntualidad es una virtud?
            Ella lo miró a los ojos, eran de un color rojo brillante, casi diabólico.
            -Tú y mi dentista tienen mucho en común.- Contestó con tranquilidad.- Por cierto ¿Qué te ha pasado? Luces terrible.
            El Jabberwocky lanzó un gruñido apenas audible mientras miraba con ira la Espada Vorpal.
            -Mi último encuentro con mi vieja enemiga me ha dejado, bueno… simplemente como me vez ahora ¿No recuerdas los versos finales del poema? - Guardó una pausa.- No te atrevas a compadecerme. Tú has estado mucho peor que yo.
            -Puede ser. En todo caso no me atrevería a compadecerte.
            -Supongo que hay algo bueno en la genial locura que ha afectado al Sombrerero.- Estiró un largo y robusto brazo de metal que estaba exactamente en el mismo lugar en que había estado alguna vez el de carne.- Estos artefactos se sienten casi naturales y funcionan tan bien como los antiguos. De todas formas, le  tomó un buen tiempo hacerlos.
            -Podrás agradecerles cuando ambos se encuentren en el infierno.
            La criatura lanzó una sonrisa amenazante. Algo le divertía en la actitud de esa diminuta chica tan emocionalmente inestable.
            -Siempre con tu arrogancia, tu autosuficiencia. El resto del mundo no existe para ti- Rió entre dientes.- Jamás había conocido a una persona tan egoísta y a la vez tan insignificante.
            -No soy egoísta. He venido desde muy lejos para salvar el País de la Maravillas.
            -Siempre con eso, buscando excusas para mantener la mente lejos de la realidad.
            Caminó pesadamente por toda la habitación trazando círculos alrededor de la joven, aunque mantenido cierta distancia. Mientras hablaba, subía la voz de modo casi imperceptible:
            -Es por eso que sueles llegar tarde. Entre tus estúpidas ensoñaciones y tu vanidad jactanciosa, las horas pasan volando. Casi no tienes tiempo para nada más.
            -¿Dónde quieres llegar? Solo me estás lanzando insultos bobos ¿Es acaso lo mejor que sabes hacer?
            -Tu familia te esperaba ¿No? Quizás pensaron que podrías advertirles del peligro ya que estabas tan cerca de su origen. Pero aguardaron en vano, claro. Ahora están muertos.
            Alice se estremeció. El dolor del pecho se hizo casi insoportable y ahora le escocía la garganta. No entendía cómo, pero las escuetas palabras del Jabberwocky habían logrado paralizarla. No supo responderle, solo atinó a decir con la voz entrecortada y casi gritando:
            -¡Estábamos todos dormidos! ¡Fue un accidente!
            -Hija egoísta, antinatural ¡Espuria!- Acusó el gigantesco ser con una crueldad que le era placentera.- ¡Oliste el humo! Pero estaban en tus sueños, tomando el té con tus amigos, nadie debía molestarte. Tu habitación estaba protegida: no le pasó nada ¡Mientras que en piso de arriba tu familia se achicharró en un horrible infierno!
            Con una mano temblorosa, Alice empuñó la espada y le levantó por sobre su cabeza. Eso era totalmente inútil, el daño estaba hecho y ya no podía defenderse. Se sintió totalmente derrotada, deshecha por la culpa y un dolor para el que no había consuelo posible.
            El Jabberwocky no pudo hacer menos que reír con esta reacción. Ya había hecho suficiente, ahora era solo cuestión de rematar su victoria. Avanzó lentamente hasta la malograda chica y de un solo golpe con su brazo de metal la lanzó hasta el otro lado de la habitación.
            Alice no evitó que la espada saliera volando con el ataque y quedara a varios metros de su alcance, más cerca de su enemigo que de ella. Estaba semi aturdida, por sus ojos entreabiertos solo podía ver oscuridad y flamas anaranjadas a lo lejos. Entonces distinguió dos estrellas rojas e infernales contemplándola con desdén desde arriba y reconoció las armas más letales del Jabberwocky.
            No podía defenderse, solo escapar. Justo en el momento en que dos rayos de fuego se precipitaban contra ella, logró ponerse en pie y lanzarse para recuperar la Espada Vorpal. Sin embargo, cuando logró poner su mano sobre la empuñadura, un segundo golpe la lanzó lejos. Esta vez, también asía fuertemente el báculo que tanto le había costado conseguir, por lo que no pudo poner las manos para protegerse de la caída.
            Rodó por varios metros y por un segundo pensó que no iba a detenerse jamás. Tuvo suerte y logró incorporarse para esquivar nuevamente el rayo de fuego que el Jabberwocky había lanzado contra ella desde sus diabólicos ojos. Sabía que si lograba asestarle una sola vez con su mirada fulminante, no habría necesidad de una segunda.
            Pero  era suficiente de huir. Había llegado la hora de defenderse. Sujetó fuertemente la espada y se lanzó en contra de una de las patas metálicas del Jabberwocky. Intentó cortarla de cuajo para hacer que la bestia se tumbara y luego poder rematarla de una estocada al corazón. Había visto todo en su mente.
            Pero el plan de Alice no funcionó en lo absoluto. Ni una sola parte. En cuanto golpeó la pata de la criatura, un desagradable tirón escaló desde sus muñecas hasta los hombros. El metal del que estaba hecha la pata era demasiado resistente incluso para la Espada Vorpal.
            Las carcajadas de la bestia retumbaron en el cuarto, por fin era un punto más fuerte que su antigua enemiga.
            -¡Mala idea!
            Se propuso lanzar lejos a la chica de un nuevo patadón, pero ella ya lo había previsto y se dejó caer para minimizar el golpe.
            Sin embargo, no pudo esquivar el coletazo.
            Alice dio un par de vueltas en el piso antes de recuperarse completamente. Se levantó rápido y se alejó de la peligrosa bestia. Había llegado a una conclusión luego de recibir varios golpes sin logar asestar ninguno: no podía ganarle, ni mucho menos quitarle uno de sus ojos. La hoja de la espada que tan efectiva había sido en el pasado, ahora no prestaba ninguna utilidad y por primera vez en todo su viaje, decidió que si no escapaba, tampoco viviría para otra batalla.
            Corrió con desesperación hacia la puerta, si no se abría la rompería de un espadazo. Pero cuando estaba a punto de llegar…
            -¿Te vas tan pronto, Alice? ¡Eso es tan descortés!
            El Jabberwocky dio un fuerte golpe con su cola y el piso que estaba bajo los pies de la chica, se precipitó contra un terrible vació negro.
            -¡No!
            En el último segundo, cuando sintió que sus zapatos flotaban sobre la nada, Alice clavó la espada contra el marco de la puerta y quedó colgando apenas sujeta por la empuñadura.
            Miró hacia arriba. El fuego parecía saludarla desde lo alto. Podía sentir como el calor enrojecía sus mejillas. Soltarse era demasiado fácil, solo tenía que aceptar su derrota y ya: se precipitaría para siempre en un infierno infinito. El Jabberwocky era demasiado fuerte, la culpa era invencible y la idea de enmendar sus faltas con la muerte le pareció casi atractiva.
            Pero no iba a morir. Aunque el Jabberwocky la quemara por completo con un disparo de sus ojos, le esperaba un destino peor que la muerte.
            Bajo sus pies había un mundo negro e infinito. Esa inmensa soledad le aterraba más que la más horrible de las muertes.
            Una bomba de adrenalina explotó dentro de sus venas y se movió con una velocidad de la que no se creía capaz. Apenas tardó medio segundo en girar la hoja de la espada para destrabar la puerta y saltar al exterior.
            Cayó sobre la roca tibia y firme, justo frente a un camino que iba cuesta abajo. Se echó a correr sin mirar hacia atrás, sabía que aún no estaría a salvo mientras la horrible bestia la persiguiera. Su corazón latió al unísono con la pisadas que daba el Jabberwocky a sus espaldas, incluso tuvo la tentación de dejar en el camino la espada que la había salvado y el báculo que representaba la única esperanza de todo ese mundo solo para ir un poco más rápido y retrasar dos segundos el golpe final.
            Pero era inevitable. Sus pequeñas piernas de carne y hueso no podían competir con las de la bestia quien además contaba con dos enormes alas que podían atravesar las montañas de cabo a rabo. Era como un juego del gato y el ratón que se tensionaba hasta el punto crítico.
            Mientras corría se preguntó por qué no le disparaba por la espalada y acababa con todo de una vez. O bien podía ser que estuviera disfrutando de la persecución, lo que no le parecía para nada extraño. Seres como él y el Sombrerero gozan de sobremanera con el terror ajeno.
            Una sombra gigantesca nubló su camino, el Jabberwocky al fin había levantado vuelo y se precipitaría sobre ella para ponerle fin a esa patética charada. Sin embargo, una segunda sombra más pequeña apareció por el mismo camino. Pudo reconocer las majestuosas alas de águila antes de que la sombra creciera y se mezclara con la de su perseguidor.
            Solo entonces se atrevió a mirar hacia atrás.
            -¡Grifo!
            La bestia mitad águila-mitad león se lanzó sobre el Jabberwocky y lo aprisionó entre sus garras. Entonces comenzó una batalla campal entre las dos terribles criaturas. Levantaron el vuelo hasta un punto álgido de altura, casi se convirtieron en dos estrellas oscuras en el cielo encendido. Alice observaba impotente desde el suelo la encarnizada lucha, rogando para sus adentros que el Grifo no cayera derrotado.
