Alice en el País de las Maravillas
Fuego... Fuego en nuestros ojos, fuego en nuestras
almas... fuego en los recuerdos que se queman como papeles secos. Solo puede
ver fuego, solo puede sentir miedo mientras corre por su vida hacia la nieve
fría y tiznada de sangre. Cae sobre sus rodillas rotas mientras escupe el
humo de sus pulmones.
Esta viva. Su corazón aún late dentro de ese pequeño
cuerpo quemado, pero en su dulce inocencia aún no percibe la magnitud de la
tragedia.
-¡Fuego!- Oye a alguien gritar.- ¡Fuego en la casa de los
Lidell!
-¡Rápido! ¡Corran! ¡Necesitamos agua! ¡Mucha agua!
Las voces se hacen cada vez más lejanas. Como
si provinieran de un espacio infinito. La casa en llamas se convierte
en un sueño, pronto su fiesta de té con la liebre de marzo y el lirón es más
real que el dolor y el miedo. Incluso la nieve bajo su cuerpecito semidesnudo
comienza a parecerle extrañamente tibia.
El espejo se ha roto para siempre. El País de las
Maravillas se hunde en una profunda oscuridad. Alice despierta en un lugar
totalmente diferente, el pequeño infierno que se ha creado esa noche la
envuelve por años en una dolorosa letanía.
Hay tantos tipos de locuras como personas en el mundo.
Nuestra propia demencia va armando versiones insanas de lo que vemos,
sentimos y oímos. A veces parece que el pasado es lo único que permanece
intacto. Sin embargo, cuando la pequeña burbuja revienta la agonía se hace
insoportable.
Con cada movimiento de las manecillas del reloj emerge
un pálpito doloroso. Al abrir los ojos cada mañana, Alice no ha
envejecido un solo día desde aquel incendio que destruyó a su familia. Todo
sigue exactamente igual. La oscura celda del sanatorio mental no se ha
expandido ni encogido ni un solo centímetro y las manchas de humedad en las
paredes tienen igual forma por la mañana y al crepúsculo. Nada ha cambiado. La
misma cama, el mismo velador, las mismas cortinas viejas sobre los barrotes de
su ventana... el mismo conejo blanco...
Es como si el tiempo se hubiese detenido en ese cuarto para
siempre. Apenas si puede notar las nuevas arruguitas en la frente de la
enfermera... ¿Qué le importa aquella mujer que la inyecta varias veces al día
para mantenerla calmada? ¿Quiénes son esos hombrecillos gordos y con trajes
chistosos que parecen disfrutar con su sufrimiento? Nada importa ya, lo
que era importante se ha ido.
El médico de turno le pregunta cosas una y otra vez,
probablemente relacionadas con los cortes en sus muñecas. Le habría gustado
contestarle, pero hace mucho que no habla su idioma. Su boca ha permanecido
cerrada por años y sus ojos jamás han cambiado la expresión inerte que
adquirieron luego de que fue rescatada del incendio. Aunque hubiese logrado
matarse antes de que los enfermeros vendaran sus heridas, no habría significado
ninguna diferencia. Ya no había nada que separara la vida de la muerte. Eran
exactamente lo mismo.
Se extravía en sus tinieblas mientras abraza a su pequeño
conejo. La luz del pasillo es un resplandor infinitamente lejano.
-Pobrecilla.- Dice una voz que en algún momento fue
dulce.- Ojala que ese conejo de felpa le ayude a sanar algún día.
La puerta se cierra. Otra vez sola. Otra vez en la
oscuridad.
-¡Alice!- Grita una voz familiar a lo lejos- ¡Alice,
tienes que ayudarnos!
La voz se vuelve un murmullo. Alice gira la cabeza y se
encuentra con los ojos de botón de su pequeño conejo, se acerca a su oreja para
pedir ayuda más claramente.
-¡Alice! ¡Despierta! ¡Tienes que salvarnos!
La realidad se rompe. Su viejo cuarto en el sanatorio
mental desaparece, las figuras que por tantos años marcaron su dolorosa rutina,
estaban envueltas en una espiral caótica que se desvanecía sobre su cabeza. Ya
no estaba en ninguna parte, pero el País de las Maravillas se alzaba al final
de la madriguera como un reino desenterrado.
Fue como despertar de un sueño.
La caída habría sido dolorosa, e incluso mortal si
realmente hubiese estado cayendo. En lugar de eso, Alice abrió los ojos para
encontrarse recostada sobre una verde hierba en la cercanía de un poblado.
Levantó lentamente la cabeza y deambuló con la mirada hasta dar con unas
casitas de madera construidas a los pies de un barranco.
-¡Alice! ¡Aprisa, Alice! ¡No te quedes descansando!
El esquivo conejo saltaba a
su alrededor con su viejo reloj de bolsillo en la mano. Se veía un
tanto diferente desde la última vez que lo había visto, estaba arrugado y
demacrado como si durante los años en que ella estuvo internada en el hospital
mental sin volver al País de las Maravillas, él se hubiese consumido con
innegable constancia. Aún tenía el mismo traje, estaba descocido y le faltaban
un par de botones, pero jamás iba a poder olvidar esa graciosa corbata de moño
y la chaquetita roja.
-¡Aprisa, Alice! ¡No te quedes descansando, tenemos mucho
camino que recorrer!
-Aguarda un momento... ¿Qué está pasando? ¿Dónde vamos?
El viaje había dejado un tanto confundida a la joven,
quien además no estaba acostumbrada a la luz del sol en forma tan directa. Se
incorporó sin prisa ignorando los saltos desesperados del pequeño conejo y se
sacudió el polvo del delantal.
-¡No hay tiempo para esos detalles! Debemos irnos ¡Pero
ya!
El conejo guardó su reloj en su chaquetita roja y saltó
rumbo al poblado con toda la fuerza que le daban sus patitas. Se veía demacrado
y hasta enfermo, pero no había perdido ni un poco de su energía.
-Estúpido Conejo Blanco.- Murmuró Alice malhumorada.- No
soy la misma de antes... ¿Cómo espera que lo siga con la misma rapidez?
Una voz grave y familiar le contestó a sus espaldas:
-Es cierto, has perdido tu cuerpo de niña... pero espero
que puedas manejar este nuevo cuerpo con la misma pericia.
Era el Gato de Cheshire. Alice inmediatamente reconoció
su voz y se dio la vuela para verlo claramente, pero al hacerlo se llevó una
sorpresa. El conejo había cambiado un tanto, pero el gato era un ser totalmente
diferente. Delante de sí se hallaba un animal semi consumido por la sarna, con
un nivel de delgadez tal que hasta el más pequeño hueso sobresalía de su piel
casi sin pelo. Tenía unos ojos amarillos y húmedos y una de sus orejas estaba
perforada con un arete de argolla. Lo único que no había cambiado en él era su
sonrisa enorme y burlona, aunque sus dientes eran mucho menos blancos que la
última vez.
-¡Gato de Cheshire!- Exclamó Alice.- No sabes
cuánto me reconforta verte, aunque... aunque estés tan... sarnoso y raquítico.
-Aquí nada es lo mismo de antes.- Dijo el gato sin darle
importancia al asunto.- A mí también me reconforta verte, aunque ahora te noto
mucho más amargada. Espero que no hayas perdido la curiosidad y las ganas de aprender.
-Estoy cansada. Me gustaría saber primero donde me
dirijo. Hace demasiado tiempo que no visito este lugar.
-Pues no es el mismo de tus recuerdos. La Reina de
Corazones ha dejado su huella por todas partes. Verás, el conejo no es tonto y
yo tampoco necesito de una veleta para saber en qué dirección sopla el viento.
-Anda, dime ¿Quiénes viven en ese poblado de allá?
-No seas mandona.- Contestó el Gato de Cheshire con la
voz acerada.- Sigue al conejo.
Alice
siguió por camino que había escogido su escurridizo amigo, con el Gato Cheshire
siguiéndola en silencio. Pronto llegó a la entrada del pueblito. Un pequeño
letrero le daba la bienvenida.
“Poblados de los Condenados”
Echó
un vistazo al lugar en cuestión, era deprimente, las casas parecían
abandonadas, aunque en las calles había personitas deambulando.
-Este
sitio es muy húmedo… y helado.- Observó Alice llevándose las manos a sus brazos
desnudos.
-Estamos
en un pantano, aunque no siempre fue así.- Dijo la cabeza del gato flotando
junto a la chica sin el resto de su cuerpo.- Ahora a este lugar vienen a parar
todas las aguas del Valle de las Lágrimas.
-Un
momento… mira ¡Es el conejo!
La
diminuta criatura saltaba a lo lejos, perdiéndose en unas callejuelas de
madera. Sin detenerse a hacer más preguntas se internó en el poblado
persiguiendo al animalito blanco. Pronto se dio cuenta de que se encontraba en
un lugar muy singular, no solo el poblado parecía desierto, si no que estaba
construido sobre palafitos para mantener las calles por sobre un líquido verde
encendido.
-Ácido.-Musitó
Alice mirando el piso debajo de sus zapatos de charol.
-Si
te caes, la piel se te arruga como col cruda.- Dijo una vocecilla aguda y
desconocida.- Una vez me caí y fue lo más doloroso que he vivido.
Junto
a ella había un enanito de ropas roñosas, se estaba señalando un bracito
desnudo y de piel rasposa.
El
conejo había escapado una vez más. En ningún momento estuvo cerca de
alcanzarlo, pero perdió toda esperanza cuando abrió una diminuta puerta clavada
a los pies del barranco y desapareció irremediablemente de su vista. Alice en
su desesperación y al tratar de alcanzar la puertecita, se descuidó medio
segundo y por poco cae a un costado de la calle hacia la poza ácida.
Afortunadamente, el extraño hombrecillo que acababa de conocer le ayudó a
mantener el equilibrio.
-¿Qué
crees que haces? ¿No escuchaste lo que te dije?
-Necesito
ayuda para entrar en esa puerta.- Espetó Alice ignorando el horrible accidente
que había estado a punto de sufrir.
El
hombrecillo miró detenidamente la pequeña puerta referida y luego a la chica
que estaba ante él. Finalmente concluyó:
-No
vas a caber.
-¡Eso
ya lo sé! Pero necesito pasar por ahí y no tengo mucho tiempo ¿Conoces a
alguien quien pueda ayudarme?
-Puede
que sí. Te llevaré con el viejo Horke, él es algo así como el sabio del pueblo,
tal vez él te ayude.
Alice
siguió al hombrecillo por las callejuelas de tablas y entre casas sin ventanas
ni jardines. Los gases de pantano se elevaban formando una nube verde intenso
que casi no dejaba pasar la luz del sol y que además impregnaba todo lo que
había por debajo con un aire vomitivo.
-¿Esta
agua verde llega del Valle de las Lágrimas?- Preguntó Alice con incredulidad.
-Hace
un tiempo el pantano estaba limpio, pero ahora toda la inmundicia de los
guardias-cartas de la Reina Roja llega a nosotros. Pero no podemos hacer nada,
ante la menor muestra de disconformidad, perderíamos la cabeza…
Sin
previo aviso, el hombrecillo empujo a Alice hacia una calleja oscura. Ella,
entendiendo inmediatamente lo que ocurría, se tapó la boca y aguantó la
respiración.
Dos
enormes guardias pasaban por la calle del frente, a solo una poza de ácido de
distancia. Una de las cartas era un siete de trébol y el otro un dos de
diamante, ambos portaban hoces tan largas como sus cuerpos. Los guardias reales
se veían entonces muy distintos de como los recordaba, nunca habían tenido un
aspecto amigables, pero ahora parecían auténticos muertos andantes. Sus cabezas
eran calaveras sin ojos y tanto ellos como sus armas estaban salpicados de
sangre seca.
“Estos guardias-cartas parecen sacados de un
cementerio”.- Pensó Alice rehuyendo la mirada de esa horrible imagen.
-¡Ya
está! ¡Ya puedes salir!- Dijo la vocecilla aguda del hombrecillo al cabo de un
momento.- Eso estuvo cerca, tenemos que andar con cuidado, si la reina se
entera de que hay un humano en el Poblado de los Condenados, nos cortará la
cabeza a todos.
-Eso
suena terrible ¿Desde cuándo el País de las Maravillas es un lugar tan tétrico
y deprimente?
-Desde
que tengo memoria y es que la reina tiene guardia por todas partes. Ahora ¡Vámonos
de aquí antes de que regresen!
Al
cabo de poco andar, llegaron a una casita escondida tras la densa bruma verde.
El hombrecito dio golpetazos tan fuertes a la puerta que Alice pensó que toda
la morada se vendría abajo.
-A
veces no escucha.- Se explicó.
Un
hombrecillo muy parecido al primero asomó su cabecita por la puerta
entreabierta. En lugar de un saludo soltó un gemido lastimero que hizo que los
visitantes retrocedieran un par de pasos.
-¡Esta
chica pregunta por ti!- Chilló el guía de Alice apuntándola.- Ahora es problema
tuyo.- Agregó antes de dar media vuelta y marcharse por donde mismo había
llegado.
-¿Es
usted el señor Horke?- Preguntó la joven con cierta timidez.- Necesito que me
ayude.
-Me
has encontrado ¿Qué es lo que quieres de mí?- Preguntó el enano malhumorado.-
¿Qué clase de ayuda necesitas?
-Necesito
encogerme hasta este tamaño.- Contestó Alice formando un espacio entre su
índice y su pulgar.
-¿Por
qué piensas que te puedo ayudar?
-Usted
es algo así como el sabio del pueblo ¿no? Además debe conocer este lugar mejor
que yo.
-No
soy sabio, niña, solo soy viejo. Viejo y cobarde.
-Pero
debo seguir al Conejo Blanco y no tengo mucho tiempo. Si no me puede ayudar, al
menos lléveme con alguien que sí.
-¡Entra
de una vez, niña! Y no seas impaciente, la prisa puede hacer que te pierdas
valiosos detalles.
Alice
agachó la cabeza para entrar a la casa del enanito y una vez dentro tuvo que
andar con las rodillas dobladas todo el tiempo. Era un lugar ridículamente
diminuto, pero en absoluto acogedor, todas las habitaciones estaban en penumbra
y todos los muebles cubiertos por una gruesa capa de polvo.
-Te
invitaría a tomar asiento, pero romperías todas mis sillas.- Gruñó el enano con
su voz aguda y rasposa.
-No
importa, esta no es una visita de cortesía.
-De
acuerdo, espera un momento, creo que solía tener el viejo Libro de Pociones
oculto en el sótano.
-¿Este
lugar tiene un sótano?
Sin
decir nada más, el enano desapareció de la habitación por varios minutos,
tiempo en el que Alice comenzó a sentir un creciente dolor en las piernas.
Cuando volvió, el hombrecillo no solo traía un libro tan grande y pesado como él, sino que además tres grandes frascos de
vidrio y una vara chueca.
-¿Qué
vas a hacer con eso?
-Necesitas
encogerte ¿no? Pues eso estoy tratando de hacer, así que no hagas tantas
preguntas y ayúdame.
-Bueno
¿Qué quieres que hagas?
El
viejo Horke sacó un montón de trastes de la alacena hasta dar con un tiesto
lleno de agua rancia.
-Mete
un poco de esta agua en una olla de metal más pequeña ¡Pero cuidado con
derramarla! Cada día nos dan menos agua potable.
-¿Agua
potable? ¿Es en serio?- Pregunto Alice mirando con incredulidad el líquido
rancio del tiesto.
-Sí
¿Está listo? ¡Dame!
Puso
a hervir en un fogón la olla mientras buscaba con cierta impaciencia la página
indicada del libro.
-Alcánzame
esas velas ¿Puedes?- Dijo el hombrecillo señalando con su dedo corto y huesudo
una mesita a espaldas de la niña.- No puedo ver con esa porquería de luz.
Rápidamente,
aunque con cierta torpeza producto de su tamaño, Alice encendió una vela y la
entregó al enano.
-¿Cómo
es que tienes los ingredientes necesarios para hacer esto?- Dijo la chica sin
apartar la vista de la mezcla que se cocinaba en el caldero.
-Una
pizca de saliva de salamandra… ¡No me distraigas! Esto requiere la máxima
concentración. Un ingrediente echado en la medida incorrecta y esto se
convertirá en un potentísimo veneno.
-Vale.
Ya
sin poder aguantar la presión de estar todo el tiempo hincada, Alice calló
sobre sus rodillas, y en esa posición ocupó casi todo el cuartito.
-¿Falta
mucho?- Preguntó con un tono de preocupación.- El Conejo Blanco ya debe estar
muy lejos a esta altura.
-Paciencia.
El
contenido de la olla comenzó a burbujear y a soltar un humo púrpura que inundó
toda la casa. Por un segundo, Alice se preguntó si podría tomar ese líquido sin
que se le deshicieran los intestinos o si, en el mejor de los caso acabaría
vomitándolo.
-Listo.-
Dijo el hombrecillo apagando el fogón y tomando la olla caliente con ayuda de
trapos viejos.- Solían ser pasteles, pero estoy seguro de que te conformarás.
-¿De
dónde sacó todos los ingredientes?- Alice retomó su antigua duda.
-¡Esto
es un pantano, niña! A pesar de lo sucio que está, este es el mejor lugar para
recolectar lo que sea que necesites. Ya no puedo salir con la misma
tranquilidad que antes, pero me las arreglo para tener mis estantes llenos.
Tómate la poción y no hagas más preguntas.
-Pero
está caliente.
-¡Así
tiene que estar! ¿Quieres que se enfríe y que la tengamos que preparar otra
vez?
Alice
negó con la cabeza al tiempo que le arrebataba la olla al hombrecillo y se
bebía su contenido. La boca y el esófago le ardieron inmediatamente, pero fuera
de eso tanto el sabor como la textura de la poción se le hicieron soportables.
El
efecto fue inmediato, en cuanto Alice bebió la última gota, sus manos
comenzaron a encogerse hasta que la olla se le hizo difícil de sostener y tuvo
que dejarla en el suelo. Además, Horke le llegaba con suerte a la cintura y en
cuanto se hizo pequeña tuvo que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. Lo
mejor de todo era que la habitación era ahora de su medida y pudo tomar una
postura más cómoda.
-Gracias, lamento no poder
quedarme.- Dijo la Chica sin dejar de mirar la nueva y enorme habitación a
su alrededor.
-Te irás sola. Y debe ser rápido, tu
presencia nos pone en peligro a todos.
El
viejo Horke guardaba los trastos en su lugar sin darle más limpieza que una
pasada con su trapo sucio.
-Una
cosa más.- Dijo al escuchar que el picaporte giraba trás de sí.- Cuando estés
en el valle, mantén un ojo puesto en el cielo y otro en la tierra. No es un
buen lugar para alguien de tu tamaño.
-Eso
haré.- Contestó Alice al enanito (que ahora era más alto que ella).- Además,
tengo un par de amigos en el Valle de las Lágrimas.
-Bien
por ti. Necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.No hagas alguna tontería.
Has cambiado, Alice, pero todavía sigues siendo la única que puede ayudarnos.
Abrió
la puerta y la invitó a salir con un gesto de la mano. La chica, sin decir
palabra alguna para despedirse, corrió calle arriba con toda la fuerza que le
permitieron sus piernitas recientemente empequeñecidas y no se detuvo hasta dar
con la puerta por la que había visto desaparecer al Conejo Blanco. Ahora podía
pasar.
Una
vez del otro lado, se vio en medio de un frondoso y verde valle. La puerta por
la que acababa de pasar se suspendía mágicamente sobre una piedra, sin pared ni
marco alguno. Alice era más pequeña que la mayoría de las plantas y por
supuesto, los árboles eran enormes columnas cuyo fin estaba más allá de su
campo de visión.
Avanzó
tímidamente buscando al esquivo Conejo Blanco y sin ninguna certeza de su
siguiente paso. Al poco andar, dio con un riachuelo que caía de un enorme risco
de piedra. No podía ver mucho más allá por culpa de una espesa capa de vapor de
agua que impregnaba el ambiente. Buscó una forma de cruzar el riachuelo y
encontró un puente hecho de piedrecillas, no le inspiraba mucha confianza
saltar de piedra en piedra, pero era la única alternativa. Cuando comenzó a
cruzar el río, un ligero zumbido la hizo mirar hacia arriba para darse cuenta de
que el cielo era infinitamente lejano.
Saltó
las piedras, una a una, sin prisas para no perder el equilibrio. De pronto,
cuando estaba en la segunda mitad de su trayecto, un familiar brillo
plateado en el fondo del agua llamó su atención. Era una espada guardada en una
vaina de plata tallada. Se inclinó para recogerla cuando la voz suave y
conocida del Gato Cheshire le habló a sus espaldas:
-La
vieja y confiable Espada Vorpal. Es necesaria, pero insuficiente.
-Al
menos ya no voy a estar desarmada.- Contestó al chica rescatando su descubrimiento
del fondo del río.
-¿Sabes
cómo usarla?
-Creo.
Pero es algo distinta de como la recordaba en el poema, supongo que es porque
yo también he cambiado.
El
zumbido se hizo más intenso. Una sombra amenazante surcó el cielo varias veces
y luego se lanzó en picada contra Alice. Esta pudo distinguir a su atacante, se
trataba de una abeja anormalmente grande, incluso teniendo en cuenta su nuevo
tamaño. Para no perder el equilibrio y caer al agua, tuvo que esquivar a la
maligna abeja saltando las piedras a toda velocidad hasta llegar jadeante a la
otra orilla.
Pero
el insecto no se había rendido luego de fallar su primer ataque, se lanzó
nuevamente en picada y con una furia aún mayor. Alice, que no tenía el menor
miedo de usar su nueva arma, esperó al atacante con el filo de la daga
apuntando hacia arriba. En el último segundo, dio un paso a la izquierda y
dobló el brazo hacia el tórax de la abeja, fulminándolo junto con el abdomen de
una sola estocada. El insecto calló derrotado y se desvaneció antes de tocar
tierra, dejando en su lugar un pequeño brillo rosa pálido que flotaba a pocos
centímetros del suelo.
-¿Qué
es eso?- Preguntó Alice atando la vaina de la espada alrededor de su cuerpo.
-Meta
substancia.- Dijo la cabeza del Gato Cheshire apareciendo junto al hombro de la
chica.- Todo ser vivo en el País de las Maravillas vive gracias a la meta substancia.-
Un brillo pálido entristeció sus enormes ojos amarillos.- Incluso tú.
-¿Qué?
¿Significa que si pierdo mi meta substancia moriré?- Preguntó Alice con cierta
incredulidad.
-No,
por supuesto que no, sin embargo... los abismos de la locura podrían volverse
infranqueables.
Tras
decir estas palabras, el gato se desvaneció en el aire, dejando como
siempre la sombra ilusoria de su sonrisa blanca. Entonces se hizo visible un
risco gris cuya cima era casi tan lejana como el cielo.
-Hablando
de cosas infranqueables.
Al
Conejo Blanco le gustaba ponerla en apuros, pero esto iba más allá de lo
racional. En medio de suspiros y maldiciones, Alice avanzó por un escarpado
camino que la elevó trazando una ruta que no pudo recrear en su mente. Al poco
andar distinguió un par de figuras oscuras que la contemplaban desde la cima y
no tuvo que esperar mucho para darse cuenta de que eran hormigas anormalmente
grandes. No recordaba que las criaturas del Valle de las Lágrimas pudiesen
alcanzar tales dimensiones, aunque no había estado allí en mucho tiempo.
Sabía
que era pedir demasiado que las hormigas fueran amigables o incluso neutrales.
El País de las Maravillas se había vuelto un lugar muy hostil. Pero en ningún
momento esperó que le lanzaran rocas mientras intentaba llegar a la cima. Tuvo
que arrinconarse contra la fría piedra para evitar ser golpeada y lanzada al
vacío. Afortunadamente, los insectos eran torpes y no lograron malograrla;
aunque sabía que tendría que vérselas con ellos una vez que acabara de subir.
Había
logrado asesinar a tres abejas en el transcurso del ascenso, por lo que el filo
de la Espada Vorpal estaba tibio cuando llegó al final del camino. Las hormigas
eran igual de molestas, solo que éstas la superaban en tamaño. El primer
enemigo sucumbió con un corte profundo en el tórax y el segundo recibió
estocadas en dos de sus seis patas antes de ser decapitado. Gracias a la
frustración de Alice, todo lo que quedó de los insectos fue el resplandor cada
vez más pálido de su meta substancia y unas manchas verdes en el delantal de la
chica.
Muy
cerca de donde las hormigas habían sido masacradas, halló el agujero en la
tierra de donde provenían y, no mucho más allá, al siempre impaciente Conejo
Blanco.
-¡Alice!
¡Alice!- Gritó al ver a la chica.- ¡Date prisa! ¡Te has tardado demasiado!
-Tranquilo,
conejo.- Contestó Alice sacudiéndose del delantal blanco la mugre que había
acumulado en el camino.- Tuve mis razones.
-¡Las
razones no interesan! ¡Tenemos que darnos prisa!- Sacó de su chaquetita rota el
inseparable reloj de bolsillo.
-¿Dónde
vamos?
-Tenemos
que hablar con la Oruga. Vive del otro lado del valle.
-¿Del
otro lado del valle? No podremos llegar con este tamaño.
-Nos
iremos por el hormiguero ¡Pero ya!
Alice
lo miró incrédula.
-¿Por
el hormiguero? ¿Es una broma? Las hormigas no son precisamente amigables.
-¡No
hay tiempo para bromear! Bajo tierra es el camino más corto, además el valle es
peligroso por donde sea que vallamos. Del otro lado nos estarán esperando…
Un
ruido sordo cayó abruptamente la voz del conejo. La tierra temblaba con furia.
-¿Qué
es eso?- Preguntó Alice, espantada ante la violencia de los movimientos bajo
sus pies.
No
era un temblor cualquiera, las entrañas de la tierra permanecían inmutables,
pero por fuera era golpeada con tanta violencia que ni Alice ni el Conejo
Blanco podían mantener el equilibrio. Finalmente pudo ver lo que causaba el
alboroto, dos botines lustrosos y del tamaño de una casa flotaban en el aire y
caían al suelo con una fuerza meteórica, castigando a todo el valle. El gigante
dueño de esos descomunales era imposible de contemplar desde abajo y formaba
una sombra tan extensa que se perdía en el valle.
-¡Corre,
Alice!
El
Gato Cheshire escaba por delante de los pies del gigante mostrándole a sus
amigos una escapatoria colina arriba. La chica se lanzó a un costado, buscando
un refugio que no existía y, al descubrir que no había sido aplastada por las
pisadas descomunales, corrió desesperadamente tras el gato.
Pero
el conejo no los había seguido.
Ni
Alice ni su amigo se detuvieron hasta darse cuenta de que ya no corrían
peligro. El gigante se había dado por satisfecho al haber despachado a su guía.
El escurridizo Conejo Blanco, por primera y última vez en su vida, no había
alcanzado a moverse del lugar donde estaba y yacía aplastado por una suela de
bota algunos metros más abajo.
Al
percatarse de lo que había ocurrido, sus compañeros corrieron a auxiliar al
pequeño conejo, pero era demasiada tarde. El animalito ya no respiraba y las
piezas de su reloj de bolsillo estaban esparcidas por todas partes.
-¿Esto
es una broma cruel?- Dijo Alice a media voz mientras se llevaba las manos a su
cara humedecida por los lágrimas.- ¡Todos a quienes quiero mueren de forma
violenta y horripilante! ¿Para qué seguir? ¿Para hacer daño a los demás?