            Las bestias permanecieron en lo alto fuertemente sujetas, clavándose las garras mutuamente. Descendieron en picada unos cuantos metros y finalmente se soltaron. La chica entrecerró los ojos para que la luz no le molestara, se sentía en verdad inútil por no poder hacer nada por ayudar al Grifo. Maldijo su naturaleza humana con toda la fuerza de su alma.
            El Grifo se movía con la rapidez de un corpúsculo, parecía una centella filosa que cortaba el cielo con su luz de oro. Pero su rival no se quedaba atrás, era mucho menos majestuoso e incluso resultaba grotesco ver volar al Jabberwocky con sus mustias alas de murciélago, pero era tan ágil como para poder defenderse la retaguardia.  
            El Grifo intentó estrellar a su enemigo contra unos picos filosos, pero éste logró liberarse en el último segundo y contraatacó usando su larga y metálica cola.
            Se escuchó como si dos gigantescas rocas chocaran en lo alto. Ambas bestias fueron envueltas en una luz roja, como si estuviesen en el centro de una explosión. Algo estaba ocurriendo, la batalla sobrenatural que veía en las alturas llegó hasta un punto crítico cuando los combatientes agotaban el total de sus fuerzas.
            La luz roja se intensificó y un grito de agonía taladró los oídos y el pecho de Alice. Supo que todo estaba perdido cuando vio tres goterones de sangre caer a sus pies, manchando de rojo la tibia roca. El majestoso Grifo caía lentamente con sus alas doradas extendidas, herido de muerte por su enemigo.
            -¡No!
            El Jabberwocky descendió también. Estaba débil, agotado y tenía la garganta destrozada por un zarpazo. Aun así estaba decidido aferrarse a la vida mientras aún le quedara una misión por cumplir: Miró a Alice con sus ojos flameantes de rabia y la firme intención de disparar por una última vez. No pudo. Lo envolvió una bola de fuego y fue paralizado al acto por una agonía mortal.
            El guardián más poderoso de la Reina de Corazones caía cuan largo era, derrotado e inerte a los pies de la chica. Pero a ella ya no le importaba. Corrió desesperada a socorrer al segundo caído, la criatura más fuerte y hermosa que había visto en todo el País de las Maravillas.
            -No puedes morir.- Suplicó Alice a su amigo, pero la herida que le atravesaba el pecho era suficiente para ahogar cualquier esperanza.
            -No he muerto en vano.- Dijo el Grifo con un hilo de voz.- Derroté al Jabberwocky, no importa lo que tuve que sacrificar.
            -Yo jamás lo habría logrado. Supongo que sobreestimé mis habilidades ¿Cómo podré luchar con la reina si no puedo entrar a sus dominios sin ayuda?
            -No digas tonterías.- Su voz se ahogó en un quejido que no pudo controlar.
            -Todavía te necesito.
            -Lo que necesitas es completar el báculo. Esa es el arma más poderosa del universo, si la tienes podrás hacer lo que sea. Yo ya cumplí con mi misión.
            -No.
            -La batalla definitiva se avecina. Si no eres fuerte contra la reina, todo estará perdido.
            Alice estaba cansada, la idea de seguir peleando la deprimía
            -¿Es necesario que enfrente a la reina? ¿No puedo hacer que se rinda?- Preguntó a media voz.
            -La verdad y la lógica rara vez se interponen a la maldad. Ella no escuchará ninguna razón que puedas darle.
            -Pero no estoy segura de conocer el camino ¿Qué ocurrirá cuando traspase los muros? ¡Me estarán esperando!
            -No estás solas, tenemos aliados. Tal vez sean débiles, pero quieren ser libres, llevan demasiado tiempo viviendo en su propio infierno. Si rompen los muros, podrán rodear el castillo. Pero…
            -El encuentro final con la reina solo me corresponder a mí ¿Verdad?
            Había un tono de pesar en la voz de ambos, no solo porque quedaba una gran carga por delante si no porque esa era la despedida. La vida del Grifo se escapaba junto con la sangre de su pecho.
            -Solo da todo lo que puedas, siempre todo lo que puedas. No es suficiente con menos.- La bestia tosió las palabras, como su pronunciarlas fuera un  esfuerzo extremadamente doloroso.
            -Espera…
            Era inútil. El majestuoso ser yacía totalmente indefenso, esperando su muerte.
            -Estoy aquí.
            Sujetó la enorme cabeza de la bestia y no soltó hasta que la sangre finalmente paró de manar de su pecho. Entonces supo que debía dejarlo ir.
            Pudo ver el momento exacto en que el color de sus ojos se apagaba para siempre.
            No hizo ni dijo mucho. Solo se arrodilló junto a la criatura muerta y derramó unas silenciosas lágrimas. Estaba completamente sola y demasiado cansada para continuar el arduo camino que había sido trazado para ella.
            Pero sabía exactamente lo que ocurría cuando se retrasaba demasiado en un mismo punto.
            -¡Alice!- Llamó el Gato Cheshire. Miraba fijamente la cara del fallecido Jabberwocky.- Quita el ojo de la bestia antes de que se convierta en meta substancia. No tenemos mucho tiempo.
            La chica lanzó un sonoro gruñido, pero aun así se acercó con la Espada Vorpal empuñada.
            -¿Por qué no lo haces tú, gato roñoso?
            -No digas tonterías y termina lo que empezaste.
            -Esto es asqueroso.
            No disimuló la mueca de desagrado mientras clavaba la hoja de su espada en la cuenca del ojo izquierdo del Jabberwocky. Un chorro de líquido verde salpicó su zapato provocándole nauseas. Para acabar rápido con tan grotesca tarea, enterró aún más la hoja y aplicó palanca, aunque eso significó que la sangre verdosa saliera expulsada del ojo con aun más fuerza.
            Finalmente el ojo mutilado rodó a sus pies. Alice intensificó su mueca y lo tomó con ambas manos. Tenía el porte de una pelota de fútbol.
            -Únelo con el báculo…
            Hacerlo no fue difícil, ambas piezas encajaban perfectamente, como si hubiesen sido hechas para estar unidas. Incluso le dio la impresión de que el báculo le venía mejor al ojo que la cuenca vacía y ensangrentada del Jabberwocky.
            -Misión cumplida. Ahora solo debes romper los muros.
            -¿Dónde están?
            -Debes seguir por este camino, las dos paredes de rocas comenzarán a angostarse y verás el muro al final. Yo creo que lo reconocerás inmediatamente, aunque hay algo que deberías saber…
            -¿Está lleno de guardias- cartas?
            -Exacto.
            -Me lo supuse.- Acarició su báculo mientras lo miraba con curiosidad.- Espero que esta cosa sirva para acabar con todo lo más rápido posible.
            El gato apartó lentamente la mirada de la chica y la hundió en un ancho y gris camino. No solo quería ver lo que podía hacer el Ojo del Jabberwocky en las manos indicadas, sino que también se moría por contemplar los muros más inexpugnables del País de las Maravillas caer en pedazos.
            -Ya nos debemos ir.
            Sin mucho ánimo, pero resignada a continuar hasta el final, Alice fue por la ruta que le indicó el gato. Todo se veía bastante calmado, como si la muerte del Jabberwocky le hubiese devuelto a ese mundo un equilibrio invisible. Ambos sabían que no duraría mucho, solo estaban viviendo la calma efímera que antecede a una tormenta. Una tormenta apocalíptica.
             El camino se angostaba lentamente, supo que había llegado al final cuando vio que las dos paredes de roca se cerraban en un callejón sin salida. Se detuvo en seco. Los muros de los que tanto hablaban todos eran más siniestros de lo que había imaginado: eran de un rojo intenso como la sangre y estaba segura de que se retorcían, como si fueran vísceras. Parecían un monumento a la crueldad de la reina, pero detrás de ellos debía de encontrarse algo desconocido y mucho más horrible.
            Debía usar el báculo para averiguarlo.
            Sus manos se detuvieron justo en el momento en que se aprestaba a averiguar el funcionamiento del arma. No estaba sola, media docena de guardianes cartas custodiaban los muros desde distintas posiciones. Había tres diamantes y tres tréboles, todos mirando inquisitivamente a la intrusa y a su gato.
            -¿Qué debo hacer ahora?- Preguntó Alice intentando ponerse a salvo tras una roca.
            -Que pregunta… usa el báculo.
            Dos de los tréboles se acercaban a gran velocidad, blandiendo por los aires una inmensa oz manchada de sangre. Eran auténticos monstruos, con caras de hueso y cuencas vacías en lugar de ojos. Durante medio segundo la intimidaron, aunque esa molesta sensación se le pasó en cuanto levantó el ojo del Jabberwocky a la altura del hombro y apuntó a sus atacantes.
            Solo eso fue suficiente. Un láser de alcance infinito salió disparado desde el báculo y dio de lleno en la cabeza de los guardias. Ambos explotaron como si hubiesen sido dinamitados desde dentro, esparciendo sus carnes putrefactas por todo el lugar…
            -¡Esto es genial!- Exclamó la chica al comprobar el enorme poder del que ahora era dueña.
            -Si tú lo dices…- Espetó el gato, visiblemente asqueado por la escena.
            -Supongo que todo estará bien si no nos atacan a distancia.
            Justo en ese momento una carta en llamas pasó entre ambos a velocidad de bala y chocó una la roca provocando una pequeña explosión.
            -¿Eso es lo mejor que pueden hacer?
            Alice nunca había tenido muy buena puntería, pero al usar el ojo no era necesario apuntar con tanta precisión. El rayo rojo tenía salía proyectado con una fuerza que no acababa nunca, aunque no le diera en primera instancia al objetivo, solo tenía que moverlo hasta dar con él. Destruyó al último guardia al momento que el Gato Cheshire le gritaba algo con desesperación:
            -¡Detente! ¡Detente antes de que…!
            Demasiado tarde. Alice fue empujada hacia atrás violentamente y calló de espaldas sobre la piedra. El eco que produjo esa pequeña explosión, retumbó en el amplio espacio que dejaban los cantos. Sintió como si una pared de ladrillos la hubiese chocado de frente.
            -Parece que me precipité.- Dijo tranquilamente, aunque no podía disimular que la caída había sido dolorosa.
            -No eres la dueña de su poder. Usa el báculo con cuidado.- Aconsejó al gato.
            Sin darle mayor importancia al asunto, la chica se acercó hacia la entrada que debía destruir. Al tacto con la palma de su mano se s sintió duro como la roca, sin embargo, algo se retorcía en su interior como si fueran vísceras. A simple vista, quitaba las ganas de cualquier visitante de ver lo que había del otro lado.
            Tomó posición firme a unos metros de la pared y apuntó el báculo como si fuera una escopeta. Entonces, un fulminante rayo rojo salió disparado y chocó contra la pared haciendo que volara en mil pedazos. El atronador sonido atravesó los límites de las montañas y encendió una lejana alerta en los confines más corruptos del País de las Maravillas.
            Alice estaba delante de aquel eminente símbolo de poder hecho pedazos, con los puños apretados y el corazón latiendo fuerte dentro de su pecho. No se detuvo a observar lo que acababa de hacer, avanzó a paso lento pero firme hacia los dominios de la Reina de Corazones. Había escuchado demasiado sobre los horrores que se tejían en esa oscura región, pero el futuro ya no podía herirla.





            Lo primero que vio fue un hermoso pasillo con paredes de piedra cubiertas de musgo que se bifurcaba tantas veces que lograba confundir a la razón humana. El gusto de la reina no había decaído en lo más mínimo, aun se preocupaba por como lucía cada centímetro de su querido jardín, aunque se extendiera por varios kilómetros de intrincados laberintos.
            Caminó lentamente por el pasillo. Estaba completamente sola y tanta tranquilidad le inquietaba. Era imposible no sentir que la estaban observando. Posiblemente la reina, sentada en su pomposo trono, la miraba con sus oscuros y terribles ojillos, esperando cualquier movimiento en falso para lanzarle sus mejores cartas.
            Pero estaba lejos de sentir miedo. Mucho menos en ese lugar.
            El laberinto era familiar y tal vez hasta cercano. Pero esa sensación iba más allá de los recuerdos de su niñez, aunque casi podía verse a sí misma ayudando a pintar de rojo las rosas blancas para evitar la ira de la reina. No, esto se trataba del presente, de emociones que siempre habían estado ahí, solo que jamás les había prestado atención.
            Intentó no perder tiempo y caminar en línea recta, pero era imposible no perderse. El paisaje comenzaba a cansarle, tal y como había ocurrido cuando vagó sin rumbo por esa infinidad de espejos. Al menos esta vez podía ver la luz del sol colarse por los pasillos del laberinto y eso era un punto a favor. Finalmente, encontró algo más que paredes verdes, se trataba de un túnel de ladrillos por el que crecían enredaderas lozanas gracias a la humedad. Se hundía en la tierra y un poco más allá, se dividía en dos, lo que le dio la impresión de que el laberinto continuaba.
            Estaba demasiado cerca para percatarse a primera vista, pero cuando miró hacia arriba descubrió que el túnel tenía forma de corazón y no solo eso, en la parte de arriba había incrustada una luz anaranjada con la forma de un trébol de tres hojas.
            Esa era la verdadera entrada.
            Entusiasmado con el descubrimiento de la chica, el Gato Cheshire se dejó ver a los pies de Alice moviendo la cola con entusiasmo.
            -¿Tú que dices?- Preguntó ella cruzándose de brazos.
            -Que esto recién comienza a ponerse emocionante.- Dijo el gato con tono despreocupado.- Si no nos apresuramos, nos perderemos de toda la diversión.
            Cuando Alice penetró en el umbral del túnel, un ligero viento causado por el cambio de presión en el aire, le meció suavemente su melena castaña. Había mucho menos luz que en el exterior y un extraño aroma a madera húmeda envolvía el ambiente.
            Tomó el camino de la izquierda y dobló un par de veces siguiendo su forma hasta encontrar la salida, punto exacto en cual se encontraba con el de la derecha. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la figura que formaban ambos caminos al juntarse era la misma que estaba en la entrada brillando con su tono anaranjado.
            -¿Cómo pude olvidar la mística de este sitio?- Musitó Alice sin mirar al gato sarnoso que la seguía de cerca.
            -Camina hacia la luz, Alice.- Dijo el felino en tono bromista.
            No había ninguna luz hacia la cual caminar. La salida era una boca negra  cuajada de estrellas por la que entraba más frio que claridad.
            Continuó sin ánimos, aunque con mucha cautela. Sabía perfectamente que el día era efímero, pero aun así estaba decepcionada… y un poco sorprendida de sí misma: había pasado más años de los que se puede contar con los dedos de una mano escondiéndose de los rayos del sol y no lograba explicarse por qué ahora los necesitaba tanto.
            No solo el calor y la luz de un día soleado se habían esfumado, sino que también esa calma que tanto le inquietaba. Justo al final del túnel, en donde comenzaba otra maraña de corredores herbosos, la aguardaban al menos una docena de guardias distribuidos en distintos puntos de ataque y con las armas aprestas para ajusticiar a la intrusa.
            -Joder.- Maldijo la chica, aunque su voz estaba lejos de sonar realmente molesta: ahora contaba con un arma tan poderosa que era capaz de reventar a todos esos zombis con forma de cartas solo con un rayo.
            -¿Qué piensas hacer?- Preguntó el gato con curiosidad.
            -Que pregunta… ¿Qué más?- Contestó Alice levantando el báculo por sobre su hombro como si fuera una escopeta.- ¿Quieres ayudar? Entonces toma la Espada Vorpal que traigo empuñada en el delantal… aunque supongo que para eso necesitarías pulgares opuestos.
            -Muy graciosa… no creo que con un solo rayo puedas matarlos a todos, habría una explosión antes de que…
            Una carta en llamas lo dejó con la frase a medias, salió disparada en dirección a su pecho y fue a incrustarse en las paredes del túnel. Afortunadamente el felino había tenido la pericia de desvanecer su cuerpo antes de que fuera perforado y ahora solo su cabeza flotante continuaba hablando:
            -Apunta hacia el cielo… tal vez pueda ocurrir algo interesante…
            Alice no hizo ninguna pregunta y obedeció al gato. Nada más dejándose llevar por la curiosidad, apunto el ojo hacia el cielo y lanzó un rayo fulminante que enrojeció por un segundo el azul del firmamento.
            El sonido de la explosión fue seco y corto, pero esta vez la fuerza no fue suficiente para tumbarla de espaldas. Ambos quedaron mirando el cielo por unos segundos, casi maravillados con las estrellitas rojas que se precipitaban a tierra cual meteoritos.
            -¿Y ahora qué?- Preguntó la chica si enderezar aún el cuello.
            -Te sugiero que corras.
            Luego de dar su consejo, el cobarde gato desapareció de escena y se colocó a salvo en su escondite invisible. Alice, quien siempre había sido de rápidas reacciones, no perdió ni medio segundo y salió disparada por uno de los pasillos. En ningún momento miró hacia atrás, ni siquiera en cuando se escabulló entre dos guardias y pudo ver por el rabillo del ojo cómo uno levantaba su oz amenazadoramente. Continuó corriendo como si  no quedase otra cosa que hacer en el mundo.
            Finalmente, cuando un estruendo ensordecedor hizo estremecer los jardines, su curiosidad la obligó a detenerse y mirar hacia atrás. No dejó de sorprenderse cuando comprobó que el ominoso laberinto estaba intacto, las paredes no habían llegado siquiera a chamuscarse a pesar de la explosión y solo había tras de sí una renovada tranquilidad. No cabía la menor duda de que el Ojo del Jabberwocky hacía un trabajo limpio para exterminar a sus enemigos.
            Esta escena la hizo sentir extrañamente poderosa, como si llevara entre sus manos la clave para hacer desaparecer a la Reina de Corazones de la faz de esa tierra. Por supuesto que sabía que esa repentina seguridad sería más efímera que la luz del sol. La figura de esa mujer terrible estaba presente en su imaginación y en menor medida en sus recuerdos, dando órdenes a gritos para que alguien perdiera la cabeza. Y no es que la guillotina significara mucho para Alice, pero la charla que había tenido con la Oruga le hizo entender un par de cosas sobre sus temores acerca del futuro, temores que se hallaban extrañamente personificados en la figura de la reina.
            Las vueltas del laberinto la guiaron hasta un pequeño claro rodeado por inmensos muros de enredaderas. Lo primero que pensó al llegar ahí fue que era un excelente patio de ejecuciones, se preguntó si algún cuello habría sido cercenado en ese lugar a causa de los caprichos de su majestad. Lo segundo en lo que pensó en cuanto notó dos escaleras de mármol en forma de corazón que llevaban a un nuevo túnel. Este, sin embargo, no se hundía en la tierra, si no que seguía subiendo como una extensión de dichas escaleras. Alice avanzó hacia ese lugar sin prisa y guiada casi por la inercia. No había visto otra hace un buen rato y comenzaba a bajar nuevamente la guardia.
            Se detuvo en la entrada y observó la figura tallada en los muros, era un diamante color rosa pálido que brillaba con una luz propia, aunque tenue. Esta vez al entrar no sintió ni frío ni humedad, aunque el aroma a madera verde era tan intenso como la última vez.