-Ya
no hay nada que hacer.- Dijo el gato contemplando con la mirada rota el cadáver
del conejo.- Lo que me preocupa ahora es que el guía a muerto. Debes llegar sin
él a hablar con la Oruga y eso no será fácil. No queda tiempo para la
autocompasión.
Alice
calló sobre sus rodillas. Las palabras del gato le eran indiferentes. Solo
podía concretarse en su propio dolor y el largo camino que le quedaba por
delante quedó visibilizado por la tragedia. El Gato Shechire se resignó a
esperar que las lágrimas de la joven acabaran de derramarse por completo y
luego la guió con su andar flotante hasta el segundo hormiguero.
-Estás
menos sola de lo que piensas, Alice.- Dijo con voz suave.- Incluso cuando el
País de las Maravillas es solo un recuerdo.
Sin
contestar ni con la más mínima mueca aquella frase, Alice se lanzó a las
oscuras entrañas de la tierra contando los minutos para emerger nuevamente.
El
hormiguero era un lugar aún más desagradable de lo que se había imaginado. Los
caminos eran estrechos, apenas había luz y tenía el mismo olor que el Poblado
de los Condenados e incluso en algunas partes pudo comprobar que bajo sus pies
fluía un verde y brillante río de ácido. Las hormigas resultaron incluso menos
molestas que el lugar en donde habitaban, tan solo se enfrentó a unas pocas en
contadas ocasiones y ayudó mucho el tener la prudencia de estar alerta cada vez
que los túneles se bifurcaban.
El
verdadero desafío lo constituyó el lugar en sí, el hormiguero era un auténtico
laberinto de tierra y en varias ocasiones tuvo la impresión de haber pasado por
el mismo lugar más de una vez. No solo estaba perdida, el terreno no era fácil
de recorrer, tuvo que sortear precipicios y escalar paredes rocosas, lo que era
aún más complicado si había una hormiga lanzándole piedras o bolitas de tierra
seca.
El
Conejo Blanco realmente le hacía falta. Podía no ser amable, podía estar
siempre apurado y hasta podía correr perdiéndose entre la multitud y aun así
esperar a que lo siguieran, pero al menos siempre le daba una pista del camino
correcto. Sin él estaba perdida. Halló un par veces una salida a la superficie,
pero la imagen desolada del valle le indicaba que esa no era la ruta que debía
seguir. Resignada y maldiciendo su suerte, se volvía a meter en el hormiguero.
Finalmente,
luego de varias horas de camino bajo tierra, una luz particular llamó su
atención. Era nuevamente la superficie. Emergió agotadísima y con el vestido
embarrado, pero los rayos del sol le parecieron inusualmente reconfortantes y una
brisa helada le humedeció la cara. Era un río. Con una buena corazonada, caminó
bajo la sombra de hojas gigantes hasta las orilla de la aguas, esperando una
señal que le indicara que había seguido por un buen camino.
Esta
señal llegó en forma de una enorme y verde hoja en forma de pica que era
arrastrada por la corriente. La hoja no venía sola, era navegada por un
personaje familiar, pero por mucho tiempo enterrado en su memoria. La Falsa
Tortuga se acercaba a la orilla a bordo de la improvisada nave. Reconoció su
postura recogida y sus movimientos torpes a varios metros de distancia.
-¡Hola,
Alice!- Saludó la Falsa Tortuga haciendo señas a la chica para que se
acercara.- ¡Por aquí!
Ella,
sin saber muy bien lo que ocurría, se acercó al navegante del río impulsada
sobre todo por la necesidad de hablar con alguien conocido.
-Hola,
Falsa Tortuga.- Suspiró la chica sin mucho ánimo.- ¿Qué es lo que haces?
-Los
estaba esperando…- Le lanzó una mirada de confusión.- ¿Dónde está el Conejo
Blanco?
Alice
se encogió de hombros y dijo con pena:
-Tuvo
un accidente al entrar en el valle. Unas botas gigantes como de payaso lo
aplastaron. No va a venir… estoy yo sola.
-¡No
puede ser!- Dijo la Falsa Tortuga soltando inmensos lagrimones que intentaba
torpemente limpiar con sus pezuñas de chivo.
-No
puedo detenerme mucho tiempo, necesito hablar con la Oruga ¿Puedes ayudarme?
La
Falsa Tortuga interrumpió su llanto.
-¡Por
supuesto! Para eso estoy aquí.- Contestó aún con pena.- Estaba esperando a que
el Conejo y tu salieran del hormiguero para llevarlos río abajo.
-¿Ahora
tenemos que ir por el agua?
-Sí,
la Duquesa vive en las cercanías y tenemos que evitarla a toda costa. Se
esconde de la reina y siempre tiene hambre.
-Déjame
adivinar, nos comería ¿cierto?
-Creo
que a ella le gustaría una falsa sopa de tortuga y que usaría lo que sea que
cubre tus huesos para darle espesura.- Contestó acariciando su caparazón con
cierto nerviosismo.- La mayoría de las criaturas del valle están siempre
hambrientas y tenemos que cuidarnos de ellas. El río tampoco es un lugar
seguro, está plagado de pirañas y he tenido mucho lío evitando que me coman.
-Tengo
como protegernos.- Dijo Alice acariciando el mango de la Espada Vorpal.
-Me
alegro, pero debes estar alerta, no quiero ser almuerzo de los peces.
Alice
subió a la hoja y emprendió junto con la Falsa Tortuga el viaje río abajo en su
improvisada embarcación. Su compañero tenía razón en que no iba a ser una
travesía fácil, debían permanecer alerta no solo por las pirañas, sino también
por las abejas que no dejaban de abalanzárseles desde el cielo. Por suerte para
ambos, la Espada Vorpal no perdía su filo y los golpes de Alice eran rápidos y precisos.
La corriente a ratos dejaba de ser pasiva y castigaba la endeble hoja en la que
viajaban con olas cada vez más impredecibles, la Falsa Tortuga tenía la
dificultosa tarea de enderezar el rumbo ya que de los dos, era el que mejor se
manejaba en el agua.
A
ratos tenían instantes de pasividad en los que el valle parecía haberse
olvidado de ellos. La hoja se movía muy lentamente por el agua cristalina y
Alice tenía ocasión de relajarse luego de varias horas empuñando y batiendo la
espada. Por primera vez desde su regreso al País de las Maravillas, pudo
sentarse y contemplar sin miedo su propio reflejo en el agua. En ese momento
intentó recordar cuando fue la última vez que había visto su rostro y se
sorprendió al descubrir que había pasado varios años sin mirarse a un espejo.
La última vez que se contempló a sí misma en un cristal ya llevaba un buen
tiempo internada en el sanatorio y la imagen de entonces no se parecía en
absoluto en la que ahora veía. Los internos del sanatorio eran totalmente
calvos, para no tener que lavarles el cabello y por sobre todo, para controlar
las plagas de parásitos que proliferaban en los peores internados de Londres,
los enfermeros les afeitaban por completo las cabezas. Alice ahora tenía un
largo y hermoso cabello castaño que se mecía con la brisa de valle. No solo
eso, las marcas de arañazos y mordidas habían desaparecido al igual que las
ojeras purpúreas que había conseguido al privarse a sí misma del sueño.
En
el País de las Maravillas su dolor aún seguía latente, veía su sufrimiento
reflejado en cada una de las criaturas desesperadas y hambrientas que
encontraba en el camino. Sin embargo, era el único lugar en donde podía ser
realmente libre, donde las paredes del sanatorio desaparecían y podía
contemplar el horizonte infinito con toda su hermosura y su bestialidad. A
pesar de la desolación que se cernía sobre esa tierra, no debía usar allí
máscara alguna, en ese lugar era una chica bella y fuerte, no ese despojo
humano semi fantasmal que pasaba sus días encerrado en una habitación diminuta
huyendo de la luz del sol.
Comprobó
con alegría que no había perdido aún su humanidad, los años en el foso no le
habían arrebatado la belleza que ahora veía en el reflejo del agua. Estaba
cansada y sucia, pero la certeza de continuar viva por dentro valía las peores
penurias del viaje.
-¡Alice!
La
chica se distrajo de sus pensamientos para prestarle atención a su compañero de
viaje. Remaba con sus pezuñas para orillar la hoja hacia tierra firme y
necesitaba un poco de ayuda.
-¿Ya
hemos esquivado a la Duquesa?- Preguntó cuándo la embarcación se hallaba en
buen rumbo y podían descansar.
-Tenemos
suerte de que ya no salga de casa, la Reina de Corazones quiere cortarle la
cabeza y solo come lo que tiene la osadía de tocar su puerta. La dejamos atrás
hace media hora.
-Bueno
¿Y qué camino debo seguir ahora para encontrar a la Oruga?
-Tienes
que ir colina arriba, entrando al Bosque de las Maravillas. Vive sobre la misma
roca de siempre, rodeada de sus zetas y podrás distinguirla por la columna de
humo de su pipa.
Alice
y la Falsa Tortuga bajaron de la hoja a tierra firme para continuar cada uno
por caminos separados. La improvisada embarcación que había sido su
transporte por dos larguísimas horas,
fue arrastrada río abajo hasta perderse en la corriente. Ya había cumplido su
cometido.
-Termina
lo que comenzaste, Alice.- Dijo la Falsa Tortuga a modo de despedida.- Tú estás
de visita, los demás vivimos aquí.
-No
estoy de vacaciones.- Contestó aceradamente la chica.
-No
creas que no te estoy agradecido. Sé que no será un viaje fácil así que te
nombro Reptil Honoraria.
-Que
honor.- Suspiró Alice sin mucha convicción.
-No
creas que es cualquier cosa. Cuando tengas que sumergirte en el agua te vas a
acordar de esto.
Acto
seguido, la Falsa Tortuga hizo una señal de despedida con la mano y se lanzó de
un chapuzón en las aguas del río. La chica quedó nuevamente sola ante una ruta
peligrosa y sin vislumbrar aún el humo que le indicaba el paradero de la Oruga,
sin embargo, no perdió tiempo y continuó rápidamente su camino abriéndose paso
con la Espada Vorpal a través de sus enemigos.
El
gordo y sedoso insecto estaba en el mismo lugar en que lo había visto hace
tantos años, inhalando el humo de su pipa como si sus pulmones fueran
desechables. Llegó hasta la Oruga cuando su desenfrenada carrera por
encontrarla le estaba pasando la cuenta.
La
Oruga nunca había sido un ser agradable, ni mucho menos amistoso. Siempre
estaba de mal humor, detestaba las visitas y lo peor de todo era que su
rinconcito en el bosque siempre estaba impregnado con el molesto humo de su
pipa. Aun así era el ser más sabio de todo el País de las Maravillas y el único
que podía decirle qué camino seguir para llegar con la Reina de Corazones.
Alice se acercó tímidamente, pero parecía que el insecto la estaba esperando.
-Alice,
has vuelto.- Dijo la gorda oruga inhalando el humo de su pipa- ¿A qué vienes?
-A
verte.- Contestó Alice con rapidez.- El conejo no me dijo porque y ahora se ha
ido…
-¿Por
qué? El País de las Maravillas se ha dañado. Tienes que arreglar este desastre…
tu desastre.
La
Oruga soltó grandes anillos de humo. Alice parecía molesta:
-¿Quieres
decir que esto es mi culpa? Apenas reconozco este lugar tan tétrico ¿Qué tiene
que ver con migo?
-En
parte es tu culpa y en parte no. Todo depende de cómo se le mire. Por supuesto
tú nunca te propusiste que esto pasara, aunque has tenido mucho tiempo para
arreglarlo. Ahora debes solucionarlo antes de que sea tarde y no queda mucho
tiempo. Este es el hogar, Alice, al menos solía serlo antes de la destrucción.
-¿La
destrucción? No entiendo bien de que hablas, pero necesito tu ayuda si quiero
arreglar esto.
-Ya
has comenzado, pero aún te queda mucho por reparar… y mucho dolor que soportar.
-¿Por
qué he de sufrir?
-Tu
mente se hundido en el autoengaño, hasta tus fantasías se han vuelto versiones
atormentadas de ellas mismas. Te corroe el sentimiento de culpa por haber
sobrevivido, temes la perspectiva de una vida solitaria.
-¿Qué
crees que debo hacer?
-Acaba
con la Reina de Corazones y con su reinado de terror.
-¿Cómo
lo hago?
-Es
difícil, ni siquiera te has subido al tablero ¿Cómo vas a saber que piezas
mover?
-¿El
tablero?- Preguntó Alice alzando la voz. Las metáforas y el humo de pipa le
hacían perder la paciencia- ¿Acaso esto es un juego de ajedrez?
La
Oruga suspiró con frustración justo antes de inhalar otra bocanada de su pipa.
-Ya
no eres la misma de antes. Tu cerebro ha estado apagado por demasiado tiempo.
Tal vez haya mucho que explicar y ya no queda ocasión de hacerlo.
-Entonces
solo dime donde tengo que ir.
-Tienes
a ambas reinas a ambos lados del tablero. Elije las piezas con las que vas a
jugar ¿Blancas o rojas?
-Pues…
elijo las blancas, eso supongo ¿Debo ir con la Reina Blanca?
-Es
peligroso. Los peones de la Reina Roja están entrando en la tierra de nuestros
aliados. Si no mueves bien las piezas, perderemos a todos los soldados.
-Entiendo,
entonces llévame con la Reina Blanca.
-Temo
que no es tan fácil. Primero tienes que tantear el camino.
-¿Hay
demasiados guardias?
La
Oruga negó con la cabeza.
-Definitivamente
no eres la misma, eso no es bueno. Hace años habría apostado todo por ti, pero
ahora…- Botó pesadamente nuevos anillos de humo, el último tenía un color
diferente.- Atraviesa el portal. Al menos eso puedes hacerlo bien.
Alice
se acercó tímidamente, el anillo brillante y colorido bailaba delante de sus
ojos.
-¡Alto!
Primero debes crecer. Llévate unos hongos.
La
chica arrancó trozos de una zeta gigante y los guardó en el bolsillo de su delantal.
Acto seguido se internó en la humareda brillante y desapareció de la vista de
la oruga.
El
bosque se distorsionó antes de desaparecer completamente. Alice estaba hundida
en un profundo espiral verde que la llevaba a un paradero desconocido. En ese
instante aprovechó de rescatar los trozos de hongo que acababa de recoger y se
los comió teniendo cuidado de tomar solo bocados muy pequeños, la experiencia
le decía que ese tipo de cosas suelen tener un efecto exagerado.
Cuando
llegó a tierra firme, no solo había recuperado su tamaño humano, si no que
había ganado un par de centímetros apenas perceptibles a simple vista. En un
principio se sintió algo torpe, estaba preocupada de controlar lo mejor posible
su recientemente agigantado cuerpo, pero al ponerse de pie y ver el lugar al
que había llegado, se olvidó por completo de ese diminuto detalle.
Estaba
en un sitio realmente extraño, no había ningún color a la vista, solo cuadros
negros y blancos hasta donde podían abarcar sus ojos. No era un lugar precisamente
poblado y aunque habían macizos muros grises con ventanales negros a su
alrededor y enormes portones, no creía que alguien respondiera si intentaba
llamar. La única criatura con la que podía hablar era una pieza de ajedrez (un
alfil, para ser precisos, con su túnica blanca y su cetro inmaculado) que tenía
cara de estar esperando su próximo movimiento.
-Hola.- Saludó Alice haciendo una pequeña reverencia.- ¿Estamos en la
tierra de la Reina Blanca?
El alfil la miró de pies a cabezas, visiblemente sorprendido.
-¿Quién eres? Nunca había visto a una pieza como tú.
-Me llamo Alice Lidell, estoy de visita en este lugar y necesito ver a
la Reina Blanca.
-¡Imposible!- Gruñó el alfil haciendo un gesto rígido con sus
brazos.- Tenemos todas nuestras fuerzas
concentradas en que el ejército enemigo no llegue a este lado del tablero…
¿Sabes cómo mover las piezas?
Alice afirmó con la cabeza, su padre solía ser un ávido jugador y en su
afán de tener una compañerita de juego, les había traspasado toda la dinámica
del ajedrez a sus hijas.
-Entonces muévete, niña, no estás en el lugar correcto.
-¿Dónde tengo que ir? Estoy muy confundida.
-Hacia el otro lado del tablero, por supuesto. Pero ten cuidado con las
piezas enemigas.
Sin entender muy bien la naturaleza del juego en el que se había metido,
Alice intentó avanzar hacia la casilla siguiente, sin embargo, el alfil la
detuvo extendiendo su rígido brazo frente a ella.
-¿Qué ocurre?
-Estás haciendo trampa, ese movimiento no está permitido.
La chica suspiró hondamente y trató de recordar las palabras de la
Oruga, aunque esta en ningún momento le habló con claridad, al menos le había
dado una idea de qué hacer en ese extraño mundo. Sabía perfectamente cómo se
movían los alfiles y que no podía avanzar en línea recta, así que continuó su
camino por las casillas en forma diagonal hasta que dejó atrás la entrada
protegida por el alfil.
El pueblo se veía desolado y los colores ausentes la deprimían. Por más
que avanzaba de casilla en casilla, sentía que no se movía. Los mismos tonos
proyectados hasta el infinito y el juego de luces y sombras hacían que todo se
viera monótono. Fue aquella monotonía la que hizo que Alice irremediablemente
volviera a evocar su pasado en el asilo Rutledge. Paradójicamente, las paredes
de su diminuta habitación también le parecían infinitas, como si todo el mundo
conocido y por conocer estuviese contenido en ese gris agujero apenas
iluminados por una ventanita en lo alto.
Al
cabo de un rato, se encontró con otra figura en el tablero. Se trataba de un
jinete con armadura blanca montado en un hermosísimo corcel del mismo color. La
chica se acercó al caballero con actitud cautelosa, especialmente cuando vio
que tenía ceñida en el cinto, una descomunal espada que probablemente ella
jamás habría podido siquiera empuñar.
-Hola,
señorita.- Habló el jinete al verla aparecer- ¿Qué la trae por nuestro mundo?
Aunque
Alice estaba frente a frente con el caballero blanco, no podía verle la cara porque
estaba usando un yelmo.
-Busco
a la Reina Blanca para que me diga donde hallar a la Reina de Corazones.- Dijo
la chica balanceándose sobre sus pies.
-Nuestra
Reina Blanca se encuentra protegiendo al rey.- Contestó el caballero de blanca
armadura.- Nosotros debemos evitar que el reino de terror de la Reina de
Corazones llegue hasta aquí a toda costa.
-Vale,
les ayudaré si me ayudan.
-Entonces
valla en esa dirección.- El caballero blanco apuntó hacia el oscuro horizonte
con su guante de metal.
-Gracias.
Alice
se dispuso a seguir su camino por las eternas casillas blancas y negras como lo
había hecho hasta entonces, pero de pronto el magnífico corcel que hasta
entonces había permanecido inmutable, comenzó a relinchar con rabia.
-Ese
movimiento no está permitido.- Sentenció en caballero.
-Está
bien.- Suspiró la joven con cansancio.- Haré el movimiento permitido.
No
era que la estuviese hastiando el juego del ajedrez, pero moverse como un
caballero apenas le permitía avanzar. Intentó caminar dos casillas hacia
adelante y luego alternaba la otra hacia la derecha o hacia la izquierda para
no ir perdiendo el rumbo. Estaba tan absorta en sus movimientos que no se
percató del instante en el que el jinete y su caballo quedaron atrás y ella
nuevamente se halló sola.
Al
poco andar, un pasillo muy estrecho que separaba dos enormes casas de ladrillo
gris llamó su atención. No solo porque el pasillo parecía conducir hacia otro
lugar distinto, sino porque estaba custodiado por un guardia. Alice no dudó en
acercarse, a pesar de que dicho guardia era un sujeto fornido y mucho más alto
que ella. Él también se percató de la presencia de la chica y ambos se miraron
detenidamente de pies a cabeza.
-Déjame
adivinar, eres una torre.- Dijo Alice luego de un largo momento de silencio. La
pista que le había revelado la identidad de la pieza había sudo su cabezota de
piedra terminada en cuadrados diminutos - Debo pasar por el camino que estás
bloqueando.
-Es
muy estrecho.- Contestó la torre.- Si te mueves como un caballero no podrás
pasar por aquí.
-Entonces
permíteme moverme como torre. Necesito llegar con la Reina Blanca.
-Ella
está ocupada.
-Al
menos déjame pasar y que me lo diga ella misma.- Insistió Alice.
-Las
piezas rojas han llegado a nuestro lado del tablero, por ahora solo son peones,
pero si te encuentras con otra torre, tendrás muchos problemas.
-Ya
tengo muchos problemas y además he seguido por un camino muy largo ¿Dónde lleva
este callejón?
-Lleva
a la pérgola principal. Pero si lo que quieres es ver a la reina, el camino más
corto es a través de la torre que hay del otro lado. Debes entrar y subir hasta
el último piso, luego comunicarte por medio de la pasarela con otra torre,
bajar y finalmente seguir en línea recta hasta el castillo blanco.
-Allí
se encuentran el rey y la reina ¿cierto?
-Así
es, pero ten cuidado, en algunos lados del tablero la batalla es más
encarnizada que en otras.
El
enorme guardia-torre se hizo a un lado y dejó el camino libre a Alice aun
sabiendo que tendrá problemas por moverse de su casilla. Ella corrió en línea
recta por el estrecho corredor buscando las pistas que acababan de darle.
Los
fríos muros que en todos lados tenían el mismo color y la misma textura, la
seriedad y apatía de cada pieza con la que se encontraba y por sobre todo, la
amenaza cada vez más latente de una batalla, hacían que ese lugar, que en un
comienzo se le antojaba como un sueño macabro, se hiciera cada vez más real y
más aterrador.
Cuando
llegó a la pérgola que le habían indicado (de un opaco blanco y negro, como
todo lo demás) se encontró con un pequeño peón blanco, que miraba con ojitos
asustones a la recién llegada.
-Hola,
soldadito.- Esta pieza en particular le inspiraba algo de ternura,
principalmente porque era la única de todo el juego que no sobrepasaba su
tamaño humano- ¿Qué haces aquí?
-Debo
proteger a la reina.- Respondió el soldado intentando parecer seguro.- En caso
de la que las piezas rojas intenten llegar al castillo ¿Quién eres tú?
-Solo
estoy de visita, no soy enemiga. Perdona si no me acerco, tengo prisa y no
quiero moverme como peón.- Se disculpó Alice.- Ahora debo cruzar las torres y
llegar al castillo.
No
intercambió mayores palabras con el pequeño, simplemente se despidió en forma
rápida y rodeó la pérgola. Cuando llegó al sitio que le había indicado la torre
del callejón, tuvo que abrir un enorme portón negro para entrar y en cuanto lo
hizo, comprobó hasta qué punto habían avanzado las piezas rojas. Dos alfiles y
un caballero blanco como los que había visto hace un rato, peleaban
encarnizadamente con tres torres rojas y parecían estar en verdaderos aprietos.
No dudó en empuñar con fuerza la Espada Vorpal y acudir en ayuda, pero en
cuanto se acercó a la pelea, una de las piezas rojas la golpeó en el pecho de
tal manera que calló a los pies del muro.
-¿No
recuerdas lo que te acaba de decir la torre blanca?- Dijo al Gato Cheshire
apareciéndose junto a la aturdida chica.- Si las hormigas, las abejas y las
pirañas del valle significaron una amenaza, debes tener mucho más cuidado con
las piezas de un ajedrez. Es solo un consejo.
-Pues
es el primer comentario que no me haces en forma de metáfora inútil y encima lo
haces tarde.- Contestó la irritada Alice poniéndose en pie y, sin sudarlo
mucho, volviendo a la pelea.
Cuando
atacó nuevamente, uno de los alfiles había caído. El otro disparaba
desesperadamente rayos a través de su cetro contra una de las torres enemigas
para evitar el mismo destino de su compañero. Alice acudió en ayuda de esta
pieza y clavó la espada en la cabeza de la torre roja quien soltó un grito
grave, lanzó un par de golpes al aire y finalmente calló sobre el suelo sin
color. Al igual que había ocurrido con todos los enemigos que había atravesado
con su espada, del recién caído emergió un brilló rosa que permaneció allí unos
instantes antes de desvanecerse.
El
alfil no tuvo tiempo de agradecer a su extraña salvadora, se lanzó sobre las
otras torres empuñando su cetro con rabia y no paró de asestar golpes hasta que
acabó la batalla. Alice también volvió a ser útil a las piezas blancas,
especialmente porque sabía manejar muy bien el arma que tenía a su haber, fue
esta pericia la que llamó la atención del alfil y el caballero sobrevivientes.
-¿Qué
clase de pieza eres tú?- Preguntó el caballero, quien no había desmontado ni un
solo instante a pesar de hallarse en un lugar cerrado. Parecía que estaba unido
a su caballo.
-Es
una pieza muy extraña.- Musitó el alfil sacudiéndose la túnica otrora
inmaculada.- Pero al menos es una pieza poderosa, como la reina ¿Eres una
reina?
-No,
supongo que no. A menos claro que llegue a la octava casilla.
-Suerte,
es un camino largo.
-Olvídenlo.
Ese no es mi objetivo, solo estoy de paso, no soy parte de esta guerra. Tengo
que irme.
Sin
esperar otro comentario, dejó atrás al alfil y al caballero y comenzó un largo
ascenso hasta lo alto de la torre. Tal y como le habían indicado, había una
larga pasarela que comunicaba con otra torre contigua, pero esta estaba
custodiada por un pequeño peón rojo rezagado.
-Quítate
del medio.- Dijo Alice amenazando al soldadito con su espada.
El
peón no se dejó intimidar ni por un segundo, a pesar de que su adversaria lo
doblaba en tamaño. Se lanzó sobre ella y le asestó el primer golpe en el pecho.
No fue un golpe particularmente fuerte ni dañino, pero su cuerpo estaba
resentido por el reciente ataque de la torre. Retrocedió un par de pasos
mientras tocía lastimeramente. Comprobó con algo de preocupación que le costaba
respirar.
“Los abismos de la locura pueden volverse
infranqueables.”
Conservar
su cordura luego de todo lo que había pasado era prioritario. No podía llegar
ante la Reina de Corazones debilitada o perdería la cabeza en más de un
sentido.
Para
cuando el soldado enemigo se lanzó nuevamente contra la chica, la Espada Vorpal
lo estaba esperando. Al igual que las tres torres que había vencido en la
planta baja, el pequeño peón se desvaneció a pocos palmos del suelo dejando
solo su meta substancia. Alice no quería detenerse por mucho tiempo, a pesar de
que a cada paso la esperaban nuevas amenazas, sin embargo, una escena
horripilante hizo que se congelara en el acto.
Un
portón negro se abría unos cuantos metros abajo, de él salían dos torres rojas
arrastrando entre ambas a la pieza que estaba buscando, la Reina Blanca. No le
costó mucho reconocerla, era una mujer totalmente nívea, incluso su cara
carecía de color absoluto. Lo único que no era claro como el nácar eran sus ojos,
totalmente negros y que resaltaban en forma exagerada en ese rostro lechoso.
La
mujer prisionera no hacía mayores esfuerzos por liberarse de sus captores,
simplemente se dejó conducir hacia un punto desconocido del tablero.
-No
puede ser…
Las
cosas parecían no poder marchar peor para Alice, sin embargo, un alfil rezagado
por la comitiva roja se percató de la presencia de la intrusa que fisgoneaba
desde lo alto. No dudó un segundo en dispararle, aunque no se veía del todo
como una de las piezas blancas. La chica al verse atacada a distancia, no tuvo
más opción que lanzarse a la carrera buscando la protección del muro que había
del otro lado de la pasarela. Pudo ponerse a salvo en la segunda torre, aunque
los rayos del cetro pasaron un par de veces a centímetros de su cabeza.