            Al salir encontró con una noche tibia y una belleza especial plasmada en los jardines. Ahora el laberinto se veía algo diferente, los caminos subían y bajaban dándole una nueva variedad al recorrido.
            Tardó un tiempo en encontrar a los guardias, pero esta vez los agarró desprevenidos. Halló a dos en la intersección de cuatro caminos, marcando el paso en torno a una pequeña fuente de agua verde. Los guardias no tardaron en descubrir a la recién llegada y tomaron una actitud hostil, pero el Ojo del Jabberwocky era más que suficiente para frenar en el acto cualquier ataque. Aun no sabía bien cómo usarlo, pero los guardias de la reina eran una excelente excusa para practicar. Estaba casi segura de que al acabar el laberinto sería toda una experta.
            No  sabía bien por donde continuar, el sector estaba despejado, pero ofrecía otros tres caminos y ninguno se veía seguro. Decidió tomarse un tiempo antes de escoger y se sentó en una orilla de mármol de la fuente. El agua estaba lo suficiente menteturbia para ver su reflejo, de hecho, el fondo quedaba oculto bajo una acuosa masa verde.
            Justo en el momento en que bajaba la guardia, una criatura espantosa salió de entre los arbustos. Se trataba de un ser verde, con el cuerpo de un animal cuadrúpedo, pero con la cabeza de una planta carnívora. Jamás había visto algo así, seguramente la reina se había reservado el privilegio de contar con un guardia tan horrendo solo para defender sus jardines.
            Alice dio unos pasos hacia atrás y se aprestó para dar el primer golpe, sin embargo, justo en el momento en que levantaba el báculo para acabar con el monstruo, recibió un coletazo a la altura del tórax que acabó tumbándola contra la orilla de la fuente. Semiinconsciente, levantó una mirada taciturna hacia su rival. Apenas podía ver a la criatura detrás de la cortina nubosa que se dibujó en sus ojos, pero pudo distinguir bien sus fauces viscosas abrirse y cerrarse con furia. Estaba totalmente ciega y aun así sabía dónde estaba su presa.
            Su presa.
            Se incorporó justo en el momento en que su segundo coletazo iba a destrozarle los huesos: la criatura lanzó su golpe  con tanta fuerza que trizó el mármol de la fuente. Alice no perdió ni medio segundo, levantó la Espada Vorpal sobre su cabeza y cercenó la cola de la bestia antes de que lograra levantarla.
            Una especie de jugo verdoso salió a chorros por la extremidad mutilada, salpicando varios metros a la redonda. La bestia lanzó un chillido atronador que perforó los oídos de la chica que no tuvo más opción que callarla de golpe. Una vez más levantó la espada, pero esta vez su objetivo fue esa fea cabezota verde.
            -Demonios…
            La criatura agonizante a sus pies no logró inmutarla, tampoco la certeza de que el jardín estaba repleto de engendros como ese. Miró el interior de la fuente trizada, el báculo por ninguna parte.
            -Demonios.- Maldijo por segunda vez. No había otro remedio, tendría que sumergirse para recuperar lo que había perdido.
            El agua era helada y oscura como la noche que la cobijaba, y a medida que descendía en ese pozo sin fondo, la presión extra le presionaba los oídos. Cuando por fin dio con el báculo, calculaba haber descendido unos diez metros. El suelo metálico había detenido la suave caída del objeto.
            Intentó salir a la superficie nadando de regreso, pero no halló la fuente por donde había entrado en primera instancia. Entonces supo que se encontraba dentro de un sistema de acueductos mal mantenidos, pero al menos tenía la sospecha de que había más de una salida. Tenía los segundos en contra, así que nadó rápidamente por los acueductos buscando otro camino a la superficie. Para su fortuna, no tardó más de un minuto en hallar una diminuta ventana de luz a través de la cual se veían las estrellas, un tanto borrosas a causa de las capas de agua sucia que le entorpecían vista. Sin embargo, una vez que sacó la cabeza del agua, se topó con una rejilla de metal que le impedía sacar el resto de su cuerpo a la superficie.
            Respiró lentamente para no hacer ruido: un par de guardias mantenía posición a cada lado de la rejilla, ambos armados con una hoz ensangrentada. Meditó unos segundos la situación y concluyó que no podía enfrentarse a ellos desde donde estaba sin exponerse a un golpe mortal en la cabeza. Una vez que su corazón recuperó su ritmo natural, volvió a sumergirse en el agua turbia.
            Nado casi a oscuras y esta vez el peso de sus armas comenzaba a molestarle. De pronto volver al acueducto comenzaba a verse como una idea realmente estúpida. Ni siquiera cambió de opinión cuando salió del agua pues fue a dar al fondo a un pozo mohoso y maloliente. El cielo se veía a la lejanía sobre su cabeza, como un círculo diminuto y negro.
            Pero ni aun en ese agujero olvidado se hallaba sola. El Gato Cheshire la miraba con sus ojos amarillos y luminosos, meneando suavemente la cola. Una sonrisa llena de dientecillos afilados le cruzaba de oreja a oreja.
            -Tortuga ha demostrado que los reptiles tienen ventajas.- Masculló con voz sorna.
            Alice no le prestó atención al gato, tenía los ojos clavados en el lejano círculo pintado de estrellas que representaba la superficie. Ascendió lentamente por una escalera oxidada hasta que la suave briza del exterior le dio en las mejillas. Lo único que agradecía en ese momento era que al parecer, no iba a tener que sumergirse nuevamente.
            Se hallaba en un ancho pasillo de piedra rodeado de arbustos y flores. El camino acababa abruptamente solo unos cuantos metros de donde había emergido, cuando miró hacia abajo con una cautela innecesaria: no había nadie de quien cuidarse.
            El camino parecía adquirir una renovada monotonía y por un momento la chica sintió la frustración de suponerse enredada en un eterno laberinto. Sin embargo, al poco andar, encontró una estrecha escalinata que se sumergía en la humedad y la penumbra. La escalinata se dirigía hacia una diminuta ventana de luz con la forma inconfundible de la hoja de pica. Alice se detuvo justo delante de ese nuevo portal y suspiró largamente, la siguiente etapa sería la última.
            -Aquí vamos.- Dijo para quien quisiera escucharla.
            La ventanita en forma de pica no le llegaba hasta más allá de la cintura, por lo que tuvo que encorvarse para pasar hacia el otro lado. Allí le aguardaba una noche tibia y cuajada de estrellas brillantes y lejanas. Comprobó que había ido a parar sobre un extraño dispositivo mecánico que giraba pausadamente al ritmo de las agujas de un reloj. Sintió que estaba en el fondo de un agujero puesto que una infranqueable pared negra la rodeaba por todas partes. Además estaba segura de que era observada por incontables ojos hostiles desde la oscuridad.
            Se acercó hacia la orilla buscando una manera de abandonar tan incómoda posición, pero unos vapores calientes que ascendían con fuerza bajo sus pies la detuvieron. Estaba rodada por un burbujeante y anaranjado magma.
            Una luz roja cortó el aire como un cometa encendido, rozando las mejillas de Alice y chamuscándole el cabello. El tirador, que estaba a unos cuarenta metros por encima de su cabeza, la miraba con recelo y dispuesto a no fallar el segundo golpe. Recorrió rápidamente con la vista lo que tenía alrededor y calculó sus escasas opciones. Encontró una pequeña puerta rodeada por arbustos resecos, pero para alcanzarla debía franquear el lago de magma en una sola pieza.
            La idea no podía entusiasmarla menos, pero un segundo cometa luminoso que emergió de la oscuridad con violencia asesina, acabó por decidirla a saltar. Retrocedió un par de pasos y se lanzó con una fuerza de la que no se creía capaz. Sintió como una columna de aire caliente le levantó las enaguas con rabia y justo cuando creyó encontrarse de cara con una muerte horripilante, chocó las rodillas contra un piso de fierro y calló de bruces.
            Estaba viva y lejos del alcance de los disparos de un tirador muy torpe. Sin embargo, el calor la estaba asfixiando y la hoja de la Espada Vorpal tenía un brillo anaranjado que reflejaba el inmenso infierno en el cual estaba flotando tan precariamente. Tastabilló como pudo hacia la puerta, con las rodillas palpitando de dolor y alzó la mano para alcanzar el picaporte. Tuvo que abrir rápido porque el metal le quemó los dedos.
            Esa puerta no se había abierto en mucho tiempo, el chirrido de las bisagras oxidadas lo delataba. Seguramente la reina se había olvidado de esa parte de su jardín ya que ahí no había más que arbustos marchitos colocados en maceteros hechos pedazos.
            La oscuridad del otro lado logró estremecerla. Era como encontrarse frente un vacío infinito y negro. El mismo vacío que la había hecho vivir su pesadilla personal por incontables años. Algo en esa oscuridad le era familiar y eso la espantaba. Dudó incluso si seguir avanzando, hasta que la voz del odioso gato que la seguía en silencio y con la insistencia de una sombra la devolvió a la realidad.
            -La locura tiene muchas caras.- Dijo con voz grave.- Pero darle la espalda a aquello que nos resulta siniestro puede ser la peor decisión de todas. Ya casi no queda tiempo y la muerte es una invitada indeseada, pero inevitable.
            Ella no supo responder, se limitó a mirar al animal con los ojos desorbitados de rabia y luego caminó sin prisa hacia un túnel negro y caluroso como la boca de un lobo.
            Caminó por varios minutos, que le parecieron interminables horas. Cuando por fin ascendió por una trampilla hacia la superficie un cielo rojo como la sangre le hizo sentir que todo lo que había vivido solo era la antesala del infierno.
            Estaba frente al castillo de la Reina de Corazones.





            Dos enormes columnas de roca le franqueaban el paso y todo lo que podía ver era la monumental morada de la reina  protegida por sus guardias cadavéricos y hostiles. El castillo era una isla de piedra en medio de un mar rojo y caliente, la monstruosa cabeza que gobernaba el mundo destruido que había ido a salvar. Dentro estaba la única meta de ese largo viaje, la mujer que podía devolverle la cordura o hacer que se perdiera para siempre en su reinado de pesadilla.
            Levantó el báculo del ojo del Jabberwocky, mientras esperaba pacientemente a que los guardias empuñaran sus armas y se aprestaran a destruir a la invasora. Entonces comenzó la masacre. Un rayo de muerte salió disparado del báculo impulsado mágicamente por toda la frustración de su dueña, la que no dejó de apuntar hasta que una explosión en sus propias manos la hizo caer de espaldas sobre el suelo tibio.
            Se levantó aturdida, pero insatisfecha. A lo lejos unos tiradores descargaban sus cartas de fuego desde la cima de una mazmorra. Nuevamente su propio deseo de violencia hizo que se estremeciera, pero aun así levantó el báculo y disparó en contra de las piedras duras y firmes del castillo. Ni siquiera logró chamuscar las inmensas mazmorras, pero al menos lo francotiradores no la molestaron más.
            Caminó con ansiedad rodeando el castillo para encontrar una entrada, sin embargo la fortaleza era casi impenetrable. Solo había una forma de entrar, se trataba de una inmensa puerta en forma de corazón abierta de par en par y custodiada por escasos dos guardias, prueba irrefutable que la reina la estaba esperando. Alice no tuvo problemas para despachar a los guardias, el par se defendió tímidamente mientras la chica los arrojaba a espadazos al lago de sangre. Acto seguido corrió por un estrecho puente y entró en el castillo, intentando dejar los dolorosos recuerdos de su viaje detrás de la puerta.


            Dentro todo estaba en penumbras. Avanzó por un amplio corredor con el báculo del ojo del Jabberwocky a la altura del hombro, dispuesta a volar en pedazos cualquier cosa que osara moverse.
            Sus pies caminaban sobre una mullida alfombra roja y en las paredes colgaban retazos de terciopelo del mismo color. La humedad y la mugre que tenían impregnados le hicieron suponer que nadie se ocupaba de la limpieza como en antaño. Seguramente el castillo pronto caería en el mismo deterioro que el resto de ese desgraciado mundo mientras su reina observaba impávida desde su pedestal de oro.
            Subió por las primeras escaleras que encontró. Ascendía dando vueltas alrededor de una pared adornada con cuadros de paisajes que ya no existían y los horrendos recuerdos que tomaban forma en manchones de sangre. Se preguntó cuánto de los sueños de su niñez quedaban hoy dentro de esos helados muros.
            En el último escalón encontró a un nuevo guardia taciturno que arrastraba una oz por el suelo. La sorpresa hizo que Alice retrocediera un par de escalones, ver de cerca a ese engendro de cara cadavérica y amarillenta, con la cuenca de los ojos vacías y el cuerpo salpicado de sangre seca hizo que se impactara. Por fortuna para ella, la sorpresa no le duró demasiado, desenvainó en el acto su espada y cortó en dos el cadáver ambulante del guardia. Sus pies y cabeza rodaron independientes por las escaleras al igual que la hoz que rebotó haciendo sonidos metálicos.
            Detrás del enemigo caído había una puerta.
            Encontró un cuarto amplio y vacío, adornado por una inmensa alfombra roja y cortinas de satén del mismo color que colgaban de las paredes. Cientos de lamparillas en forma de corazón despedían una luz tenue, pero empalagosa, que al rebotar mil veces con contra la única tonalidad del cuarto resultaba enfermante. Lo peor fue que casi todos los cuartos del castillo estaban decorados de la misma manera, aunque de vez en cuanto se topó con tapiz lleno de polvo o con un ventanal que dejaba pasar la luz y el calor infernal del exterior.
            Los guardias también siguieron apareciendo, aunque no eran muchos y tampoco significaban una real amenaza. Llegó a pensar que la Reina de Corazones se había jugado sus mejores cartas con el Sombrerero y el Jabberwocky y que probablemente ahora solo le restaba esperar sentada en su trono.
            Continuó abriendo puertas, subiendo y bajando escaleras y atravesando túneles en forma de pica, trébol y diamante hasta el cansancio. La fortaleza de la reina era tan amplia como vacía, irrefutable evidencia de la larga decadencia en la que había caído. Las rosas rojas y blancas que formaban senderos olorosos a los largo de las alfombras, la corte chillona y estrafalaria que halagaba a la reina incluso cuando respiraba… el Conejo Blanco corriendo desesperadamente para no perderse el partido de Cricket en el patio principal.
            Todo era un recuerdo lejano y dudoso…
            Entró en una nueva habitación un tanto más grande que las otras. También tenía una alfombra roja cubriendo el piso y un centenar de lamparillas en las paredes. Sin embargo, había algo distinto, en cada esquina una gárgola de piedra dejaba caer agua roja y espesa sobre una pileta que parecía no tener fondo. Este era un toque escalofriante, pero al menos le hizo sentir que no estaba atrapada en un circuito.
            El Gato Cheshire se dignó a aparecer sentado sobre la mullida alfombra, justo en medio de dos piletas de sangre.
            -La reina, daría mis caminos por encontrarla ¿Dónde estará esa vil criatura?- Suspiró con voz aterciopelada.
            -Está cerca.- Aseguró Alice apuntando al otro lado de la habitación. Justo al final de diez metros de camino alfombrado y una serie de arcos ojivales, había una enorme puerta de madera tallada y más arriba, una ventanita en forma de corazón que no dejaba entrar luz.- Todo tiene su firma.
            Atravesó el cuarto a paso lento seguida por el siempre sigiloso y callado gato. Cuando llegó al otro lado, empujó con la punta de los dedos la enorme puerta que se abrió de par en par y sin hacer ruido.
            En el cuarto contiguo no había ni gárgolas ni piletas de sangre, aun así era totalmente distinto a los otros.
            En la pared de la izquierda había tres cuadros dispuesto en línea recta a dos metros sobre el suelo. Cada uno tenía un símbolo: el diamante, el trébol y la hoja de pica. Miraban de frente otros tres retratos colocados en la pared opuesta con la precisión de un espejo. Alice conocía bien a cada uno de los retratados. El primero era el Rey Rojo, un rígido soberano color sangre. El segundo era el Sombrerero Loco, quien al menos en el recuadro tenía ambas manos intactas cruzadas sobre su pecho. Y el tercero era el abominable Jabberwocky, con sus ojos de muerte y su cuerpo mecanizado.
            Miró la pared por un largo momento, dejándose atrapar por cada uno de los personajes. Casi pudo revivir la demencia y la bestialidad de cada uno. Sentía que en cualquier momento saltarían de sus retratos para defender a su reina.
            -Ojalá pudiera algún día poner al Grifo entre ellos.- Suspiró la chica convencida de que su viejo amigo despojaría a la pared de su terrible significado.
            -Para entonces este viejo castillo tal vez ya haya caído en pedazos.- Contentó el Gato con cierto toque de nostalgia.
            Alice se sorprendió cuando vio al animal parlante sentado detrás de ella.
            -¿Sigues aquí?- Preguntó.- Por lo general no te quedas mucho tiempo. O al menos no donde pueda verte.
            -Es que queda tan poco…
            Avanzaron lentamente hacia la puerta al final del cuarto, como quien está a punto de resolver un misterio muy grande, pero muy terrible. Contuvieron la respiración, la ansiedad se volvió casi insoportable y ni siquiera tenían la certeza de que la reina estaba del otro lado de la puerta. Solo la sentían cerca.
            Cada vez más cerca.
            -Supongo que esto es todo.- Dijo Alice, observando la inmensa puerta sin mover un músculo. Nunca se había sentido tan pequeña.- Por fin verá a la Reina de Corazones.
            -¿Tienes miedo?- Preguntó el Gato Cheshire, aún visible con todas sus partes.
            -Miedo.- Repitió ella. El significado de esa palabra había cambiado radicalmente durante su viaje y no podía contestar esa pregunta.
            Tocó la puerta con la punta de sus dedos, acarició la fina madera y vio que era caoba pulida. Una de las pocas cosas en el castillo que insistían en conservar la magnificencia de antaño.
            Un grito sepulcral rompió el silencio y luego miles de pisadas irrumpieron en la habitación. Luego, sintió que su brazo entero se paralizaba y dio un respingo de sorpresa: jamás había visto tantos guardias aparecer en un solo lugar, filas y filas de cartas rojas y negras aparecieron tan rápido que en unos segundos se volvieron incontables.
            -El último bastión, la última esperanza.- Dijo Alice sin que su voz denotara la más mínima angustia o preocupación.
            El gato en cambio, se veía más nervioso que nunca. Tenía los ojos amarillos abiertos como platos y su boca repleta de dientecillos dibujaba una fea mueca. Una vez más, en muestra irrefutable de cobardía, se desvaneció como humo en el aire.
            -Maldito gato.- Gruñó Alice.- No me sirves para nada.
            La verdad es que unas horas antes, el animal aludido le había dado un consejo salvador y ella lo sabía perfectamente. Empuñó el báculo del Ojo del Labberwocky, pero en lugar de apuntar hacia los innumerables guardias armados y enloquecidos, dirigió la mira hacia el techo y disparó a ojos cerrados. Los segundos que duró ese ataque se le hicieron eternos, parecía que hubiesen pasado años antes de que el rayo de báculo hiciera explosión arrojándola contra la puerta. En ese intertanto tuvo que soportar como los guardias disparaban contra ella cartas encendidas y calientes que pasaban rozándole el vestido mientras rogaba con todas la fuerzas que las hoces que los demás empuñaban no llegara a tocarla.