Bajó
por la torre lo más rápido posible y en el camino tuvo que despacharse a un
nuevo peón rojo. Al salir al exterior, pudo ver a los lejos el castillo blanco,
o al menos parte de él, ya que un estrecho corredor de piedra ocultaba casi
todo a la vista. Alice se movió rápidamente, incluso tuvo que subir y bajar
varios escalones. Ese extraño mundo que en algún momento le pareció monótono e infinito,
se había convertido en un laberinto.
Los
estrechos pasadizos por los que debía atravesar la obligaban a descender, hasta
que sin darse cuenta, llegó el punto en que no pudo ver la superficie. Pronto,
el único camino que le quedó para no tener que volver sobre sus pasos hacia la
torre, fue un portón gris con tallados negros que en medio de esa penumbra, era
casi invisible.
Del
otro lado había una habitación iluminada a medias por una vela casi consumida. Era
el escenario de una batalla reciente. Aún podía ver algunas piezas blancas
palideciendo bajo su meta substancia. Se preguntó si aquellos desafortunados
guerreros habían muerto tratando de proteger a su reina.
La
siguiente habitación era menos macabra, los colores del ajedrez habían vuelto e
incluso estaba adornada con retratos descoloridos. Siguió avanzando hasta dar con
un amplio corredor de piedra al final del cual se podía ver una nueva puerta.
-Esto
es infinito.- Suspiró Alice al encontrar tras la puerta una escalera en espiral
cuya cima no alcanzaba a ver.
A medida que avanzaba, un ruido
metálico como de espadas chocando, se hacía cada vez más fuerte. Al
parecer, al final de las camino, encontrarse nuevamente en el campo de batalla
era algo inminente. Lo que no sabía era que tras la puerta estabala estancia
real. Su primera reacción fue la sorpresa al ver que por había entrado sin
dificultad en el castillo, pero luego debió ponerse en guardia en cuanto las
piezas enemigas notaron su presencia.
-¡Protejan
al rey!- Chilló uno de los caballeros que defendían encarnizadamente el último
bastón que les quedaba.
Alice
no dudó en meterse en la pelea, a pesar de que estaba exhausta y de que las
piezas enemigas eran mayoría. Se colocó junto al rey con la Espada Vorpal
en alto, sin dudar por ni un momento en atravesar a quien sea que
intentara acercarse mientras el resto de las piezas blancas (que
cada vez eran menos) intentaban vaciar la estancia.
Cuando acabó la batalla, las pocas
piezas blancas sobrevivientes se acercaron para agradecer a la misteriosa
intrusa que los había ayudado. Incluso el rey hizo una reverencia. La portadora
de la Espada Vorpal se dejó elogiar por un momento, ella sabía que sin su ayuda
habría sido un jaque mate seguro.
-Pues
ahora necesito un favor.- Dijo bajando la espada a la altura del suelo.- Tengo
que llegar a los dominios de la Reina de Corazones, necesito que me ayuden. La
Oruga dijo que tenía que tenía que llegar con la Reina Blanca.
El
rey suspiró afligido.
Alice
lo consideró en ese momento un hombre verdaderamente imponente, con el rostro y
la ropa blanca, al igual que la reina. Medía por lo menos dos metros de alto,
aunque supuso que la corona de marfil le hacía ganar unos cuantos centímetros.
-¿Qué
ocurre?
-Mi
reina ya no está aquí.- Contestó el rey.
-He
visto como se la han llevado, lo siento.
-Sin
sus dotes de mando, las piezas rojas ganarán, estamos perdidos. Debes liberar a
la Reina Blanca, Alice, nos vendrá muy bien.
La
chica miró al rey con cara de duda. Sabía que la reina podía ayudarla, pero
también sabía que no tenía ni el tiempo ni las fuerzas para adentrarse al otro
lado del tablero.
-No
soy una jugadora.- Dijo encogiéndose de hombros.- No conozco las reglas.
-¿Reglas?
¡Aquí no hay reglas! ¡Ni siquiera hay estrategias! Y no tenemos tiempo, asalta
el castillo rojo. No voy a engañarte, te esperan trampas mortíferas y la más
fiera oposición.
-¿He
de dar gracias por la verdad? Un par de mentiras me habrían sido más
tranquilizadoras.
-En
el ajedrez solo hay cabida para la verdad, ya habrá tiempo para la mentira. No
olvides que la Reina Blanca es quien puede ayudarte a llegar al castillo de la
Reina de Corazones, deberás esforzarte por traerla de vuelta.
Alice
suspiró profundo, las cosas se estaban complicando más de lo previsto.
-No
enfrentarás sola al enemigo.- Dijo el rey, como adivinando la preocupación de
la joven.- Llévale este soldado a la reina. Debes sacarlo en el momento preciso
o no te servirá de nada.
Ante
la mirada sorprendida de Alice, un pequeño peón blanco atravesó la estancia
hasta quedar frente a la chica. Acto seguido, se encogió hasta el tamaño de una
pieza de ajedrez normal.
-¿Lo
mejor que puedo esperar es un simple peón?- Preguntó sin saber exactamente si
mostrarse molesta o triste.
-Eso
me temo.
-Valla.-
Suspiró la chica agachándose para recoger al peón y esconderlo en el bolsillo del
delantal.- Al menos puedo usarlo de carnada.
El
rey parecía algo avergonzado, pero aunque se esforzara, no podía esconder sus
falencias.
-Debes
irte ahora.- Dijo.- Las torres- guardias conocen el camino al otro lado del
tablero.
-¿Al
otro lado del tablero? ¿Acaso es tan fácil llegar?
-Tenemos
un acceso, seguramente por ahí se llevaron a la Reina Blanca. Por ahora debes
salir de este castillo. Daré la orden para que drenen el canal.
Dos
corpulentas torres que habían estado presentes durante la batalla en la
estancia, flanquearon al rey y se colocaron frente a Alice. Aunque ella no
quería ir tras ellas y mucho menos hacer un viaje peligroso sin más compañía
que un peón, sabía que solo rescatando a la Reina Blanca podría seguir
avanzando. El resto de las piezas eran totalmente inútiles.
Esta
vez dejaron el castillo por un camino en espiral bien iluminado y lleno de
retratos en las paredes. Las torres se movían muy rápido y Alice casi tenía
problemas para seguirlas. Al salir encontraron un larguísimo canal de aguas
negras en cuyo centro había un molino de madera. El molino comenzó a girar cada
vez más rápido y mientras lo hacía, el nivel de las aguas descendía hasta dejar
solamente un piso mojado y pintado con casilla blancas y negras.
Acto
seguido, bajaron por unas escaleras de mano que quedaron al descubierto tras el
drenaje del canal. Justo bajo el molino de madera (que aún giraba mientras se
agotaba el impulso inicial de la corriente) encontraron tres puertas blancas
suspendidas en el aire.
-¿Por
cuál puerta debo entrar?- Preguntó Alice a sus escoltas.
-Elije
la del medio.- Contestaron las torres al unísono.- Debes darte prisa, si el
agua sube, no podrás volver. Y las piezas rojas no te la dejarán fácil.
-De
acuerdo, pero no olviden de que si yo no vuelvo, su reina tampoco lo hará.
Tal
y como se lo había imaginado, el otro lado del tablero era muy parecido al
lugar de donde venía, salvo por unos cuantos detalles. En primer lugar las casillas
del suelo estaban pintadas de color rojo y blanco, además, los muros de
ladrillo no solo eran de un gris monocromático, si no que tenían manchones
rojos que bien parecían salpicaduras de sangre (no quiso detenerse a
averiguarlo).
Del
otro lado también había un canal con un molino de madera, solo que este estaba
repleto de un agua oscura y turbia. Atravesó por un puente rojo, mientras le
llovían rayos luminosos provenientes del cetro de algún alfil que la
hostilizaba desde lo alto.
Al
poco estar en ese sitio pudo comprobar lo agresiva que eran las otras piezas, a
las que evidentemente no podía pedirles indicaciones para llegar a su meta.
Alice sabía que no sería un camino fácil, el Rey Blanco y las torres se lo
habían advertido. Una vez del otro lado del puente, no pudo seguir avanzando.
Las piezas enemigas fueron demasiado numerosas y hostiles. Al principio solo se
encontró con un par peones encargados de la vigilancia, pero en cuanto los
quitó del camino, por lo menos cinco torres rojas salieron a su encuentro. Entonces
debió retroceder inmediatamente y buscar otra alternativa para seguir avanzando,
pero a cada paso que daba la estaban esperando nuevas piezas, poderosas y
agresivas. Finalmente, tuvo que retroceder hasta el puente y lanzarse las
oscuras aguas del canal ya que todas las alternativas que le permitían
conservarse seca, estaban flanqueadas por los guardias.
En
medio de maldiciones contra las piezas del tablero (blancas y rojas) buceó por
las aguas negras en las que se había zambullido. No podía ver más allá de un
par de metros, pero al menos su habilidad para nadar había mejorado
sustancialmente, en especial teniendo en cuenta de que no lo hacía en años.
Parece que sí tiene sus ventajas der una Reptil
honoraria, pensó.
Llegó
un momento en que sus pulmones comenzaron a necesitar aire, ni la bendición de
la Falsa Tortuga le había dado algo parecido a branquias. No sabía muy bien
donde se dirigía, casi no llegaba luz desde el exterior. Aunque tenía miedo de exponerse,
llegó un punto en que la falta de oxígeno se hizo incontenible y nadó hacia
arriba buscando aire. Para su sorpresa, no se encontró la superficie del
tablero, si no con un conducto vertical en cuyo extremo podía ver la luz pálida
del cielo. El único camino era hacia arriba, por una oxidada escalera de mano.
Al
final de la escalera, la esperaba una pasarela que conectaba con otra torre
vigía muy parecida a la que había visto hace un rato. Por fortuna para Alice,
los enemigos esta vez venían en un número posible de vencer. Tuvo que correr
por la pasarela, blandiendo su espada y partiendo a diestra y siniestra hasta
que su delantal blanco estuvo tan salpicado de rojo como las paredes.
Cruzó
hacia la torre vigía, pero al descender a la planta baja no pudo encontrar la
salida hacia la intemperie. No importó cuanto corrió ni cuantas piezas rojas
fueran mutiladas por la Espada Vorpal, jamás pudo ver otra cosa que un amplio
corredor e infinito número de habitaciones sin salida. Una vez más echó de
menos al Conejo Blanco.
Cansada
del mismo escenario, se acercó a un enorme ventanal buscando una manera de
salir, incluso, si era necesario, rompería el vidrio a zapatazos. Sin embargo,
notó que desde ese punto tenía un punto de vista privilegiado del patíbulo de
ejecuciones: el exterior estaba bien iluminado y los enemigos parecían no
percatarse de que eran observados.
Lo
que vio en ese lugar fue sencillamente horrible. Las piezas rojas estaban
reunidas para presenciar de primera mano una ejecución. La condenada era la
Reina Blanca, quien estaba atada de pies y manos, con el cuello inmóvil bajo la
hoja oxidada y sangrienta de una guillotina. La reina se resistía con todas sus
fuerzas, rehusando la condena a muerte, sin embargo, parecía que nada podía
salvar su cabeza albina. Alice solo podía contemplar impotente la ejecución.
Cerró
los ojos en el momento justo, un sonido metálico y fugas le indicó que la hoja
de la guillotina había rebanado el cuello de su víctima. Cuando los abrió, solo
alcanzó a ver un charco de sangre y el cuerpo sin cabeza de la ahora inmóvil
Reina Blanca.
-No
puede ser.- Balbuceó la horrorizada Alice sentándose en el suelo- ¿Ahora qué
debo hacer?
La
voz del Gato Cheshire le habló de pronto, parecía calmada, pero aun así estaba
lejos de ser consoladora:
-Aún
debes llegar al final del tablero, no hay tiempo que perder.
-¿Con
qué caso? Si la Reina Blanca ha muerto, nadie puede decirme como penetrar la
fortaleza de la Reina de Corazones.
-No
hay mucho tiempo, no puedes descansar ahora. Levántate y continúa.
La
chica suspiró profundamente, no tenía ganas de seguir, pero aun así se levantó.
Su paso era vacilante y en más de una ocasión se apoyó contra la pared al
recordar que estaba perdida. Solo la certeza de que Gato Cheshire aparecería
nuevamente a regañarla si se detenía mucho tiempo, le animó a seguir caminando,
aunque no sabía exactamente que esperaba él de ella ahora que la Reina Blanca
había sido decapitada.
Justo
cuando creyó que el corredor no tendría fin, se topó con una enorme puerta roja
con forma de corona. No estaba muy segura de querer encontrarse con lo que
había del otro lado, aun así la empujó y atravesó el umbral. Los que vio del
otro lado casi la deja sin aliento, a su derecha se encontraba el tablero rojo,
con sus casillas de colores alternados y sus paredes manchadas, pero a su
izquierda solo había un gran vacío oscuro con piezas de ajedrez flotando a gran
velocidad (eran piezas gigantes, aun así, se parecían más a las que Alice
recordaba).
Había
llegado al final del tablero, no había otro lugar adonde ir. Con las manos
vacía y una frustración incontenible, Alice se sentó en una de las casillas del
suelo. Estaba cansada por la culpa de un viaje que en ese momento carecía de
sentido. Ni siquiera estaba segura de que volver al tablero blanco fuera una
opción ¿Acaso un rey incompetente que no podía defender a su ejército le sería
de alguna ayuda?
Solo
cuando se le vino a la mente el castillo blanco, recordó la pieza que traía en
su bolsillo. Aun sabiendo que un simple peón no haría ninguna diferencia, sacó
al pequeño soldado de su escondite. En cuanto éste tocó el tablero, sufrió una
metamorfosis tan sorprendente que Alice se alejó unos pasos, visiblemente
preocupada. El peón no solo creció hasta recuperar su tamaño natural, sino que
lo triplicó, ahora la chica estaba frente a la auténtica Reina Blanca.
-Gracias,
pequeña.- Dijo la mujer, altiva a causa de su trasformación.- Nuestros aliados
necesitaban una Reina.
-Pero…
Pero esto es imposible.- Balbuceó Alice tanteando a la recién llegada para
comprobar que fuera real.- Vi como la decapitaban, su majestad.
-Cierto.-
Dijo la reina sin darle la menor importancia.- Pero cuando los peones llegan a
la última casilla, se convierten automáticamente en reinas.
La
chica suspiró aliviada, ese demente juego tenía reglas después de todo.
-Entonces
esa ha sido mi misión todo el tiempo, proteger al peón para que llegara al otro
lado del tablero y así recuperar a la Reina Blanca.
-Comienzas
a entender, querida. Ojala pudiéramos quedarnos a tomar el té. Pero debemos
marcharnos.
-¿Dónde
vamos? Necesito que me diga como penetrar en la fortaleza de…
-Tomamos
caminos diferentes ahora. Yo regreso al castillo con mi rey, pero tú debes
encontrar la única llave a la fortaleza de la Reina de Corazones y no la encontrarás
con migo.
-¿Cuál
llave? ¿Dónde debo ir?
-Primero
debes encontrar el Báculo del Ojo del Jabberwocky, luego sacarle uno de sus
ojos a la misma bestia, solo así derrumbarás los muros de la reina.
-¿Dónde
lo encuentro?
-El
Sombrerero lo tiene. Pero ten cuidado, no será fácil ni recuperar el báculo, ni
obtener el ojo. El Sombrero Loco está un poco… diferente.
-¿Qué
ocurre? ¿Se ha vuelto loco?- Preguntó la chica con ironía.- No es suficiente,
necesito más pistas.
-Lo
siento, no hay tiempo para seguir hablando. Debo volver, no me será difícil,
como reina puedo moverme rápido, pero si me entretengo contigo…
-¿Por
qué todos en este mundo están tan apurados?-Gruñó Alice.
-Lo
siento, querida.
La
reina hizo una sutil reverencia y luego se alejó por la puerta en forma de
corona, dejando a la joven confundida y aún con muchas preguntas por hacer. Sin
embargo, el escenario aún estaba por empeorar, ya que un contingente importante
de piezas rojas había dado nuevamente con el paradero de la intrusa. Alice
levantó la espada, aun sabiendo que era una lucha imposible. Justo en el
momento en que se disponía a lanzarse contra sus enemigos, una señal dada a su
espalda los detuvo en seco.
Alice
se volteó esperando hallar al mismísimo Rey Rojo tras de sí, pero en lugar de
eso encontró a un ser aún más enorme, vestido en forma excéntrica y con la cara
verdosa, como si estuviera en pleno proceso de descomposición. No sabía si
mostrarse sorprendida o asustada, en lugar de eso solo atinó a mirar al recién
llegado de pies a cabeza varias veces, desde sus botines negros hasta su
sombrero de copa.
-¡Sombrerero
Loco!- Chilló colocándose a la defensiva, había reconocido los zapatos- ¿Qué
pretendes? ¡Masacraste al Conejo Blanco!
El
misterioso personaje levantó su bastoncillo de madera sin dejar de mirar a la
chica ni pronunciar palabra alguna.
-¡Has
enloquecido! ¡Aléjate de mí!
El
Sombrerero siguió sin responder, inmutable en su desprecio.
El
bastón de madera se vino contra la desprevenida Alice y el tablero rojo con todas
sus piezas fue reemplazado por una cortina negra que nubló su visión por
completo.
Alice
abrió los ojos perturbada por una odiosa luz verde. Tenía un dolor punzante en
la cabeza y los acontecimientos recientes le daban vueltas como un torbellino
confuso. No recordaba nada desde el bastonazo que había recibido en el cráneo,
pero estaba segura de una cosa, ya no se encontraba ni remotamente en las
tierras del tablero de ajedrez.
Había
una especie de candelabro colgando junto a ella, las velas encendidas se
balanceaban iluminando tan solo una parte de una habitación muy extensa. Se
encontraba recostada en una mesa de piedra y cuando se incorporó sintió un
dolor agudo por todo el cuerpo lo que le indicó que no había tenido un buen
descanso. Seguramente el lugar donde se encontraba no era precisamente
agradable.
En
cuanto saltó de la mesa, pudo comprobar que ésta estaba asegurada sobre una
pared, habiendo estado todo ese tiempo en una posición que desafiaba las leyes
de la gravedad.
-Este
lugar es demasiado loco.- Suspiró Alice tomándose las cienes, sentía que la
cabeza se le partía en dos.
No
estaba sola, unos misteriosos niños calvos y con artefactos atornillados a sus
cráneos corrían de un lado para otro, sin rumbo fijo y emitiendo sonidos incomprensibles.
No
había un techo, no había un suelo. Las paredes seguían el juego ilógico de
esconder el arriba y el abajo. El tiempo estaba muerto, los relojes en las
paredes eran inútiles y peligrosos.
-Mira
de frente o de soslayo.- Dijo la voz del Gato Cheshire desde algún punto en la
oscuridad.- Elijas lo que elijas, mira siempre en la dirección correcta.
-¡Espera,
gato! ¿Dónde me encuentro?- Gritó Alice mirando confundida en todas
direcciones.- ¿Quiénes son estos niños?
Intentó
acercarse a los pequeños, pero no pudo detener a ninguno por más de dos
segundos, ni mucho menos cruzar palabra con ellos. Eran unos engendros
semidesnudos, mutilados hasta la irracionalidad y que habían perdido toda
inteligencia.
Horrorizada,
Alice corrió en busca de una salida. Habían dos caminos y ambos eran
exactamente iguales, un pasillo semicircular de concreto y más allá, paredes de
espejos hasta donde se perdía la vista. No muy segura del significado del
consejo que acababa de recibir del gato, decidió ir por el camino que le
quedaba de frente.
Con
algo de sorpresa, comprobó que aún llevaba la Espada Vorpal consigo, guardada
en su vaina de plata. No sabía las intenciones del Sombrerero para con ella,
pero por alguna razón, no la quería desarmada. La hoja de la espada siguió
siendo útil para conservar su vida aún en ese lugar tan bizarro. Al poco andar
en ese laberinto de espejos, comprobó que estaba plagado de enemigos. Al
comienzo solo vio un destartalado robot, más bajito que ella y que por
extremidades tenía una rueda para moverse y dos brazos acabados en muñón. A
primera vista, solo era un pedazo de chatarra, pero en cuanto se encontraron
frente a frente, el robot arremetió contra la intrusa con toda la fuerza de su
maquinaria.
El
primer movimiento de Alice logró ponerla a salvo de la arremetida, sin embargo,
el robot lanzó dos bolas de fuego imposibles de esquivar. La chica calló de espaldas
contra uno de los espejos. Le dolía la cabeza y su vestido estaba chamuscado,
pero sorprendentemente, no se sentía como alguien a quien acabaran de quemar.
No
podía permitirse recibir otro golpe como ese, debía acabar con esa y a todas
las hojalatas que se cruzaran en su camino. Lo que hizo fue atacar la cabeza de
un solo golpe con su espada, ya que parecía el punto más vulnerable. El robot
dio un par de vueltas sobre su propio eje y luego cayó de bruces. Alice no
esperaba que un montón de fierros tuviera algo semejante a la meta substancia,
pero allí estaba, frente a sus ojos, la pálida lucecita rosa flotando sobre el
piso.
-No
puede ser.- Suspiró ella cuando vio a un segundo montón de chatarra a través
del espejo.
Tuvo
que despacharse a varios robots para poder continuar. Afortunadamente, parecían
igual de perdidos que ella, por lo que no llegaban a ser más que unos guardias
fijos y estúpidos. El verdadero problema era el lugar donde estaba. No existía
salida de ese laberinto, era un circuito infinito que acababa exactamente en el
mismo lugar en donde había comenzado. Lo que había visto en un comienzo no eran
dos caminos diferentes, si no el punto de conexión de uno.
El
transcurso del tiempo no parecía algo natural, era como si los segundos, los
minutos y las horas no transcurrieran linealmente, si no de forma trastornada e
ilógica. Lo único que había para medir el tiempo era un enorme reloj tras un
cristal en medio del laberinto, pero sus manecillas giraban alborotadas, a toda
velocidad y sin una dirección fija.
El
viaje se hacía cada vez más difícil y la chica estaba cansada de pelear y
correr. Los interminables pasadizos de cristal se le hicieron vomitivos y a
cada encuentro con esos misteriosos robots, reaccionaba con más furia. A la
tercera vuelta que le dio al laberinto, había atravesado tanto metal que ya no
quedaba nadie más que ella y los niños mutilados.
Se
sintió presa en esos corredores infinitos, a merced de un reloj que deformaba
el tiempo. Sabía que el circuito no acabaría jamás y la semejanza con su propia
realidad la estremecía. Cuando llegó a un punto crítico, se lanzó con furia
contra los espejos con ganas de hacerlos trizas, pero luego de unos cuantos
golpes comprobó que eran irrompibles.
Se
detuvo ante el reloj. Miró sus gigantescas manecillas girar en forma
descontrolada, mientras se llenaba de rabia e impotencia ante la magnitud de su
soledad. Pero el cristal que contenía el reloj era diferente a los otros, no
reflejaba nada. Movida por esos pensamientos negativos, lo golpeó con la punta
de su espada hasta hacerlo pedazos, que cayeron a sus pies y dejaron al reloj
desnudo con su terrible demencia. Del otro lado del vidrio no solo estaba el
reloj descompuesto, si no los engranajes que lo hacían funcionar. Eran enormes,
incluso considerando el tamaño de la maquinaria que movían. Más allá solo había
un vacío negro e infinito.
Al
principio pensó que el engranaje estaba descompuesto ya que no se movía, pero
observando con mayor atención, pudo ver que había una vara atorada entre dos de
ellos, haciendo que todo el conjunto se frenara. Con algo de miedo (pues sabía que
en cualquier momento podía precipitarse al vacío), pero decidida a salir del
laberinto, bajó cuidadosamente hasta el sistema de engranaje con la intención
de quitar la vara. Por más fuerza que aplicara con ambos brazos, jalando nunca
lograría quitarla por lo que usó su espada para resquebrajarla hasta que la
presión de los engranes acabó por despedazar la vara.
El
tiempo volvió a correr y el espacio que hasta ese momento parecía infinito, mostró
un punto de quiebre.
Con
renovada esperanza, volvió al laberinto para encontrarse con que uno de los
espejos había sido reemplazado por un túnel angosto y pintado con finas franjas
blancas y negras. Alice no podía ver bien que había del otro extremo, probablemente
no sería algo agradable, pero era evidente que no iba a encontrar otra salida.
Corrió
por el túnel lo más rápido que pudo, el diseño estrambótico de las franjas la
mareaba y estaba segura de que el piso se movía bajo sus pies. En el otro
extremo había una serie de pasillos tan extraños como con los que acababa de
lidiar, sin embargo, no estaban hechos de espejos ni de ningún otro tipo de
cristal, si no de metal sólido y opaco. A ambos lados había un sinnúmero de
habitaciones, algunas tenía las puertas abiertas y otras cerradas, pero todas
tenían una pequeña ventanita llena de barrotes.
Alice
suspiró profundamente, una vez más no había nadie a quien preguntarle sobre su
extraño paradero pues los únicos residentes no eran más de esos niños mutilados
y dementes.
-¿En
qué lugar estoy?- Preguntó con tristeza.- ¿Acaso jamás podré escapar de este
laberinto?
-Estás
en la residencia.- Contestó el Gato Cheshire, apareciendo repentinamente como era
su costumbre.- Acabas de salir de la Sala de Espera.
Alice
replicó indignada:
-¿Acaso
tienes un mapa en la cabeza? ¿Por qué no me dices cómo salir de aquí? No tienes
idea de cuánto me ha costado llegar hasta donde estoy.
El
gato se encogió de hombros en señal de incertidumbre y agregó:
-Los
secretos siempre serán secretos, a menos que nos atrevamos a enfrentar esas lagunas
oscuras de nuestra mente. Si el horror nos permite sobrevivir, entonces
habremos salido victoriosos.
-Ya
me están cansando los laberintos ¿Sabes?
A
pesar de toda su frustración, la chica inició el largo y recto camino hacia la
puerta de metal. Unos pasos más allá, encontró una puertecita entreabierta al
costado del pasillo que filtraba su débil luz a través del umbral. Dentro de la
habitación se escuchaba un balbuceo ininteligible y un zumbido constante. Sabía
que iba a arrepentirse, pero de todas maneras asomó la cabeza apoyándose en el
marco, con la franca intención de espiar. Dentro de la habitación vio a un
enanito con facciones infantiles maniatado con una camisa de fuerza; sus pies
estaban libres y los ocupaba para dar patadas contra las paredes acolchadas
mientras repetía frases irreconocibles con su boca babosa y sin dientes. Parecía
haber sido intervenido con una terrible violencia pues la tapa superior del
cráneo había sido removida y su cerebro (una masa deforme y rosa) se asomaba a
simple vista.
Alice,
impactada y conmovida se dispuso a entrar, pero una imagen tan sorpresiva como
escalofriante la detuvo. Un segundo interno saltó delante de la chica emitiendo
sonidos guturales provenientes de una garganta destrozada por correas de cuero.
Lejos lo más sorprendente de este individuo era que su cabeza estaba atrapada a
la altura de los ojos por un casco de metal atornillado al cráneo.
-¡Joder!-
Exclamó Alice cerrando la puerta de golpe y haciendo un ruido que hizo eco por
todo el pasillo.- ¡Tengo que salir de aquí!