            Se recuperó del golpe rápido y en una milésima de segundo pudo ponerse a salvo del otro lado de la puerta. Con el cuerpo apretado y el corazón latiéndole a mil por hora esperó a que el fuego apocalíptico del Jabbewocky callera sobre las cabezas muertas de los guardias en la habitación contigua.
            El atronador ruido duró un largo momento. Se escuchó como un bombardeo de misiles, y cuando acabó, todo volvió al más absoluto silencio.
            Abrió la puerta lentamente y observó por la ranura. El paisaje era desolador, decenas de resplandores evanescentes rodeaban unos cuantos guardias destrozados que aún no se convertía en meta substancia. Las armas estaban regadas por todas partes como si fuera basura  pues nadie las volvería a empuñar jamás.
            No quedó un solo sobreviviente. El Ojo del Jabberwocky era la fuerza más poderosa en el País de las Maravillas.
            Tal vez con la sola excepción de la Reina de Corazones.
            -Lo hiciste bien.- Dijo el Gato Cheshire apareciendo de la nada cuando consideró que la situación era segura para su pellejo.
            -Que desastre.- Dijo la chica a pesar de que la lluvia de fuego no había logrado hacerle ningún daño al cuarto, si no solo a los guardias.
            Cerró la puerta y dio la media vuelta. Se hallaban en un ancho corredor alfombrado y tapizado de rojo, como todos los que Alice había visto en el castillo. Esta vez la luz provenía de lamparillas en el techo, como mil ojos observando desde la altura. Había algo extraño en el ambiente, una electricidad muda que les ponía los pelos de punta. Se estaban adentrando en lo más profundo de un secreto olvidado por años y que por fin vería la luz. La verdad más terrible de todas estaba detrás de una última puerta.
            Al final de corredor, dos nuevas gárgolas de piedra flanqueaban la entrada vomitando agua espesa y roja. Pusieron atención a cualquier ruido que pudiera provenir del otro lado, pero no escucharon nada, salvo el fluir de ese asqueroso líquido sobre una pileta.
            -Hay que abrir la puerta.- Afirmó Alice, pero sin mover un músculo. Estaba plantada sin hacer nada a un metro de su destino.
            El Gato Cheshire, sin embargo, sentía la necesidad de sincerarse y explicar por qué no cruzaría con ella el umbral.
            -El valor y yo no siempre vamos juntos.- Confesó mientras se sentaba delante de la chica.- La cautela templa mi curiosidad, por eso he vivido tanto.
            -Sé que te las has arreglado muy bien siendo un cobarde.- Gruñó ella cruzándose de brazos.- Eso no es ninguna novedad.
            -Lo sé. Sin embargo, haciendo caso omiso a los instintos que me impulsan a mentir o huir, te diré la verdad con todas sus consecuencias. Tu coraje no merece menos.
            -Pues adelante. Aunque siempre eres tú quien no quiere pararse a hablar.
            -Has sufrido mucho y has causado sufrimientos, te ha herido un gran dolor y un gran sentimiento de culpa. Sin embargo, te va a poner a prueba una angustia mucho más cruel, Alice. Lo peor aún está por venir. La Reina de Corazones y tú son dos caras de la misma moneda, no pueden sobrevivir las dos…
            El gato interrumpió sus palabras con un maullido de dolor y luego enmudeció para siempre. La lengua le había quedado entre los dientes cuando su cabeza calló sobre la alfombra justo después de que un resplandor asesino cruzara el corredor.
            Una cuchilla invisible salió desde el otro lado de la puerta y salpicó a Alice de sangre. Sus ojos se llenaron de horror cuando vio a su último amigo, el único que había podido seguirla hasta el final de esa pesadilla caer con la cabeza totalmente desprendida de su cuerpo.
            Ahora era un despojo de huesos, pelos y sangre. La justicia de la reina había alcanzado otro cuello.
            Estaba sola.
            Se dejó caer de rodillas junto al engendro decapitado e intentó llorar para desahogarse y honrar su muerte, pero ninguna lágrima calló de sus ojos. El Gato Cheshire estaba muerto, pero como él mismo había dicho “no queda tiempo para la autocompasión”.
            Abrió la puerta de golpe para ver a la reina y por primera vez luego de tantos años, sintió que la muerte por fin la venía a buscar.





            La alfombra roja acababa a los pies del trono, cercada por seis columnas de mármol. Justo detrás un par de ventanas dejaban ver nubes hinchadas de sangre como parte del paisaje infernal del exterior.
            Alice sabía que la Reina de Corazones sería un ser irreconocible, que las imágenes que había visto de pequeña se habían corrompido hasta la deformidad. Sin embargo, nunca pensó encontrarse con una mujer tan monstruosa sobre ese trono, alguien que no era ni remotamente parecido a un ser humano. En lugar de brazos y pies tenía tentáculos rojos como la carne viva saliendo de su torso, los ojos ámbar le resplandecían tras una máscara de porcelana que ocultaba el resto de su rostro. Lo único que vinculaba a ese ser con la realeza eran sus atavíos. Llevaba puesto un vestido de terciopelo y conservaba el manto real, pero todos los accesorios se perdían en sus deformidades.
            Pero estaba ahí por ella.
            -¿Quién eres?- Preguntó ella con voz de mujer serena.
            La visita contestó con la misma tranquilidad:
            -Me llamo Alice Lidell, hija y hermana de personas muertas. Soy interna del Asilo Rutledge, a las afueras de Londres y he hecho un viaje muy largo buscándola a usted, su majestad.
            -Alice… ya veo ¿Cómo es que te han dejado entrar mis guardias?
            -He sido muy persuasiva.- Dijo la chica acariciando el báculo con actitud irónica.
            La reina no quitó sus diabólicos y luminosos ojos de encima de la intrusa. La evaluaba detenidamente, la observaba saboreando cada movimiento de esa frágil e insolente criatura. Había llegado a un veredicto irrevocable.
            -Que le corten la cabeza…
            Un tentáculo oscuro y baboso salió del suelo y empujó a la chica. No le dolió en lo absoluto, pero sabía que ese golpe solo era un preparativo para la ejecución. Logró ocultarse a gatas detrás de uno de los pilares mientras recuperaba el aliento y una vez que estuvo lista, se asomó levemente para su primer ataque.
            El rayo fulminante salió con la misma fuerza avasalladora de siempre y fue a dar contra la cabeza del monstruo, pero a pesar de la intensidad y de la duración del disparo, este no surtió efecto alguno sobre él.
            -Diablos.
            Si quería tener más éxito en el segundo intento, debía acercarse más. Corrió el riesgo y salió de su escondite, pero en cuanto intentó correr hacia la reina esta alzó los tentáculos e hizo que el piso bajo sus pies se deshiciera en pedazos. Alice tuvo que dejarse caer hacia atrás para no precipitarse en ese oscuro vacío y aunque pudo ponerse a salvo nuevamente tras una de las columnas que habían quedado en pie, ahora un precipicio de dos metros de ancho la separaba de su objetivo.
            Alice sintió que el mármol se estremecía contra su espalda y levantó la cabeza. Los carnosos tentáculos de la reina se habían ferrado a la columna y la apretaban con tanta fuerza que cavaría por despedazarla. No podía quedarse en ese escondite, y en el breve instante en que se dejó al descubierto para lanzarse hacia la siguiente columna, pudo ver la verdadera naturaleza del monstruo. Una lengua gigante la sujetaba de la nuca como si fuera una marioneta, o más bien como si formara parte de otro ser aún más abominable.
            Llegó a concluir que todo ese castillo estaba vivo, desde la pared que había tumbado al entrar hasta el trono de su majestad. La idea hizo que algo helado le trepara por la columna, estaba luchando contra algo terriblemente gigantesco.
            Se deslizó hacia otra columna sin detenerse a pensar mucho en el asunto. No quería dejarse ganar antes de lazar si quiera un buen golpe.
            -¡Demonios! ¡El Grifo me prometió ayuda! ¿Dónde están?
            La pregunta en sí misma era inconsistente. En el fondo sabía que estaba sola, las huestes de ese mundo no eran más que una quimera y no iba a ir ni un miserable pelotón en su ayuda. Además, los guardias que habían sobrevivido a su intromisión iban a ser suficiente para detener cualquier escaramuza.
            Estaba tan sola como siempre.
            La columna a la que se aferraba la reina no resistió mucho y calló despedazada a los pocos minutos. Las piedras de mármol quedaron regadas por la alfombra y los tentáculos fueron por la siguiente.
            Alice tragó saliva y respiró profundo. El corazón le latía a mil por minuto y una oleada de adrenalina le corría por las venas. Debía actuar rápido, se le estaban agotando los escondites y la reina no dudaría en despedazarla en cuanto la tuviera en su poder.
            Decidió que era momento de otro ataque, acomodó el báculo bajo su brazo y salió se detrás de la columna con la firme intención de apuntar hacia el músculo vivo que controlaba a la reina. Sin embargo, en cuanto se asomó, parte del techo se desprendió dejando ver el cielo rojo y botándola de espaldas.
            Era una escena apocalíptica. Tendida en el suelo, observó con horror como un viento huracanado se llevaba inmensas piezas de mármol con una fuerza incontrolable. Por un segundo sintió que ella también sería arrastrada fuera del castillo, así que se incorporó como pudo, mientras ponía torpemente el báculo en posición de ataque.
            La ventisca era molesta, le levantaba el vestido y le removía el cabello hasta cubrirle la vista. Entonces se preguntó si acaso la reina solo estaba jugando con ella antes de darle el golpe de gracia. Eso tendría mucho sentido, a pesar de que significaba haber hecho un largo viaje en vano.
            Miró hacia arriba, hacia el monstruo. Sus ojos de fuego resplandecían en medio de ese caos. El salón del trono se caía a pedazos y parecía no importarle.
            Disparó nuevamente contra el monstruo mientras trataba a duras penas de mantenerse en pie. El rayo que salió del báculo fue torpe e impreciso: describió movimientos en zigzag y finalmente fue a perderse en el cielo tormentoso. Cuando el impulso del disparo la arrojó otra vez contra el suelo, no había ganado nada. Solo logró ponerse a salvo a duras penas tras una columna y esperó.
            -Por favor… por favor…- Musitó con los dientes apretados y aferrándose con todas sus fuerzas al báculo que en ese momento resultaba inútil. No sabía a quién le estaba rogando, pero daba lo mismo pues nadie iba a ayudarla.
            Miró hacia arriba. Los carnosos tentáculos de la reina se incrustaban con una fuerza bestial alrededor del mármol que la protegía. Una fracción de segundo más tarde, la fría piedra en la que apoyaba su espalda cedió y calló en pedazos. El instante en que la columna se derrumbaba se hizo eterno y ni aun así tuvo la más mínima oportunidad de escapar de las garras de su agresora.
            La reina arrojó con movimientos rápidos los fragmentos de mármol que le entorpecían la vista de su presa y en cuanto pudo, envolvió su frágil cuello y la aprisionó contra la siguiente columna.
            Alice intentó gritar, pero sus cuerdas vocales fueron comprimidas de golpe. Solo fue consiente del momento en que la reina rodeó su garganta y lo siguiente que supo fue que había azotado la cabeza contra algo extremadamente duro. La habitación le dio vueltas y todo cuanto pudo ver era una figura borrosa en medio de un caos indescriptible. A pesar de todo, no dejó caer el báculo del Ojo del Jabbewocky, aunque ya no representaba alguna esperanza para ella.
            Sabía que para la reina habría sido muy fácil partirle el cuello en dos. Si había quebrado la gruesa columna de mármol, esa frágil masa de piel y cartílagos no iba a representar ningún desafío para ella. Pero al parecer, la bestial mujer no había acabado tratarla como un juguete y quería extender por el mayor tiempo posible su patético estado de sometimiento.
            Alice levantó a tientas el báculo, dispuesta a dar un último golpe antes de morir, pero en ese instante la reina rodeó el brazo derecho de la chica y ambas piernas hasta que quedó inmovilizada por completo. La única mano que pudo mantener libre la ocupó para luchar inútilmente contra el tentáculo que encerraba su cuello.
            Creyó sentir que era elevada, o al menos eso supuso cuando sus pies dejaron de topar el suelo. Tenía la vista nublada pues casi no le llegaba sangre a la cabeza y el golpe que acababa de recibir hacía que la habitación diera vueltas. En ese momento, el báculo se le escapó de entre los dedos lacios y calló al vacío. Ni siquiera logró escuchar el sonido que hacía al golpearse.
            Solo podía distinguir  dos cosas en ese estado de semiinconsciencia: un vacío  insoslayable alrededor del trono y los ojos de la reina que la contemplaban con odio desde abajo.
            El resto era lejano y borroso.
            Su mano derecha estaba adormilada y vacía, mientras que con la izquierda arañaba desesperadamente el músculo que le apretaba el cuello. No podía respirar, las venitas de sus ojos se rasgaron y su cara adoptó un tono purpureo por la falta de oxígeno.
            ¿Quedarían restos por recoger cuando todo acabara? Tal vez su cabeza esperaría abandonada en la alfombra hasta que el resto de su cuerpo se desvaneciera en meta substancia. Tal y como había ocurrido con el Gato Cheshire.
            Esta imagen no era desagradable del todo. La idea de poder descansar definitivamente era casi tentadora, y es que había cargado con el peso de una culpa monstruosa por demasiado tiempo. No iba a morir, pero al menos desecharía todo recuerdo y todo pensamiento doloroso se iría con ellos. La locura sería otra forma de vivir tranquilamente, a pesar de los eternos años de soledad que le aguardaban en el sanatorio Rutledge.
            Ya había soltado el báculo, ahora solo debía abandonar su voluntad. De todas formas, simplemente sería decapitada, ni siquiera iba a sufrir.
            La vaina metálica de la Espada Vorpal se le incrustó en la cadera y un dolor punzante la trajo de pronto a la realidad. Sus pupilas se afilaron cuando una simple idea salvadora cruzó por su mente ¿Cómo es que no lo había pensado antes? Con la mano que le quedaba libre buscó a tientas la empuñadura de la única arma que le iba quedando y en cuanto sintió lo helado del metal entre sus dedos, la sujetó con firmeza. Estaba invocando todas sus fuerzas para jugar la última carta.
            Levantó la hoja con un movimiento certero y rapaz, el brillo plateado cortó el aire y acto seguido, hizo lo mismo con el tentáculo que la estaba estrangulando. Sintió que un torrente de sangre le subía por el cuello hasta su cerebro reseco mientras tragaba una bocanada de aire con toda la fuerza de sus pulmones. De pronto, respirar le pareció la cosa más maravillosa del mundo.
            Con la misma velocidad y determinación, cercenó los tentáculos que le aprisionaban las piernas y el tronco, quedando sujeta solo por el brazo derecho. Lentamente los colores de las mejillas comenzaban a reaparecerle y su visión dejó de estar tan borrosa. Pudo distinguir las extremidades que acababa de cortar retorciéndose como peces fuera del agua, pero todavía quedaban al menos un centenar de tentáculos color sangre saliendo del cuerpo de la reina. Desde arriba, la criatura parecía estar incluso más deforme.
            Se topó con sus ojos. Ahora podía verlos con claridad, dos estrellas diminutas que titilaban con un brillo ámbar.
            No lo dudó ni por un segundo, liberó su brazo de un solo movimiento y se precipitó contra la reina con un valor suicida. Solo que ahora tenía la espada sujeta por ambas manos.
            -¡Que le corten la cabeza!- Chilló invadida por un éxtasis inmensurable.
            El golpe fue seco y preciso. El cuello su majestad fue rebanado como carne cruda y la cabeza calló al vacío aún con la máscara puesta.
            Alice calló al suelo como un peso muerto y rodó dolorosamente sobre los pedazos de mármol que había sobre la alfombra. Ahora y a pesa del golpe, podía ver todo con claridad: el cielo rojo sobre su cabeza, la habitación destrozada a su alrededor y justo delante de ella, el cuerpo inerte de la reina que amenazaba con caer al vacío y perderse para siempre.
            Se incorporó lentamente, pues cada movimiento significaba una punzada de dolor. Tenía el cuerpo agarrotado y apabullado y los restos de las columnas le había hecho cortes en los brazos. Pero estaba viva.
            Había ganado.
            Se acercó tambaleándose al cuerpo de su rival caída y justo cuando estuvo frente a su cuello carnoso, las rodillas le cedieron. Calló dejando escapar un quejido lastimero y no levantó la vista por un largo momento.
            Algo no estaba marchando bien. Un sonido desagradable, como el de espaguetis recocidos en una olla, inundó todo el cuarto. Alice levantó a vista sorprendida, a pesar de lo larga y tortuosa que había sido su batalla, ésta no había acabado. El músculo que controlaba a la reina se contrajo y arrastró al engendro decapitado devuelta al trono y allí lo hundió hasta desaparecerlo.
            -¿Qué demo…?
            Una explosión sorda le cortó el habla de golpe. Se retorcía de dolor en el suelo mientras intentaba en medio de su aturdimiento averiguar que estaba pasando.
            Una roca le había dado de lleno en el estómago y se quedó sin aire. Jadeó lastimeramente durante varios segundos y luego levantó la espada lista para continuar con la pelea, pero no había nadie a quien atacar.
            Terriblemente confundida con lo que acababa de ocurrir, la chica se acercó al trono con cautela, hasta quedar a la orilla del abismo negro infranqueable a simple vista.
            Una cabeza deforme y sin cuerpo la observaba desde el trono.
            A pesar de que su sangre estaba helada y sus miembros más tensos que nuca, Alice bajó la espada lentamente y se limitó a mirar con curiosidad el nuevo engendro que salía a su encuentro.
            Pero entonces este habló.
            Lo que resultaba escalofriante no fue la voz serena y demoniaca que inundó la habitación, tampoco el hecho de que una cabeza monstruosa le hablara sin la necesidad de un cuerpo, si no en cuanto abrió ésta la boca, Alice pudo reconocer su propio rostro entre ambas mandíbulas.
            Era como si su reflejo le estuviese hablando con otra voz:
            -Yo reino en el País de las Maravillas, no toleraré que interfieras. Este reino es para adultos: puro, ordenado y despiadado. Siempre al filo de la realidad. Las soñadoras llenas de autocompasión no tienen lugar aquí.
            Las últimas dos frases hicieron tambalear a Alice, quien sintió que su mano dejaba caer la espada. No la ayudó mucho el hecho de que la voz adquiriera un tono más gutural mientras recitaba, casi como de ultratumba:
            -Tienes miedo de la verdad, vives en las sombras. Tus intentos por recobrar tu cordura han fracasado. Vuelve a la seguridad de tu autoengaño, o arriésgate a una muerte segura. Si me destruyes, te destruyes a ti misma, así que solo te queda una opción: vete ahora y una parte de ti sobrevivirá ¡Quédate y te haré pedazos!