Huyó
por el corredor desesperada por alcanzar la puerta que le ponía fin, sin
siquiera pensar en detenerse cuando escuchó un nuevo ruido que no tenía
explicación. Alcanzó su objetivo en pocos segundos, pero abrir la puerta fue
toda una hazaña. Tomó el picaporte con ambas manos y lo jaló hacia sí con
fuerza, pero parecía que algo todavía más fuerte jalaba del otro lado. Cuando
por fin logró abrir la puerta, una ventisca helada le levantó el vestido y dejó
al descubierto un panorama que en ningún momento pensó ver.
La
puerta parecía contener el universo entero, las estrellas brillaban lejanas en
el vacío azul e infinito. Solo había algo concreto delante de ella: un camino
de piedra marrón que parecía poder caerse en cuanto alguien pusiera un pie
encima. El camino subía en espiral hasta un punto desconocido en el horizonte y
parecía que envolvía una torre de guardia, pero desde su posición no podía
estar segura.
-No
puedo ir por ahí.- Concluyó Alice, cerrado la puerta con cuidado.
-¿Prefieres
quedarte con ellos?- Suspiró el Gato Cheshire con una voz suave y burlona.
Alice no se había percatado de su regreso, aunque bien podía ser que nunca se
hubiese marchado.
-Quiero
explorar otras opciones.- Dijo con algo de duda.
-No
hay mucho que elegir…
Sin
preocuparse si era seguida por el gato, la chica retrocedió por donde había
venido en busca de otro corredor. Este también tenía una enorme puerta al final,
pero esta era de otro color. Tuvo que hacer nuevamente un importante esfuerzo
para abrirla, pero lejos lo más frustrante fue encontrarse con el mismo paisaje
que acababa de ver: un vacío oscuro y un camino de piedra cuyo final no
alcanzaba a ver.
Fue
entonces cuando Alice se percató de que no se encontraba en un laberinto y de
que tampoco había estado perdida ni por un solo segundo. Lo que había hecho
todo el tiempo fue seguir por una sola ruta, que seguramente había sido tratada
por la mismísima reina. Todo a su alrededor era una elaborada trampa, aun así,
no retrocedió un solo paso.
El
camino de piedra se ladeaba peligrosamente si se desviaba aunque fuera un poco
de su centro exacto, por lo que debía andar con mucho cuidado y con los brazos
extendidos para no perder el equilibrio. Esto era tan solo un detalle pues a
cincuenta metros volaba una amenaza aún mayor: una especie de guardia fantasmal
que vestía de túnica morada y que por cabeza llevaba un cráneo cristalino.
Afortunadamente no la había visto pues sospechaba que no debía ser precisamente
amigable.
Más
o menos a mitad de camino pudo distinguir el final de la torre vigía, y más
adelante, vio que la coronaba una cúpula transparente que contenía a otro guardia.
De esa cúpula se extendía cinco brazos de piedra que estaban unidos por una
serie de pasarelas formando un pentágono.
Estaba
en presencia de un panóptico. El guardia espectral que reposaba en la cúpula
podía ver todo lo que pasaba a su alrededor, lo que le daba un control absoluto
de cada movimiento. Se preguntó entonces si en ese pentágono había más niños
mutilados, pero obviamente no tenía deseos de averiguarlo.
Llegó
al final del camino. Sabía que el guardia podía verla desde su punto en el
centro del panóptico, pero por alguna razón no quiso atacarla, solo se quedó en
su punto fijo como si este fuera lo más importante del mundo. Simplemente tuvo
que saltar hacia otro pasillo de piedra y alcanzar una puerta que prometía
sacarla de ahí.
Del
otro lado había un nuevo pasillo. Era ancho, largo y tenía una hilera de
puertas de metal a ambos costados. Alice, llena de curiosidad, caminó hacia
delante, aunque sin detenerse a husmear en las habitaciones de los internos.
Cuando llegó al final del corredor vio dos cosas interesantes y a la vez
inquietantes: a su derecha e izquierda estaba exactamente el mismo corredor que
acababa en la enorme puerta por la que había entrado y delante de ella estaba
el tubo a rayas por el que había escapado del laberinto de espejos.
No
era un laberinto. No era el camino recto hacia una trampa. Era un circuito o
posiblemente una cárcel para retenerla eternamente.
Dio
media vuelta. Estaba confundida y más frustrada que nunca. Entonces vio a uno
de los pequeños internos vagar por el pasillo, evidentemente extraviado y sin
el menor sentido del tiempo o del espacio.
El
Gato Cheshire la observaba con curiosidad justo detrás del pequeño demente.
-¿Cuál
es tu plan ahora?- Preguntó meneando la cola con picardía.
Alice
se encogió de hombros y contestó con voz derrotada:
-Parece
que estoy justo en el lugar que debo estar.
-¿Te
vas a encerrar en una de las habitaciones acolchadas con esos irracionales
trastornados?
El
gato parecía estar burlándose, pero Alice sabía su situación no tenía nada de
divertido.
-Supongo
que voy a cruzar.- Concluyó poniendo un pie en el psicodélico tuvo.
-Es
eso o nos quedamos aquí para siempre. No sé tú, pero no me gusta cómo han
decorado los pasillos…
Del
otro lado del tubo no estaba el laberinto de espejos que había visto la primera
vez, sino que se encontró con un nuevo pasillo de residentes, tan lúgubre y
monocromático como los anteriores. Cada vez más confundida, la chica continuó
su camino, esta vez esperanzada por el hecho de que la final del corredor había
una curva y no una puerta gigante.
Una
diminuta máscara de porcelana que adornaba una esquinita le llamó la atención.
Se plantó delante de ella y la miró con curiosidad. No había visto algo
parecido en el País de las Maravillas, mucho menos en ese hogar de locos.
Definitivamente ese pasillo no era como los anteriores. Esa era una buena
señal.
Un
movimiento brusco hizo que cualquier esperanzar de ir por buen camino se
esfumara. La aparentemente inofensiva máscara que en un principio solo era un
adorno de pared, sacó cuatro pares de patas negras y delgadas para convertirse
en una especie de arácnido que de un salto calló a pocos palmos de la chica.
Alice tomó guardia en el acto y llevó su mano derecha a la Espada Vorlpal,
dispuesta a arrancarle una a una las patas al engendro, sin embargo, éste en
ningún momento la atacó, solo soltó una bruma verde y volvió a su puesto.
La
chica intentó correr a pesar de su debilidad. El aire envenenado había
penetrado en sus pulmones y todo a su alrededor se tornó borroso. Desesperada,
Alice intentó esconderse en una de las habitaciones, pero solo encontró una
segunda araña pegada sobre la puerta. La nueva expulsión de toxinas hizo que se
llevara el delantal blanco a la boca con la intención de filtrar lo que
respiraba.
Eso
resultó en parte. Al menos pudo mantenerse en pie y seguir caminando. A pesar
de que sentía las patitas de las arañas seguirla de cerca, no se atrevió a
voltearse y mucho menos devolver el ataque. Finalmente, luego de andar a ciegas
casi un centenar de metros, llegó al final del corredor en donde encontró un
enorme portón marrón, sin pensarlo dos veces cruzó hacia la siguiente
habitación y trabó la entrada con su cuerpo. Sus escoltas habían quedado atrás
y el aire volvía a ser respirable.
Todo
estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.
Había
llegado a un cuarto de piedra amplio y frio.
Del otro lado había un portón marrón exactamente igual al que protegía con su
espalda. Esto último le hizo temer que llegaría nuevamente al temido corredor a
encontrarse con las arañas.
A pesar de sus temores, no tenía mucho de
donde elegir, así que abrió lentamente el portón que había del otro lado del
cuarto mientras se preparaba para lo peor. Afortunadamente, no encontró otro
corredor, ni habitaciones, ni arañas. Solo había delante de sí un estrecho
camino de piedra que flotaba sobre un rió y más al fondo, una escalera que se perdía
en la oscuridad.
Caminó
lentamente, sintiendo que en cualquier momento podía ser atacada a distancia.
La espera por el primer golpe se hizo infinita lo que le provocó una molesta
sensación de ansiedad. Su escolta invisible, el Gato Cheshire, era muy
perceptivo a las emociones de la chica, pero por suerte, no se dignó a dejarse
ver para hacer mofa de su miedo.
Miró
hacia arriba. A diferencia de los escenarios por los que acababa de pasar, en
ese lugar el techo estaba muy alto y casi no se veía. Incluso bien podía haber
salido a la intemperie pues sentía algo de frio.
Llegó
hasta la escalera sin novedad alguna, pero la inquietud que la había invadido
al cruzar el portón se había convertido en un miedo incontenible. Subió los
escalones con las piernas temblorosas y la respiración entrecortada mientras
unas manos no menos inquietas acariciaban el mango de la Espada Vorpal. Alice
sabía que la hoja afilada de su arma era totalmente inútil contra el miedo que
sentía: las sombras que la habían acompañado desde el momento en que despertó
eran tan inherentes a ella que ni la hoja más delgada podría separarlas.
La
escalera se sumió en una oscuridad tan profunda como la de su cabeza, solo una
pequeña puerta brillaba a lo lejos como indicando el final del camino. Cuando
la alcanzó, Alice entró en una nueva habitación mucho más amplia e iluminada
que las otras que había visto. Parecía una oficina: repleta de estantes,
papeles y con las paredes estaban cubiertas por relojes de todos los tamaños y
colores. Lo más llamativo en ese lugar era una palanca oxidada que estaba justo
en el centro, inmediatamente se preguntó para qué servía.
Había
en la habitación dos hombres rechonchos, vestidos con idénticos trajes a rayas
y sombreros blancos. De hecho, ambos eran bastantes parecidos: feos y con
expresión tosca, solo que uno medía al menos medio metro más que el otro.
En
cuanto sintieron a la visitante, voltearon al unísono visiblemente enojados por
ver su lugar de trabajo profanado por alguien que no se había dignado en
anunciarse.
-¡Mira,
Tweedledum!- Chilló el más alto al ver a la joven.- ¡Es Alice Noséquemás! ¡La
lunática favorita de la enfermera!
-¿Ha,
sí?- Rió el rechoncho.- ¿La han dejado salir del Ala de Neuróticos? Seguro nos
echan la culpa.
Alice
dio un paso hacia atrás, visiblemente confundida y sorprendida. Había visto un
par de veces a Tweedledum y a Tweedledee, pero jamás los habría imaginado como
encargados de los pacientes un manicomio.
-Creo
que necesitará medicinas, medicinas fuertes.
-¡No
necesito medicinas!- Chilló la chica a la defensiva, pero no la estaban
escuchando.
-¿Al
menos traerá algo de comer?- Dijo Tweedledee arreglándose los pantalones a la
altura de su enorme culo.
-No
lo creo ¡mírala! Parece que no trae carne sobre los huesos. De lo contrario
sería un aperitivo exquisito.
-¿Y
qué me dices de ese gato flacuchento? ¿Tenemos un ala para animales?
Alice
miró hacia atrás. El Gato Cheshire meneaba la cola aparentemente divertido con
la escena que armaban los supuestos enfermeros. Pero ella estaba cada vez más
molesta.
-¿Me
han mandado al manicomio?- Bufó- ¿Es eso lo que han hecho conmigo todo este
tiempo?
-No
te sientas ofendidas, Alice, en este lugar son precisamente los locos los que
están dando las órdenes. Tu solo eres una víctima.
-Pues
me cansé de ser una víctima.- Contestó la chica levantando su espada.- Quiero
salir.
-No.-
Respondieron los gemelos al unísono.
-Ayúdame,
gato inútil ¿Quieres?
El
animal se encogió de hombros, mostrando su impotencia.
-Solo
puedo decir que están muy gordos. Tal vez podríamos usar su tamaño en su
contra. Pero controla tu enojo: eso nos puede perjudicar.
Los
gemelos se veían algo preocupados por la espada que sostenía la demente y más
aún por las manchas de sangre que llevaba en el delantal ¿De dónde habían
sacado a criatura semejante?
-No
hay salida.- Se atrevieron a decir.- Todo está conectado con la fábrica: el
Sombrerero nos provee la energía que nos hace seguir funcionando. Trabajamos
para él.
Alice
avanzó unos pasos, trataba de controlar su ansiedad para verse más amenazante.
-¿Qué
es lo que fabrica?- Preguntó con una mezcla de rabia y curiosidad.- ¡Quero ir
con él! Tiene algo que necesito.
Los
gemelos se miraron con malicia. Finalmente uno de ellos dijo a la chica:
-Puedes
ir y hablar todo lo que quieras, no te dejará salir. Controla todo lo que pasa.
-¡Menuda
ironía! Ahora son los lunáticos los que controlan el manicomio.
Tweedledum
no hizo caso del comentario y se dirigió a la palanca en el centro de la
habitación. En cuanto la jaló, todos los relojes fijos en las paredes se
detuvieron.
Otra
vez esa maldita obsesión por el tiempo.
Un
reloj particularmente grande dejó ver tras sus manecillas detenidas una pequeña
puerta que parecía ser de mantenimiento. El gemelo la señaló y dijo:
-El
Sombrerero no acostumbra a estar todo el tiempo, puede que tengas que
esperarlo. En cualquier caso, nunca lo convencerás de que te deje salir.
-Tal
vez solo tenga que invitarlo a tomar el té.- Contestó la chica con sarcasmo.
Tweedledum
se colocó junto a su hermano y ambos observaron como ella se alejaba por la
puertecita seguida por su horrible gato. La imagen de los dos dementes
enflaquecidos hasta ruina los entretuvo un rato, pero la verdad era que el
regaño que les llegaría por dejar que uno de los locos se aventurara hasta la
fábrica no tenía nada de gracioso.
Alice
no esperaba llegar a un lugar agradable, por lo que no se sorprendió cuando se vio
en la cima de una oscura torre, delante de un engrane gigante que la separaba
de la supuesta entrada a la fábrica del Sombrerero. Por supuesto, detrás de sí
no estaba la puerta por la que había entrado, solo había un muro helado y
húmedo. No tenía forma de retroceder, aunque eso no le importaba en lo más
mínimo.
Miró
hacia arriba, en el cielo parecía querer formarse una tormenta. No es que esa
imagen le gustara, pero llevaba demasiado tiempo encerrada y estar en el exterior le hacía sentir un poco mejor.
Saltó
al engranaje (el otro camino posible era lanzarse a un vacío) y giró con la
rueda de su eje hasta la puerta del otro lado. Había símbolos extraños y rojos
por todas partes, como si en ese lugar se hubiese hecho invocaciones
ocultistas. Pero lejos lo que más le incomodaba era un constante sonido de “tic
tac” similar al de los relojes de bolsillo.
Del
otro lado de la puerta había cuatro estrechos pasillos que formaban un
cuadrado, los recorrió lentamente solo para llegar exactamente al lugar por donde
había entrado. También vio unas cuantas puertas de fierro similares a las de
las habitaciones de los internos, pero estas estaban fuertemente aseguradas. El
único camino posible era hacia abajo, por unas estrechas escaleras que daban hacia
un lugar en tinieblas.
Lo
más inquietante era que los símbolos que había visto al entrar estaban grabados
por todas partes y a medida que el nivel de luz descendía, comprobó que tenían
un débil resplandor rojo. Había visto esos símbolos en algún otro lugar, (quizás
en un viejo libro de la biblioteca de su padre) y le pareció que eran de
alquimia. De seguro los retorcidos intereses del Sombrerero Loco habían creado
una nueva obsesión. Se preguntó si eso tenía algo que ver con la supuesta
“fábrica”.
A
medida que bajaba por las escaleras, la temperatura aumentaba notablemente,
como si estuviese descendiendo hasta un horno gigante. A su alrededor se
escuchaban inquietantes ruidos metálicos. Algo descomunal se estaba ensamblando
allí dentro, solo que no podía ver de qué se trataba.
-¡Oye!
¡Hay alguien aquí!- Dijo una vocecilla vagamente familiar.
Alice
se detuvo en el acto.
-¿Hola?-
Dijo con voz entrecortada.
-¿Quién
eres?
-No
puedo ver nada. Está muy oscuro.
-El
interruptor está junto a las escaleras.
Alice
tanteó la pared hasta encender la luz. Vio entonces una amplia habitación,
iluminada por un foco helado en el techo. De fondo tenía paredes de cristal a
través de las cuelas podía ver la fuente del sonido que había escuchado al
entrar: una enorme máquina de brazos metálicos agarraba uno a uno a los
miserables internos del manicomio para lanzarlos a un humoso tubo de donde salían
convertidos en armatostes metálicos sin voluntad.
-¿Esto
es a lo que se dedica el Sombrerero?- Preguntó la joven intrigada.- ¿Esto es lo
que se hace en esta fábrica? ¿Ensambla a sus engendros?
Nadie
le contestó. Alice se volteó para ver algo todavía más escalofriante: los
viejos compañeros de té del Sombrerero, el Lirón y la Liebre de Marzo, habían
sido horriblemente mutilados y unidos por piezas metálicas a una de las
máquinas, pero en constados opuestos de la habitación. Justo entre ellos había
un muro gris que tenía escrito algo que bien podía ser sangre “Eres el siguiente”.
-¡Mira,
Lirón! Han venido a rescatarnos.
La
criaturita aludida levantó lastimeramente el cuello, haciendo un descomunal
esfuerzo en ese simple acto. Sus negros y pequeños ojillos denotaban un largo
sufrimiento, seguramente causado por el hecho de que no tenía piel en el
vientre. La Liebre no había corrido mejor suerte, sus manos y pies habían sido
removidos y remplazados por prótesis de fierro que lo mantenían unido a una
inmensa maquinaria.
-Es
una humana.- Dijo el Lirón, visiblemente decepcionado.- No nos sirve de nada.
-¡Libéranos
de este artilugio, por favor!- Suplicó la Liebre ignorando a su amigo.
-O
si lo prefieres, danos algo de té. Tengo mucha sed.
La
criaturita temblaba de frío o de miedo. Alice intentaba evitarla con la mirada,
pero la imagen de su sufrimiento la acompañaba vivamente.
-¿Fueron
mal educados en la mesa?- Preguntó sin quitar los ojos de la pared de cristal,
mirando paso a paso como niños con la cabeza abierta o artilugios atornillados
a sus cráneos se convertían en dóciles y poderosos robots.- ¿Comían haciendo
ruidos molestos o hablaban con la boca llena? Confiesen.
-No
hacíamos anda de eso.- Se apresuró a aclarar la Liebre.- Es cosa del
Sombrerero, se ha vuelto loco… hablando del tema… ¿Qué diferencia tienen la
Reina de Corazones u un tifón?
Alice
se sorprendió un tanto por la pregunta, pero aun así se apresuró a contestar:
-Ambos
son poderosos, destructivos e inmensamente crueles, pero supongo que el tifón
no lo hace adrede.
-Buena
respuesta, errónea, pero buena.
Esa
pausa fue suficiente para que la chica se alejara de la pared y fuera a hablar
con los animalillos mutilados más de cerca.
-Perdonen.-
Dijo.- Están sufriendo y se nota. Pero ¿Dónde está su anfitrión?
-¿Sufriendo?
¿De verdad?- El Lirón estaba realmente confundido.- Liebre, quiero irme a casa
ya, parece que no me quieren aquí.
-El
Sombrero llega a la seis y es tan puntual como un reloj. Pero ten cuidado si lo
llegas a ver, es muy, muy cruel, no pierde ocasión de negarnos un té…
-Y
las medicinas que nos da nos hace sentir cansados.- Interrumpió el Lirón dando
un largo bostezo.
-¿A
las seis? Pues lo voy a esperar. Tiene algo que quiero.
-Tal
vez lo que buscas está con el Grifo. El Sombrerero guarda las cosas importantes
con él. Sal por donde viniste y encuentra al Grifo.
-No
puedo, todas las puertas estaban cerradas. No hay otro camino.
El
Lirón dio un nuevo bostezo mientras la Liebre de Marzo continuaba hablando a
duras penas:
-Este
lugar es como un cubo de juguete, los caminos no son siempre iguales por eso es
muy difícil escapar. Encuentra al Sombrerero y convéncelo…
Un
tronido proveniente de la otra habitación calló a la Liebre en seco. Las
máquinas a las que estaban unidos ambos animalillos comenzaron a funcionar
activadas por un mecanismo automático. La Liebre fue sumergida en un pozo para
que sus prótesis generaran energía y una columna de vapor calló sobre el
vientre abierto del Lirón quien aparentemente no llegó a sufrir por esto,
aunque se veía cada vez más somnoliento.
Consciente
de que no podía hacer nada por esas desafortunadas criaturas, Alice abandonó a
toda velocidad la habitación dejando eso sí, la luz encendida. En cuanto subió
las escaleras y volvió a los pasillos en forma de cuadrado, se encontró con que
todas las puertas habían sido abiertas. No solo eso, el robot que había visto
crearse hace un momento la estaba esperando para recibirla con dos cañonazos de
fuego. La chica no perdió tiempo con este percance y atacó con el filo de su
espada la cabeza del armatoste quien cayó al suelo completamente inutilizado.
En
cuanto hubo quitado al robot de en medio, se internó en un nuevo pasillo oscuro
y helado. Apenas podía ver por dónde iba y casi llegó a desear que la espada
que llevaba envainada fuera una linterna. Por fortuna, los ojos amarillos y
luminosos del Gato Cheshire le indicaban el camino.
-Escurridizo
como el mercurio y loco por su causa. Está obsesionado con el tiempo.
Encuéntralo o tu propio tiempo de vida será breve.- Le informó el gato meneando
la cola.
Alice
no se detuvo a charlar con el felino, solo siguió corriendo hasta un estrecho
puente sostenido por cadenas. Del otro lado había una enorme e intimidante
puerta custodiada por dos máscaras blancas de porcelana. No supo distinguir
bien lo que había bajo el puente pues solo se podía ver un vacío negro y denso.
Tal
y como esperaba, las arañas salieron al encuentro de la intrusa que les había
perturbado el sueño, pero a diferencia de la última vez, ésta estaba preparada.
Arrojó a uno de los engendros al vació y clavó al segundo al muro de una sola
estocada. Invadida por una creciente adrenalina abrió la puerta de un puntapié.
-¿Quién
anda ahí?- Susurró una voz grave en la oscuridad.
Alice
no podía ver bien quien estaba dentro de la habitación pues había muy poca luz.
La única disponible provenía de unos símbolos alquímicos grabados uno al lado
del otro a lo largo de una larguísima escalera.
Subió
muy lentamente para darle tiempo a sus ojos de acostumbrarse a la penumbra. Al
final del camino se hallaba una enorme jaula de metal que contenía al Grifo,
una majestuosa bestia con cabeza de águila y cuerpo de león cuyas alas apenas
cabían en su pobre cárcel.
-Tú
debes ser el Grifo.- Dijo Alice colocándose frente al cautivo, el sometimiento
de una criatura tan poderosa le producía una sensación desagradable en el
estómago que se vio obligada a disimular.- Busco el Báculo del Ojo del Jabberwocky ¿Lo has
visto?
-El
Sombrerero lo lleva consigo.- Contestó la bestia con voz grave y cansada.-
Llega a las seis en punto.
-¿Para
tomar el té?
-No,
a revisar sus crueles experimentos, con engranajes, resortes y palancas. Busca
una precisión imposible, como el relojero obsesionado con fracciones
infinitesimales de segundos… O como un matemático que busca la cuadratura del
círculo. Transformará a todos los habitantes en sus autómatas o los matará en
el intento.
-¡Es
espantoso! ¿A las seis en punto?
-A
las seis en punto.- Confirmó el Grifo.- Guíate por las manecillas de ese
reloj.- Señaló con la mirada un reloj de pared que estaba protegido por un
vidrio, no tenía nada de particular, salvo por un agujero oscuro sobre el que
estaba puesto y que apenas podía ver la hora por culpa de la escaza luz.
-Mmm…
- Alice observó el reloj más de cerca.- Me parece que hoy darán las seis un
poco antes… ¿Dices que el Sombrerero lleva consigo el Báculo del Ojo del
Jabberwocky?
-Exactamente.
Pero no creo que te lo entregue de buenas a primeras.
-No
importa…- La joven vaciló un tanto.- ¿Y la llave de tu jaula?
-Su
ubicación la ignoro. Pero si la encuentras te ayudaré a obtener el báculo.
-Ya
lo creo. Puedes serme bastante útil y ando escasa de amigos de tu tamaño… -
Miró hacia las escaleras y pensó en la soledad que le aguardaría al seguir su
camino.- No me agrada la idea, pero tengo que irme.
-¿Qué
harás?
-Buscaré
la manera de controlar estos relojes, estoy segura de que si lo hago controlaré
también el tiempo.
-Eres
ambiciosa ¿Qué te hace pensar que el tiempo puede controlarse? ¿Tienes las
mismas ideas que el Sombrerero?
Alice
sonrió maliciosamente, no estaba segura de lo que pretendía hacer, pero ya había
escuchado bastante sobre el Sombrerero y había podido sacar un par de
conclusiones.
No
hizo más pausas para seguir su camino, a pesar de que la oscuridad y la soledad
se le hacían muy desagradables. Tras atravesar de regreso el puente sujeto por
cadenas, se encontró en un corredor que descendía lentamente en forma de
espiral. No estaba segura de donde se dirigía, pero sí le constaba que en cualquier lugar donde se encontrara al
dar las seis, el Sombrerero se encargaría de dar con ella.
Ambos
tenían un asunto pendiente.
El
sonido “tic-tac” de los relojes se hacía más potente a medida que una luz
amarilla crecía al final del corredor, incluso escuchaba más fuerte que a sus
propias pisadas. La luz provenía de un cuarto amplio y bien iluminado (seguro
era el único en toda la fábrica que no estaba en penumbras) cuyas paredes habían
sido decoradas con centenares de relojes de todos los tamaños y colores. Jamás
en su vida había visto tantos en un solo lugar.
Todos marcaban una hora diferente, el ruido de sus manecillas era
discorde y amenazaba con enloquecerla, pero de todas formas entró guiada por
una corazonada.
Era
el salón del té. Una hermosa y enorme mesa de caoba tallada ocupaba el centro
de la habitación, tenía exactamente doce puestos perfectamente arreglados con
tasas de porcelana blanca, cubiertos de plata y servilletas. En el centro había
cinco bandejas de pastelillos vacías, cubos de azúcar y un lugar libre
equidistante de todos los puntos de la mesa reservado para la tetera.
Alice
supuso que pronto sería la hora del té y que el Sombrerero tendría invitados.
Aunque seguramente tendrían que estar tan desquiciados como él para disfrutar
de esa elegante mesa en medio del ruido que hacían los relojes.
El salón no tenía otra puerta para salir, o al
menos eso pensó en un primer momento. Sin embargo, bastó con echar un segundo
vistazo más detallado para percatarse de que había una pequeña trampilla en un
rincón, semi camuflada por los relojes. Al abrirla, Alice halló un estrecho
tuvo de metal cuyo fin no alcanzaba a distinguir. No estaba hecho para que
pasar por ahí un humano promedio, por lo que tuvo miedo de no caber, sin
embargo, logró entrar muy encogida sobre sí misma.
Anduvo
a gatas un buen rato, (aunque no supo exactamente cuánto) y al llegar al final
del camino, le dolían las rodillas y las palmas de las manos. Una vez fuera del
tubo, se incorporó lentamente, sacudió su ropa y miró su alrededor. Estaba un
tanto confundida, había llegado nuevamente a la intemperie, pero por un lugar
totalmente opuesto.
Estaba
parada sobre lo que parecía ser un tablero de ajedrez, solo que esta vez no
había piezas a la vista, solo un cuadrado blanquinegro de más o menos cien
metros por lado. Del otro lado del tablero había una casilla rectangular, muy
parecida al vagón de un tren cuyo interior no alcanzaba a vislumbrar desde su punto; y más allá de los
límites del tablero, semi oculta por una bruma gris, vio una torre negra
coronada por un reloj. Según lo que se atrevió a adivinar, había entrado por
ese lugar a la fábrica hace unas cuantas horas.
Cruzó
el tablero con actitud cautelosa, sentía
que alguien la estaba observando muy de cerca, aunque no podía ver a nadie más.
Sus amigos y enemigos habían quedado abandonados del otro lado de la trampilla.
Todavía
podía escuchar los relojes, insistentes y molestos. Todos corrían dispares tras
una pared dorada, sin marcar el tiempo, aunque probablemente tenían una
utilidad desconocida. Alice se atrevió a cruzar el tablero hasta el pequeño
cuarto en donde cada manecilla marcaba su propio ritmo, por un segundo contuvo
la respiración mientras buscaba desesperadamente con la mirada algo que
detuviera al fin ese insistente “tic tac”.
En
el piso de ese pequeño cuarto tan solo había una palanca negra que Alice no
dudó ni por un segundo en jalar. Este solo acto fue suficiente. El suelo se
estremeció con tal fuerza que la chica se tambaleó hasta caer nuevamente en el
tablero. En cuanto se detuvo el movimiento, se levantó lentamente y algo
confundida. El sonido de los relojes había quedado grabado en sus oídos y
durante unos segundos, salvo por el remesón, no supo si tirar de la palanca
había tenido algún efecto.
La
verdad es que en algún punto en lo más profundo de la fábrica, un reloj se
había detenido, transformándolo todo para siempre. Sin embargo, el tiempo no se
detuvo ni siquiera por un instante, tan solo había sido doblado hasta
convertirse en una paradoja.
Alice permaneció congelada en su
sitio, mientras el sonido de las manecillas aún le taladraba los tímpanos. Aguardaba pacientemente la
llegada del Sombrerero, quien ya debía haber sentido que el perfecto equilibrio
de sus dominios se quebrantaba. No sentía miedo, ni mucho menos ansiedad,
aunque sabía de sobra que esperaba a un ser terrible y de incontestable
crueldad.
El
sonido grave y largo de una campanada hizo retumbar el ambiente. Alice se llevó
las manos a los oídos y se mantuvo alerta. Sin embargo, no hizo aparición
precisamente el personaje a quien estaba esperando si no que, ahora se
encontraba en compañía del felino evanescente que le había seguido la pista
durante todo el viaje.
-Eres
tú.- Suspiró intentando disimular el hecho de que estaba feliz de verlo.-
Siempre apareces cuando menos lo espero.
El
gato contestó con su amplia y amarillenta sonrisa mientras reflexionaba en voz
alta:
-Al
báculo, aún le falta el Ojo del Jabberwocky, tiene dos, pero se ha encariñado
con ambos y no creo que cambie de opinión. Hablando del tema… ¿Dónde está el
sombrerero?
Justo
en ese momento la sexta campanada dejó de retumbar en el aire y junto con ella
el sonido de los relojes también se extinguió. Proveniente de ningún lugar y
envuelto en una nube de humo, el Sombrerero hizo aparición vestido con su
elegante levita negra, su bastón y el infaltable bombín. Alice nuevamente se
sorprendió de su tamaño, solía recordarlo incluso más bajito que ella y ahora
al menos tenía tres metros de altura. Era un ser envejecido, amargado, de piel
marchita y verdosa, pero aun así su sola presencia era sencillamente
intimidante.
-¡Alice!-
Saludó con voz chillona y rasposa.- Llegas a tiempo para tomar el té.
-No
estoy de humos para tomar el té, Sombrerero.
El
Gato Cheshire, quien no quitaba los ojos del recién llegado, buscó refugio tras
la chica disimuladamente y luego se desvaneció sin hacer otro comentario.
“Miserable gato cobarde”- gruñó ella
para sus adentros.
-Y
bueno…- Continuó el Sombrerero.- Veo que ya estás aquí, pero… ¿Quién te ha
dejado salir? Ya decía yo que no podía dejar a cargo en ese par de gordos
inútiles de Tweedledum y Tweedledee.
-Ellos
no me dejaron salir. Aunque no te niego que son un par de inútiles… nadie en
este lugar tiene algún atisbo de razón, salvo por el Grifo. Solo divagan y
dicen incoherencias.
El
Sombrerero esbozó una enorme y amarillenta sonrisa. Alice supo por este
sencillo gesto que se encontraba exactamente en el lugar donde la quería y se
sintió algo así como una presa o como un juguete. Un tanto alarmada por esta
conclusión, decidió ir al grano:
-Dame
el Báculo del Ojos del Jabberwocky. Me han dicho que tú lo tienes y no me iré
sin él.
El
Sombrerero levantó las cejas y exclamó con fingida sorpresa:
-¡Pobre
de mí! ¿Esta no ha sido una visita social? Tal vez debas volver entonces con el
resto de los locos.
-¡Dame
el Báculo!- Repitió Alice esta vez con agresividad.- No tengo tiempo ni
paciencia para discutir contigo.
Tenía
ambas manos extendidas e intentaba parecer firme, pero el Sombrerero no tenía
intenciones de ceder.
-¿Le
quitarías en bastón a un caballero?- Dijo levantando la vara negra y lustrosa.-
¿Serías capaz?
-¿Qué?
¿Lo tienes ahí?
El
Sombrerero agitó su bastón unos segundos, la madera que lo envolvía se
desprendió como una coraza falsa y calló al suelo. Ahora tenía un báculo mucho
más pequeño de color dorado, con uno de los extremos huecos. Se veía bastante
simple, aunque debía tener en cuenta el hecho de que estaba roto, o mejor
dicho, incompleto.
-Es
increíblemente poderoso.- Dijo con una inquietante crueldad.- Pero claro que tú
jamás sabrás cómo se usa.
-Pruébame.
Se
acercó amenazadoramente, apuntando el báculo en dirección a la muchacha.
-Podría
ejecutarte.- Dijo con voz sombría.- Un solo golpe y caerías al suelo sin nada
de vida. Claro que sería una pérdida de carne y huesos.
-No
me digas.- Espetó Alice tomando con su mano derecha la Espada Vorpal mientras
su mano izquierda seguía extendida como si aún pretendiera recibir el báculo,
-Podría
hacerlo. Y tengo todo el derecho: te salvé la vida.
-¿Me
salvaste la vida? Vas a tener que ser un poco más específico.
-Fue
hace muchos años. De no ser por mí te habrías vuelto carbón y cenizas como el
resto de tu familia.
Alice
congeló su respiración y una sensación helada y desagradable le recorrió la
espalda. Sabía que el Sombrerero era muy hábil y hasta sospechaba que
intentaría manipularla usando su pasado, pero una parte de ella sentía la
morbosa curiosidad de escuchar su versión de la historia.
-Recuerdo
que estábamos tomando el té en una pequeña mesita en medio del valle.- Continuó
él.- Solíamos hacerlo muy seguido ¿Recuerdas? En compañía de la Liebre de Marzo
y el Lirón.
-Claro.-
Dijo la chica entrecerrando los ojos.- Antes de que los mutilaras y los
convirtieras en tus esclavos.
-Todo
era bastante normal.- Continuó el Sombrerero ignorando este comentario.- El té
estaba delicioso… Mi memoria me falla un tanto.- Se levantó el sombrero para
rascarse la cabeza.- Solo sé que había mucho humo… algo se calló de alguna
parte y se hizo añicos… pero tú no despertaste. “¡Fuego!” Recuerdo que grité.
La Liebre y el Lirón estaban alarmados “¡Despierta a Alice! ¡Tienes que
despertar a Alice!”, recuerdo que atinaron a decir, pero tú te quedaste impávida
del otro lado de la mesa, como si el tiempo se hubiese congelado para ti. Solo
reaccionaste a mi voz: te grité que despertaras y despertaste, aunque estabas
algo confundida. Entonces solo te quedaba correr para salvar tu vida.
-Esa
noche estaba dormida como todos los demás, pero fui la única que pudo salvarse
¿Qué más sabes sobre la muerte de mi familia?
-No
mucho, pero sin duda más que tú. Olvidaste todo, te apagaste, despertabas cada
mañana como si el día anterior no hubiese acontecido nunca. Anulaste en tu
mente el paso del tiempo y los años se volvieron días.
-En
compensación te volviste obsesivo con el tiempo. Dices que es algo que ha
dejado de importarme, pero la verdad es que a ti te importa demasiado… ahora,
recuerdo haberte dicho que no quiero esperar. Dame el báculo.
-Los
relojes, los engranes, las turcas… todo tiene un sentido tan complejo que tu
jamás alcanzarías a entender.
-¿Y lo que le hiciste al Conejo? ¿Y a la
Liebre? ¿Y al Lirón? ¿Y al Grifo? ¿Serías capaza de explicarlo también?
-Los
sacrificios son necesarios cuando se trata de algo mucho más grande. El tiempo
se acaba, Alice, somos granitos de arena que la marea absorbe lentamente. Si no
hacemos algo, será muy tarde.
-¿Tarde
para qué?
-¡No
lo sé! ¿Por qué habría de saberlo? Yo no controlo el tiempo, tan solo lo
intento.
La
chica respiró profundo y se llevó ambas manos a la frente.
-Esto
no tiene sentido, hablar contigo es más difícil que antes. Pero hay algo en lo
que sé que tienes razón: jamás alcanzaré a entender esta monstruosidad.- Señaló
la negra torre que ahora apenas se veía tras la niebla.- ¿Qué sentido sacas
quitándole la voluntad a todas las criaturas?
-La
voluntad, la razón ¿De qué nos ha servido? Todo al final se derrumba, se quema
¿No se quemó toda tu vida, Alice? ¿No son las cenizas de un cuento roto todo lo
que tienes y por todo lo que luchas?
-No
juegues conmigo.
El
Sombrerero levantó una ceja y se llevó el índice a la boca. El misterioso
silencio que los rodeaba por fin comenzaba a perturbarle.
-Hoy
han dado las seis un poco antes ¿No es así?- Preguntó- ¿Puedes escuchar el
sonido de las cuerdas? ¿Puedes sentir como vibran las manecillas en el piso y
las paredes? El tiempo se está deteniendo, las horas por fin comienzan a
cuadrar.
-Nada
se detiene, no importa de que se trate, todo está destinado a continuar. Es
absurdo querer cambiar lo inevitable. Aplastaste al Conejo, convertiste a tus antiguos compañeros de té en parte de
tu maquinaria, encerraste al Grifo en una jaula y le arrancaste la mente a más
criaturas de las que puedo contar, pero yo aún estoy aquí, exigiéndote lo único
que jamás me entregarías. Dame el báculo.
Entonces,
un ligero remezón bajo sus pies, sorprendió a ambos. No fue la gran cosa, pero
bastó para que el Sombrerero notara que algo no marchaba bien. El perfecto
equilibrio se había roto. Dirigió la mirada hacia la torre y esperó
pacientemente a que se disipara la niebla. El reloj marcaba las seis en punto.
La expresión del Sombrerero, hasta entonces impasible, se transfiguró por
completo.
-¿Qué
es lo que has hecho?- Preguntó inquisitivamente.- ¿Has estado jugando con mis
relojes?
-Tiré
de la maldita palanca, si eso es lo que te preocupa.- Confesó Alice al tiempo
que señalaba la cabina de la que había sido expulsada hace unos momentos.
El
Sombrerero parecía al borde de una rabieta. De no ser por el insistente tono
verdoso de su piel, las mejillas se le habrían encendido al rojo vivo.
-¿Cómo
has podido? ¿Sabes lo que me constó cuadrar los relojes? ¿Sabes lo difícil que
es hacer que cada uno marque la hora correcta? ¡Has arruinado todo mi trabajo!
Alice
estaba confundida. No entendía exactamente lo que había hecho (como tampoco
entendía lo que el Sombrerero quería decir por “trabajo”) Aun así optó por
alejarse lentamente de su interlocutor, movida casi exclusivamente por su
instinto.
-Los
relojes ya no suenan, las cuerdas se han detenido… ¿Ya es hora del té?
-No
he querido hacerte daño, lo prometo. Solo vine por el báculo, dámelo y me iré
sin molestar.
Alice
extendió las manos una vez más, pero él no estaba dispuesto a entregar nada.
Agitó el báculo por los aires como si tratara de averiguar su funcionamiento
destructivo. La joven retrocedió con miedo hasta quedar peligrosamente orillada
contra el vacío.
Un
segundo remesón, esta vez un poco más fuerte que el anterior, los sorprendió a
ambos, aunque por fortuna, ninguno perdió el equilibrio. El Sombrerero miró por
sobre su hombro y lo que vio hizo que su ira se convirtiera en pánico.
Dos
golpes muy fuertes dados contra el techo marcaron el último giro de tuercas de
un mecanismo infinitamente complejo que él mismo había inventado. Las puertas
de su sagrada maquinaria eran profanadas. El Grifo volaba libre.
A
diferencia del Sombrerero, Alice no dejó que la bestia la distrajera. Ahora
tenía una oportunidad irrepetible. Se alejó un poco de la orilla para
acorralarlo y acto seguido, le cercenó la mano derecha de una sola tajada.
El
desdichado hombre mutilado levantó el muñón con sangre que tenía por muñeca y
lo miró horrorizado. El Báculo del Ojo del Jabberwocky había caído a los pies
de ambos con la mano de su último portador aun asida.
-¡Como
has podido!- Gimoteó con la cara desfigurada por el dolor.
-No
quería hacer esto justamente el día de tu No Cumpleaños. Lo lamento.
Con
la punta de la Espada Vorpal empujó al desdichado Sombrerero contra el vació.
No escuchó ninguna queja, tampoco un grito, pero aun así no se atrevió a
acercarse a la orilla a ver la eterna caída de quien acababa de mutilar.
Había
mentido con descaro. No lamentaba nada en lo absoluto.
Alice
recogió el báculo sin despegar la vista del cielo, la majestuosa bestia voló
hacia ella y se colocó de pie sobre el tablero aún con las alas extendidas. Sin
duda se veía mucho más grande e imponente que hace un rato, cuando tenía que
encorvarse para caber en su mustia jaula.
-Eres
tú.- Saludó el Grifo bajando la cabeza a la altura de la joven.
-Dije
que encontraría la llave.
-Algo
me hace suponer que solo fue suerte.- El Báculo del Ojo del Jabberwocky en la
mano de Alice llamó su atención.- ¿Es eso lo que creo que es? ¿Cómo has logrado
que el Sombrerero accediera a entregártelo?
-Nunca
accedió.- Contestó la joven con toda seriedad mientras apuntaba con ojos la
mano cercenada que yacía a los pies del Grifo.
-Eso
es escalofriante, pero… ¿Qué ha pasado con el resto?
-Se
ha tenido que ir. Ahora, debo hacer lo mismo por mi parte.
El
Grifo miró hacia el horizonte negro y meditó un largo momento. Cuando rompió su
silencio lo hizo con un tono de innegable preocupación:
-Es
un camino largo hasta los dominios de la Reina de Corazones. Temo que tal vez
nunca llegues.
-No
importa, por primera vez en mi vida siento que tengo todo el tiempo del mundo.-
Contestó Alice con toda sinceridad.
-Sube
a mi lomo.- Dijo el Grifo agachando la cabeza.- Te llevaré hasta donde ha sido
visto el Jabberwocky. Que yo sepa el báculo aún está incompleto.
Ella
miró el espacio oscuro y vacío que le quedaba por delante. Muy a lo lejos se
dibujaban unas montañas grises que casi parecían irreales por la distancia.
-Bien,
supongo que agradecería tu ayuda.- Dijo.- Aún queda bastante por hacer antes de
entrar al castillo de la reina. El báculo ni siquiera está completo.
-Va
a ser un largo camino, pero temo que no puedo dejarte tan cerca como quisiera.
Los muros de la reina son infranqueables si no consigues el Ojo del
Jabberwocky, aunque al menos puedo llevarte hasta él.- Guardó silencio un
momento. Intentaba explicar los horrores que guardaba en su memoria, pero no
encontraba las palabras correctas. Finalmente solo agregó:- No me agradezcas
nada porque te llevaré al mismo Infierno.
Alice
se encogió de hombros, esperaba que el Grifo fuera un poco más explícito con lo
que acababa de afirmar, pero él no continuó hablando.
Sin perder más tiempo, subió al lomo de la bestia
y ambos emprendieron el rumbo hacia los dominios de la Reina de Corazones, que
estaban tras esas grises montañas tan infinitamente lejanas. No tardaron en
dejar atrás la fábrica del Sombrerero Loco así como también a sus autómatas y a
sus crueles e inútilmente prolijas maquinarias. El cielo lentamente comenzó a
aclarar a medida que el horizonte se hacía más cercano, sin embargo aunque dejó
de tener ese tono negro azulado y sin estrellas, no se tornó celeste si no de
un encendido rojo. Al comienzo, Alice intentó imaginar un cálido atardecer,
pero no tardó en darse cuenta que lo que había sobre su cabeza era más bien
parecido a un incendio. Parecía haber en lo alto llamas anaranjadas en lugar de
nubes y si algo hubiese tocado ese extenso vacío, seguramente ya sería ceniza.
-Bonito
lugar…
El
Grifo comenzó un lento descenso una vez que sobrevolaron los escarpados picos
de las montañas. Cuando por fin tocaron tierra firme, Alice comprobó que abajo
era tan inhóspito como arriba (al menos a simple vista), solo vio un extenso
suelo de roca interrumpido por charcos de lava de diferentes tamaños. Era como
estar junto al cráter de un volcán de piedra.
-A
esto te referías con un infierno.- Dijo descendiendo del lomo de la bestia.-
Acá todo es gris y hace mucho calor.
-Bueno,
solo cuídate de los demonios. No son muy fuertes, pero son hostiles y numerosos.-
Advirtió el Grifo.- Tampoco te acerques mucho a las pozas de lava. Me
encantaría poder dejarte más cerca de ti destino, pero tengo otros planes.
-¡Espera!
¿Qué vas a hacer? ¿Y qué se supone que haga yo?
-Recluta
cuanto aliados puedas, Alice, todos nos hacen falta. Yo volveré con más
refuerzos… tú solo ten valor.
El
Grifo extendió sus alas de águila y emprendió vuelo nuevamente montaña arriba.
La chica dudó un momento entre seguirlo o partir en la dirección contraria. Sin
embargo algo le decía que no había un camino correcto o incorrecto así que
simplemente optó por ir hacia donde le parecía más fácil avanzar.
Habían
muros de rocas por todas partes, algunos tan altos que casi tocaban el cielo en
llamas. Pero supuso que ese paisaje casi apocalíptico seguía siendo mejor que
el manicomio o la fábrica del Sombrerero. Al poco andar se encontró con los
primeros guardianes de aquellos parajes, eran unos enanitos naranjas armados
con tridentes y con cola acabada en punta de flecha, pero que con suerte le
llegaban a la cintura. Al comienzo solo vio dos, pero de reojo pudo notar que
varios más la observaban a escondidas.
-No
vengo a hacerles daño.- Dijo Alice en parte conmovida por el tamaño de las
criaturas.- Solo busco la guarida del Jabberwocky.
Evidentemente
los demonios no entendía el lenguaje de la recién llegada pues la propuesta de
una tregua fue respondida con el fuente pinchazo de la punta de un tridente. El
Grifo tenía razón sobre el temperamento de esos engendros y haber buscado una
salida alterna había sido una estupidez. Alice retrocedió unos pasos quejándose
del punzante dolor en la rodilla que le había provocado el tridente. Pero, como
solía ocurrir, los atacantes se llevaron la peor parte pues la chica ya algo
molesta, no halló nada más cómodo que partir en dos la cabeza de uno de los
demonios medio segundo antes de atravesar por el pecho al segundo.
-Cada
vez se me hace más fácil.- Rió la chica haciendo girar por el mango a su
espada.
El
segundo problema con los demonios era que, además de ser muy hostiles con los
forasteros, había demasiados. Todo cuanto podía ver estaba plagado de éstas y
otras criaturas igual de violentas.
Alice
miró hacia atrás con cuidado, los compañeros del par que acababa de despachar
la seguían muy de cerca y algo le hacía temer que en conjunto resultarían mucho
más fuertes. Sin embargo, mientras se distraía vigilando a sus acosadores, olvidó
la segunda advertencia que le había hecho el Grifo.
Sin
proponérselo se había acorralado entre una pared de roca separada de un enorme
charco de lava por un estrecho camino. De pronto, un brazo de fuego tan grande
como ella salió del charco buscando a tientas a su presa. La chica retrocedió
espantada, jamás había visto algo así ni aun en el País de las Maravillas, un
ser enteramente de fuego comenzó a emerger lentamente de la lava ardiente
sujetándose de la piedra con sus brazos gruesos como troncos.
Luego
de reponerse de la primera impresión, Alice empuñó su vieja espada e intentó cercenar
las manos de la criatura, pero pronto se dio cuenta de que era imposible y
absurdo querer cortar el fuego así que simplemente solo se alejó lo más rápido
que pudo. A diferencia de los demonios, quienes se movían con bastante agilidad
quizás gracias a su tamaño, este ser apenas se arrastraba por la piedra (aunque
podía estirar sus brazos peligrosamente lejos). La chica sabía que un solo
golpe con esas extremidades de fuego bastaría para detenerla y entonces deseó
con mucha fuerza tener ya en sus manos el báculo completo.
Aparentemente,
la criatura era invencible, pero a los pocos pasos quedó expuesta una
importante debilidad, no podía estar mucho tiempo alejado del exagerado calor
del charco de lava. Se arrastró un par de metros estirando violentamente los
brazos para alcanzar a la intrusa y quemarla en un abrazo, pero pronto comenzó
a apagarse. Primero su encendido color desapareció, luego se tornó a aún más
rígido y espeso como lava semi seca. Finalmente se dio por vencido y dejó
escapar a su presa para volver a sumergirse.
Alice
no pudo respirar aliviada inmediatamente pues justo cuando el inmenso ser de
fuego volvía a su hogar, al menos doce demonios con sus respectivos tridentes
salieron a cortarle el paso. Ella no estaba de humor para intentar razonar
nuevamente con ellos, así que nada la detuvo de cometer una masacre. Luego de
una docena de movimientos con su espada y varios pinchazos en las piernas, se
alejó con el camino descubierto, pero dejando la meta substancia de los
desdichados guardianes tras de sí.
Los
demonios no dejaron de aparecer, pero afortunadamente no solo debió lidiar con
eso, en especial porque tuvo mucho cuidado de no acercarse nuevamente a las
pozas de lava.
El
camino estaba libre, pero se hacía cada vez más escabroso. Pronto fue tan
difícil trepar por las rocas que pudo evitar detenerse unos minutos a recobrar
el aliento.
-Llevas
demasiado tiempo descansando… Aún no haces lo que viniste a hacer.
Alarmada,
Alice buscó la procedencia de la voz. Sabía exactamente a quien pertenecía,
pero no esperaba encontrárselo tan lejos del Valle de las Lágrimas.
-¿Oruga?
El
gordo insecto la miraba un par de rocas más arriba. Se veía más pequeño que la
última vez (porque ahora Alice tenía su tamaño normal), pero aún tenía en las
manos su vieja pipa y estaba rodeado de humo.
-Ha
llegado el momento de actuar.- Dijo con su voz grabe y rasposa.- No debes
perder ni un solo día: no discurras excusas, la menos demora te perdería.
Por
respuesta la chica lanzó un resoplido y se cruzó de brazos.
-Todo
el mundo habla como si estuviera de vacaciones ¡Divirtiéndome!
El
siempre impredecible Gato Cheshire apareció de la nada para intentar aclarar la
mente de Alice.
-Enfréntate
a lo que te asusta o te ofende. No pases por alto las palabras insultantes.- Le
aconsejó.
-¡Tú,
criatura estrafalaria! Y yo que comenzaba a apreciarte.- Dijo la chica
apuntando con su dedo a la Oruga e ignorando totalmente al felino.
-No
necesito que me aprecien, solo que me crean.- Contestó el insecto con toda
tranquilidad.- Has de eliminar ya al Jabberwocky ¡Abre las puertas y enfréntate
a la reina!
Inhaló
profundamente su pipa y lanzó el humo metros abajo, donde se encontraba la
ofuscada joven.
-No
tengo aún la última pieza del báculo.- Dijo ella.- Sin el Ojo del Jabberwocky
¿Cómo lo podré hacer?
-No
lo sé. Pero debes hacerlo: la situación es apremiante.
-¡No
me sirves de nada! Todos dicen que debo atacar a esa criatura, pero ni siquiera
estoy segura de que esta sea mi guerra.
-A
nadie más corresponde, Alice, solo tú puedes salvarte.
La
chica pasó de la ofuscación a la curiosidad.
-¿Salvarme?
¿De la muerte? ¿Es eso? ¿Para eso he venido aquí? Pues escucha: No temo a la
muerte, en ocasiones la he deseado.- Dijo con mientras se cruzaba de brazos.
-No
es a la muerte a la que debes temer.
-¿Qué
es entonces? ¿Hay un destino peor que la muerte? No soy idiota, pero estoy
pensando que tú sí lo eres.
-Piensa
lo que desees, pero escucha: te aislaste del mundo tras el incendio porque no
soportaban tan terrible pérdida, pero al responder a la llamada del Conejo
comenzaste a salir de la tragedia. No abandones este camino, Alice, sálvate y
así salvarás al País de las Maravillas. Nos devolverás nuestro hogar.
-Creo
que comienzo a entender lo que he estado sintiendo. Yo he destrozado este
mundo, solo yo puedo reconstruirlo.
Al
escuchar esto el Gato Cheshire, quien hasta entonces se había limitado a menear
la cola con ansiedad, esbozó una enorme y amarillenta sonrisa.
-Así
es. Has pasado muchos años dejando que el dolor te inmovilice. La vida no se
detiene, pero en tu mente todo permanece congelado.
-¿Inmóvil?
He hecho este largo viaje y he sacrificado mucho. Es evidente que ya no estoy
inmóvil.
-Es
cierto, el dolor ya no te detiene, pero ahora es lo único que te mueve. Eso te
vuelve vulnerable y el Jabberwocky estará preparado para atacarte. Sin embargo,
la ayuda de Grifo te permite albergar esperanza, de entre todos nosotros él es
el más fuerte.
El
gato jaló del delantal a Alice e interrumpió el discurso de la Oruga:
-Ya
debemos irnos. El Jabberwocky sabe de nuestra presencia y darle tiempo es
peligroso.
La
chica continuó escalando roca por roca, hasta llegar a una ancha cueva que
atravesaba la piedra. Dentro la temperatura descendió un par de grados lo
que fue casi agradable. Aprovechando esto,
tomó asiento en el suelo y descansó varios minutos ignorando los ofuscados
reclamos del gato Cheshire quien finalmente se dio por vencido y optó por
desaparecer.
Cuando
por fin decidió continuar, estaba completamente sola. No le agradaba, pero era
algo a lo que se había acostumbrado; solo contaba ese largo viaje con la
discreta compañía del felino, pero durante la mayoría del tiempo no había
tenido a nadie con quien sostener una conversación medianamente cuerda. Ni
hablar de los recuerdos del sanatorio mental, ese pequeño y oscuro mundo había
sido una verdadera jaula tanto para su cuerpo como para su mente.
Del
otro lado de la cueva el calor era casi insoportable, principalmente gracias a
un torrentoso río de lava que caía de lo alto de la cumbre rocosa. A lo lejos
podía ver a los diminutos guardianes que custodiaban desde el otro lado y más
allá, un estrecho camino cuesta arriba.