            La chica respiró profundo. Estas palabras la arañaban como cuchillas en el pecho, tal y como lo habían hecho en su momento las del Jabberwocky. Se sintió más débil y cansada que nunca.
            Entonces la voz se apagó y se hizo un silencio absoluto. Incluso el viento huracanado que amenazaba con levantarla del suelo, ese convirtió en un suave silbido en un punto alejado del cielo.
            No podía dar media vuelta. Después de todo lo que había vivido, esa no era una opción. Tener una vida era mucho mejor que sobrevivir. Apretó la Espada Vorpal con todas sus fuerzas, el báculo no estaba por ninguna parte, así que esa era su única arma. Una sola arma y una sola oportunidad.
            Respiró profundo y sin pensarlo dos veces, se hizo una con el abismo negro.


            Cuando volvió en sí lo primero que vio fue un par de ojos que resplandecían en el espacio como dos soles.
            Estaba tendida sobre tierra firme, lo cual era muy extraño pues a simple vista estaba en medio de una oscuridad llena de nada. Se sentó para ver mejor a dónde había ido a parar. Tenía el cuerpo dolorido y agarrotado más por la batalla que acababa de tener que por la caída.
            -¿Dónde estoy?- Musitó entre dientes mientras se rascaba la cabeza.
            No había nada ahí que pudiese responder a su pregunta. Estaba rodeada de un negro infinito y casi vacío, sentada sobre un pequeño satélite de tierra. Pero había algo más allí con ella, no podía percibir su forma, pero estaba segura de que ese lucero de fuego que había visto era un ojo. Una especie de dios oscuro la observaba impasible desde un punto cuya distancia era imposible de calcular.
            Se incorporó y exploró el pedazo de tierra que la sostenía, era tan diminuto que solo le tomó un par de pasos recorrerlo. La Espada Vorpal estaba al alcance de su mano, pero aún no había rastro del báculo del Ojo del Jabberwocky. Se acercó a la orilla, unos dos metros más abajo, había otro terruño aparentemente del mismo tamaño. No podía ver mucho con la poca luz que había, pero apostaba que todo ahí flotaba sobre la nada.
            No había nada más que hacer, debía saltar. Tomó un ligero vuelo y se dejó caer hacia el siguiente pedazo de tierra. Para disminuir el impacto, aterrizó sobre sus pies y luego se dejó caer sobre las rodillas. El golpe fue duro, pero habría sido mortal quedarse donde estaba. Un objeto desconocido, pero de tamaño inconmensurable atravesó el espacio como una centella negra y reventó de un solo golpe la plataforma sobre la que estaba hace apenas unos instantes. Alice quedó boca arriba observando con los ojos bien abiertos como los pedazos de tierra caían hasta perderse. Esa cosa gigantesca, esa fuerza destructiva sin par imaginable…
            Era un brazo.
            Alice se incorporó de un salto y apretó firme la espada que había conseguido llevar consigo hasta ese abismo. Pero era una inutilidad total ¿Cómo iba a enfrentarse a aquel ser que rodeaba todo lo existente con una hoja de metal de metro y veinte?
            Nuevamente sintió una impotencia tortuosa. Se acercó a la orilla y entonces vio otro pedazo de tierra exactamente igual al que se encontraba bajo sus pies. Esto fue un alivio en primera instancia, pero lo que vio abandonado sobre ese pedazo de tierra tuvo un significado mucho más grande.
            El báculo.
            No lo pensó demasiado, guardó la espada en el cinto y dio un segundo salto. Apenas sintió el impacto al dar contra el suelo, probablemente gracia a la ansiedad, ya que en cuanto se vio sobre tierra firme gateó torpemente para alcanzar el arma. Sin embargo, en cuanto la tuvo en sus manos, notó que era diferente. No se trataba de un báculo, sino de algo más grande.
            -Genial, otro juguete.- Suspiró.
            No tenía la menor idea de cómo se usaba. A simple vista parecía una escopeta pero un poco más pesada y arcaica. Era un trabuco con todas sus partes, cargado y listo para usar.
            -Valla.- Musitó mientras tomaba el artefacto entre sus dedos. Era imposible que esa arma de fuego lograra hacerle cosquillas a la monstruosidad.
            Pero al menos había que intentarlo.
            Le costó un tanto acomodarla, podía manejar con toda la naturalidad del mundo el báculo, pero esa arma definitivamente no era para ella. Parecía que no le pertenecía a nadie, que había estado enterrada en ese submundo por miles de años y probablemente estaba destinada a quedarse ahí para siempre.
            Puso los pies firme sobre la tierra, dobló las rodillas y colocó el trabuco firme sobre su hombro.
            El disparo la hizo caer de espaldas con fuerza. Quedó aturdida en un comienzo, pero más que por el golpe fue por la luz morada que devoró la oscuridad durante un escaso segundo y el sonido estridente que duró por mucho más. Una vez que el humo se hubo disipado, creyó ver como la bestia enfurecida se aprestaba para el contraataque.
            Sin soltar el trabuco, corrió y se lanzó hacia el siguiente cúmulo de tierra. El monstruo la había identificado como enemiga y si no se movía rápido, la destruiría de un solo golpe. Mientras saltaba, la tarima en la que había estado de pie hace unos momentos, fue hecha pedazos.
            Tenía que lanzar otro ataque, pero no podía negarse a sí misma que se sentía como una hormiga luchando contra un gigante. Dio la media vuelta y se preparó para un segundo disparo. Esta vez, a pesar de que intentó pararse poner los pies firmes sobre el suelo, tampoco pudo evitar que la fuerza la desplomara, dejándola completamente vulnerable.
            Esta vez no esperó a que el humo se disipara, luchó contra la luz que le taladró dolorosamente las pupilas para correr y lanzarse de un salto hacia la incertidumbre.
            Rodó por el suelo, sobre sus rodillas y codos ya sin piel. Debía dispar una y otra vez hasta que todo acabara, sin embargo el final ya era claro: aún si las balas del trabuco fueran infinitas, más temprano que tarde el brazo la alcanzaría y la destrozaría por dentro y por fuera. Pero aunque esa batalla ya estaba perdida, iba a continuar en honor a su largo viaje y al valor que había demostrado.
            Era momento de inmolarse a sí misma en una última gran hazaña.
            Disparó por tercera vez. Su cuerpo delgado y exhausto fue lanzado contra el suelo como una hojarasca, pero se puso de pie inmediatamente, ignorando el dolor. La luz morada rodeó al cíclope como una red celestial y la bestia enfureció.
            Fue entonces que el tiempo se detuvo y un solo segundo valió por mil. Alice levantó la mirada y se enfrentó a la supernova morada que había desatado, sus oídos ya estaban tan lastimados por las explosiones que ni siquiera notó el sonido agudo que antes habría reventado sus tímpanos.
            La adrenalina había recorrido hasta el último rincón de su cuerpo. Ya no era capaz de sentir nada. Ni dolor, ni mucho menos miedo.
            Estaba lista.
            El golpe de la bestia no se hizo esperar demasiado, pero esta vez Alice no lo esquivó. Dejó caer el trabuco de sus manos y el arma volvió a ser parte nuevamente de aquel mundo infinito. Sin un dueño, como debía ser. En cuanto el golpe destrozó el trozo de tierra, la chica logró dar un salto suicida hasta el brazo destructor.
            Entonces comenzó una carrera frenética por llegar al ojo del gigante, blandiendo su espada como si fuera un estandarte. Nunca se había sentido tan libre ni tan decidida a morir, ni siquiera cuando se cortaba las muñecas en el sanatorio. No, esto era diferente, ahora por fin hacía algo valioso por sí misma.
            Un resplandor intenso rodeó su cuerpo a medida que se acercaba al cíclope. Lanzó un grito de eterna victoria en cuanto tuvo al ojo, refulgente como un astro, al alcance de su hoja.
            Entonces calló. Calló por un espacio de tiempo que pareció infinito.
            Por fin era libre.





            Cuando Alice abrió los ojos, estaba en el suelo de su habitación, enredada con los cobertores del catre. Se había caído de la cama.
            La luz del día le molestaba en el rostro, levantó la cabeza y se encontró con la pequeña ventana abarrotada entregándole los esquivos rayos del sol. El gran ojo maldito que había querido destruir no era más que eso. Una ventana.
            La puerta del cuarto se abrió de golpe. Una de las enfermeras había ido a vigilar a la paciente. En cuanto la vio tirada en el suelo, supuso que había tenido un ataque de angustia e intentó ayudarla.
            -No te me acerques.- La contuvo Alice con la voz ronca por el desuso.
            La enfermera quedó petrificada por la impresión.
            -Esto es imposible.- Dijo antes de salir disparada a buscar al médico tratante.

            El País de la Maravillas floreció como un el más perfecto de los milagros. Los campos marchitos se abrieron y eternos prados se llenaron de verde. El corazón de los muertos volvió a latir y el dolor que por tanto años había atormentado a las criaturas fue parte de un pasado oscuro y olvidado.

            Fue el día más soleado de primavera cuando Alice dejó al asilo  Rutledge, traía una maleta en una mano y su viejo conejo de felpa en la otra, protegido como un tesoro irreemplazable. Una sonrisa iluminaba su cara cuando cruzó la puerta de entrada para no volver jamás. Todavía tenía una fila de doctores tratando de entender su caso y hasta quedaría bajo la tutela de un conocido psiquiatra londinense.
            Pero nada de eso importaba.

            Ahora tenía toda la vida por delante. 










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