Solo
había una manera de cruzar, delgadas columna de roca negra que se alzaban sobre
el río y a las que la lava por alguna razón, no derretía. Sin embargo, calculó
al menos veinte metros entre un extremo y otro, y el trayecto era prácticamente
una sentencia de muerte.
Alice
sabía que el valor era su principal cualidad. Por eso las bizarras criaturas
que había topado en su camino tenían tanta esperanza puesta en ella. No dudó un
segundo en atravesar el río de fuego saltando de piedra en piedra, imaginando
que no había mayor diferencia con el arroyo que había cruzado en el Valle de
las Lágrimas. Fue totalmente sincera con la Oruga: no temía a la muerte, el
calor abrasivo del magma era igual que su reflejo cristalino en el agua del
arroyo.
Dentro
de ella había un miedo mucho mayor y más presente que el aliento de la parca.
A
pesar de que la soledad había sido su eterna compañera esos últimos años, le
aterraba la idea de que fuera así de por vida. Todo el tiempo que había estado
encerrada en Rutledge escondida de la luz del sol y del resto de la humanidad,
fue suficiente para desarrollar un miedo inconcebible a quedarse sola y
marchita entre cuatro paredes.
El
horizonte era rojo como una explosión y eterno como una vida de amarguras. Sí,
para siempre era demasiado tiempo, pero ¿Cómo apaciguar ese odio que la
carcomía por dentro antes de caer en una locura sin retorno?
Tuvo
que concentrase en lo que hacía pues sus tortuosas reflexiones por poco la
hacen caer y aunque poco le importaba morir abrazada, quería conservarse en una
pieza al menos hasta llegar con la reina.
Del
otro lado, los diminutos guardias la estaban esperando, armados con sus
tridentes y meneando sus colitas acabadas en punta. Quitarlos de en medio no
fue especialmente difícil, pero lo que realmente le costó fue continuar cuesta
arriba por un estrecho camino entre dos imponentes paredes de roca.
Al
salir del pasadizo, algo le pareció familiar. Había estado en ese lugar hace
muchos años, cuando aún era una niña, aunque por supuesto, el presente no se
asemejaba mucho a lo que había en sus recuerdos. El implacable paso del tiempo
solo le dejó una pista: un muro de ladrillos grises del que nada más quedaba la
mitad en pie. A pesar del mal estado de la estructura, Alice reconoció el punto
exacto en el que se balanceaba Humpty Dumpty y sintió una agradable añoranza
cuando recordó la conversación que había tenido con el viejo huevo. Él le había
hablado del poema del Jabberwocky, explicándole el significado de cada una de
sus estrofas. Claro que ahora que la legendaria criatura del poema estaba ahí
mismo, Humpty seguramente había optado por marcharse o tal vez se había
balanceado más de lo que debía…
El
trayecto por fin comenzó a hacerse plano, tal vez había llegado a la cima y
pronto comenzaría a descender. De repente algo llamó su atención, se trataba de
una vieja e inmensa casona que apenas se sostenía sobre una gran roca. Eso sin
duda era algo particular ¿Quién podría vivir allí, justamente en medio de la
nada? ¿El Jabberwocky? ¿Acaso la bestia a la que todos temían necesitaba una casa
como la de cualquier humano? Eso era absurdo.
Sin
pensarlo dos veces, pues estaba segura de que ese lugar guardaba un importante
significado. Alice avanzó hacia la vieja casona y subió hasta el pórtico por
una escalera tallada en la roca. Tocó la puerta, pero nadie le respondió así
que decidió entrar sin más. Y una vez dentro, comprendió a lo que se refería el
Grifo con la palabra “Infierno”.
Ese
lugar no era una casa, mucho menos un hogar. Solo había una habitación amplia,
con piso de madera y sin un solo mueble. Las paredes eran negras y en las
ventanas se podían ver enormes columnas
de fuego, como si un incendio eterno las envolviera. El techo estaba tan
alejado que se perdía a la vista, solo había un vacío oscuro tan denso que
imaginó que en cualquier momento podía caer en él, sin importar las leyes de la
gravedad.
Pero
lo peor de todos eran los gritos. Gritos ahogados que provenían de todas
partes. Apenas se escuchaban, pero aun así estaban presentes e hicieron que
algo en lo más profundo de su memoria se estremeciera, lo que le desgarró
dolorosamente el pecho.
En
cuanto entró, la puerta se cerró de golpe. Alice experimentó una fuerte
angustia al notar que no podía salir, se sentía como una presa acorralada en
una trampa mortal ¿Acaso alguien estaba jugando con ella? ¿Quién podía ser tan
cruel como para restregarle su mayor trauma en la cara?
Avanzó
con lentitud y con cautela. Sabía perfectamente que no estaba sola. Su pérfido
anfitrión la observaba desde la oscuridad saboreando el dolor que le provocaba
la imagen de una casa en llamas.
-Deja
de jugar, Jabberwocky.- Dijo intentando parecer firme, pero la verdad es que le
temblaba la voz.- Sal de donde quiera que estés.
Una
criatura alada descendió desde la oscuridad del techo. Las pocas partes de su
cuerpo que no habían sido horriblemente mutiladas eran de color café claro,
pero en lugar de extremidades y cola tenía grotescos implantes de metal lo que,
sumado a un porte incluso mayor que el del Sombrerero, le daba un aspecto
intimidante.
-Me
has hecho esperar, Alice.- Dijo el terrible ser con voz grave, aunque con
suavidad- ¿Sabes que la puntualidad es una virtud?
Ella
lo miró a los ojos, eran de un color rojo brillante, casi diabólico.
-Tú
y mi dentista tienen mucho en común.- Contestó con tranquilidad.- Por cierto
¿Qué te ha pasado? Luces terrible.
El
Jabberwocky lanzó un gruñido apenas audible mientras miraba con ira la Espada
Vorpal.
-Mi
último encuentro con mi vieja enemiga me ha dejado, bueno… simplemente como me
vez ahora ¿No recuerdas los versos finales del poema? - Guardó una pausa.- No
te atrevas a compadecerme. Tú has estado mucho peor que yo.
-Puede
ser. En todo caso no me atrevería a compadecerte.
-Supongo
que hay algo bueno en la genial locura que ha afectado al Sombrerero.- Estiró
un largo y robusto brazo de metal que estaba exactamente en el mismo lugar en
que había estado alguna vez el de carne.- Estos artefactos se sienten casi
naturales y funcionan tan bien como los antiguos. De todas formas, le tomó un buen tiempo hacerlos.
-Podrás
agradecerles cuando ambos se encuentren en el infierno.
La
criatura lanzó una sonrisa amenazante. Algo le divertía en la actitud de esa
diminuta chica tan emocionalmente inestable.
-Siempre
con tu arrogancia, tu autosuficiencia. El resto del mundo no existe para ti-
Rió entre dientes.- Jamás había conocido a una persona tan egoísta y a la vez
tan insignificante.
-No
soy egoísta. He venido desde muy lejos para salvar el País de la Maravillas.
-Siempre
con eso, buscando excusas para mantener la mente lejos de la realidad.
Caminó
pesadamente por toda la habitación trazando círculos alrededor de la joven,
aunque mantenido cierta distancia. Mientras hablaba, subía la voz de modo casi
imperceptible:
-Es
por eso que sueles llegar tarde. Entre tus estúpidas ensoñaciones y tu vanidad
jactanciosa, las horas pasan volando. Casi no tienes tiempo para nada más.
-¿Dónde
quieres llegar? Solo me estás lanzando insultos bobos ¿Es acaso lo mejor que
sabes hacer?
-Tu
familia te esperaba ¿No? Quizás pensaron que podrías advertirles del peligro ya
que estabas tan cerca de su origen. Pero aguardaron en vano, claro. Ahora están
muertos.
Alice
se estremeció. El dolor del pecho se hizo casi insoportable y ahora le escocía
la garganta. No entendía cómo, pero las escuetas palabras del Jabberwocky
habían logrado paralizarla. No supo responderle, solo atinó a decir con la voz
entrecortada y casi gritando:
-¡Estábamos
todos dormidos! ¡Fue un accidente!
-Hija
egoísta, antinatural ¡Espuria!- Acusó el gigantesco ser con una crueldad que le
era placentera.- ¡Oliste el humo! Pero estaban en tus sueños, tomando el té con
tus amigos, nadie debía molestarte. Tu habitación estaba protegida: no le pasó
nada ¡Mientras que en piso de arriba tu familia se achicharró en un horrible
infierno!
Con
una mano temblorosa, Alice empuñó la espada y le levantó por sobre su cabeza.
Eso era totalmente inútil, el daño estaba hecho y ya no podía defenderse. Se
sintió totalmente derrotada, deshecha por la culpa y un dolor para el que no
había consuelo posible.
El
Jabberwocky no pudo hacer menos que reír con esta reacción. Ya había hecho
suficiente, ahora era solo cuestión de rematar su victoria. Avanzó lentamente
hasta la malograda chica y de un solo golpe con su brazo de metal la lanzó
hasta el otro lado de la habitación.
Alice
no evitó que la espada saliera volando con el ataque y quedara a varios metros
de su alcance, más cerca de su enemigo que de ella. Estaba semi aturdida, por
sus ojos entreabiertos solo podía ver oscuridad y flamas anaranjadas a lo
lejos. Entonces distinguió dos estrellas rojas e infernales contemplándola con
desdén desde arriba y reconoció las armas más letales del Jabberwocky.
No
podía defenderse, solo escapar. Justo en el momento en que dos rayos de fuego
se precipitaban contra ella, logró ponerse en pie y lanzarse para recuperar la
Espada Vorpal. Sin embargo, cuando logró poner su mano sobre la empuñadura, un
segundo golpe la lanzó lejos. Esta vez, también asía fuertemente el báculo que
tanto le había costado conseguir, por lo que no pudo poner las manos para
protegerse de la caída.
Rodó
por varios metros y por un segundo pensó que no iba a detenerse jamás. Tuvo
suerte y logró incorporarse para esquivar nuevamente el rayo de fuego que el
Jabberwocky había lanzado contra ella desde sus diabólicos ojos. Sabía que si
lograba asestarle una sola vez con su mirada fulminante, no habría necesidad de
una segunda.
Pero
era suficiente de huir. Había llegado la
hora de defenderse. Sujetó fuertemente la espada y se lanzó en contra de una de
las patas metálicas del Jabberwocky. Intentó cortarla de cuajo para hacer que
la bestia se tumbara y luego poder rematarla de una estocada al corazón. Había
visto todo en su mente.
Pero
el plan de Alice no funcionó en lo absoluto. Ni una sola parte. En cuanto
golpeó la pata de la criatura, un desagradable tirón escaló desde sus muñecas
hasta los hombros. El metal del que estaba hecha la pata era demasiado
resistente incluso para la Espada Vorpal.
Las
carcajadas de la bestia retumbaron en el cuarto, por fin era un punto más
fuerte que su antigua enemiga.
-¡Mala
idea!
Se
propuso lanzar lejos a la chica de un nuevo patadón, pero ella ya lo había
previsto y se dejó caer para minimizar el golpe.
Sin
embargo, no pudo esquivar el coletazo.
Alice
dio un par de vueltas en el piso antes de recuperarse completamente. Se levantó
rápido y se alejó de la peligrosa bestia. Había llegado a una conclusión luego
de recibir varios golpes sin logar asestar ninguno: no podía ganarle, ni mucho
menos quitarle uno de sus ojos. La hoja de la espada que tan efectiva había
sido en el pasado, ahora no prestaba ninguna utilidad y por primera vez en todo
su viaje, decidió que si no escapaba, tampoco viviría para otra batalla.
Corrió
con desesperación hacia la puerta, si no se abría la rompería de un espadazo.
Pero cuando estaba a punto de llegar…
-¿Te
vas tan pronto, Alice? ¡Eso es tan descortés!
El
Jabberwocky dio un fuerte golpe con su cola y el piso que estaba bajo los pies
de la chica, se precipitó contra un terrible vació negro.
-¡No!
En
el último segundo, cuando sintió que sus zapatos flotaban sobre la nada, Alice
clavó la espada contra el marco de la puerta y quedó colgando apenas sujeta por
la empuñadura.
Miró
hacia arriba. El fuego parecía saludarla desde lo alto. Podía sentir como el
calor enrojecía sus mejillas. Soltarse era demasiado fácil, solo tenía que
aceptar su derrota y ya: se precipitaría para siempre en un infierno infinito.
El Jabberwocky era demasiado fuerte, la culpa era invencible y la idea de
enmendar sus faltas con la muerte le pareció casi atractiva.
Pero
no iba a morir. Aunque el Jabberwocky la quemara por completo con un disparo de
sus ojos, le esperaba un destino peor que la muerte.
Bajo
sus pies había un mundo negro e infinito. Esa inmensa soledad le aterraba más
que la más horrible de las muertes.
Una
bomba de adrenalina explotó dentro de sus venas y se movió con una velocidad de
la que no se creía capaz. Apenas tardó medio segundo en girar la hoja de la
espada para destrabar la puerta y saltar al exterior.
Cayó
sobre la roca tibia y firme, justo frente a un camino que iba cuesta abajo. Se
echó a correr sin mirar hacia atrás, sabía que aún no estaría a salvo mientras
la horrible bestia la persiguiera. Su corazón latió al unísono con la pisadas
que daba el Jabberwocky a sus espaldas, incluso tuvo la tentación de dejar en
el camino la espada que la había salvado y el báculo que representaba la única
esperanza de todo ese mundo solo para ir un poco más rápido y retrasar dos
segundos el golpe final.
Pero
era inevitable. Sus pequeñas piernas de carne y hueso no podían competir con
las de la bestia quien además contaba con dos enormes alas que podían atravesar
las montañas de cabo a rabo. Era como un juego del gato y el ratón que se
tensionaba hasta el punto crítico.
Mientras
corría se preguntó por qué no le disparaba por la espalada y acababa con todo
de una vez. O bien podía ser que estuviera disfrutando de la persecución, lo
que no le parecía para nada extraño. Seres como él y el Sombrerero gozan de
sobremanera con el terror ajeno.
Una
sombra gigantesca nubló su camino, el Jabberwocky al fin había levantado vuelo
y se precipitaría sobre ella para ponerle fin a esa patética charada. Sin
embargo, una segunda sombra más pequeña apareció por el mismo camino. Pudo
reconocer las majestuosas alas de águila antes de que la sombra creciera y se
mezclara con la de su perseguidor.
Solo
entonces se atrevió a mirar hacia atrás.
-¡Grifo!
La
bestia mitad águila-mitad león se lanzó sobre el Jabberwocky y lo aprisionó
entre sus garras. Entonces comenzó una batalla campal entre las dos terribles
criaturas. Levantaron el vuelo hasta un punto álgido de altura, casi se
convirtieron en dos estrellas oscuras en el cielo encendido. Alice observaba
impotente desde el suelo la encarnizada lucha, rogando para sus adentros que el
Grifo no cayera derrotado.
Las
bestias permanecieron en lo alto fuertemente sujetas, clavándose las garras
mutuamente. Descendieron en picada unos cuantos metros y finalmente se
soltaron. La chica entrecerró los ojos para que la luz no le molestara, se
sentía en verdad inútil por no poder hacer nada por ayudar al Grifo. Maldijo su
naturaleza humana con toda la fuerza de su alma.
El
Grifo se movía con la rapidez de un corpúsculo, parecía una centella filosa que
cortaba el cielo con su luz de oro. Pero su rival no se quedaba atrás, era
mucho menos majestuoso e incluso resultaba grotesco ver volar al Jabberwocky
con sus mustias alas de murciélago, pero era tan ágil como para poder
defenderse la retaguardia.
El
Grifo intentó estrellar a su enemigo contra unos picos filosos, pero éste logró
liberarse en el último segundo y contraatacó usando su larga y metálica cola.
Se
escuchó como si dos gigantescas rocas chocaran en lo alto. Ambas bestias fueron
envueltas en una luz roja, como si estuviesen en el centro de una explosión.
Algo estaba ocurriendo, la batalla sobrenatural que veía en las alturas llegó
hasta un punto crítico cuando los combatientes agotaban el total de sus
fuerzas.
La
luz roja se intensificó y un grito de agonía taladró los oídos y el pecho de
Alice. Supo que todo estaba perdido cuando vio tres goterones de sangre caer a
sus pies, manchando de rojo la tibia roca. El majestoso Grifo caía lentamente
con sus alas doradas extendidas, herido de muerte por su enemigo.
-¡No!
El
Jabberwocky descendió también. Estaba débil, agotado y tenía la garganta
destrozada por un zarpazo. Aun así estaba decidido aferrarse a la vida mientras
aún le quedara una misión por cumplir: Miró a Alice con sus ojos flameantes de
rabia y la firme intención de disparar por una última vez. No pudo. Lo envolvió
una bola de fuego y fue paralizado al acto por una agonía mortal.
El
guardián más poderoso de la Reina de Corazones caía cuan largo era, derrotado e
inerte a los pies de la chica. Pero a ella ya no le importaba. Corrió
desesperada a socorrer al segundo caído, la criatura más fuerte y hermosa que
había visto en todo el País de las Maravillas.
-No
puedes morir.- Suplicó Alice a su amigo, pero la herida que le atravesaba el
pecho era suficiente para ahogar cualquier esperanza.
-No
he muerto en vano.- Dijo el Grifo con un hilo de voz.- Derroté al Jabberwocky,
no importa lo que tuve que sacrificar.
-Yo
jamás lo habría logrado. Supongo que sobreestimé mis habilidades ¿Cómo podré
luchar con la reina si no puedo entrar a sus dominios sin ayuda?
-No
digas tonterías.- Su voz se ahogó en un quejido que no pudo controlar.
-Todavía
te necesito.
-Lo
que necesitas es completar el báculo. Esa es el arma más poderosa del universo,
si la tienes podrás hacer lo que sea. Yo ya cumplí con mi misión.
-No.
-La
batalla definitiva se avecina. Si no eres fuerte contra la reina, todo estará
perdido.
Alice
estaba cansada, la idea de seguir peleando la deprimía
-¿Es
necesario que enfrente a la reina? ¿No puedo hacer que se rinda?- Preguntó a
media voz.
-La
verdad y la lógica rara vez se interponen a la maldad. Ella no escuchará
ninguna razón que puedas darle.
-Pero
no estoy segura de conocer el camino ¿Qué ocurrirá cuando traspase los muros?
¡Me estarán esperando!
-No
estás solas, tenemos aliados. Tal vez sean débiles, pero quieren ser libres,
llevan demasiado tiempo viviendo en su propio infierno. Si rompen los muros,
podrán rodear el castillo. Pero…
-El
encuentro final con la reina solo me corresponder a mí ¿Verdad?
Había
un tono de pesar en la voz de ambos, no solo porque quedaba una gran carga por
delante si no porque esa era la despedida. La vida del Grifo se escapaba junto
con la sangre de su pecho.
-Solo
da todo lo que puedas, siempre todo lo que puedas. No es suficiente con menos.-
La bestia tosió las palabras, como su pronunciarlas fuera un esfuerzo extremadamente doloroso.
-Espera…
Era
inútil. El majestuoso ser yacía totalmente indefenso, esperando su muerte.
-Estoy
aquí.
Sujetó
la enorme cabeza de la bestia y no soltó hasta que la sangre finalmente paró de
manar de su pecho. Entonces supo que debía dejarlo ir.
Pudo
ver el momento exacto en que el color de sus ojos se apagaba para siempre.
No
hizo ni dijo mucho. Solo se arrodilló junto a la criatura muerta y derramó unas
silenciosas lágrimas. Estaba completamente sola y demasiado cansada para
continuar el arduo camino que había sido trazado para ella.
Pero
sabía exactamente lo que ocurría cuando se retrasaba demasiado en un mismo
punto.
-¡Alice!-
Llamó el Gato Cheshire. Miraba fijamente la cara del fallecido Jabberwocky.- Quita
el ojo de la bestia antes de que se convierta en meta substancia. No tenemos
mucho tiempo.
La
chica lanzó un sonoro gruñido, pero aun así se acercó con la Espada Vorpal
empuñada.
-¿Por
qué no lo haces tú, gato roñoso?
-No
digas tonterías y termina lo que empezaste.
-Esto
es asqueroso.
No
disimuló la mueca de desagrado mientras clavaba la hoja de su espada en la
cuenca del ojo izquierdo del Jabberwocky. Un chorro de líquido verde salpicó su
zapato provocándole nauseas. Para acabar rápido con tan grotesca tarea, enterró
aún más la hoja y aplicó palanca, aunque eso significó que la sangre verdosa
saliera expulsada del ojo con aun más fuerza.
Finalmente
el ojo mutilado rodó a sus pies. Alice intensificó su mueca y lo tomó con ambas
manos. Tenía el porte de una pelota de fútbol.
-Únelo
con el báculo…
Hacerlo
no fue difícil, ambas piezas encajaban perfectamente, como si hubiesen sido
hechas para estar unidas. Incluso le dio la impresión de que el báculo le venía
mejor al ojo que la cuenca vacía y ensangrentada del Jabberwocky.
-Misión
cumplida. Ahora solo debes romper los muros.
-¿Dónde
están?
-Debes
seguir por este camino, las dos paredes de rocas comenzarán a angostarse y
verás el muro al final. Yo creo que lo reconocerás inmediatamente, aunque hay
algo que deberías saber…
-¿Está
lleno de guardias- cartas?
-Exacto.
-Me
lo supuse.- Acarició su báculo mientras lo miraba con curiosidad.- Espero que
esta cosa sirva para acabar con todo lo más rápido posible.
El
gato apartó lentamente la mirada de la chica y la hundió en un ancho y gris
camino. No solo quería ver lo que podía hacer el Ojo del Jabberwocky en las
manos indicadas, sino que también se moría por contemplar los muros más
inexpugnables del País de las Maravillas caer en pedazos.
-Ya
nos debemos ir.
Sin
mucho ánimo, pero resignada a continuar hasta el final, Alice fue por la ruta
que le indicó el gato. Todo se veía bastante calmado, como si la muerte del
Jabberwocky le hubiese devuelto a ese mundo un equilibrio invisible. Ambos
sabían que no duraría mucho, solo estaban viviendo la calma efímera que
antecede a una tormenta. Una tormenta apocalíptica.
El camino se angostaba lentamente, supo que
había llegado al final cuando vio que las dos paredes de roca se cerraban en un
callejón sin salida. Se detuvo en seco. Los muros de los que tanto hablaban todos
eran más siniestros de lo que había imaginado: eran de un rojo intenso como la
sangre y estaba segura de que se retorcían, como si fueran vísceras. Parecían
un monumento a la crueldad de la reina, pero detrás de ellos debía de
encontrarse algo desconocido y mucho más horrible.
Debía
usar el báculo para averiguarlo.
Sus
manos se detuvieron justo en el momento en que se aprestaba a averiguar el
funcionamiento del arma. No estaba sola, media docena de guardianes cartas
custodiaban los muros desde distintas posiciones. Había tres diamantes y tres
tréboles, todos mirando inquisitivamente a la intrusa y a su gato.
-¿Qué
debo hacer ahora?- Preguntó Alice intentando ponerse a salvo tras una roca.
-Que
pregunta… usa el báculo.
Dos
de los tréboles se acercaban a gran velocidad, blandiendo por los aires una
inmensa oz manchada de sangre. Eran auténticos monstruos, con caras de hueso y
cuencas vacías en lugar de ojos. Durante medio segundo la intimidaron, aunque
esa molesta sensación se le pasó en cuanto levantó el ojo del Jabberwocky a la
altura del hombro y apuntó a sus atacantes.
Solo
eso fue suficiente. Un láser de alcance infinito salió disparado desde el
báculo y dio de lleno en la cabeza de los guardias. Ambos explotaron como si
hubiesen sido dinamitados desde dentro, esparciendo sus carnes putrefactas por
todo el lugar…
-¡Esto
es genial!- Exclamó la chica al comprobar el enorme poder del que ahora era
dueña.
-Si
tú lo dices…- Espetó el gato, visiblemente asqueado por la escena.
-Supongo
que todo estará bien si no nos atacan a distancia.
Justo
en ese momento una carta en llamas pasó entre ambos a velocidad de bala y chocó
una la roca provocando una pequeña explosión.
-¿Eso
es lo mejor que pueden hacer?
Alice
nunca había tenido muy buena puntería, pero al usar el ojo no era necesario
apuntar con tanta precisión. El rayo rojo tenía salía proyectado con una fuerza
que no acababa nunca, aunque no le diera en primera instancia al objetivo, solo
tenía que moverlo hasta dar con él. Destruyó al último guardia al momento que el
Gato Cheshire le gritaba algo con desesperación:
-¡Detente!
¡Detente antes de que…!
Demasiado
tarde. Alice fue empujada hacia atrás violentamente y calló de espaldas sobre
la piedra. El eco que produjo esa pequeña explosión, retumbó en el amplio
espacio que dejaban los cantos. Sintió como si una pared de ladrillos la
hubiese chocado de frente.
-Parece
que me precipité.- Dijo tranquilamente, aunque no podía disimular que la caída
había sido dolorosa.
-No
eres la dueña de su poder. Usa el báculo con cuidado.- Aconsejó al gato.
Sin
darle mayor importancia al asunto, la chica se acercó hacia la entrada que
debía destruir. Al tacto con la palma de su mano se s sintió duro como la roca,
sin embargo, algo se retorcía en su interior como si fueran vísceras. A simple
vista, quitaba las ganas de cualquier visitante de ver lo que había del otro
lado.
Tomó
posición firme a unos metros de la pared y apuntó el báculo como si fuera una
escopeta. Entonces, un fulminante rayo rojo salió disparado y chocó contra la
pared haciendo que volara en mil pedazos. El atronador sonido atravesó los
límites de las montañas y encendió una lejana alerta en los confines más
corruptos del País de las Maravillas.
Alice
estaba delante de aquel eminente símbolo de poder hecho pedazos, con los puños
apretados y el corazón latiendo fuerte dentro de su pecho. No se detuvo a
observar lo que acababa de hacer, avanzó a paso lento pero firme hacia los
dominios de la Reina de Corazones. Había escuchado demasiado sobre los horrores
que se tejían en esa oscura región, pero el futuro ya no podía herirla.
Lo
primero que vio fue un hermoso pasillo con paredes de piedra cubiertas de musgo
que se bifurcaba tantas veces que lograba confundir a la razón humana. El gusto
de la reina no había decaído en lo más mínimo, aun se preocupaba por como lucía
cada centímetro de su querido jardín, aunque se extendiera por varios
kilómetros de intrincados laberintos.
Caminó
lentamente por el pasillo. Estaba completamente sola y tanta tranquilidad le
inquietaba. Era imposible no sentir que la estaban observando. Posiblemente la
reina, sentada en su pomposo trono, la miraba con sus oscuros y terribles
ojillos, esperando cualquier movimiento en falso para lanzarle sus mejores
cartas.
Pero
estaba lejos de sentir miedo. Mucho menos en ese lugar.
El
laberinto era familiar y tal vez hasta cercano. Pero esa sensación iba más allá
de los recuerdos de su niñez, aunque casi podía verse a sí misma ayudando a
pintar de rojo las rosas blancas para evitar la ira de la reina. No, esto se
trataba del presente, de emociones que siempre habían estado ahí, solo que
jamás les había prestado atención.
Intentó
no perder tiempo y caminar en línea recta, pero era imposible no perderse. El
paisaje comenzaba a cansarle, tal y como había ocurrido cuando vagó sin rumbo
por esa infinidad de espejos. Al menos esta vez podía ver la luz del sol
colarse por los pasillos del laberinto y eso era un punto a favor. Finalmente, encontró
algo más que paredes verdes, se trataba de un túnel de ladrillos por el que
crecían enredaderas lozanas gracias a la humedad. Se hundía en la tierra y un
poco más allá, se dividía en dos, lo que le dio la impresión de que el
laberinto continuaba.
Estaba
demasiado cerca para percatarse a primera vista, pero cuando miró hacia arriba
descubrió que el túnel tenía forma de corazón y no solo eso, en la parte de
arriba había incrustada una luz anaranjada con la forma de un trébol de tres
hojas.
Esa
era la verdadera entrada.
Entusiasmado
con el descubrimiento de la chica, el Gato Cheshire se dejó ver a los pies de
Alice moviendo la cola con entusiasmo.
-¿Tú
que dices?- Preguntó ella cruzándose de brazos.
-Que
esto recién comienza a ponerse emocionante.- Dijo el gato con tono
despreocupado.- Si no nos apresuramos, nos perderemos de toda la diversión.
Cuando
Alice penetró en el umbral del túnel, un ligero viento causado por el cambio de
presión en el aire, le meció suavemente su melena castaña. Había mucho menos
luz que en el exterior y un extraño aroma a madera húmeda envolvía el ambiente.
Tomó
el camino de la izquierda y dobló un par de veces siguiendo su forma hasta
encontrar la salida, punto exacto en cual se encontraba con el de la derecha.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que la figura que formaban ambos caminos
al juntarse era la misma que estaba en la entrada brillando con su tono
anaranjado.
-¿Cómo
pude olvidar la mística de este sitio?- Musitó Alice sin mirar al gato sarnoso
que la seguía de cerca.
-Camina
hacia la luz, Alice.- Dijo el felino en tono bromista.
No
había ninguna luz hacia la cual caminar. La salida era una boca negra cuajada de estrellas por la que entraba más
frio que claridad.
Continuó
sin ánimos, aunque con mucha cautela. Sabía perfectamente que el día era
efímero, pero aun así estaba decepcionada… y un poco sorprendida de sí misma:
había pasado más años de los que se puede contar con los dedos de una mano
escondiéndose de los rayos del sol y no lograba explicarse por qué ahora los
necesitaba tanto.
No
solo el calor y la luz de un día soleado se habían esfumado, sino que también
esa calma que tanto le inquietaba. Justo al final del túnel, en donde comenzaba
otra maraña de corredores herbosos, la aguardaban al menos una docena de
guardias distribuidos en distintos puntos de ataque y con las armas aprestas
para ajusticiar a la intrusa.
-Joder.-
Maldijo la chica, aunque su voz estaba lejos de sonar realmente molesta: ahora
contaba con un arma tan poderosa que era capaz de reventar a todos esos zombis
con forma de cartas solo con un rayo.
-¿Qué
piensas hacer?- Preguntó el gato con curiosidad.
-Que
pregunta… ¿Qué más?- Contestó Alice levantando el báculo por sobre su hombro
como si fuera una escopeta.- ¿Quieres ayudar? Entonces toma la Espada Vorpal
que traigo empuñada en el delantal… aunque supongo que para eso necesitarías
pulgares opuestos.
-Muy
graciosa… no creo que con un solo rayo puedas matarlos a todos, habría una
explosión antes de que…
Una
carta en llamas lo dejó con la frase a medias, salió disparada en dirección a
su pecho y fue a incrustarse en las paredes del túnel. Afortunadamente el
felino había tenido la pericia de desvanecer su cuerpo antes de que fuera perforado
y ahora solo su cabeza flotante continuaba hablando:
-Apunta
hacia el cielo… tal vez pueda ocurrir algo interesante…
Alice
no hizo ninguna pregunta y obedeció al gato. Nada más dejándose llevar por la
curiosidad, apunto el ojo hacia el cielo y lanzó un rayo fulminante que
enrojeció por un segundo el azul del firmamento.
El
sonido de la explosión fue seco y corto, pero esta vez la fuerza no fue
suficiente para tumbarla de espaldas. Ambos quedaron mirando el cielo por unos
segundos, casi maravillados con las estrellitas rojas que se precipitaban a
tierra cual meteoritos.
-¿Y
ahora qué?- Preguntó la chica si enderezar aún el cuello.
-Te
sugiero que corras.
Luego
de dar su consejo, el cobarde gato desapareció de escena y se colocó a salvo en
su escondite invisible. Alice, quien siempre había sido de rápidas reacciones,
no perdió ni medio segundo y salió disparada por uno de los pasillos. En ningún
momento miró hacia atrás, ni siquiera en cuando se escabulló entre dos guardias
y pudo ver por el rabillo del ojo cómo uno levantaba su oz amenazadoramente.
Continuó corriendo como si no quedase
otra cosa que hacer en el mundo.
Finalmente,
cuando un estruendo ensordecedor hizo estremecer los jardines, su curiosidad la
obligó a detenerse y mirar hacia atrás. No dejó de sorprenderse cuando comprobó
que el ominoso laberinto estaba intacto, las paredes no habían llegado siquiera
a chamuscarse a pesar de la explosión y solo había tras de sí una renovada
tranquilidad. No cabía la menor duda de que el Ojo del Jabberwocky hacía un
trabajo limpio para exterminar a sus enemigos.
Esta
escena la hizo sentir extrañamente poderosa, como si llevara entre sus manos la
clave para hacer desaparecer a la Reina de Corazones de la faz de esa tierra.
Por supuesto que sabía que esa repentina seguridad sería más efímera que la luz
del sol. La figura de esa mujer terrible estaba presente en su imaginación y en
menor medida en sus recuerdos, dando órdenes a gritos para que alguien perdiera
la cabeza. Y no es que la guillotina significara mucho para Alice, pero la
charla que había tenido con la Oruga le hizo entender un par de cosas sobre sus
temores acerca del futuro, temores que se hallaban extrañamente personificados
en la figura de la reina.
Las
vueltas del laberinto la guiaron hasta un pequeño claro rodeado por inmensos
muros de enredaderas. Lo primero que pensó al llegar ahí fue que era un
excelente patio de ejecuciones, se preguntó si algún cuello habría sido
cercenado en ese lugar a causa de los caprichos de su majestad. Lo segundo en
lo que pensó en cuanto notó dos escaleras de mármol en forma de corazón que
llevaban a un nuevo túnel. Este, sin embargo, no se hundía en la tierra, si no
que seguía subiendo como una extensión de dichas escaleras. Alice avanzó hacia
ese lugar sin prisa y guiada casi por la inercia. No había visto otra hace un
buen rato y comenzaba a bajar nuevamente la guardia.
Se
detuvo en la entrada y observó la figura tallada en los muros, era un diamante
color rosa pálido que brillaba con una luz propia, aunque tenue. Esta vez al
entrar no sintió ni frío ni humedad, aunque el aroma a madera verde era tan
intenso como la última vez.
Al
salir encontró con una noche tibia y una belleza especial plasmada en los
jardines. Ahora el laberinto se veía algo diferente, los caminos subían y
bajaban dándole una nueva variedad al recorrido.
Tardó
un tiempo en encontrar a los guardias, pero esta vez los agarró desprevenidos. Halló
a dos en la intersección de cuatro caminos, marcando el paso en torno a una
pequeña fuente de agua verde. Los guardias no tardaron en descubrir a la recién
llegada y tomaron una actitud hostil, pero el Ojo del Jabberwocky era más que
suficiente para frenar en el acto cualquier ataque. Aun no sabía bien cómo
usarlo, pero los guardias de la reina eran una excelente excusa para practicar.
Estaba casi segura de que al acabar el laberinto sería toda una experta.
No sabía bien por donde continuar, el sector
estaba despejado, pero ofrecía otros tres caminos y ninguno se veía seguro.
Decidió tomarse un tiempo antes de escoger y se sentó en una orilla de mármol
de la fuente. El agua estaba lo suficiente menteturbia para ver su reflejo, de
hecho, el fondo quedaba oculto bajo una acuosa masa verde.
Justo
en el momento en que bajaba la guardia, una criatura espantosa salió de entre
los arbustos. Se trataba de un ser verde, con el cuerpo de un animal
cuadrúpedo, pero con la cabeza de una planta carnívora. Jamás había visto algo
así, seguramente la reina se había reservado el privilegio de contar con un
guardia tan horrendo solo para defender sus jardines.
Alice
dio unos pasos hacia atrás y se aprestó para dar el primer golpe, sin embargo,
justo en el momento en que levantaba el báculo para acabar con el monstruo,
recibió un coletazo a la altura del tórax que acabó tumbándola contra la orilla
de la fuente. Semiinconsciente, levantó una mirada taciturna hacia su rival.
Apenas podía ver a la criatura detrás de la cortina nubosa que se dibujó en sus
ojos, pero pudo distinguir bien sus fauces viscosas abrirse y cerrarse con
furia. Estaba totalmente ciega y aun así sabía dónde estaba su presa.
Su
presa.
Se
incorporó justo en el momento en que su segundo coletazo iba a destrozarle los
huesos: la criatura lanzó su golpe con
tanta fuerza que trizó el mármol de la fuente. Alice no perdió ni medio
segundo, levantó la Espada Vorpal sobre su cabeza y cercenó la cola de la
bestia antes de que lograra levantarla.
Una
especie de jugo verdoso salió a chorros por la extremidad mutilada, salpicando
varios metros a la redonda. La bestia lanzó un chillido atronador que perforó
los oídos de la chica que no tuvo más opción que callarla de golpe. Una vez más
levantó la espada, pero esta vez su objetivo fue esa fea cabezota verde.
-Demonios…
La
criatura agonizante a sus pies no logró inmutarla, tampoco la certeza de que el
jardín estaba repleto de engendros como ese. Miró el interior de la fuente
trizada, el báculo por ninguna parte.
-Demonios.-
Maldijo por segunda vez. No había otro remedio, tendría que sumergirse para
recuperar lo que había perdido.
El
agua era helada y oscura como la noche que la cobijaba, y a medida que
descendía en ese pozo sin fondo, la presión extra le presionaba los oídos.
Cuando por fin dio con el báculo, calculaba haber descendido unos diez metros.
El suelo metálico había detenido la suave caída del objeto.
Intentó
salir a la superficie nadando de regreso, pero no halló la fuente por donde
había entrado en primera instancia. Entonces supo que se encontraba dentro de
un sistema de acueductos mal mantenidos, pero al menos tenía la sospecha de que
había más de una salida. Tenía los segundos en contra, así que nadó rápidamente
por los acueductos buscando otro camino a la superficie. Para su fortuna, no
tardó más de un minuto en hallar una diminuta ventana de luz a través de la
cual se veían las estrellas, un tanto borrosas a causa de las capas de agua
sucia que le entorpecían vista. Sin embargo, una vez que sacó la cabeza del
agua, se topó con una rejilla de metal que le impedía sacar el resto de su
cuerpo a la superficie.
Respiró
lentamente para no hacer ruido: un par de guardias mantenía posición a cada
lado de la rejilla, ambos armados con una hoz ensangrentada. Meditó unos
segundos la situación y concluyó que no podía enfrentarse a ellos desde donde
estaba sin exponerse a un golpe mortal en la cabeza. Una vez que su corazón
recuperó su ritmo natural, volvió a sumergirse en el agua turbia.
Nado
casi a oscuras y esta vez el peso de sus armas comenzaba a molestarle. De
pronto volver al acueducto comenzaba a verse como una idea realmente estúpida.
Ni siquiera cambió de opinión cuando salió del agua pues fue a dar al fondo a
un pozo mohoso y maloliente. El cielo se veía a la lejanía sobre su cabeza,
como un círculo diminuto y negro.
Pero
ni aun en ese agujero olvidado se hallaba sola. El Gato Cheshire la miraba con
sus ojos amarillos y luminosos, meneando suavemente la cola. Una sonrisa llena
de dientecillos afilados le cruzaba de oreja a oreja.
-Tortuga
ha demostrado que los reptiles tienen ventajas.- Masculló con voz sorna.
Alice
no le prestó atención al gato, tenía los ojos clavados en el lejano círculo
pintado de estrellas que representaba la superficie. Ascendió lentamente por
una escalera oxidada hasta que la suave briza del exterior le dio en las
mejillas. Lo único que agradecía en ese momento era que al parecer, no iba a
tener que sumergirse nuevamente.
Se
hallaba en un ancho pasillo de piedra rodeado de arbustos y flores. El camino
acababa abruptamente solo unos cuantos metros de donde había emergido, cuando
miró hacia abajo con una cautela innecesaria: no había nadie de quien cuidarse.
El
camino parecía adquirir una renovada monotonía y por un momento la chica sintió
la frustración de suponerse enredada en un eterno laberinto. Sin embargo, al
poco andar, encontró una estrecha escalinata que se sumergía en la humedad y la
penumbra. La escalinata se dirigía hacia una diminuta ventana de luz con la
forma inconfundible de la hoja de pica. Alice se detuvo justo delante de ese
nuevo portal y suspiró largamente, la siguiente etapa sería la última.
-Aquí
vamos.- Dijo para quien quisiera escucharla.
La
ventanita en forma de pica no le llegaba hasta más allá de la cintura, por lo
que tuvo que encorvarse para pasar hacia el otro lado. Allí le aguardaba una
noche tibia y cuajada de estrellas brillantes y lejanas. Comprobó que había ido
a parar sobre un extraño dispositivo mecánico que giraba pausadamente al ritmo
de las agujas de un reloj. Sintió que estaba en el fondo de un agujero puesto
que una infranqueable pared negra la rodeaba por todas partes. Además estaba
segura de que era observada por incontables ojos hostiles desde la oscuridad.
Se
acercó hacia la orilla buscando una manera de abandonar tan incómoda posición,
pero unos vapores calientes que ascendían con fuerza bajo sus pies la
detuvieron. Estaba rodada por un burbujeante y anaranjado magma.
Una
luz roja cortó el aire como un cometa encendido, rozando las mejillas de Alice
y chamuscándole el cabello. El tirador, que estaba a unos cuarenta metros por
encima de su cabeza, la miraba con recelo y dispuesto a no fallar el segundo
golpe. Recorrió rápidamente con la vista lo que tenía alrededor y calculó sus
escasas opciones. Encontró una pequeña puerta rodeada por arbustos resecos,
pero para alcanzarla debía franquear el lago de magma en una sola pieza.
La
idea no podía entusiasmarla menos, pero un segundo cometa luminoso que emergió
de la oscuridad con violencia asesina, acabó por decidirla a saltar. Retrocedió
un par de pasos y se lanzó con una fuerza de la que no se creía capaz. Sintió
como una columna de aire caliente le levantó las enaguas con rabia y justo
cuando creyó encontrarse de cara con una muerte horripilante, chocó las
rodillas contra un piso de fierro y calló de bruces.
Estaba
viva y lejos del alcance de los disparos de un tirador muy torpe. Sin embargo,
el calor la estaba asfixiando y la hoja de la Espada Vorpal tenía un brillo
anaranjado que reflejaba el inmenso infierno en el cual estaba flotando tan
precariamente. Tastabilló como pudo hacia la puerta, con las rodillas
palpitando de dolor y alzó la mano para alcanzar el picaporte. Tuvo que abrir
rápido porque el metal le quemó los dedos.
Esa
puerta no se había abierto en mucho tiempo, el chirrido de las bisagras
oxidadas lo delataba. Seguramente la reina se había olvidado de esa parte de su
jardín ya que ahí no había más que arbustos marchitos colocados en maceteros
hechos pedazos.
La
oscuridad del otro lado logró estremecerla. Era como encontrarse frente un
vacío infinito y negro. El mismo vacío que la había hecho vivir su pesadilla
personal por incontables años. Algo en esa oscuridad le era familiar y eso la
espantaba. Dudó incluso si seguir avanzando, hasta que la voz del odioso gato
que la seguía en silencio y con la insistencia de una sombra la devolvió a la
realidad.
-La
locura tiene muchas caras.- Dijo con voz grave.- Pero darle la espalda a
aquello que nos resulta siniestro puede ser la peor decisión de todas. Ya casi
no queda tiempo y la muerte es una invitada indeseada, pero inevitable.
Ella
no supo responder, se limitó a mirar al animal con los ojos desorbitados de
rabia y luego caminó sin prisa hacia un túnel negro y caluroso como la boca de
un lobo.
Caminó
por varios minutos, que le parecieron interminables horas. Cuando por fin
ascendió por una trampilla hacia la superficie un cielo rojo como la sangre le hizo
sentir que todo lo que había vivido solo era la antesala del infierno.
Estaba
frente al castillo de la Reina de Corazones.
Dos
enormes columnas de roca le franqueaban el paso y todo lo que podía ver era la
monumental morada de la reina protegida
por sus guardias cadavéricos y hostiles. El castillo era una isla de piedra en
medio de un mar rojo y caliente, la monstruosa cabeza que gobernaba el mundo destruido
que había ido a salvar. Dentro estaba la única meta de ese largo viaje, la
mujer que podía devolverle la cordura o hacer que se perdiera para siempre en su
reinado de pesadilla.
Levantó
el báculo del ojo del Jabberwocky, mientras esperaba pacientemente a que los
guardias empuñaran sus armas y se aprestaran a destruir a la invasora. Entonces
comenzó la masacre. Un rayo de muerte salió disparado del báculo impulsado
mágicamente por toda la frustración de su dueña, la que no dejó de apuntar
hasta que una explosión en sus propias manos la hizo caer de espaldas sobre el
suelo tibio.
Se
levantó aturdida, pero insatisfecha. A lo lejos unos tiradores descargaban sus
cartas de fuego desde la cima de una mazmorra. Nuevamente su propio deseo de
violencia hizo que se estremeciera, pero aun así levantó el báculo y disparó en
contra de las piedras duras y firmes del castillo. Ni siquiera logró chamuscar
las inmensas mazmorras, pero al menos lo francotiradores no la molestaron más.
Caminó
con ansiedad rodeando el castillo para encontrar una entrada, sin embargo la
fortaleza era casi impenetrable. Solo había una forma de entrar, se trataba de
una inmensa puerta en forma de corazón abierta de par en par y custodiada por
escasos dos guardias, prueba irrefutable que la reina la estaba esperando.
Alice no tuvo problemas para despachar a los guardias, el par se defendió
tímidamente mientras la chica los arrojaba a espadazos al lago de sangre. Acto
seguido corrió por un estrecho puente y entró en el castillo, intentando dejar
los dolorosos recuerdos de su viaje detrás de la puerta.
Dentro
todo estaba en penumbras. Avanzó por un amplio corredor con el báculo del ojo
del Jabberwocky a la altura del hombro, dispuesta a volar en pedazos cualquier
cosa que osara moverse.
Sus
pies caminaban sobre una mullida alfombra roja y en las paredes colgaban
retazos de terciopelo del mismo color. La humedad y la mugre que tenían
impregnados le hicieron suponer que nadie se ocupaba de la limpieza como en
antaño. Seguramente el castillo pronto caería en el mismo deterioro que el
resto de ese desgraciado mundo mientras su reina observaba impávida desde su
pedestal de oro.
Subió
por las primeras escaleras que encontró. Ascendía dando vueltas alrededor de
una pared adornada con cuadros de paisajes que ya no existían y los horrendos
recuerdos que tomaban forma en manchones de sangre. Se preguntó cuánto de los sueños
de su niñez quedaban hoy dentro de esos helados muros.
En
el último escalón encontró a un nuevo guardia taciturno que arrastraba una oz
por el suelo. La sorpresa hizo que Alice retrocediera un par de escalones, ver
de cerca a ese engendro de cara cadavérica y amarillenta, con la cuenca de los
ojos vacías y el cuerpo salpicado de sangre seca hizo que se impactara. Por
fortuna para ella, la sorpresa no le duró demasiado, desenvainó en el acto su
espada y cortó en dos el cadáver ambulante del guardia. Sus pies y cabeza
rodaron independientes por las escaleras al igual que la hoz que rebotó
haciendo sonidos metálicos.
Detrás
del enemigo caído había una puerta.
Encontró
un cuarto amplio y vacío, adornado por una inmensa alfombra roja y cortinas de
satén del mismo color que colgaban de las paredes. Cientos de lamparillas en
forma de corazón despedían una luz tenue, pero empalagosa, que al rebotar mil
veces con contra la única tonalidad del cuarto resultaba enfermante. Lo peor
fue que casi todos los cuartos del castillo estaban decorados de la misma
manera, aunque de vez en cuanto se topó con tapiz lleno de polvo o con un
ventanal que dejaba pasar la luz y el calor infernal del exterior.
Los
guardias también siguieron apareciendo, aunque no eran muchos y tampoco
significaban una real amenaza. Llegó a pensar que la Reina de Corazones se
había jugado sus mejores cartas con el Sombrerero y el Jabberwocky y que probablemente
ahora solo le restaba esperar sentada en su trono.
Continuó
abriendo puertas, subiendo y bajando escaleras y atravesando túneles en forma
de pica, trébol y diamante hasta el cansancio. La fortaleza de la reina era tan
amplia como vacía, irrefutable evidencia de la larga decadencia en la que había
caído. Las rosas rojas y blancas que formaban senderos olorosos a los largo de
las alfombras, la corte chillona y estrafalaria que halagaba a la reina incluso
cuando respiraba… el Conejo Blanco corriendo desesperadamente para no perderse
el partido de Cricket en el patio principal.
Todo
era un recuerdo lejano y dudoso…
Entró
en una nueva habitación un tanto más grande que las otras. También tenía una
alfombra roja cubriendo el piso y un centenar de lamparillas en las paredes.
Sin embargo, había algo distinto, en cada esquina una gárgola de piedra dejaba
caer agua roja y espesa sobre una pileta que parecía no tener fondo. Este era
un toque escalofriante, pero al menos le hizo sentir que no estaba atrapada en
un circuito.
El
Gato Cheshire se dignó a aparecer sentado sobre la mullida alfombra, justo en
medio de dos piletas de sangre.
-La
reina, daría mis caminos por encontrarla ¿Dónde estará esa vil criatura?-
Suspiró con voz aterciopelada.
-Está
cerca.- Aseguró Alice apuntando al otro lado de la habitación. Justo al final
de diez metros de camino alfombrado y una serie de arcos ojivales, había una
enorme puerta de madera tallada y más arriba, una ventanita en forma de corazón
que no dejaba entrar luz.- Todo tiene su firma.
Atravesó
el cuarto a paso lento seguida por el siempre sigiloso y callado gato. Cuando
llegó al otro lado, empujó con la punta de los dedos la enorme puerta que se
abrió de par en par y sin hacer ruido.
En
el cuarto contiguo no había ni gárgolas ni piletas de sangre, aun así era
totalmente distinto a los otros.
En
la pared de la izquierda había tres cuadros dispuesto en línea recta a dos
metros sobre el suelo. Cada uno tenía un símbolo: el diamante, el trébol y la
hoja de pica. Miraban de frente otros tres retratos colocados en la pared
opuesta con la precisión de un espejo. Alice conocía bien a cada uno de los
retratados. El primero era el Rey Rojo, un rígido soberano color sangre. El
segundo era el Sombrerero Loco, quien al menos en el recuadro tenía ambas manos
intactas cruzadas sobre su pecho. Y el tercero era el abominable Jabberwocky,
con sus ojos de muerte y su cuerpo mecanizado.
Miró
la pared por un largo momento, dejándose atrapar por cada uno de los
personajes. Casi pudo revivir la demencia y la bestialidad de cada uno. Sentía
que en cualquier momento saltarían de sus retratos para defender a su reina.
-Ojalá
pudiera algún día poner al Grifo entre ellos.- Suspiró la chica convencida de
que su viejo amigo despojaría a la pared de su terrible significado.
-Para
entonces este viejo castillo tal vez ya haya caído en pedazos.- Contentó el
Gato con cierto toque de nostalgia.
Alice
se sorprendió cuando vio al animal parlante sentado detrás de ella.
-¿Sigues
aquí?- Preguntó.- Por lo general no te quedas mucho tiempo. O al menos no donde
pueda verte.
-Es
que queda tan poco…
Avanzaron
lentamente hacia la puerta al final del cuarto, como quien está a punto de
resolver un misterio muy grande, pero muy terrible. Contuvieron la respiración,
la ansiedad se volvió casi insoportable y ni siquiera tenían la certeza de que
la reina estaba del otro lado de la puerta. Solo la sentían cerca.
Cada
vez más cerca.
-Supongo
que esto es todo.- Dijo Alice, observando la inmensa puerta sin mover un
músculo. Nunca se había sentido tan pequeña.- Por fin verá a la Reina de
Corazones.
-¿Tienes
miedo?- Preguntó el Gato Cheshire, aún visible con todas sus partes.
-Miedo.-
Repitió ella. El significado de esa palabra había cambiado radicalmente durante
su viaje y no podía contestar esa pregunta.
Tocó
la puerta con la punta de sus dedos, acarició la fina madera y vio que era
caoba pulida. Una de las pocas cosas en el castillo que insistían en conservar
la magnificencia de antaño.
Un
grito sepulcral rompió el silencio y luego miles de pisadas irrumpieron en la
habitación. Luego, sintió que su brazo entero se paralizaba y dio un respingo
de sorpresa: jamás había visto tantos guardias aparecer en un solo lugar, filas
y filas de cartas rojas y negras aparecieron tan rápido que en unos segundos se
volvieron incontables.
-El
último bastión, la última esperanza.- Dijo Alice sin que su voz denotara la más
mínima angustia o preocupación.
El
gato en cambio, se veía más nervioso que nunca. Tenía los ojos amarillos
abiertos como platos y su boca repleta de dientecillos dibujaba una fea mueca.
Una vez más, en muestra irrefutable de cobardía, se desvaneció como humo en el
aire.
-Maldito
gato.- Gruñó Alice.- No me sirves para nada.
La
verdad es que unas horas antes, el animal aludido le había dado un consejo
salvador y ella lo sabía perfectamente. Empuñó el báculo del Ojo del
Labberwocky, pero en lugar de apuntar hacia los innumerables guardias armados y
enloquecidos, dirigió la mira hacia el techo y disparó a ojos cerrados. Los
segundos que duró ese ataque se le hicieron eternos, parecía que hubiesen
pasado años antes de que el rayo de báculo hiciera explosión arrojándola contra
la puerta. En ese intertanto tuvo que soportar como los guardias disparaban
contra ella cartas encendidas y calientes que pasaban rozándole el vestido
mientras rogaba con todas la fuerzas que las hoces que los demás empuñaban no
llegara a tocarla.
Se
recuperó del golpe rápido y en una milésima de segundo pudo ponerse a salvo del
otro lado de la puerta. Con el cuerpo apretado y el corazón latiéndole a mil
por hora esperó a que el fuego apocalíptico del Jabbewocky callera sobre las
cabezas muertas de los guardias en la habitación contigua.
El
atronador ruido duró un largo momento. Se escuchó como un bombardeo de misiles,
y cuando acabó, todo volvió al más absoluto silencio.
Abrió
la puerta lentamente y observó por la ranura. El paisaje era desolador, decenas
de resplandores evanescentes rodeaban unos cuantos guardias destrozados que aún
no se convertía en meta substancia. Las armas estaban regadas por todas partes
como si fuera basura pues nadie las volvería
a empuñar jamás.
No
quedó un solo sobreviviente. El Ojo del Jabberwocky era la fuerza más poderosa
en el País de las Maravillas.
Tal
vez con la sola excepción de la Reina de Corazones.
-Lo
hiciste bien.- Dijo el Gato Cheshire apareciendo de la nada cuando consideró
que la situación era segura para su pellejo.
-Que
desastre.- Dijo la chica a pesar de que la lluvia de fuego no había logrado
hacerle ningún daño al cuarto, si no solo a los guardias.
Cerró
la puerta y dio la media vuelta. Se hallaban en un ancho corredor alfombrado y
tapizado de rojo, como todos los que Alice había visto en el castillo. Esta vez
la luz provenía de lamparillas en el techo, como mil ojos observando desde la altura.
Había algo extraño en el ambiente, una electricidad muda que les ponía los
pelos de punta. Se estaban adentrando en lo más profundo de un secreto olvidado
por años y que por fin vería la luz. La verdad más terrible de todas estaba
detrás de una última puerta.
Al
final de corredor, dos nuevas gárgolas de piedra flanqueaban la entrada
vomitando agua espesa y roja. Pusieron atención a cualquier ruido que pudiera
provenir del otro lado, pero no escucharon nada, salvo el fluir de ese
asqueroso líquido sobre una pileta.
-Hay
que abrir la puerta.- Afirmó Alice, pero sin mover un músculo. Estaba plantada
sin hacer nada a un metro de su destino.
El
Gato Cheshire, sin embargo, sentía la necesidad de sincerarse y explicar por
qué no cruzaría con ella el umbral.
-El
valor y yo no siempre vamos juntos.- Confesó mientras se sentaba delante de la
chica.- La cautela templa mi curiosidad, por eso he vivido tanto.
-Sé
que te las has arreglado muy bien siendo un cobarde.- Gruñó ella cruzándose de
brazos.- Eso no es ninguna novedad.
-Lo
sé. Sin embargo, haciendo caso omiso a los instintos que me impulsan a mentir o
huir, te diré la verdad con todas sus consecuencias. Tu coraje no merece menos.
-Pues
adelante. Aunque siempre eres tú quien no quiere pararse a hablar.
-Has
sufrido mucho y has causado sufrimientos, te ha herido un gran dolor y un gran
sentimiento de culpa. Sin embargo, te va a poner a prueba una angustia mucho
más cruel, Alice. Lo peor aún está por venir. La Reina de Corazones y tú son
dos caras de la misma moneda, no pueden sobrevivir las dos…
El
gato interrumpió sus palabras con un maullido de dolor y luego enmudeció para
siempre. La lengua le había quedado entre los dientes cuando su cabeza calló
sobre la alfombra justo después de que un resplandor asesino cruzara el
corredor.
Una
cuchilla invisible salió desde el otro lado de la puerta y salpicó a Alice de
sangre. Sus ojos se llenaron de horror cuando vio a su último amigo, el único
que había podido seguirla hasta el final de esa pesadilla caer con la cabeza
totalmente desprendida de su cuerpo.
Ahora
era un despojo de huesos, pelos y sangre. La justicia de la reina había
alcanzado otro cuello.
Estaba
sola.
Se
dejó caer de rodillas junto al engendro decapitado e intentó llorar para
desahogarse y honrar su muerte, pero ninguna lágrima calló de sus ojos. El Gato
Cheshire estaba muerto, pero como él mismo había dicho “no queda tiempo para la
autocompasión”.
Abrió
la puerta de golpe para ver a la reina y por primera vez luego de tantos años,
sintió que la muerte por fin la venía a buscar.
La
alfombra roja acababa a los pies del trono, cercada por seis columnas de
mármol. Justo detrás un par de ventanas dejaban ver nubes hinchadas de sangre
como parte del paisaje infernal del exterior.
Alice
sabía que la Reina de Corazones sería un ser irreconocible, que las imágenes
que había visto de pequeña se habían corrompido hasta la deformidad. Sin
embargo, nunca pensó encontrarse con una mujer tan monstruosa sobre ese trono,
alguien que no era ni remotamente parecido a un ser humano. En lugar de brazos
y pies tenía tentáculos rojos como la carne viva saliendo de su torso, los ojos
ámbar le resplandecían tras una máscara de porcelana que ocultaba el resto de
su rostro. Lo único que vinculaba a ese ser con la realeza eran sus atavíos.
Llevaba puesto un vestido de terciopelo y conservaba el manto real, pero todos
los accesorios se perdían en sus deformidades.
Pero
estaba ahí por ella.
-¿Quién
eres?- Preguntó ella con voz de mujer serena.
La
visita contestó con la misma tranquilidad:
-Me
llamo Alice Lidell, hija y hermana de personas muertas. Soy interna del Asilo
Rutledge, a las afueras de Londres y he hecho un viaje muy largo buscándola a
usted, su majestad.
-Alice…
ya veo ¿Cómo es que te han dejado entrar mis guardias?
-He
sido muy persuasiva.- Dijo la chica acariciando el báculo con actitud irónica.
La
reina no quitó sus diabólicos y luminosos ojos de encima de la intrusa. La
evaluaba detenidamente, la observaba saboreando cada movimiento de esa frágil e
insolente criatura. Había llegado a un veredicto irrevocable.
-Que
le corten la cabeza…
Un
tentáculo oscuro y baboso salió del suelo y empujó a la chica. No le dolió en
lo absoluto, pero sabía que ese golpe solo era un preparativo para la
ejecución. Logró ocultarse a gatas detrás de uno de los pilares mientras
recuperaba el aliento y una vez que estuvo lista, se asomó levemente para su
primer ataque.
El
rayo fulminante salió con la misma fuerza avasalladora de siempre y fue a dar
contra la cabeza del monstruo, pero a pesar de la intensidad y de la duración
del disparo, este no surtió efecto alguno sobre él.
-Diablos.
Si
quería tener más éxito en el segundo intento, debía acercarse más. Corrió el
riesgo y salió de su escondite, pero en cuanto intentó correr hacia la reina
esta alzó los tentáculos e hizo que el piso bajo sus pies se deshiciera en
pedazos. Alice tuvo que dejarse caer hacia atrás para no precipitarse en ese
oscuro vacío y aunque pudo ponerse a salvo nuevamente tras una de las columnas
que habían quedado en pie, ahora un precipicio de dos metros de ancho la
separaba de su objetivo.
Alice
sintió que el mármol se estremecía contra su espalda y levantó la cabeza. Los
carnosos tentáculos de la reina se habían ferrado a la columna y la apretaban
con tanta fuerza que cavaría por despedazarla. No podía quedarse en ese
escondite, y en el breve instante en que se dejó al descubierto para lanzarse
hacia la siguiente columna, pudo ver la verdadera naturaleza del monstruo. Una
lengua gigante la sujetaba de la nuca como si fuera una marioneta, o más bien
como si formara parte de otro ser aún más abominable.
Llegó
a concluir que todo ese castillo estaba vivo, desde la pared que había tumbado
al entrar hasta el trono de su majestad. La idea hizo que algo helado le
trepara por la columna, estaba luchando contra algo terriblemente gigantesco.
Se
deslizó hacia otra columna sin detenerse a pensar mucho en el asunto. No quería
dejarse ganar antes de lazar si quiera un buen golpe.
-¡Demonios!
¡El Grifo me prometió ayuda! ¿Dónde están?
La
pregunta en sí misma era inconsistente. En el fondo sabía que estaba sola, las
huestes de ese mundo no eran más que una quimera y no iba a ir ni un miserable
pelotón en su ayuda. Además, los guardias que habían sobrevivido a su
intromisión iban a ser suficiente para detener cualquier escaramuza.
Estaba
tan sola como siempre.
La
columna a la que se aferraba la reina no resistió mucho y calló despedazada a
los pocos minutos. Las piedras de mármol quedaron regadas por la alfombra y los
tentáculos fueron por la siguiente.
Alice
tragó saliva y respiró profundo. El corazón le latía a mil por minuto y una
oleada de adrenalina le corría por las venas. Debía actuar rápido, se le
estaban agotando los escondites y la reina no dudaría en despedazarla en cuanto
la tuviera en su poder.
Decidió
que era momento de otro ataque, acomodó el báculo bajo su brazo y salió se
detrás de la columna con la firme intención de apuntar hacia el músculo vivo
que controlaba a la reina. Sin embargo, en cuanto se asomó, parte del techo se
desprendió dejando ver el cielo rojo y botándola de espaldas.
Era
una escena apocalíptica. Tendida en el suelo, observó con horror como un viento
huracanado se llevaba inmensas piezas de mármol con una fuerza incontrolable.
Por un segundo sintió que ella también sería arrastrada fuera del castillo, así
que se incorporó como pudo, mientras ponía torpemente el báculo en posición de
ataque.
La
ventisca era molesta, le levantaba el vestido y le removía el cabello hasta
cubrirle la vista. Entonces se preguntó si acaso la reina solo estaba jugando
con ella antes de darle el golpe de gracia. Eso tendría mucho sentido, a pesar
de que significaba haber hecho un largo viaje en vano.
Miró
hacia arriba, hacia el monstruo. Sus ojos de fuego resplandecían en medio de
ese caos. El salón del trono se caía a pedazos y parecía no importarle.
Disparó
nuevamente contra el monstruo mientras trataba a duras penas de mantenerse en
pie. El rayo que salió del báculo fue torpe e impreciso: describió movimientos
en zigzag y finalmente fue a perderse en el cielo tormentoso. Cuando el impulso
del disparo la arrojó otra vez contra el suelo, no había ganado nada. Solo
logró ponerse a salvo a duras penas tras una columna y esperó.
-Por
favor… por favor…- Musitó con los dientes apretados y aferrándose con todas sus
fuerzas al báculo que en ese momento resultaba inútil. No sabía a quién le
estaba rogando, pero daba lo mismo pues nadie iba a ayudarla.
Miró
hacia arriba. Los carnosos tentáculos de la reina se incrustaban con una fuerza
bestial alrededor del mármol que la protegía. Una fracción de segundo más
tarde, la fría piedra en la que apoyaba su espalda cedió y calló en pedazos. El
instante en que la columna se derrumbaba se hizo eterno y ni aun así tuvo la
más mínima oportunidad de escapar de las garras de su agresora.
La
reina arrojó con movimientos rápidos los fragmentos de mármol que le
entorpecían la vista de su presa y en cuanto pudo, envolvió su frágil cuello y
la aprisionó contra la siguiente columna.
Alice
intentó gritar, pero sus cuerdas vocales fueron comprimidas de golpe. Solo fue
consiente del momento en que la reina rodeó su garganta y lo siguiente que supo
fue que había azotado la cabeza contra algo extremadamente duro. La habitación
le dio vueltas y todo cuanto pudo ver era una figura borrosa en medio de un
caos indescriptible. A pesar de todo, no dejó caer el báculo del Ojo del
Jabbewocky, aunque ya no representaba alguna esperanza para ella.
Sabía
que para la reina habría sido muy fácil partirle el cuello en dos. Si había
quebrado la gruesa columna de mármol, esa frágil masa de piel y cartílagos no
iba a representar ningún desafío para ella. Pero al parecer, la bestial mujer
no había acabado tratarla como un juguete y quería extender por el mayor tiempo
posible su patético estado de sometimiento.
Alice
levantó a tientas el báculo, dispuesta a dar un último golpe antes de morir,
pero en ese instante la reina rodeó el brazo derecho de la chica y ambas piernas
hasta que quedó inmovilizada por completo. La única mano que pudo mantener libre
la ocupó para luchar inútilmente contra el tentáculo que encerraba su cuello.
Creyó
sentir que era elevada, o al menos eso supuso cuando sus pies dejaron de topar
el suelo. Tenía la vista nublada pues casi no le llegaba sangre a la cabeza y
el golpe que acababa de recibir hacía que la habitación diera vueltas. En ese
momento, el báculo se le escapó de entre los dedos lacios y calló al vacío. Ni
siquiera logró escuchar el sonido que hacía al golpearse.
Solo
podía distinguir dos cosas en ese estado
de semiinconsciencia: un vacío
insoslayable alrededor del trono y los ojos de la reina que la
contemplaban con odio desde abajo.
El
resto era lejano y borroso.
Su
mano derecha estaba adormilada y vacía, mientras que con la izquierda arañaba
desesperadamente el músculo que le apretaba el cuello. No podía respirar, las
venitas de sus ojos se rasgaron y su cara adoptó un tono purpureo por la falta
de oxígeno.
¿Quedarían
restos por recoger cuando todo acabara? Tal vez su cabeza esperaría abandonada
en la alfombra hasta que el resto de su cuerpo se desvaneciera en meta
substancia. Tal y como había ocurrido con el Gato Cheshire.
Esta
imagen no era desagradable del todo. La idea de poder descansar definitivamente
era casi tentadora, y es que había cargado con el peso de una culpa monstruosa
por demasiado tiempo. No iba a morir, pero al menos desecharía todo recuerdo y
todo pensamiento doloroso se iría con ellos. La locura sería otra forma de
vivir tranquilamente, a pesar de los eternos años de soledad que le aguardaban
en el sanatorio Rutledge.
Ya
había soltado el báculo, ahora solo debía abandonar su voluntad. De todas
formas, simplemente sería decapitada, ni siquiera iba a sufrir.
La
vaina metálica de la Espada Vorpal se le incrustó en la cadera y un dolor
punzante la trajo de pronto a la realidad. Sus pupilas se afilaron cuando una
simple idea salvadora cruzó por su mente ¿Cómo es que no lo había pensado
antes? Con la mano que le quedaba libre buscó a tientas la empuñadura de la
única arma que le iba quedando y en cuanto sintió lo helado del metal entre sus
dedos, la sujetó con firmeza. Estaba invocando todas sus fuerzas para jugar la
última carta.
Levantó
la hoja con un movimiento certero y rapaz, el brillo plateado cortó el aire y
acto seguido, hizo lo mismo con el tentáculo que la estaba estrangulando.
Sintió que un torrente de sangre le subía por el cuello hasta su cerebro reseco
mientras tragaba una bocanada de aire con toda la fuerza de sus pulmones. De
pronto, respirar le pareció la cosa más maravillosa del mundo.
Con
la misma velocidad y determinación, cercenó los tentáculos que le aprisionaban
las piernas y el tronco, quedando sujeta solo por el brazo derecho. Lentamente
los colores de las mejillas comenzaban a reaparecerle y su visión dejó de estar
tan borrosa. Pudo distinguir las extremidades que acababa de cortar
retorciéndose como peces fuera del agua, pero todavía quedaban al menos un
centenar de tentáculos color sangre saliendo del cuerpo de la reina. Desde
arriba, la criatura parecía estar incluso más deforme.
Se
topó con sus ojos. Ahora podía verlos con claridad, dos estrellas diminutas que
titilaban con un brillo ámbar.
No
lo dudó ni por un segundo, liberó su brazo de un solo movimiento y se precipitó
contra la reina con un valor suicida. Solo que ahora tenía la espada sujeta por
ambas manos.
-¡Que
le corten la cabeza!- Chilló invadida por un éxtasis inmensurable.
El
golpe fue seco y preciso. El cuello su majestad fue rebanado como carne cruda y
la cabeza calló al vacío aún con la máscara puesta.
Alice
calló al suelo como un peso muerto y rodó dolorosamente sobre los pedazos de
mármol que había sobre la alfombra. Ahora y a pesa del golpe, podía ver todo
con claridad: el cielo rojo sobre su cabeza, la habitación destrozada a su
alrededor y justo delante de ella, el cuerpo inerte de la reina que amenazaba
con caer al vacío y perderse para siempre.
Se
incorporó lentamente, pues cada movimiento significaba una punzada de dolor.
Tenía el cuerpo agarrotado y apabullado y los restos de las columnas le había
hecho cortes en los brazos. Pero estaba viva.
Había
ganado.
Se
acercó tambaleándose al cuerpo de su rival caída y justo cuando estuvo frente a
su cuello carnoso, las rodillas le cedieron. Calló dejando escapar un quejido
lastimero y no levantó la vista por un largo momento.
Algo
no estaba marchando bien. Un sonido desagradable, como el de espaguetis recocidos
en una olla, inundó todo el cuarto. Alice levantó a vista sorprendida, a pesar
de lo larga y tortuosa que había sido su batalla, ésta no había acabado. El
músculo que controlaba a la reina se contrajo y arrastró al engendro decapitado
devuelta al trono y allí lo hundió hasta desaparecerlo.
-¿Qué
demo…?
Una
explosión sorda le cortó el habla de golpe. Se retorcía de dolor en el suelo
mientras intentaba en medio de su aturdimiento averiguar que estaba pasando.
Una
roca le había dado de lleno en el estómago y se quedó sin aire. Jadeó
lastimeramente durante varios segundos y luego levantó la espada lista para
continuar con la pelea, pero no había nadie a quien atacar.
Terriblemente
confundida con lo que acababa de ocurrir, la chica se acercó al trono con
cautela, hasta quedar a la orilla del abismo negro infranqueable a simple
vista.
Una
cabeza deforme y sin cuerpo la observaba desde el trono.
A
pesar de que su sangre estaba helada y sus miembros más tensos que nuca, Alice
bajó la espada lentamente y se limitó a mirar con curiosidad el nuevo engendro
que salía a su encuentro.
Pero
entonces este habló.
Lo
que resultaba escalofriante no fue la voz serena y demoniaca que inundó la
habitación, tampoco el hecho de que una cabeza monstruosa le hablara sin la
necesidad de un cuerpo, si no en cuanto abrió ésta la boca, Alice pudo
reconocer su propio rostro entre ambas mandíbulas.
Era
como si su reflejo le estuviese hablando con otra voz:
-Yo
reino en el País de las Maravillas, no toleraré que interfieras. Este reino es
para adultos: puro, ordenado y despiadado. Siempre al filo de la realidad. Las
soñadoras llenas de autocompasión no tienen lugar aquí.
Las
últimas dos frases hicieron tambalear a Alice, quien sintió que su mano dejaba
caer la espada. No la ayudó mucho el hecho de que la voz adquiriera un tono más
gutural mientras recitaba, casi como de ultratumba:
-Tienes
miedo de la verdad, vives en las sombras. Tus intentos por recobrar tu cordura
han fracasado. Vuelve a la seguridad de tu autoengaño, o arriésgate a una
muerte segura. Si me destruyes, te destruyes a ti misma, así que solo te queda
una opción: vete ahora y una parte de ti sobrevivirá ¡Quédate y te haré
pedazos!
La
chica respiró profundo. Estas palabras la arañaban como cuchillas en el pecho,
tal y como lo habían hecho en su momento las del Jabberwocky. Se sintió más
débil y cansada que nunca.
Entonces
la voz se apagó y se hizo un silencio absoluto. Incluso el viento huracanado
que amenazaba con levantarla del suelo, ese convirtió en un suave silbido en un
punto alejado del cielo.
No
podía dar media vuelta. Después de todo lo que había vivido, esa no era una
opción. Tener una vida era mucho mejor que sobrevivir. Apretó la Espada Vorpal
con todas sus fuerzas, el báculo no estaba por ninguna parte, así que esa era
su única arma. Una sola arma y una sola oportunidad.
Respiró
profundo y sin pensarlo dos veces, se hizo una con el abismo negro.
Cuando
volvió en sí lo primero que vio fue un par de ojos que resplandecían en el
espacio como dos soles.
Estaba
tendida sobre tierra firme, lo cual era muy extraño pues a simple vista estaba
en medio de una oscuridad llena de nada. Se sentó para ver mejor a dónde había
ido a parar. Tenía el cuerpo dolorido y agarrotado más por la batalla que
acababa de tener que por la caída.
-¿Dónde
estoy?- Musitó entre dientes mientras se rascaba la cabeza.
No
había nada ahí que pudiese responder a su pregunta. Estaba rodeada de un negro
infinito y casi vacío, sentada sobre un pequeño satélite de tierra. Pero había
algo más allí con ella, no podía percibir su forma, pero estaba segura de que ese
lucero de fuego que había visto era un ojo. Una especie de dios oscuro la
observaba impasible desde un punto cuya distancia era imposible de calcular.
Se
incorporó y exploró el pedazo de tierra que la sostenía, era tan diminuto que
solo le tomó un par de pasos recorrerlo. La Espada Vorpal estaba al alcance de
su mano, pero aún no había rastro del báculo del Ojo del Jabberwocky. Se acercó
a la orilla, unos dos metros más abajo, había otro terruño aparentemente del
mismo tamaño. No podía ver mucho con la poca luz que había, pero apostaba que
todo ahí flotaba sobre la nada.
No
había nada más que hacer, debía saltar. Tomó un ligero vuelo y se dejó caer
hacia el siguiente pedazo de tierra. Para disminuir el impacto, aterrizó sobre
sus pies y luego se dejó caer sobre las rodillas. El golpe fue duro, pero habría
sido mortal quedarse donde estaba. Un objeto desconocido, pero de tamaño
inconmensurable atravesó el espacio como una centella negra y reventó de un
solo golpe la plataforma sobre la que estaba hace apenas unos instantes. Alice
quedó boca arriba observando con los ojos bien abiertos como los pedazos de
tierra caían hasta perderse. Esa cosa gigantesca, esa fuerza destructiva sin
par imaginable…
Era
un brazo.
Alice
se incorporó de un salto y apretó firme la espada que había conseguido llevar
consigo hasta ese abismo. Pero era una inutilidad total ¿Cómo iba a enfrentarse
a aquel ser que rodeaba todo lo existente con una hoja de metal de metro y
veinte?
Nuevamente
sintió una impotencia tortuosa. Se acercó a la orilla y entonces vio otro
pedazo de tierra exactamente igual al que se encontraba bajo sus pies. Esto fue
un alivio en primera instancia, pero lo que vio abandonado sobre ese pedazo de
tierra tuvo un significado mucho más grande.
El
báculo.
No
lo pensó demasiado, guardó la espada en el cinto y dio un segundo salto. Apenas
sintió el impacto al dar contra el suelo, probablemente gracia a la ansiedad,
ya que en cuanto se vio sobre tierra firme gateó torpemente para alcanzar el
arma. Sin embargo, en cuanto la tuvo en sus manos, notó que era diferente. No
se trataba de un báculo, sino de algo más grande.
-Genial,
otro juguete.- Suspiró.
No
tenía la menor idea de cómo se usaba. A simple vista parecía una escopeta pero
un poco más pesada y arcaica. Era un trabuco con todas sus partes, cargado y
listo para usar.
-Valla.-
Musitó mientras tomaba el artefacto entre sus dedos. Era imposible que esa arma
de fuego lograra hacerle cosquillas a la monstruosidad.
Pero
al menos había que intentarlo.
Le
costó un tanto acomodarla, podía manejar con toda la naturalidad del mundo el
báculo, pero esa arma definitivamente no era para ella. Parecía que no le
pertenecía a nadie, que había estado enterrada en ese submundo por miles de
años y probablemente estaba destinada a quedarse ahí para siempre.
Puso
los pies firme sobre la tierra, dobló las rodillas y colocó el trabuco firme
sobre su hombro.
El
disparo la hizo caer de espaldas con fuerza. Quedó aturdida en un comienzo,
pero más que por el golpe fue por la luz morada que devoró la oscuridad durante
un escaso segundo y el sonido estridente que duró por mucho más. Una vez que el
humo se hubo disipado, creyó ver como la bestia enfurecida se aprestaba para el
contraataque.
Sin
soltar el trabuco, corrió y se lanzó hacia el siguiente cúmulo de tierra. El
monstruo la había identificado como enemiga y si no se movía rápido, la
destruiría de un solo golpe. Mientras saltaba, la tarima en la que había estado
de pie hace unos momentos, fue hecha pedazos.
Tenía
que lanzar otro ataque, pero no podía negarse a sí misma que se sentía como una
hormiga luchando contra un gigante. Dio la media vuelta y se preparó para un
segundo disparo. Esta vez, a pesar de que intentó pararse poner los pies firmes
sobre el suelo, tampoco pudo evitar que la fuerza la desplomara, dejándola
completamente vulnerable.
Esta
vez no esperó a que el humo se disipara, luchó contra la luz que le taladró
dolorosamente las pupilas para correr y lanzarse de un salto hacia la
incertidumbre.
Rodó
por el suelo, sobre sus rodillas y codos ya sin piel. Debía dispar una y otra
vez hasta que todo acabara, sin embargo el final ya era claro: aún si las balas
del trabuco fueran infinitas, más temprano que tarde el brazo la alcanzaría y
la destrozaría por dentro y por fuera. Pero aunque esa batalla ya estaba
perdida, iba a continuar en honor a su largo viaje y al valor que había
demostrado.
Era
momento de inmolarse a sí misma en una última gran hazaña.
Disparó
por tercera vez. Su cuerpo delgado y exhausto fue lanzado contra el suelo como
una hojarasca, pero se puso de pie inmediatamente, ignorando el dolor. La luz
morada rodeó al cíclope como una red celestial y la bestia enfureció.
Fue
entonces que el tiempo se detuvo y un solo segundo valió por mil. Alice levantó
la mirada y se enfrentó a la supernova morada que había desatado, sus oídos ya
estaban tan lastimados por las explosiones que ni siquiera notó el sonido agudo
que antes habría reventado sus tímpanos.
La
adrenalina había recorrido hasta el último rincón de su cuerpo. Ya no era capaz
de sentir nada. Ni dolor, ni mucho menos miedo.
Estaba
lista.
El
golpe de la bestia no se hizo esperar demasiado, pero esta vez Alice no lo
esquivó. Dejó caer el trabuco de sus manos y el arma volvió a ser parte
nuevamente de aquel mundo infinito. Sin un dueño, como debía ser. En cuanto el
golpe destrozó el trozo de tierra, la chica logró dar un salto suicida hasta el
brazo destructor.
Entonces
comenzó una carrera frenética por llegar al ojo del gigante, blandiendo su
espada como si fuera un estandarte. Nunca se había sentido tan libre ni tan
decidida a morir, ni siquiera cuando se cortaba las muñecas en el sanatorio.
No, esto era diferente, ahora por fin hacía algo valioso por sí misma.
Un
resplandor intenso rodeó su cuerpo a medida que se acercaba al cíclope. Lanzó
un grito de eterna victoria en cuanto tuvo al ojo, refulgente como un astro, al
alcance de su hoja.
Entonces
calló. Calló por un espacio de tiempo que pareció infinito.
Por
fin era libre.
Cuando
Alice abrió los ojos, estaba en el suelo de su habitación, enredada con los
cobertores del catre. Se había caído de la cama.
La
luz del día le molestaba en el rostro, levantó la cabeza y se encontró con la
pequeña ventana abarrotada entregándole los esquivos rayos del sol. El gran ojo
maldito que había querido destruir no era más que eso. Una ventana.
La
puerta del cuarto se abrió de golpe. Una de las enfermeras había ido a vigilar
a la paciente. En cuanto la vio tirada en el suelo, supuso que había tenido un
ataque de angustia e intentó ayudarla.
-No
te me acerques.- La contuvo Alice con la voz ronca por el desuso.
La
enfermera quedó petrificada por la impresión.
-Esto
es imposible.- Dijo antes de salir disparada a buscar al médico tratante.
El
País de la Maravillas floreció como un el más perfecto de los milagros. Los
campos marchitos se abrieron y eternos prados se llenaron de verde. El corazón
de los muertos volvió a latir y el dolor que por tanto años había atormentado a
las criaturas fue parte de un pasado oscuro y olvidado.
Fue
el día más soleado de primavera cuando Alice dejó al asilo Rutledge, traía una maleta en una mano y su
viejo conejo de felpa en la otra, protegido como un tesoro irreemplazable. Una
sonrisa iluminaba su cara cuando cruzó la puerta de entrada para no volver
jamás. Todavía tenía una fila de doctores tratando de entender su caso y hasta
quedaría bajo la tutela de un conocido psiquiatra londinense.
Pero
nada de eso importaba.
Ahora
tenía toda la vida por delante.
Me ha encantado. Deberias continuarlo
ResponderEliminarYa casi termino. Lo que pasa es que he estado ocupada :)
ResponderEliminar